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IÑAKI GABILONDO

Éxodo 114 (may.-jun.) 2012
– Autor: Evaristo Villar y Juanjo Sánchez –

Iñaki Gabilondo, una de las voces más creativas, incisivas y laureadas del periodismo español, se asoma por segunda vez a las páginas de nuestra revista (cfr. Éxodo 85, 2006), para ayudarnos a entender el complejo y enmarañado paisaje social, político y económico que estamos atravesando en España y en la Unión Europea.

Adelantando bastante de lo que surgirá en las preguntas que siguen, ¿cómo definirías tú –en un breve retazo- la sociedad en que vivimos actualmente: cuáles serían, a tu juicio, las señas de identidad que imperan en ella?

El haber pasado durante tanto tiempo adorando al becerro de oro se hace notar más ahora que está cayendo el ídolo. Por lo que se refiere a las cosas, estamos viviendo en el imperio de lo financiero, donde todo son elementos contables y donde no pueden ser satisfechos los anhelos de nadie. Importan mucho más las cuentas de los Estados que las de sus habitantes. Es todo un disparate: tomar una parte de la vida, como es la economía, para convertirla en un valor y someterlo todo a ese valor, ha provocado durante unos cuantos años la falsa alegría de estar viviendo en la parte alta de la ola y, de pronto, aparece una sensación de vacío colosal.

Esto está causando una gran avería en la democracia, que está viéndose malherida, maltrecha, perdida y derrotada. Con los partidos políticos igualmente desconcertados y sin saber por dónde andan. Alguien ha dicho que cuando se acabaron las certezas (el comunismo, la religión) se han tenido que ir inventando otros valores cívicos y éticos sustitutorios que aún no se han acabado de construir. Por eso la sociedad está desamparada. Y las articulaciones como la democracia, que venían a sostener al hombre dentro de un esquema de valores o comportamientos en estos momentos, se han venido abajo. Porque la presencia del dinero es como el ácido sulfúrico, que todo lo funde. Llega hasta fundir la propia estructura de la democracia que está muy necesitada de una revisión, sin que parezca que sean conscientes los partidos políticos que son los únicos que parece que no están entendiendo los signos que le está enviando la sociedad. En realidad lo saben, pero nada hacen sabiéndolo. Iñaki Gabilondo Por: Evaristo Villar / Juanjo Sánchez La sociedad está ahora asustada, errática, descreída, entregada a un fatalismo lamentable. Pero en el hombre late un aliento que de ninguna manera puede satisfacer este modelo.

¿Por qué lo que estamos presenciando y sufriendo con asombro e indignación: corrupción, mentira, tijeretazos al estado político, social, laboral, educativo, sanitario, ecológico, etc., no produce una respuesta significativa en las mayorías populares? ¿En qué estamos fallando?

Pasan dos cosas. Primera, que todavía no esté habiendo la reacción necesaria no quiere decir que no haya reacción. Los tiempos de las sociedades no suelen ser los tiempos de nuestras impaciencias. Esta crisis más pronto o más tarde va presentar una novedad. Y, en segundo lugar, no es lo mismo una crisis derivada de otras cosas, que una derivada de un fracaso financiero. Después de una guerra, cuando todo queda destruido, la gente se pone a reconstruir con una determinada vitalidad. Pero el tiempo de la prosperidad ha abotargado a la sociedad. Cuando el dinero es el único valor abotarga a la sociedad, la insensibiliza, la infantiliza. Y es lo que ha sucedido. Este tipo de prosperidad ha infantilizado y entontecido mucho a la sociedad.

España ha sido un país siempre austero. Ha habido ricos, pero eran catorce y el de la moto. Nadie sabía antes nada de la bolsa, ahora hay millones de personas que tienen acciones en bolsa. De pronto, la gente soñó que se habían acabado las dificultades, que no iba a tener nunca problemas, que ya tenía el futuro asegurado. Como si la sociedad se hubiera desclasado. Los hijos de la gente modesta comenzaron a vivir como si fueran los marajás de no sé dónde, la gente consideró normal irse de vacaciones por todo el mundo. El dinero estaba haciendo su gran negocio a base de inyectar en la sociedad ese virus del sueño imposible. Sostenido en el imposible de vender un millón de pisos todos los años. Esto ablandó a la gente y la metió en un sitio donde no estaba su tradición de austeridad. Y al llegar el shock, la gente se ha quedado asustada, anonadada. Y esto ¿qué es? Ha sido la primera generación que se ha creído rica. Y cuando ha llegado el shock se ha encontrado que había perdido la capacidad de austeridad. Se ha encontrado con que se ha acabado el sueño y está psicológicamente destrozada. Este es el estrago que es capaz de producir un orden de valores que consiste en reducirlos todos a uno, el dinero. Y no hay reacción porque la gente está asustada.

Pero esto no quita para que esté habiendo ya un movimiento soterrado y que yo percibo en la gente joven. He estado hablando en casi todos los rincones de España y he percibido que, así como los padres se dejaron embaucar por aquella promesa de futuro halagüeño, los hijos ya han olfateado por dónde vienen las cosas. Esa promesa ya no me la creo. El motor de mi vida no puede ser conseguir un coche más lujoso o un piso más grande. Eso es mentira. El 15M manifiesta, en cierto sentido, ese mismo sentimiento. La gente ha aprendido la lección. No son los políticos los que mandan sino otros que tienen sus propios negocios. En resumidas cuentas, desde el estado catatónico en que nos ha dejado el shock, cada día veo más claro que estamos cerrando un capítulo de nuestra historia, que leerán nuestros nietos, y está naciendo soterradamente otro nuevo.

Yendo más al fondo de la actual crisis sistémica, algunos analistas apuntan a unas causas ético-político-culturales muy preocupantes. Escribía, por ejemplo, Tony Judt: “El estilo materialista y egoísta de la vida contemporánea, así como la retórica que la acompaña (la obsesión por la creación de riqueza, el culto a la privatización y el sector privado, admiración acrítica hacia los mercados no regulados, el desprecio por el sector público, la ilusión del crecimiento infinito) nos resulta natural”. ¿Estarías de acuerdo con él? ¿Añadirías la quiebra de algunos otros valores?

Toda esa retórica ha estado circulando como grandes verdades, pero ahora ha empezado a quebrarse. Incluso aquella vieja teoría del crecimiento indefinido es físicamente imposible, aparte de que es absurda. No puede haber un crecimiento infinito en un mundo finito. Con el planteamiento de la ideología imperante, estamos en un tren que camina hacia el precipicio. La crisis ha hecho que ese tren, que camina hacia el precipicio, haya descarrilado. Y ahora están todos intentando ponerlo de nuevo en la vía para continuar su viaje hacia el precipicio. Lo que no sé es cómo es ese precipicio. Pero lo que más preocupa después de Lehman Brothers es que no se hayan rectificado las cosas. El problema es que se han ido bajando personas del tren porque todos esos elementos que señaláis se están evidenciando falsos. Empieza a haber contestación a los principios que sostenían el tinglado. Lo que ocurre es que no se está pudiendo hacer mucho más que ver cómo naufraga tu cabeza. Porque, insisto, la gente está asustada. Y como nuestro problema es siempre vivir con perspectiva, porque solemos vivir en el hoy sin más, intuyo que se acerca un cambio. Porque aunque lo estructurado aspira a reconstruir exactamente lo que tenía, parar el tren en la misma vía y seguir el mismo camino, la gente ya se va a acercar a esas posturas con más precauciones, sobre todo los jóvenes. En definitiva, creo que se están produciendo movimientos más importantes de los que aparecen. A lo mejor es mi ilusión, pero…

¿Y ese fanatismo por la privatización? Escucha estas expresiones: “Ya no hay empresas públicas que manejar porque las hemos devuelto a la sociedad. Ya no hay monopolios que proteger, porque los hemos abierto a la competencia. Ya no hay muchas de las reglamentaciones que hace unos años hacían de los gobernantes verdaderos señores de los sectores económicos” (Aznar 2001). Y según Esperanza Aguirre se va a privatizar el Canal de Isabel II “para devolverlo a los ciudadanos”…

Todo esto no tiene nada de malo. Responde a una ideología. El problema está cuando se presenta como una verdad técnicamente irrefutable. La interpretación de esa dialéctica entre lo público y lo privado es una respetable opinión, pero no es una verdad técnica y científica, como se ha estado diciendo (e imponiendo) en los últimos años. Han estado diciendo: “nosotros tenemos una teoría de la vida y de la existencia, que es el neoliberalismo, que es lo objetivamente verdadero. Lo demás está equivocado”. Esto es una mirada ideológica. Las soluciones que están dando a los problemas se presentan como técnicas, pero son ideológicas.

Por ejemplo, se dice que necesitamos reformar la Constitución y un 10 de agosto se reúnen el PP y el PSOE y cambian la Constitución porque Alemania se lo había mandado, y convertimos el déficit en algo inconstitucional, en un perfecto sacramento. Ya había una ley de control del déficit que debería haberse estado cumpliendo. Pero convertir eso en algo sagrado, quitándole al déficit el valor de herramienta que tiene la política para hacer un buen uso de él, es una respuesta ideológica. Una prueba de que se coloca a las cuentas por encima de las personas. Los que así actúan deben admitir que esa no es “la” solución, es “una” solución.

Pongamos otro ejemplo: la ley de dependencia. Dice Rajoy: es que no tengo dinero para atender a la dependencia. Esto es, igualmente, una premisa ideológica. Imagínese que parte usted de la premisa de que la Ley de Dependencia es lo más importante que hay que salvar en España. Entonces no habría dinero para otra cosa, pero sí para la Dependencia. Todo esto está en función de los valores que usted se marque. No es que no haya dinero; el problema es en qué lo invierte usted.

Por tanto, no es que eso sea irrefutable, es simplemente una idea. La reforma de la Constitución, y de la manera como se hizo, fue un día trágico para la democracia en España. Lo que está ocurriendo es el resultado de una teoría política, de una ideología de la acción.

Para Marx, la economía, siendo importante, es solo una parte del sistema capitalista, que, en el fondo, apunta a una cosmovisión basada en una antropología y una filosofía bien precisas. ¿Qué tipo de ser humano se está revelando en esta cosmovisión neoliberal? ¿Piensas que la grave crisis que sufrimos puede ser el revulsivo para que se abra paso una “revolución antropológica y espiritual” contra el imperio de la cultura neoliberal?

El capitalismo es una cosmovisión, es verdad. Pero lo que estamos viviendo nosotros no es la cosmovisión del capitalismos sino su evolución hasta la hipertrofia. En un mundo más contrapesado podría ser otra cosa, pero cuando se desboca, el capitalismo produce una auténtica destrucción de las células sociales. Sin control es un caballo desbocado que acaba en el desastre. Hace personas vacías y débiles.

Yo no tengo actualmente ninguna fe en ideologías muy completas y cerradas. Vivimos en tiempos de confusión. Pero lo cierto es que ahora mismo el capitalismo no tiene contrapeso: desregulado, en su propia lógica más disparatada, está creando verdaderos monstruos. Hasta la década de los ochenta estuvo más o menos sujetado por la otra corriente más social, pero una vez que se ha visto único se ha puesto a cabalgar llevado de su propia lógica, que es cargárselo todo. Y no se trata de la voracidad de los hombres que han cometido errores, sino de algo que le es propio, natural. Es el caso del empleado de banca de origen francés que, buscando la máxima rentabilidad, cayó en la estafa. Estaba siguiendo la lógica del sistema, pero de forma debocada. Ni la socialdemocracia, ni la tercera vía pudieron resistir a esta lógica debocada. Y esto está produciendo tal cantidad de destrozos que no se detienen ni ante la destrucción del planeta.

No quiero ser fatalista, pero no veo cómo puede esto no acabar mal. La suerte es que ya va asomando un pensamiento alternativo. Y esto sin tener que estar asignados ni siquiera a la izquierda. La sociedad misma en su conjunto ya empieza a tener miedo. Y esto, tarde o temprano, va a obligar a los políticos a cambiar.

Vayamos a la “reconstrucción”. ¿No crees que la propia crisis puede haber cuestionado esa imagen neoliberal del homo oeconomicus y sus valores hasta tal punto que puede abrirse paso la esperanza de una imagen nueva?

Por ahí voy yo. Creo que en el hombre late un aliento que de ninguna manera puede satisfacer este modelo. No sé por dónde saldrá, pero seguro que se articulará una mirada, no sé si articulada políticamente o no, pero distinta. Para empezar hay que caer en la cuenta de que este sistema genera un “escombro social” que, de alguna manera, fabricará su propio “modus mirandi”. Por ejemplo, el “precariado”, una nueva clase social. Es la clase que llamará trabajo a los “minijobs”. Esto será el trabajo. Y luego, las virutas del minijobs, los residuos. Es decir, una sociedad que, harta de esperar, acabará aceptando un estilo de vida trabajando cuatro días allí, ya ni siquiera buscando aquello que me gustaba y que tenía que ver con mi vocación. Ahora, lo que salga, acomodando su talla a un “modus tirandi”.

Como creo que el capitalismo no puede traicionarse a sí mismo y que, por mucho que los quiera sujetar, los caballos van a seguir tirando al monte, aflojará solo un poco si teme un reventón social. Pero no va a poder evitar la fabricación de un nuevo precariato. Y esto es la fabricación de un nuevo hombre. Tampoco podemos saber qué va a pasar con una sociedad que está pegando un salto de nivel hacia atrás: la clase media alta en clase baja y ésta está ya a ras de tierra. Este desclasamiento de la clase media es muy determinante. Antes se decía: “el cinturón rojo de Madrid vota masivamente al PSOE”. Pero esto era antes, cuando se había llegado desde el pueblo con la cesta de chorizos y merced a la gestión de la izquierda se había conseguido casa, coche y otras comodidades. Sin darse cuenta los partidos políticos, esta gente ha pasado a otro estatus social. Y los parientes de los que habían llegado de la aldea, desde su nuevo estatus, ya quieren votar al PP. Esa clase media que la izquierda consideraba suya, se ha pegado una gran zarpada. Y ahora se pregunta, ¿dónde estamos? Y el gran éxito del discurso de la derecha ha consistido en convencer a esta gente en crisis que todo esto era consecuencia de la mala política de Zapatero. Estábamos bien y llegó Zapatero. Basta que desaparezca para volver a la bondad anterior. Pero resulta que ahora está cayendo en la cuenta de que el mal no era todo atribuible a Zapatero. Ahora que han llegado los salvadores, se cae la venda de los ojos y la gente se da cuenta de que aquello que consideraba un paréntesis, se perpetúa. Por eso la pregunta ¿pero cuándo va a pasar la crisis? Es una pregunta mal formulada. Cuando entras en un túnel nunca sales por el mismo sitio por donde entraste, sino por otro distinto. Se supone que antes de la crisis se vivía en la normalidad, que la crisis es un paréntesis y que, al final, volveremos otra vez a la normalidad. Pero como eso no va a ocurrir, poco a poco iremos entendiendo que no hay un regreso, sino la llegada de otra cosa. ¿Cuál?

El curita vizcaíno que montó la cooperativa de Mondragón decía: “miren, en esto de la economía solo hay dos cosas: o manda el dinero que busca hombres para ganar más dinero, o manda el hombre que busca dinero para hacer cosas que ayuden a vivir mejor a los hombres”. A él, haciendo la segunda alternativa, le salió muy bien. Pero no es eso lo que está ocurriendo hoy. Aquí manda el dinero, no el hombre. Y ante más del 50% de los jóvenes en paro, no se puede construir un futuro así. Es estar sentado sobre un polvorín. En las universidades donde he estado he visto que la gente tiene ya una mirada más crítica sobre este modelo.

Volvamos a la reconstrucción. ¿Cómo transmitir una educación en valores? Crisis de valores, educación en valores… De eso se trata. El problema es que este discurso está ideológicamente cargado. Hay mucha gente que habla de esto y defiende una sociedad cerrada y dirigida por la religión dominante…

Claro, el problema está en definir qué son los valores. Lo primero que deberíamos pensar es tratar de no entregar a un pensamiento específico el monopolio, la gestión y la utilización de todos los elementos que esta sociedad necesita reforzar. Porque la nación, la patria, la decencia, el trabajo bien hecho, la solidaridad, el respeto a los demás… no son más de ellos que míos. Iba un día con mi hermano a una recepción y una ministra del PP dice: “anda, mira los amiguitos; ahora resulta que vosotros vais a creer en la familia”. Y le respondí: “mira, el día que tu familia se parezca en tan solo la décima parte a mi familia… ese día tendrás derecho a hacerme la pregunta que acabas de hacerme. En materia de familia, no voy a permitir que pretendas darme lecciones”…

Y desde los medios de comunicación, ¿qué valores se están transmitiendo?

Creo que es una batalla perdida. Porque los valores que ahora se pregonan son los dominantes. Hay mucha gente que cree que no puede haber una mirada laica llena de valores… ¡Se reirán los franceses que tienen una sociedad laica desde 1905! Pero la derecha se queja de que la izquierda se proclame propietaria de valores como la solidaridad. Parece un mercadeo. España está marcada por la religión mientras que Francia ya lleva más de un siglo con una sociedad laica. En un momento en que se están imponiendo los valores dominantes de la ultracompetitividad, el desarrollo indefinido, el éxito a cualquier precio, ¿cómo neutralizar el discurso que los sostiene y defiende? Es muy difícil enfrentar ese mundo, pero hay que hacerlo.

Hace unos días se quejaba en el diario El País Soledad Gallego de la desaparición de los intelectuales. En este tipo de debate, una intelectualidad activa está llamada a iluminar un poco a la sociedad. Estamos ante una discusión política y social de gran envergadura. Es un punto determinante. Y no se está oyendo un pensamiento nuevo, alternativo, como si el pensamiento dominante se hubiera adueñado ya de las conciencias y de las cosas.

¿Podría estar ocurriendo que es muy frágil la relación entre cultura y valores? Pasar directamente a los valores sin un suelo cultural puede ser un tránsito frágil… No le podemos pedir a alguien que entienda el valor de la solidaridad…

El asidero de la religión es justamente el que ha ido marcando nuestros comportamientos. Si eso se quita y no se monta una propuesta ética equivalente, se provoca una gran descolocación de la gente. Y eso lo aprovechan los que vienen como poseyendo el verdadero valor. En Francia, desde 1905 los comportamientos republicanos los tienen incorporados al código genético. Pero en este país, como el proceso de educación religiosa no ha sido precisamente brillante, nos encontramos con una sociedad menos preparada. Y como la gente joven se ha incorporado a la sociedad en ese momento en que ha predominado el boom de la prosperidad, se complica más aún todo. Pero, vuelvo a decir, lo que nos va a hacer repensar las cosas es el espectáculo del “los escombros” que genera este modelo. Pues desde ese mismo proceso de prosperidad se deriva un escombro social insoportable. O el sistema cae en la cuenta de que va en picado y pone controles a su misma lógica, fabricando un nuevo pacto social, o nos vamos al precipicio. En una sociedad en la que solo importa la deuda, no las personas, que genera una deuda superior a los recursos del mundo para pagarla, es una locura. O se toma conciencia de esto y el mismo dinero empieza a tener una mayor cintura para acomodarse a una situación más serena, dando algo de oxígeno al personal, o nos vamos a pique.

Hace unos días organizamos en Sevilla un foro sobre el hambre en el mundo al que asistieron muchos expertos de todo el mundo. Y les dije: puede ser que alguien esté pensando: “con cinco millones de parados, ¿qué hacemos aquí hablando del hambre en el mundo?”… Les quiero decir que no tienen ustedes que cambiar de cerebro. Con el mismo cerebro con el que ustedes analizan lo que pasa aquí, esa misma lógica acaba derivando en el hambre del mundo: lo que aquí es paro, allí es hambruna.

El problema está en si desde la democracia, que es el único poder que podría atenuar esa tendencia desbocada del dinero, seremos capaces de doblar el brazo al imperio financiero. Seguro es que esto no se va a producir sin una transformación profunda de los propios principios.

Hablas de la posibilidad de que la democracia pueda torcer el brazo al imperio financiero. Pero las mediaciones, los partidos políticos, sindicatos, etc., están en un enorme descrédito. Las grandes tradiciones utópicas que han movilizado a la sociedad como la tradición de los derechos humanos, del ecologismo…

Yo no entierro todavía a los partidos políticos. Espero que reflexionen y salgan pronto de ese estado de aislamiento y conecten pronto con la sociedad. Mientras tanto, están los movimientos y organizaciones sociales para mantener viva la llama. Se parte de que existe una conciencia general de que esto va por mal camino. Por algún sitio tiene que abrir. Mi esperanza es que el creciente deseo de estas nuevas manifestaciones públicas como los indignados, Greenpeace, etc., pueda ir convergiendo con el despertar de los partidos políticos y un capitalismo más lúcido que trate de atenuar sus insaciables voracidades. Ir caminando hacia un nuevo pacto social. Mientras esto llega, la política es importante. Si estás convencido de que los poderes financieros se han impuesto a la democracia, estás ya obligado moralmente a militar en defensa de la democracia…

Para terminar, ¿ves en esto que se está moviendo alguna aportación interesante de la religión, concretamente de un cristianismo crítico, profético?

No sabría decir. Yo sé que detrás de las grandes transformaciones ha habido siempre una idea, un motor. Y las fes motrices no se detectaban, aparecían de pronto, surgían. Hay demasiados territorios que permanecen escondidos en el misterio y la capacidad del ser humano para moverse en esas aguas es muy grande. Yo no descartaría tampoco nada. Yo creo que las transformaciones que vayan a llegar vendrán acompañadas de un viento más espiritual. Es decir, que el péndulo nos conducirá desde esa corriente ultramaterialista dominante a una organización de las cosas de forma más espiritual. Esa parte rara del ser humano que ahora parece estar anulada por el solo afán de consumir y consumir posiblemente reaparezca en ese movimiento pendular que ponga de manifiesto lo que hay en mí de algo más que una máquina de consumir.

Yo no sé cómo se llegará a concretar esto pero un cierto idealismo necesitamos que nos ayude a salir de este pragmatismo que nos está aplastando. No podemos vivir sin ideales. La historia nos demuestra que esto nunca se acaba, ni cuando parecemos más cortos de ideales. Esos movimientos de conciencia global, que no cuentan en términos materiales, están aún ahí, como un rescoldo… La misma globalización que se ha cosificado en algo meramente financiero, creo que no tardará mucho en hacernos comprender como parte de la tribu universal de una manera nueva. Y esta nueva relación va a provocar situaciones que hoy nos resultan difícil imaginar. Lo que hoy tenemos es como una pista de hielo: está inestable, se mueve, camina hacia otra parte, no sabemos dónde, pero se va. Y cuando me pongo optimista sueño ya en un nuevo pacto social. Porque el mundo corre, vuela. Y la posibilidad de un nuevo encuentro humano me parece más fácil de pronosticar que lo contrario.

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