sábado, abril 27, 2024
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Esencia y razón de ser de la Iglesia

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IX-1 Si la Iglesia no tiene una esencia y significación propia al margen de Cristo, sino que debe ver su sentido en ser instrumento del movimiento de Jesucristo, síguese que, partiendo de ahí, quedan dibujados con suficiente claridad su dirección y su mandato. No hay posibilidad para la Iglesia de encerrarse en sí misma, satisfecha de lo alcanzado. Ella misma es el gesto de apertura y debe ponerse perpetuamente al servicio de tal gesto y realizarlo históricamente. Pero ese gesto no tiene finalidad alguna en sí mismo, sino que su único fin es introducir en el sacrum commercium, en el sagrado comercio que comenzó con la humanización de Dios. De donde se sigue que sólo hay legítimamente una doble forma de apertura eclesiástica al mundo…: la misión como consecuencia del movimiento de envío, y el sencillo gesto del amor desinteresado en continuación del amor de Dios que se derrama aun allí donde queda sin respuesta… Con eso queda ya sentado un criterio muy claro para las posibilidades de «la apertura al mundo» por parte de la Iglesia. Es siempre legítimo lo que es acto de verdadero amor; son legítimos (y esto va estrechamente unido con lo otro) aquel tender la mano y aquellas aperturas que son requeridas por el mandato de la predicación misionera. Son ilegítimas aquellas apertura y aquel tender la mano que contradicen al mandato de la predicación (la «misión»). El servicio a la misión, juntamente con el servicio a la caridad, constituye el canon doble y uno, por el que debe medirse cuál es la verdadera apertura de la Iglesia; verdadera, es decir, cristológicamente adecuada, y cuál es la falsa apertura, es decir, la que mundaniza (p. 316).

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