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OTRAS VOCES Y OTROS MEDIOS DE LA IGLESIA

Número 84 (mayo-junio’06)
– Autor: José Manuel Vidal –
 
La información es una de las asignaturas pendientes de la Iglesia. Entre otras cosas, porque la institución comunica poco y mal. Y porque los medios oficiales u oficialistas, que le sirven de correa de transmisión, no se basan, a la hora de informar, en criterios profesionales, sino que anteponen la catequesis a la información. Pero hay otras voces de Iglesia, que se plasman en otros medios de Iglesia. Voces diferentes en medios alternativos, por los que fluye una información libre, veraz y realizada con más o menos fortuna, pero siempre con criterios profesionales.

Estoy cada vez más convencido que la Iglesia sabe y puede pero no quiere comunicar de verdad. Porque no pone ni los medios humanos ni los materiales adecuados para hacerlo. Y ésa es la prueba del algodón. Eso unido a que en la Iglesia apenas se rinden ni se piden cuentas. Cada cual hace buenamente lo que puede. Y así, en una sociedad de la información tan competitiva y profesionalidad como la actual, no se rompe el techo de cristal mediático.

La noticia religiosa se topa en los medios no confesionales con un techo de cristal muy difícil de romper. Hay en los medios como una especie de cansancio secular ante la noticia religiosa que no aporta nada nuevo, que dice siempre lo mismo, lo que ya escuchábamos de niños. Un techo de cristal que sólo se rompe con un buen titular y un ángulo noticioso llamativo. Y la Iglesia huye de los titulares como de la peste. Y ni siquiera comprende su función de “anzuelo”, para llamar la atención.

Es evidente que los medios funcionan con la lógica del mercado puro y duro: un producto para vender que tiene que satisfacer a sus compradores. Un producto ágil, rápido y, a veces, hasta superficial y espectacular. Si quiere “colocar” su producto en los medios, la Iglesia tiene que saber venderlo. Y no sabe ni quiere venderlo. Acostumbrada al monopolio del producto religioso, no está acostumbrada a la competencia y sigue pensando que, en plena época secularizadora, su “producto” se vende solo.

No se da cuenta que los medios funcionan con unas leyes implacables. Por ejemplo, la de la lucha por el espacio. Hay poco espacio y muchas noticias que compiten por él. La institución que no sepa vender el producto, se queda sin espacio, como le pasa tantas veces a la Iglesia. Pero no por campañas orquestadas ni por el odio de los medios a la Iglesia, a la que, en general, se trata siempre con guante blanco. Al menos, mucho mejor que a cualquier otro colectivo.

A mi juicio, para hacerse un hueco en los medios, la Iglesia tiene que pasar de la propaganda catequética a la información. Porque, como dice Norberto González Gaitano, profesor de Comunicación Social de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz (nada sospechoso, pues), “a menudo, los eclesiásticos pretenden una publicidad gratis o un tratamiento de favor o de guante blanco que la prensa, puntillosa de su independencia, no concede a los políticos ni al Gobierno ni a ninguna otra institución”.

También tiene que asumir la Iglesia la dualización o el maniqueísmo de los medios. No hay nada más parecido a un obispo que otro obispo. Pero los medios cultivan las diferencias y las agudizan. ¿Es posible contraponer a Blázquez y a Cañizares? Teológicamente quizás no. Mediáticamente, sí. Aunque sólo sea por la diferente imagen que proyectan.

La Iglesia tendría que asumir también la lógica del “star system”. Hay que personalizar la información y ponerle cara. Y cuanto más arriba esté la cara, mejor. Ya sabemos que teológicamente un presidente del episcopado no es el jefe de los obispos, pero mediáticamente, sí. Blázquez y Camino son el rostro de la Iglesia española, se quiera o no se quiera. Comunicar es un don. Una de las cualidades que ambos deberían tener (no la única, por supuesto) y cultivar es la de comunicar bien los mensajes que la Iglesia quiere transmitir a la sociedad.

Para salir en los medios, la Iglesia tiene que cambiar de lenguaje. Para comunicar con el mundo de hoy tiene que abandonar su lenguaje arcaico, preñado de términos abstractos y teológicos, que ya muy pocos entienden. “La gente ya no dispone de gramática eclesial”. ¿Saben quién ha dicho esto? Los propios obispo españoles. Pero siguen haciendo lo contrario. ¿Cómo se hace eso, en concreto? Con pastorales escritas en lenguaje actual y un equipo divulgativo que “traduzca” los documentos al lenguaje de hoy. Dennos titulares hechos o los vamos a buscar nosotros.

“Como Iglesia, tenemos miedo de los medios de comunicación. Somos reacios a trabajar con periodistas y huimos de las oportunidades que nos dan los medios para testimoniar y evangelizar…Fingimos respeto a la importancia de las comunicaciones en la Iglesia…pero seguimos mirando a los medios como ‘el enemigo’”, dice, en una radiografía perfecta, monseñor Juan del Rio, de formación periodista y de profesión obispo responsable de la comisión de medios de comunicación de la Conferencia episcopal.

Huir de los medios es alimentar el silencio y, como dice el cardenal Errázuriz en la revista Vida Nueva, “el silencio es un enemigo claro. Es importante que la Iglesia se pronuncie, sea cual sea el problema”. Y alimentar el silencio provoca la proliferación de rumores e intoxicaciones, de chismes y de medias verdades. Y el mensaje se torna cada vez más opaco y más gris. Para prejuicio de la Iglesia.

Asumir que la agenda informativa la marcan los medios y no puede imponerla la Iglesia, sólo proponerla. Además, la Iglesia no puede pedir a los medios ajenos lo que no exige a los propios. Por ejemplo, se quejan del poco espacio que se les concede en nuestros medios. ¿Es que los informativos de la cadena Cope abren muchas veces con noticias eclesiales? En estos momentos, los obispos están desautorizados para quejarse o decir lo más mínimo de los demás medios, cuando tienen uno en el que el insulto, el frentismo, el dualismo y la descalificación personal son armas utilizadas a tiempo y a destiempo. No pueden pedir respeto, cuando no lo cultivan en su propia casa. Jiménez Losantos le está haciendo más daño a la credibilidad de la Iglesia que todos los escándalo sexuales del clero juntos.

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