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DISCURSO DEL PAPA EN RATISBONA

Escrito por

– Autor: Evaristo Villar –
 
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Yo no le reprocharía al Papa Benedicto XVI que, en cuanto profesor que ha sido en Ratisbona y ante un auditorio que se supone guarda un recuerdo agradecido a sus enseñanzas, pueda expresar sus propias opiniones sobre el Islam y los Musulmanes. Las propias ideas, como bien sabemos por experiencia, dependen de múltiples factores, entre estos y no de menor importancia, del interés que se tenga por el objeto sobre el que se opina y de la búsqueda honrada de información que te conduce más cerca del mismo. Y, por lo que actualmente sabemos, ni el Islam es un tema nuevo en las reflexiones del que fue profesor Ratzinger ni tampoco tenemos razones para sospechar de su interés y búsqueda de información sobre el mismo.

Porque, además de los retiros mantenidos con teólogos y expertos en teología islámica, como aseguran las propias fuentes musulmanas (cfr. Aref Alí Nayed, “A Muslim’s Commentary on Benedict XVI’s Faith, Reason and the University: Memories and Reflections”, www.atrio.org) la posición del posterior cardenal Ratzinger sobre el Islam (y sobre el resto de confesiones religiosas fuera del cristianismo) ha quedado suficientemente reflejada en la Declaración Dominus Iesus, firmada por él mismo el 2000. Una declaración oficial que, a juicio del obispo Pedro Casaldáliga, fue “inoportuna y lamentable”.

En síntesis, el entonces cardenal Ratzinger viene a decir que la salvación ofrecida por Dios a toda la humanidad necesita de la Iglesia católica para que sea posible (c.IV). Una posición a todas luces exclusivista. Pero hay más, se llega a afirmar que a las diferentes tradiciones religiosas no se les puede atribuir un origen divino ni una eficacia salvífica (c.VI); que los no cristianos se hallan en una situación “gravemente deficiente” frente a la plenitud de medios salvíficos que se encuentran en la Iglesia católica” que mantiene “que Jesucristo tiene, para el género humano y su historia, un significado y un valor singular y único, sólo de él propio, exclusivo, universal y absoluto” (c.III). Postura que refleja un inclusivismo manifiesto.

Si echamos una mirada un poco más amplia sobre esta Declaración podremos descubrir fácilmente que esta postura mantiene una notable divergencia con la mentalidad reflejada en diferentes lugares del Vaticano II. Así lo ha demostrado, entre otros, Leonardo Boff a propósito de la particular interpretación que hace el entonces cardenal Ratzinger del subsistit in de la Lumen Gentium 8 (cfr. ¿Quién subvierte el concilio? A propósito de la “Dominus Iesus”, Libros Digitales Koinonia, www.servicioskoinoia.org).

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En concreto, nada que reprochar al nostálgico profesor que, desde la misma tribuna desde donde años antes ejercía su magisterio, exprese ahora su propia opinión sobre el Islam y los Musulmanes. Otro cantar es si éste que antes fue profesor y ahora es Papa, representante religioso por tanto de millones de católicos y jefe político de un Estado, puede desligar las propias ideas de la alta representación religiosa y política que ostenta, en la que casi todo el mundo suele reconocer un peso nada desdeñable de ejemplaridad. Más aún, también parece legítimo preguntarse si es éticamente correcto que una figura como la del Papa puede expresar sus propias opiniones sin tener en cuenta el momento histórico que está atravesando el mundo en el que vive. Porque por desgracia, la guerra de civilizaciones, que antes no pasaba de ser mera conjetura, es ahora una dramática realidad. Desde los tortuosos caminos del Oriente (Próximo, Medio o Lejano) hasta los suburbios y extrarradios de las ciudades de nuestro mundo occidental, la violencia, y aun la misma guerra, aparecen casi siempre como el método único para resolver los conflictos y para abrir un mayor desencuentro entre las diferencias. Hablar del Islam y de los Musulmanes hoy día sin tener en cuenta esta realidad puede ser irresponsable o conscientemente provocativo.

Pues bien, leído con atención y respeto lo que se ha afirmado en Ratisbona sobre el Islam y los Musulmanes y teniendo en cuenta el rol de quien lo dijo, cualquier persona con un mínimo conocimiento y sensibilidad hacia el mundo actual y con un cierto sentido común podría adivinar fácilmente las consecuencias. Desde este punto de vista, con todos los respetos, me parece que política, ética, y religiosamente lo dicho en Ratisbona ha sido un error. Ha empeorado sensiblemente las ya difíciles relaciones que se han ido construyendo en los últimos años entre el cristianismo y el mundo musulmán. Y, en este punto, conviene recordar que las personas constituidas en autoridad están éticamente más obligadas a cuidar sus expresiones para no echar más gasolina a lo que algunos políticos irresponsables están convirtiendo en un trágico polvorín. A no ser que en Ratisbona se tuvieran otras intenciones ocultas que se han querido provocar, pero que luego, a la vista de las reacciones, se han abortado con los desmentidos.

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¿Qué se dijo, entonces, en Ratisbona que tanta polvareda ha levantado? Recordemos escuetamente la síntesis de un discurso, en realidad complejo y no tan bien trabado. Se está hablando de un tema académicamente importante como es la “racionabilidad de la fe” y esto desde un lugar que le da un carácter universal, como es la propia Universidad. Pero, curiosamente, lo que parece más fuerte en el discurso del Papa Benedicto XVI no es lo que, según yo creo, mayor polvareda ha levantado, sino lo que, en la lógica del discurso, aparece casi como algo anecdótico, o, al menos, como una consecuencia. Lo más fuerte es, creo yo y puedo equivocarme, la afirmación de la irracionabilidad de la fe musulmana, y la anécdota o la consecuencia es la violencia. Pues bien, a lo largo del discurso el paciente lector asiste al contraste que se va dibujando entre un cristianismo razonable y pacífico que, a través del paso por el helenismo, se reviste de universalidad y de paz y de un Islam que, ajeno el helenismo, es irracionablemente violento.

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