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ECO-SOBERANÍA POPULAR

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Exodo 107 (ener.-febr) 2011
– Autor: Luigi de Paoli –
 
El reciente éxito de la democracia en muchas regiones del mundo ha abierto grandes esperanzas a la humanidad. Pero sería más coherente afirmar que la democracia es una meta noble, aun cuando no haya coincidido con la soberanía popular; y que todas las democracias son genéticamente capitalistas y potencialmente subversivas del orden social y natural.

Aun admitiendo que la democracia puede coincidir con su raíz etimológica (poder del pueblo) debemos preguntarnos, ¿también el pueblo está llamado a ejercer su propia soberanía sobre la flora y la fauna, o, por el contrario, debe aprender de ellas?

Avanzamos la hipótesis de que la única póliza de seguros para pueblos angustiados por las múltiples crisis es la eco-democracia, o sea, un proceso de autogestión de los bienes coherente con la maravillosa evolución que rige la naturaleza. La soberanía popular coincide con la ecodemocracia cuando se adecúa al modelo del sistema viviente en la naturaleza, teniendo en cuenta su auto-formación, su autoconocimiento y su autorregulación.

Aristóteles, hace 2500 años, escribía que la democracia supone diferencias de opinión y de estrategias, pero rechaza las desigualdades entre ricos y pobres, en cuanto eso implica una diferencia de poder que, en un sistema fundado sobre la soberanía del pueblo, debe ser igualitario. El Iluminismo ha destilado el lema “liberté, fraternité, égalité” como propiedades constitutivas de la democracia que florecen con el aprendizaje cotidiano de la solidaridad. No obstante, gran parte de la crítica social actual denuncia una igualdad meramente electoral, como sucede en la democracia con genotipo capitalista, que no impide que se establezcan distancias insoportables entre ciudadanos. Albert Camus señala que “si el hombre fracasa en conciliar la justicia con la libertad, fracasa en todo”.

En la democracia autorregulada todos se reconocen falibles, defectuosos e inciertos, pero con capacidad para evolucionar desde el desorden, como enseñan los sistemas vivientes. La autoorganización parte desde la imperfección, lo que obliga a todos a buscar, como hacen la flora y la fauna desde hace millones de años, nuevas alternativas para seleccionar lo óptimo.

En definitiva, el derecho a la soberanía popular no es de por sí suficiente para garantizar una buena gestión de los bienes colectivos. Se requiere que la democracia sea ecomimética, es decir, que emule el oikos, la casa de la familia terrenal. La biomímesis (mimesis=imitación) es la fecunda imitación de los procesos naturales y conlleva una atención especial hacia los seres más indefensos.

En la mayoría de las actuales constituciones democráticas se afirma que el pueblo es soberano, lo que significa que parlamentos, jefes de gobierno, leyes e instituciones dependen del pueblo, que no admite otra autoridad por encima de sí mismo. La paradoja es que, a pesar de ser titulares de la soberanía, los ciudadanos se sienten solamente súbditos, con el único derecho de votar cada 4 o 5 años. Es urgente que nos metamos todos en la cabeza que la vía para asegurar y hacer evolucionar la vida es incorporar las dinámicas de los seres vivientes, creando desde abajo una conexión autorreguladora.

Considerando las enseñanzas procedentes de las nuevas visiones biológicas, nos atrevemos a presentar algunos rasgos de una democracia eco-mimética (que se completan en capítulos siguientes con la autoorganización y la eco-democracia planetaria).

Una pedagogía infalible para construir una democracia con auténtica soberanía popular consiste en dejarse guiar por el ecosistema, que, desde tiempos inmemorables, aprendió a acoplar violencia y compasión, avidez y frugalidad, memoria del pasado y tensión evolutiva, disgregación y autoconstrucción. El fundamento de una soberanía popular quedaría en pura ficción si la soberanía no fuera simultáneamente monetaria, económica, audiovisual, alimentaria y educativa.

SOBERANÍA MONETARIA

Aun cuando sea fuerte la sospecha de que el verdadero poder reside en el sistema bancario, pocos imaginan que el Estado democrático depende totalmente del binomio crédito-deuda, montado por los bancos centrales.

La paradoja es evidente: las constituciones democráticas alardean del principio de que los electores tienen el poder de decidirlo todo, pero los gobiernos conspiran para despojarlos del derecho a conocer, guiar y controlar la dinámica del dinero. La Unión Europea, por ejemplo, aprueba el nombramiento del gobernador del BCE, a sabiendas de que los verdaderos dueños son grupos “privados”. Con algunas variantes, las mismas consideraciones valen para el Banco Central de los Estados Unidos, la Federal Reserve que, desde hace un siglo, cuenta con el monopolio del dólar como divisa. En definitiva, la creación del dinero –prácticamente ex nihilo– ha sido tácitamente delegada a los empresarios del provecho, a quienes Roosevelt denominaba banksters, feliz acoplamiento de banker (banquero) y gangster (bandido). Henry Ford, entre cínico y sincero, afirmaba: Es bueno que un pueblo no entienda el sistema de los bancos y del dinero ya que, de entenderlo, habría una revolución antes de mañana por la mañana.

En la actualidad no faltan economistas ni movimientos que sugieran una Reforma del Sistema Monetario (www.monetaryreform.com; www.centrostudimonetari.org; www.users.globalnet.co. uk/-bamri).

Millones de norteamericanos ya se han autoorganizado en la Neighborhood Assistence Corporation of America promoviendo la creación de juntas de vecinos, brindando asistencia legal gratuita y montando campañas mediáticas para reformar la legislación vigente. Los bancos chinos tienen como socio mayoritario al Estado, lo que les ha permitido un crecimiento más ordenado. Y el Sistema Bancario Islámico, tendencialmente se desarrolla de acuerdo con las normas del Corán que prohíbe “el interés fijo”, considerado una forma de usura; favorece la coparticipación entre deudores y acreedores; exige que los negocios estén relacionados con actividades económicas productivas; obliga a “purificar” las riquezas personales y las de los bancos, reservando una parte de las utilidades a favor de los pobres.

SOBERANÍA ECONÓMICA

Economía y Naturaleza proceden en paralelo desde siempre. La eco-nomía es pariente cercano de la eco-logía, puesto que los sistemas vivientes siguen rigurosas leyes económicas que los orientan a optimizar los recursos, minimizar el derroche, satisfacer las necesidades de los individuos, mantener el equilibrio del conjunto.

No es necesario ser un científico para entender que una Economía Ecológica no puede prescindir de los tres factores siguientes: el “natural” o la irreversibilidad de los cambios ambientales; la equidad intergeneracional, para no privar de los bienes de la Tierra a los futuros seres vivientes; y la incertidumbre relativa a los éxitos a largo plazo. En este sentido son estimulantes las perspectivas de una economía con bajas emisiones (de gases) y elevada eficiencia; y las fuentes energéticas “dulces” (solar, eólica, biomasa, microhidráulica, geotérmica, etc.), que, estando presentes en gran parte del territorio y al alcance de todos, son potencialmente democráticas, a diferencia de las fósiles que se hallan concentradas en pocos países y dominadas por oligarquías.

En una economía eco-democrática cada ciudadano se convierte en protagonista, reuniendo en sí mismo el homo sapiens (consciente), el homo faber (artífice), el homo laborans (que fatiga), el homo oeconomicus (que administra) y el homo respondens (que sabe rendir cuenta de sus acciones). Conforme a esta perspectiva resulta obsoleta la división, creada por el liberalismo, entre quienes tienen la propiedad del capital financiero y quienes poseen la propiedad del capital transformativo, los trabajadores. La Economía Empresarial Social, respaldada por Stephen Goldsmith, indica que las endémicas deficiencias de las infraestructuras sociales pueden ser superadas, si son encomendadas no al activismo filantrópico ni a las compañías particulares, sino a verdaderos empresarios sociales, que tengan el objetivo de conjugar eficiencia y calidad de servicios.

En África, ministros y jefes de Estado se han reunido en Burkina Faso (2005) para realizar un sueño económico y ecológico a la vez: detener el avance del desierto, creando una “Gran Muralla Verde”, una faja subsahariana de 7.000 kilómetros de largo por 15 kms de ancho, desde el Océano Atlántico hasta el Océano Índico.

El más famoso promotor de una Economía Alternativa, el economista Mohammed Yunus, ha sido galardonado con el Premio Nobel de la Paz (2006). Él es el fundador del Grameen Bank de Bangladesh, entidad difundida en 57 naciones. Su atrevimiento consiste en hacer lo contrario de lo que normalmente hacen los bancos, sin quebrar nunca: otorga microcréditos, poniendo la confianza en las mujeres y no en los hombres; en los pobres (aunque sean considerados “morosos”) y no en los ricos acreditados; en pequeñas entidades (social business) y no en actividades especulativas. Su éxito es tal que Yunus ha promovido cooperativas para la pesca y la cría de animales, siempre a través de microcréditos. Con el Grameen Bank ha proyectado también llevar energía eléctrica a millones de viviendas, financiando la construcción de plantas de biogás y paneles voltaicos.

SOBERANÍA MASS MEDIÁTICA

Otro sector en el cual los pueblos han renunciado a autoorganizarse y a ejercer una legítima soberanía es el de la comunicación de masas (mass media), que se ha transformado en una colosal máquina psicohomologante, dominada interesadamente por unas pocas multinacionales y gobiernos autoritarios.

En Occidente existe el mito de que la información es libre porque hay una amplia selección de periódicos y de canales de radio-televisión; pero, en realidad, existe la autocensura previa, causada por el temor a dañar intereses de gobiernos, banqueros y grupos económicos. Pocos directores de diarios o de emisoras se aventuran a abrir sus espacios a denuncias o noticias que perjudiquen la imagen de sus espónsor publicitarios. La democracia, basada en una real soberanía popular, exige, por el contrario, una absoluta reversibilidad de la información. Lo que es conocido por la cúspide debe serlo también por la base, en analogía con lo que ocurre en el sistema viviente. En la ecodemocracia los medios de comunicación protegen los bienes inmateriales e inconmensurables que son la moral, la cultura, el arte, la sanidad y la justicia. Estos bienes son tan relevantes para la comunidad humana que no pueden depender del interés de unos pocos. A este propósito el filósofo Jürgen Habermas afirma: En el Estado democrático constitucional también hay bienes públicos (como la comunicación política no manipulada) que no pueden ser recortados para satisfacer las expectativas de ganancias por parte de los inversionistas financieros. La necesidad de información de los ciudadanos no puede ser satisfecha por la cultura consumista y desmenuzada por una televisión privada que cubre todo lo posible.

SOBERANÍA ALIMENTARIA

La agricultura mundial, conforme a los datos de la FAO, asegura una elevada ocupación: el 50% de la fuerza laboral mundial, equivalente a 1.500 millones de campesinos, asalariados y estacionales, trabaja la tierra sin derechos sindicales ni protección sanitaria. El sistema agrícola moderno, en la medida en que se aleja del tradicional, consigue un indudable incremento del rendimiento, pero con dos graves daños colaterales: el aumento de los gastos y del consumo de energía. Y todo esto empeorado por los monocultivos que Jean Ziegler califica como “crimen contra de la humanidad”. La agricultura agroespeculativa, además de eliminar a los campesinos, consume grandes cantidades de energía fósil mediante el uso de potentes máquinas. De esta manera, los productores de arroz americanos gastan una cantidad de energía 380 veces mayor a la empleada por los campesinos de las Filipinas.

Los procesos que amenazan a la agricultura han originado vanguardias preocupadas por la soberanía alimentaria, la cual amplía las implicaciones sociales y políticas del asunto. La declaración sobre la Soberanía Alimentaria de los Pueblos (1996) se expresa de la forma siguiente: La soberanía alimentaria es el derecho de cada pueblo a definir sus propias políticas agro-alimentarias; a proteger la producción agro-zootécnica y su propio mercado nacional, con el propósito de alcanzar objetivos de desarrollo sostenible; a decidir en qué medida desean ser autosuficientes; a impedir que sus propios mercados sean invadidos por los excedentes de producción de otros países, introducidos en el mercado internacional a través de la práctica del dumping. La soberanía alimentaria no niega el comercio internacional, pero defiende la opción de cada país a poner en práctica políticas y estrategias comerciales que defiendan mejor el derecho de la población a disponer de métodos productivos y de bienes alimentarios sanos, nutritivos y ecológicamente sostenibles.

Nuevas alianzas transnacionales brotan entre agricultores y consumidores con el fin de oponerse al estrangulamiento practicado por los dueños de la Bolsa de Chicago y por especuladores que hasta apuestan por la probable escasez de alimentos. En el año 2000, personalidades acreditadas de la cultura, bajo la presidencia de Mikhail Gorbachev, elaboran la Carta de la Tierra, que pone a los habitantes de Gaia frente a un dilema ineludible: O creamos una alianza global para proteger la tierra y ocuparnos los unos de los otros, o corremos el riesgo de la destrucción, tanto nuestra como de la de la diversidad de la vida. Diez años después la Asamblea General de la ONU, bajo la presidencia de Miguel D’Escoto, aprueba “La Declaración Universal del Bien Común de la Tierra y de la Humanidad” (2010).

SOBERANÍA EDUCATIVA Y ECO-ALFABETIZACIÓN

El desarrollo de los niños, tras un periodo de protección familiar, continuaba universalmente en el contexto de la comunidad local, mediante la cual entraban en contacto con los distintos aspectos de vida: la siembra de los campos, la cría de animales, la cosecha de frutas, el abastecimiento de agua. Esta progresiva inserción del niño en el ciclo de la naturaleza ha sido rota por las democracias modernas, que han secuestrado la infancia arrinconándola en espacios llamados “escuelas”, donde se divide el saber y el hacer y donde se pierde definitivamente cualquier contacto con el hábitat. Es impresionante la discrepancia con los mamíferos que educan a los hijos a través de la búsqueda de los alimentos, el reconocimiento del territorio, la identificación de los peligros, el contacto con las especies diferentes y la gestión de la rivalidad.

La tarea de una educación ecodemocrática, consecuencia de la soberanía popular, debería ayudar a los niños a integrar el espíritu y la materia, la lectura de los libros y la de la naturaleza, la gramática del idioma y la codificada de la biosfera. “Más vale una cabeza bien hecha que una cabeza bien llena”, afirmaba Montaigne. La eco-alfabetización se sirve de todas las estrategias no para enseñar, sino para descubrir cómo se ahorra energía en las viviendas, cómo vestirse de manera menos costosa, cómo reciclar mercancías y embalajes y cuáles son los materiales más convenientes.

Está suficientemente documentado que las abadías benedictinas supieron crear, durante siglos, sistemas complejos, altamente democráticos y comunitarios, donde la meditación se entrelazaba con los trabajos en el campo, la artesanía con la difusión de la cultura a través del libro, la farmacopea con el estudio de las enfermedades, el saneamiento de los terrenos con la producción de diversas formas de arte, desde la arquitectura hasta la música.

En muchos centros educativos se están creando ya grupos interdisciplinales y multiculturales (con docentes, padres, expertos, voluntarios y otros) que constituyen verdaderos viveros bio-céntricos, donde se aprende a ayudar a quienes tienen dificultades para dominar el oscuro mundo interior, desarrollando actividades culturales, teatrales, deportivas y lúdicas en grupos. Está comprobada la utilidad, sobre todo en los barrios marginales, de los coros y orquestras juveniles que estimulan el buen gusto y la autoestima. En Venezuela, acosada por bandas juveniles violentas, el maestro de música José Antonio Abreu crea “la música para todos, de todos, en todas las aldeas”. Después de 30 años de trabajo apasionado saca a 300.000 niños y jóvenes de la calle y los moldea en las “escuelas de música”, formando 300 orquestas.

En Burundi, azotado por el odio inter-étnico y las masacres indiscriminadas, Mama Maggy, Marquerite Baekitse, recoge a los primeros niños que huyen del horror. Termina adoptando a diez mil de ellos, funda la Maison Shalom, donde afluyen miles de huérfanos, provenientes también de zonas limítrofes. Con ayudas modestas, Mama Maggy monta un hospital pediátrico y varios ambulatorios.

Representan una auténtica novedad las experiencias de diferentes naciones del Atlántico Norte que han creado urbanizaciones planificadas para vivir en forma eco-sostenible y comunitaria, inspiradas en la amistad y en la ayuda recíproca. Un ejemplo significativo es la Ciudad de Ithaca (New York). Muchos de los 28.000 habitantes, de manera autónoma, han ideado un plan de la ciudad, cuyas residencias están ubicadas alrededor de placitas, libres de tráfico y con instalaciones recreativas para los niños. Tienen una moneda local, una Bolsa de Valores y un fondo para Proyectos Ecológicos, una Cooperativa de Crédito y otra de Alimentos, un Fondo Médico para las emergencias y el Servicio Dental, grandes pistas para bicicletas y peatones, producciones de música y casas discográficas. La vida comunitaria se desarrolla en un centro social, donde se realizan seminarios. Todos son invitados a donar 2 o 3 horas a la semana para el buen funcionamiento de la comunidad.

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