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ANATOMÍA DE LA CRISIS: DE LA RELIGIÓN NEOLIBERAL A LA SALVACIÓN SOCIALISTA

Éxodo 96 (nov.-dic.’08)
– Autor: José Miguel Rodríguez –
 
1. EL NAUFRAGIO DE UNA “REVOLUCIÓN”

Durante los últimos veinticinco años, la religión neoliberal ha tenido numerosos devotos e influyentes fieles. Pensadores como Bell, Berger, Kristol, Lipset, Novak, etcétera, destacaron los logros del capitalismo y la validez de su lógica tecno-económica, a la vez que se propusieron dotarlo de unos valores religiosos judeocristianos capaces de legitimarlo, dada su “crisis espiritual”. A lo largo de los pasados años noventa, varias obras del recordado José María Mardones pusieron de relieve la “contrailustración neo-conservadora” construida alrededor de ese proceso. Y, sin duda, durante cierto tiempo la estrategia funcionó. Fue toda una “revolución”, a decir de sus partidarios. El vistoso transatlántico neoliberal realizó innumerables viajes de recreo, con arribadas casi hasta los más recónditos puertos de nuestro mundo, progresivamente globalizado.

Ni siquiera el litoral de la República Popular China quedó al margen de la visita, de modo que este país, en el cual Mao lanzó “El gran salto adelante”, terminó asociado a un neoliberalismo precisamente calificado por Serge Halimi en uno de sus libros como Le grand bond en arrière (El gran salto hacia atrás): un verdadero fundamentalismo de mercado o, como ese autor suele decir, un auténtico leninismo de mercado. Pues bien, en este contexto hay que buscar las raíces económicas, políticas y sociales del modelo que hoy ha entrado en crisis. El transatlántico está ahora rodeado de todo tipo de remolcadores de altura, los cuales intentan evitar que se vaya a pique, mientras desde la cubierta los responsables de la catástrofe, megáfono en mano, gritan las instrucciones previstas en una viñeta del dibujante El Roto para este tipo de naufragio: “El capitalismo se hunde, los banqueros y los ricos primero”. El semanario The Economist ha propuesto “extremas medidas en defensa de la libertad”, pues “en el corto plazo defender el capitalismo significa, paradójicamente, intervención estatal”. Eso sí, este rescate global “es pragmático, no ideológico”, según dicen ahora… los ideólogos neoliberales.

Asombrada ante la situación, la gente de la calle sigue asimilando el Curso de Economía Política impartido diariamente por El Roto. Así, se pregunta por qué todos hemos de perder cuando se la pegan si sólo ellos ganaban cuando se forraban. En una reacción humanamente comprensible, tiene ganas de decir que siga funcionando lo que tanto defendían, la no intervención del Estado en la economía, rechazando por tanto ese curioso “paréntesis” en el funcionamiento del libre mercado que ha propuesto el máximo dirigente de nuestros empresarios. Máxime cuando el propio término “paréntesis” deja bien a las claras su intención profunda: que los agujereados y denostados botes de la salvación socialista acudan una vez más al rescate del capitalismo de casino –es decir, el de las crisis de siempre, si bien esta vez fomentado por los predicadores neoliberales–, para luego retornar a la “recta vía” en cuanto pase la tempestad.

Pese a esa reacción de la opinión pública, lamentablemente, como ha señalado Frédéric Lordon, una vez que la burbuja financiera ha explotado y el riesgo se ha difundido, el sistema financiero fuerza inevitablemente la intervención del Estado, porque su derrumbe implicaría con toda seguridad el hundimiento de la economía. Es un caso de robo con toma de rehenes.

Tal vez en un intento de calmar a las voces de la calle opuestas a la socialización de las pérdidas, el muy presidencial Nicolás Sarkozy aprovecha su elocuencia populista para exigir nada menos que “refundar el capitalismo”. Los neoliberales no corren el más mínimo riesgo de que realmente se haga. Pero, por si acaso, en España el anterior presidente del gobierno y la aspirante a ser su verdadera heredera como “lideresa” popular se han apresurado a defender el modelo ahora cuestionado. La segunda ha elogiado la reivindicación hecha por las juventudes de su partido de tres personas sin duda muy significativas: Reagan, Thatcher y Juan Pablo II, a quienes el 4 de junio de 2004 se les otorgaba en The Wall Street Journal el título de ganadores de la guerra fría, como protagonistas señeros de lo que fue, por un lado, una “revolución” política y económicamente neoliberal y, por otra parte, social, religiosa y culturalmente neoconservadora.

Desde la otra orilla, diversos voluntariosos y optimistas socialdemócratas creen llegado el momento de introducir al menos algunos cambios en el rumbo del transatlántico. Y hasta en alguna isla sobreviven robinsones que confían en el advenimiento de una crisis estructural del capitalismo, la definitiva; y se animan a regresar al continente con grandes esperanzas.

¿Qué puede decirse aquí sobre lo sucedido, sus causas y las lecciones para el futuro? A continuación se va a intentar perfilar muy sintéticamente el esquema explicativo de la crisis, es decir, sus aspectos técnicos generales. Después se pondrá énfasis en las raíces de lo acontecido, haciéndolo desde la “teología neoliberal” –como corresponde a lo que ha sido una religión–, para así poder apuntar finalmente las grandes líneas de las medidas de reforma que se debaten.

2. LA CRISIS Y SU SECUENCIA DE ACONTECIMIENTOS

En abril del año 2007, el Fondo Monetario Internacional predecía un vigoroso crecimiento mundial durante el resto de ese año y el siguiente, pese a que reconocía una “reciente volatilidad” (inestabilidad) en los mercados financieros. Y no es que fuera una más de sus a veces poco clarividentes previsiones. La verdad es que entonces esos mercados no anunciaban la situación que se ha ido viviendo después. Podría existir un menor crecimiento de la economía de Estados Unidos; sin embargo, por aplicación de la hoy difunta “teoría del desacoplamiento o la desconexión”, esa circunstancia no se transmitiría en gran medida al resto del mundo, pues los denominados “países emergentes” (China, Corea del Sur, India, Rusia, Brasil, etcétera) serían capaces de mantener el dinamismo económico del planeta por sus propios medios. Ni siquiera se perdió mucho tiempo en intentar entender de dónde provenía tal aumento de la volatilidad, atribuyéndolo a imprecisos “sentimientos de los mercados”.

Pocos meses después, en agosto, comenzó una crisis financiera cuyo primer episodio fue el problema generado por los famosos créditos hipotecarios de baja calidad (sub-prime, pues prime son los de buena calidad). Según datos del Banco de la Reserva Federal de San Francisco, en realidad estos créditos subprime no han llegado a alcanzar los setecientos mil millones de dólares, una cifra más bien limitada en comparación con los casi sesenta billones del patrimonio de los hogares norteamericanos en esa época. Y no han superado en ningún momento el veinte por ciento del total de los créditos hipotecarios en Estados Unidos. ¿Por qué, pues, la subsiguiente concatenación de acontecimientos? La respuesta sólo puede ser una: en el fondo, existían unos desequilibrios financieros mundiales, a lo que se añadía una “economía de casino”, basada en el riesgo y el endeudamiento, según venían denunciando desde hace tiempo ciertos profetas considerados —una vez más— perniciosos herejes. Y en el trasfondo había toda una forma muy determinada de entender la economía y los valores socialmente adecuados.

La inicial crisis financiera fue fruto de una fragilidad enmascarada por éxitos. Durante los últimos años, las nuevas tecnologías aumentaron la productividad en el conjunto del planeta, generando un impacto positivo en el crecimiento, las previsiones de beneficios, el crédito, la inversión y el consumo. Con unas economías nacionales progresivamente integradas, unos mercados financieros liberalizados o desregulados y unos bancos centrales triunfadores en su lucha contra la inflación, se fue creando lo que H. Minsky suele denominar la “paradoja de la tranquilidad”.

En ese contexto fue apareciendo un exceso de liquidez en el ámbito mundial, lo cual no es óbice para que ahora, entrados en la crisis, paradójicamente se hable de falta de financiación. Tal exceso de liquidez era el resultado de la propia expansión del crédito en un marco de crecimiento, las innovaciones financieras y unos tipos de interés reales —restada la tasa de inflación— bajos. Además, venía reforzado por la rápida expansión de la base monetaria mundial a través de la acumulación de reservas de divisas por parte de los países emergentes —sobre todo China— y exportadores de materias primas, quienes estaban logrando tasas elevadas de crecimiento, importantes excedentes comerciales en sus balanzas de pagos y altos niveles de ahorro.

Así las cosas, debería haberse producido un incremento de los precios al consumo —o sea, la tasa de inflación— y un empeoramiento de la economía. No fue así: la inflación fue reduciéndose, siendo además menos volátil, menos cambiante. Constituyó un efecto paradójico de la propia credibilidad de las políticas antinflacionistas que venían aplicando los bancos centrales. A la vez, fue el resultado de unos salarios contenidos en todos los países por las propias presiones y amenazas de la competencia globalizadora articulada dentro del modelo neoliberal. A ello se añade la presión a la baja en los precios de los productos manufacturados, derivada de los menores costes de su producción en los países emergentes y esto pese a que los precios de las materias primas iniciaron un ascenso sólo recientemente roto.

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