viernes, abril 26, 2024
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Argentina contra Franco. El gran desafío de la impunidad de la dictadura, de Marío Amorós

Escrito por

Éxodo 124
– Autor: Evaristo Villar –

Pascual Serrano acaba de publicar en la colección A Fondo, de Akal, un librito de poco más de cien páginas, escrito por Mario Amorós, doctor en Historia y periodista, autor, a su vez, de otros diferentes libros entre los que destaca Allende. La Biografía. Argentina contra Franco intenta acercarnos al proceso “judicial e histórico” contra el franquismo que está llevando la justicia argentina, dirigida, en este caso, por la jueza María Servini de Cubría. Más de trescientas personas y cien organizaciones respaldan desde CEAQUA (Coordinadora Estatal de Apoyo a la Querella Argentina), creada en 2012, la querella contra “todas las expresiones de represión del fascismo español entre julio de 1936 y junio de 1977: los fusilamientos, la tortura, la prisión política, el exilio, el trabajo esclavo, el robo de bebés, los desaparecidos, los depurados, las fosas del olvido, etc.” (9 y 97).

El texto se ajusta perfectamente a lo que Pascual Serrano espera de esta colección: información veraz, rigor en el análisis y lenguaje accesible.

El trabajo de Mario Amorós se desarrolla en tres escenarios complementarios. El primero, que titula Proceso a una dictadura criminal, aporta las escalofriantes cifras que, según el “holocausto español” de Paul Preston 2011, se produjeron durante el golpe militar del 1936, la crueldad de la victoria del 1939 y 1940 y la coerción de una dictadura que se apoyó básicamente en la implacable represión de la Brigada Político-Social y en los juicios-farsa del Tribunal de Orden Público. Después del cínico castigo que el desacreditado sistema jurídico español ha perpetrado contra el juez Baltasar Garzón, la Querella Argentina, actualmente en activo, se presenta como el único intento serio de hacer justicia a los vencidos, es decir, a las oficialmente olvidadas víctimas del lado republicano.

El segundo escenario se centra en el emblemático edificio de la Real Casa de Correos (siglo XVIII) de la Puerta del Sol de Madrid, donde se proclamó la II República el 14 de abril de 1931 y se convirtió luego, durante la dictadura franquista, en sede de la Dirección General de Seguridad y de la Brigada Político-Social. El autor, refiriéndose a este sórdido y tétrico lugar, principal foco de la represión franquista, no duda en calificarlo como “El infierno de Sol”. Reconvertido actualmente en flamante sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid, nada alude en él a esa otra “historia siniestra” de más de 40 años durante los que fue una oscura catacumba para causar, de entrada, terror a los detenidos y prepararlos para los terribles interrogatorios y torturas que les esperaban después (41).

En este largo capítulo el autor recoge y relata, entre los miles de visitantes forzados a entrar es este terrible lugar —cuyas vidas quedaron para siempre marcadas por “el odio, la crueldad y el sadismo” de los torturadores (45) —, el estremecedor testimonio de diez destacados militantes que no hipotecaron su dignidad personal, ni la libertad de las clandestinas formaciones políticas y sindicales a las que pertenecían, ante la crueldad de las torturas. Algunos nombres nos resultan suficientemente conocidos como Willy Meyer, Julián Hidalgo, Jesús Rodríguez, Chato Galante, Paco Lobatón, Felisa Echegoyen y Roser Rius Camps, Alfredo Rodríguez, Manuel Blanco Chivete, etc. Su memoria pone en sordina la ejemplaridad de una Transición que no fue en esto precisamente modélica, y deja, sobre todo, en muy mal lugar la injusta y desafortunada amnistía del 1977, hecha desde la insensibilidad del poder y su desprecio a una parte muy significativa de la ciudadanía española.

Es muy significativo al respecto el “reciclaje e impunidad” del que han gozado los mayores torturadores materiales vinculados a esa “casa de los horrores”. Mario Amorós trae a escena por el inhumano papel desempeñado por estos victimarios, entre otros menos conocidos, a Saturnino Yagüe (comisario ya fallecido), a Roberto Conesa (“el superagente” implicado en la detención de las “Trece Rosas” y en la sucia lucha posterior contra el GRAPO), a Manuel Ballesteros (uno de los “más despiadados agentes”, posteriormente condenado varias veces por su lucha sucia contra ETA), a José Sainz González (investigador policial que acabó siendo director general de la Policía Nacional); y, sobre todo, Juan Antonio González Pacheco (Billy el Niño), que se consideraba a sí mismo como el “pistolero de Far West” (70) y que, según todos los testimonios, “disfrutaba torturando a los detenidos“ (73); “Billy es, a juicio de Enrique Aguilar Benítez, catedrático de filosofía, un sádico, un excelente policía para la dictadura” (94).

Leyendo estos relatos de tortura y reflexionando sobre los argumentos y razones que utilizaban los torturadores para justificar sus prácticas inhumanas, no puedo evitar la repugnancia que me provoca “esa mezcla de odio, crueldad y sadismo” con que actúan (45), el “disfrute en la humillación y la tortura” (49), y, sobre todo, la forma cómo “bordaban su trabajo” sucio porque “estaban convencidos de que era lo que les pedían sus jefes”. Me viene a la memoria la “banalidad del mal” con que califica Hannah Arent estas conductas expresamente educadas para obedecer ciegamente la ley y seguir órdenes superiores sin preguntarse nunca por la moralidad ni las consecuencias de las mismas.

El tercer escenario, que Amorós titula “hacia el fin de la impunidad”, se inicia con el poema “Siempre” de Pablo Neruda (“Un día de justicia conquistado en la lucha”) y se cierra con el convencimiento expresado por los componentes de la CEAQUA ante el fiscal jefe de la Audiencia Nacional, Javier Zaragoza: “Queremos juzgar la dictadura, no estamos hablando de los casos concretos de dos personas (Jesús Muñecas Aguilar y Billy el Niño, para quienes se solicitó la extradición en septiembre de 2013). Pronto tendrán más solicitudes de extradición, y luego más, y más. Desde octubre en todo consulado argentino en cualquier país una persona puede denunciar crímenes del franquismo y a un criminal concreto. Es un proceso que no lo van a poder parar” (98).

Cada día que pasa se me va imponiendo con mayor fuerza la imagen de una sociedad, en la que vivo, fundamentalmente buena y escrupulosamente respetuosa con viejas leyes y malas tradiciones. Como los nenúfares sobre el impasible cristal del lago, emergen en ella, predominantemente, aquellas personas que saben rodearse de un clima apropiado, es decir, los pícaros, los caciques y los perversos. Y estos también hunden cínicamente sus raíces hasta la profundidad del lago para chupar las bondades de una sociedad demasiado obediente y sumisa. ¿Hasta cuándo?

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