sábado, abril 27, 2024
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El principio-misericordia

Escrito por

Éxodo 134
– Autor: Jon Sobrino –

  1. El principio-misericordia

Por “principio-miericordia” entendemos aquí un específico amor que está en el origen de un proceso, pero que, además, permanece presente y activo a lo largo de él, le otorga una determinada dirección y configura los diversos elementos dentro del proceso. Este “principio-misericordia” –creemos– es el principio fundamental de la actuación de Dios y de Jesús, y debe serlo de la Iglesia.

  • “En el principio estaba la misericordia”

Es sabido que en el origen del proceso salvífico está una acción amorosa de Dios: ”He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores, me he fijado en sus sufrimientos y he bajado a liberarlos”( Ex. 3,7s). Dios escucha los clamores de un pueblo sufriente, y, por esa sola razón, se decide a emprender la acción liberadora.

A esta acción del amor así estructurada la llamamos “misericordia”. Y de ella hay que decir: a) que es una re-acción ante el sufrimiento ajeno interiorizado, que ha llegado hasta las entrañas y el corazón propio, y b) que esta acción es motivada solo por el sufrimiento.

A su vez, la misericordia se convierte en principio configurador de toda la acción de Dios, porque a) permanece como constante fundamental en todo el Antiguo Testamento; b) desde ella cobra lógica interna tanto la historización de la exigencia de la justicia como la denuncia de los que producen injusto sufrimiento; c) a través de esa acción y de sucesivas acciones de misericordia se revela el mismo Dios; y d) la exigencia fundamental para el ser humano y, específicamente para Su pueblo es que rehagan esa misericordia de Dios para con los demás y , de ese modo, se hagan afines a Dios.

 

  • La misericordia según Jesús

Esta primigenia misericordia de Dios es la que aparece historizada en la práctica y mensaje del misereor super turbas de Jesús, lo que configura su vida y misión y le acarrea su destino. Y es también lo que configura su visión de Dios y del ser humano.

  1. a) Cuando Jesús quiere hacer ver lo que es un ser humano cabal, cuenta la parábola del buen samaritano. Pues bien, ese ser humano cabal es aquel que vio a un herido en el camino, reaccionó y le ayudó todo lo que pudo. Lo único que nos dice es que lo hizo “movido a misericordia”.

La misericordia –como re-acción– se torna la acción fundamental del hombre cabal. Ser un ser humano es, para Jesús, reaccionar con misericordia ; de lo contrario , ha quedado viciada de raíz la esencia de lo humano, como ocurrió con el sacerdote y el levita, que “dieron un rodeo”.

Esa misericordia es también la realidad con la que en los evangelios se define a Jesús, el cual hace con frecuencia curaciones tras la petición: “ten misericordia”, y actúa porque siente compasión con la gente. Y con esa misericordia se describe también a Dios en otra de las parábolas fundantes: el Padre sale al encuentro del hijo pródigo y, cuando lo ve –movido a misericordia– reacciona, lo abraza y organiza su fiesta.

  1. b) La misericordia es el amor, pero hay que añadir que es una forma específica del amor. El amor práxico que surge ante el sufrimiento ajeno injustamente infligido para erradicarlo. La misericordia es lo primero y lo último: no existe nada anterior a la misericordia para motivarla, ni existe nada más allá de ella para relativizarla o rehuirla.

El samaritano es presentado por Jesús como ejemplo consumado de quien cumple el mandamiento del amor al prójimo; pero en el relato de la parábola no aparece para nada que el samaritano socorra al herido para cumplir un mandamiento, por excelso que sea, sino, simplemente, “movido a misericordia”.

De Jesús se dice que hace curaciones, pero no para recibir agradecimiento ni para que llegaran a pensar en su peculiar realidad o en su poder divino, sino “movido a misericordia”.

Del Padre celestial se dice que acogió al hijo pródigo y que actuó simplemente “movido a misericordia”. Misericordia es, pues, una actitud fundamental ante el sufrimiento ajeno, en virtud de la cual se reacciona para erradicarlo, por la única razón de que existe tal sufrimiento y con la convicción de que, en esa reacción ante el no-deber-ser del sufrimiento ajeno, se juega sin escapatoria posible, el propio ser.

  1. c) En la parábola se ejemplifica cómo la realidad histórica está transida de falta de misericordia –expresada en el sacerdote y el levita– lo cual es ya espantoso para Jesús; pero, además los evangelistas muestran que la realidad histórica está configurada por la anti-misericordia activa, que hiere y da muerte a los seres humanos y amenaza y da muerte también a quienes se rigen por el “principio-misericordia”.

Por ser misericordioso –no por ser un liberal– Jesús antepone la curación del hombre de la mano seca a la observancia del sábado. Sin embargo, sus adversarios –descritos, por cierto, con términos antiéticos a Jesús: “la dureza de su corazón” (v. 5)– no solo no quedan convencidos, sino que actúan contra Jesús: “En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos contra él, para ver cómo eliminarlo”(v. 6).

Cuando la misericordia es elevada al principio y subordina el sábado a la erradicación del sufrimiento, entonces la antimisericordia reacciona. Por trágico que pueda parecer, Jesús murió ajusticiado por ejercitar la misericordia consecuentemente hasta el final.

  1. d) A pesar de eso, Jesús proclama: “¡Dichosos los misericordiosos!”. La razón que da Jesús es que quien vive según el “principio-misericordia” realiza lo más hondo del ser humano, se hace afín a Jesús –el homo del dogma– y al Padre celestial. Jesús quiere que los seres humanos sean felices, y el símbolo de esa felicidad consiste en llegar a estar unos con otros, en la mesa compartida. Pero mientras no aparezca en la historia la gran mesa fraternal del reino de Dios, hay que ejercitar la misericordia y eso –dice Jesús– produce gozo, alegría, felicidad.

1.3.   El “principio misericordia”.

En la actuación de Jesús, siempre aparece como trasfondo el sufrimiento de las mayorías, de los pobres, de los débiles, de los privados de dignidad, ante quienes se le conmueven las entrañas. Y esas entrañas conmovidas son las que configuran todo lo que él es: su saber, su esperar, su actuar y su celebrar.

Así, su esperanza es la de los pobres, que no tienen esperanza y a quienes anuncia el reino de Dios. Su praxis es en favor de los pequeños y los oprimidos. Su “teoría social”, está guiada por el principio de que hay que erradicar el sufrimiento, masivo e injusto. Su alegría es júbilo personal cuando los pequeños entienden y su celebración es sentarse a la mesa con los marginados. Su visión de Dios, por último, es la de un Dios defensor de los pequeños y misericordioso con los pobres. En la oración por antonomasia, el “padre nuestro” es a ellos a quienes invita a llamar Padre a Dios.

Que la misericordia está en el origen de lo divino y humano y que no es pura reconstrucción especulativa se ve bien claro en el decisivo pasaje de Mt. 25: quien ejercita la misericordia “se ha salvado”, ha llegado a ser para siempre el ser humano cabal. La vida de los humanos se decide en virtud de la respuesta al clamor de los oprimidos.

  1. La iglesia de la misericordia

Este “principio-misericordia” es el que debe actuar en la Iglesia de Jesús; y el pathos de la misericordia es lo que debe informarla y configurarla. Si la Iglesia no está transida –por cristiana y humana– de la misericordia de la parábola, si no es antes que nada, buena samaritana, todas las demás cosas serán irrelevantes y podrán ser incluso peligrosas si se hacen pasar por principio fundamental.

  • Una Iglesia des-centrada por la misericordia

Es problema fundamental para la Iglesia determinar cuál es su lugar. Pues bien, el ejercicio de la misericordia es lo que pone a la Iglesia fuera de sí misma y en un lugar bien preciso: allí donde se escuchan los clamores de los humanos. El lugar de la Iglesia es el herido en el camino –coincida o no este herido, física y geográficamente, con el mundo intraeclesial–; el lugar de la Iglesia es “otro”, la alteridad más radical del sufrimiento ajeno, sobre todo el masivo, cruel e injusto.

Ponerse en ese lugar no es nada fácil para la llamada “iglesia institucional”, pero tampoco lo es para la llamada “iglesia progresista” ni para los puramente progresistas dentro de ella. Si es urgente, justo y necesario exigir el respeto a los derechos humanos y la libertad dentro de la Iglesia, tiene prioridad no obstante preguntarse cómo andan los derechos de la vida y de la libertad en el mundo. Este segundo enfoque está regido por el “principio-misericordia” y cristianiza lo primero, pero no necesariamente a la inversa. El cristianismo “misericordioso” puede ser progresista, pero éste, a veces, no es misericordioso. Es primario que la Iglesia se piense desde el exterior, desde “el camino” en que se encuentra el herido. Es urgente que el cristiano, el sacerdote y el teólogo, por ejemplo, reclamen su legítima libertad en la Iglesia, hoy coartada; pero es más urgente reclamar la libertad de millones de seres humanos que no la tienen simplemente para sobrevivir ante la pobreza, para vivir ante la represión, ni siquiera para pedir justicia o una simple investigación de los crímenes de que son objeto.

Todo sufrimiento humano merece absoluto respeto y exige respuesta, pero ello no significa que no haya que jerarquizar de alguna forma las heridas del mundo de hoy. Pero ya que la Iglesia es una y católica –según se dice de la verdadera Iglesia– hay que ver, ante todo, cómo anda ese herido que es el mundo en su totalidad. Cuantitativamente, el mayor sufrimiento, en este planeta, lo constituye la pobreza, que lleva a la muerte y a la indignidad que le es aneja, y ésta sigue siendo la herida mayor. Y esa gran herida aparece con mucha mayor radicalidad en el Tercer Mundo que en el Primero. Los humanos en el Tercer Mundo tienen muchísima menos vida y muchísima menos dignidad que los que han nacido en Estados Unidos, en Alemania, o en España.

Y si es verdad que en cada iglesia local hay heridas específicas y todas ellas han de ser sanadas y vendadas, las del Tercer mundo son la herida mayor para cualquier iglesia local. Si una iglesia local no atiende a esa herida mundial, no podrá decirse de ella que está regida por el “principio-misericordia”.

A todas las heridas hay que atender con misericordia, pero sin hacer pasar a segundo plano lo que es primero, e incluso preguntándose si una parte de la raíz de ese sinsentido –del malestar de la cultura– no proviene, consciente o inconscientemente, de la corresponsabilidad de haber generado un planeta mayoritariamente herido por la pobreza y la indignación.

  • La misericordia consecuente hasta el final

Cuesta mantener la supremacía de la misericordia sobre el egocentrismo, que inevitablemente acaba en egoísmo. De ahí, el “rodeo” del sacerdote y del levita. Pero cuestas mantenerla, sobre todo, cuando, por defender al herido, se enfrenta con los habitualmente olvidados de la parábola, los “salteadores”, y cuando estos reaccionan.

En este mundo se aplauden o se toleran “obras de misericordia” pero no se tolera a una Iglesia configurada por el “principio-misericordia”, el cual le lleva a denunciar a los salteadores que producen víctimas, a desenmascarar la mentira con que cubren la opresión y a animar a las víctimas a liberarse de ellos.

Cuando eso ocurre, la Iglesia –como cualquier otra institución– es amenazada, atacada y perseguida, lo cual a su vez verifica que la Iglesia se ha dejado regir por el “principio-misericordia”, y no se ha reducido simplemente a las “obras de misericordia”.

En América Latina, ambas cosas aparecen con toda claridad. La Iglesia configurada por el “principio misericordia” va más allá de las “obras de misericordia” y entonces es también tocar los ídolos, “los dioses olvidados”, lo cual no significa que sean ya los dioses superados, pues siguen bien presentes, aunque encubiertos. Así lo hizo y experimento Monseñor Romero. Comenzar y mantener la misericordia le supuso dolorosos conflictos intraeclesiales y arriesgar su anterior prestigio eclesial, su fama, su cargo de arzobispo y hasta su propia vida. Pero le supuso arriesgar algo todavía más difícil e infrecuente de arriesgar: la institución.

A nadie le meten a la cárcel ni lo persiguen simplemente por realizar “obras de misericordia”, y tampoco lo habrían hecho con Jesús si su misericordia no hubiera sido, además, lo primero y lo último. Pero cuando lo es, entonces subvierte lo valores últimos de la sociedad, y ésta reacciona en su contra.

A quienes ejercitan la misericordia les llaman hoy de todo. En América Latina los llaman –lo sean o no– “subversivos”, “comunistas”, “liberacionistas”… Y hasta los matan por ello.

La Iglesia de la misericordia debe, pues, estar dispuesta a perder la fama en el mundo de la anti-misericordia; debe estar dispuesta a ser ”buena”, aunque por ello le llamen “samaritana”.

 

  • La Iglesia de la misericordia se hace notar como verdadera Iglesia de Jesús

La Iglesia regida por el “principio-misericordia” muestra que su fe es, ante todo, una fe en el Dios de los heridos en el camino, Dios de las víctimas. Su liturgia celebrará la vida de los sin-vida, la resurrección de un crucificado. Su teología será intellectus misericordiae (iustitiae, liberationis), y no otra cosa es la Teología de la Liberación. Su doctrina y practica será un desvivirse téorica y prácticamente, por ofrecer y transitar caminos eficaces de justicia. Su ecumenismo surgirá y prosperará –y la historia demuestra que así ocurre– alrededor de los heridos en el camino, de los pueblos crucificados, los cuales, como el Crucificado, lo atraen todo hacia sí.

Para terminar, tres cosas. La primera, que todo lo dicho hasta ahora no es más que reafirmar la opción por los pobres que debe hacer la Iglesia. Nada nuevo, por tanto. La segunda, que la misericordia es también una bienaventuranza; y, por ello, una iglesia que siente gozo y por eso puede mostrarlo anunciando el eu-aggelion, una buena noticia que es verdad y produce gozo. Y la tercera y la última, que una iglesia de la misericordia “se hace notar” en el mundo de hoy. Y se hace notar, de manera específica, con credibilidad. Con credibilidad en el ejercicio de la libertad en su interior y en la exposición razonable de su mensaje.

Y creemos que hacer esto en la totalidad del mundo supone la máxima credibilidad de la misericordia consecuente, precisamente porque ésta es lo más ausente en el mundo de hoy. Entre los aburridos de la fe, los agnósticos y los increyentes, esa Iglesia hará al menos respetable el nombre de Dios y éste no será blasfemado por lo que hace la Iglesia. Entre los pobres de este mundo, esa Iglesia suscitará aceptación y agradecimiento.

Una Iglesia de la misericordia consecuente es la que se hace notar en el mundo de hoy, y se hace notar “como Dios manda”. Por ello, la misericordia consecuente es “nota” de la verdadera iglesia de Jesús.

 

 

*Este artículo es un resumen esmerado hecho por Benjamín Forcano de la publicación del autor, Jon Sobrino, hecha en Sal Terrae, 927.

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