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Una muerte feliz, Hans Küng, Trota, 2018

Éxodo 152
– Autor: Miguel Ángel de Prada –

A los 86 años y con sabor a testimonio confesional, H. Küng concluyó en 2015 este breve texto que no tiene formato de libro profesoral, sino de puzle. Confiesa en el ‘Prólogo personal’, la gratitud porque se le hayan concedido las fuerzas para acabarlo y que ‘no aspira a aclarar definitivamente la compleja cuestión de la eutanasia, sino que más bien pretende contribuir a un proceso de debate continuo y aportar la voz de un teólogo cristiano afectado él mismo de una manera existencial por esta problemática” (p.14). En la ‘Introducción. ¿Puede ser una felicidad o una suerte morir?’, declara que el ars moriendi le ha tenido ocupado desde los años 50, cuando murió de un tumor su hermano Georg a los 22 años y, posteriormente, cuando falleció después de 10 terribles años de enfermedad su colega profesoral Walter Jens en 2013 con el que había escrito Morir con dignidad. Un alegato a favor de la responsabilidad. Las experiencias de las terribles enfermedades de su hermano y su colega y, sobre todo, la vivencia de que a W. Jens se le pasó el tiempo de decidir con consciencia sobre su muerte, le marcaron profundamente.  En el III volumen de sus memorias, Humanidad vivida (2013), relata el historial propio de sus enfermedades (parkison actualmente y otras dolencias) y en el último capítulo, El atardecer de la vida, expone claramente su postura en relación con el tránsito hacia la muerte. Para H. Küng, “en mi modo de entender las cosas, aplazar indefinidamente mi vida temporal no se corresponde con el arte vivir ni con mi fe en una vida eterna. Llegada la hora, yo debo decidir responsablemente (en el caso de que pueda hacerlo y si no, habiéndolo manifestado previamente) el momento y el modo de mi tránsito hacia la muerte. Si se me concediera este deseo, me gustaría morir consciente y despedirme digna y humanamente de mis seres queridos. Morir feliz  no significa una muerte sin nostalgia ni dolor por la despedida, sino una muerte con una completa conformidad, una profundísima satisfacción y una paz interior (pp. 16-17).

Tal fue la repercusión en la opinión pública alemana de esta posición ante la eutanasia de un teólogo católico, que el canal ARD de la televisión alemana le hizo una entrevista ese mismo año 2013. La trascripción de la entrevista, titulada De la felicidad a la contradicción,  también  se recoge en el libro (págs. 21-31). La periodista Anne Will no ahorra ahondar en los temas más espinosos y le pregunta directamente: ‘¿por qué desea terminar con su vida, si percibiera indicios de una demencia incipiente?’ La respuesta es también directa: Porque no soy de los que piensan que la vida terrenal lo es todo… No creo que vaya a morir en una nada…, sino que voy a morir en una última realidad… y que desde allí encontraré una nueva vida. Esta es mi convicción por la fe. Y esta me permite, naturalmente, ser algo más soberano en lo relativo a la duración y a la perserverancia en esta vida” (p. 22-23) Y de nuevo le pregunta: “Su iglesia entiende la vida como un regalo de Dios. Y, en consecuencia, el suicidio es una negativa al sí de Dios al ser humano. ¿Está ud. realizando, de algún modo, una última protesta dirigida a la iglesia oficial?”. La respuesta: “Creo que la dirección de la iglesia debería esforzarse por una actitud diferente en relación con la eutanasia. (Gran parte de) la población alemana considera correcto que en la última fase de la vida una persona se valga del suicidio dependiendo de las circunstancias. La iglesia ha quedado simplemente rezagada en la reflexión y en la decisión (…) Como persona creyente, creo que la vida me ha sido regalada por Dios a través de mis padres, pero esto  quiere decir que ese regalo de la gracia de Dios significa también para mí responsabilidad. ¿Por qué ha de cesar esa responsabilidad en su última fase”? H. Küng aclara que nos encontramos en una situación similar a cuando trató la iglesia católica el asunto del control de la natalidad (Humanae vitae, 1968), declarando la anticoncepción pecado mortal. En su opinión, simplemente la iglesia tomó una decisión equivocada y provocó mucho sufrimiento en los fieles y una clara disociación entre la doctrina eclesial y las prácticas de los fieles. “Yo quiero que la iglesia ayude al ser humano en el tránsito hacia la muerte y que no sólo le proporcione la extremaunción. Se trataría de ayudar a morir bien a una persona que desea morir” (p. 25)

Esta postura tan decidida  y su participación con W. Jens en la Sociedad Alemana por una Muerte digna, le valió el Premio especial Arthur Koestler 2013. En el breve discurso de respuesta, H. Küng se muestra agradecido, a pesar de que sabía que por recibirlo tendría que contar con un aluvión de renovadas críticas. De modo conciso declaró que “no defiendo ni planeo ningún suicidio (…) Sin embargo, defiendo mi responsabilidad en mi muerte en un momento dato, una responsabilidad de la que nadie puede desposeerme” (p. 38). Las reacciones a favor y en contra de estas declaraciones no se hicieron esperar y el autor las recoge a lo largo de todo el texto pero especialmente en el apartado Primeras reacciones (pp. 32-35). Es más, con una de ellas comienza el libro: ”Está ud. poniendo en peligro la obra de toda su vida con su decidida acción en defensa de la responsabilidad propia en el tránsito hacia la muerte” (p.13); otras muchas declaraciones son también autocuestionantes, como la siguiente: “Entendemos que esté desesperado, a la vista de la fragilidad de su salud y que escriba: ’no quiero seguir viviendo como una sombra de mí mismo’ (…) Una muerte mediante eutanasia activa, en un centro sanitario comercial de pago suizo, eso es indigno de un H. Küng al que adoramos por su valentía y su rectitud. Eso decepcionaría a miles de personas que se han orientado y fortalecido con las máximas de sus libros, en especial ‘Ser cristiano’ (p.98).

Para el autor su posicionamiento sólo puede valorarse adecuadamente si se conoce algo de los esfuerzos de toda su vida por otros asuntos, como la cuestión de Dios, la vida eterna, el proyecto de ética mundial, etc. No pretende decepcionar a nadie, sino proponer un debate. Lo que podemos llamar segunda parte del libro, “Aclaración y Profundización” (pp. 39 -106) se dedica, precisamente a ir desmenuzando estas cuestiones. Los títulos de los 8 capítulos siguientes son sumamente ilustrativos e invitamos al lector a adentrarse en ellos. Después de recoger, de nuevo,  las Experiencias cruciales (I) que le han marcado en sus convicciones al respecto, la enfermedad y muerte de su hermano Georg y de su colega W. Jen, junto con las reflexiones sobre las experiencias cercanas a la muerte, dedica los capítulos II al VI a las Normas de ética médica (II), el Esfuerzo por un tránsito a la muerte digno del ser humano (III), ¿Qué es Eutanasia? (IV), distinguiendo la eutanasia sin reducción de la vida (aplicación de anestésicos), la eutanasia pasiva con reducción de la vida como efecto secundario (indirecta o con interrupción de la prolongación artificial de la vida); y la eutanasia activa con reducción de la vida de manera directa, ésta es la modalidad más controvertida. Dada la inseguridad jurídica entre la eutanasia indirecta y la directa, el autor solicita acabar con la misma. Responsabilidad también en el tránsito hacia la muerte (V), y Un cambio de paradigma (VI), exponiendo la visión transformada del principio de la vida individual desde ser una decisión de Dios en la que no debe intervenir el ser humano a la generalización de la anticoncepción; respecto al final de la vida se estaría produciendo el mismo cambio y H. Küng no desea que se repita el mismo error de la iglesia que con la Humanae Vitae (1968).

Pero sin duda, los dos últimos capítulos pueden ser los más sabrosos para los lectores de Éxodo. El capítulo VII apuesta por abordar directamente La dimensión religiosa del tránsito hacia la muerte (VII), la fundamentación razonada sobre la vida eterna. En este punto nos ofrece la confesión personal con que le espetó hace poco su hermana: “Crees realmente en la vida después de la muerte?”; “Sí, le respondí con convicción, pero no porque hubiera demostrado racionalmente esa vida, sino porque he conservado esa confianza racional en Dios y porque en la confianza en el Dios eterno también puedo confirmar en mi propia vida eterna” (p.91). Repasa la “creencia en un infierno” y reflexiona que de un Dios misericordioso no pueden estar excluidos los muertos; del mismo modo se plantea “¿Soñar con el cielo?”,  no como lugar, sino una manera de ser, el ámbito de Dios del que no está excluida la tierra. Y concluye este capítulo con que “la felicidad eterna es cuando la persona finita se dirige a la infinitud”. El último capítulo, lo titula de modo provocativo, ¿Es poco cristiano un tránsito autodeterminado hacia la muerte?  (VIII). Por supuesto la respuesta es negativa, afirmando la legitimidad cristiana de esta postura porque “En la muerte,  (seremos) mantenidos por Dios”. No es convencional la distinción entre “Seguimiento e imitación de Cristo”; imitación significa bíblicamente, según H. Küng, comprometerse con Cristo y con su camino y que cada cual recorra el suyo propio. La figura de Jesús como siervo sufriente sigue siendo un ejemplo único para la capacidad de soportar el sufrimiento inevitable, un consuelo para los enfermos terminales. Sin embargo, la terrible muerte impuesta para él en la cruz no debe servir para rechazar las posibilidades actuales de la medicina para mitigar el dolor, ni para rehusar la decisión responsable sobre el momento y el modo de la muerte propia. Por ello, el seguimiento de la cruz y la eutanasia no se excluyen (p.100). Bajando a lo cotidiano, para H. Küng la postura de Juan Pablo II y su peculiar identificación con el crucificado, al consentir que su enfermedad y su tránsito hacia la muerte se hicieran públicos, y cómo justificó su apego a la santa sede diciendo que Jesús no se bajó de la cruz, dejando que su entorno gobernara la iglesia, fue desacertada. El caso contrario estaría en Benedicto XVI que dimitió en cuanto las responsabilidades del cargo, por edad y fuerza, le sobrepasaron. Este comportamiento le merece respeto, aquel no.

¿La doctrina eclesiástica es coherente con las distintas prácticas de autodeterminación del propio tránsito hacia la muerte que se han ido produciendo en la historia de la iglesia?  Siguiendo a A. Monclús (La eutanasia, una opción cristina), distingue diversas épocas y diversas posiciones eclesiales. Antes de Constantino, y durante las persecuciones, se aprobaba el suicidio para no ser víctima de tortura o violación, pero todo cambió con la visión pesimista de Agustín de Hipona, cuando la eutanasia se condena como crimen y pecado. Sin embargo, siguió existiendo un espacio para considerar la eutanasia una opción cristiana, como los casos de los mártires, las cruzadas, las guerras de religión o llegando a admitir principios como la guerra justa o la pena de muerte. El final del libro recoge la oración con que cerró el III volumen de sus Memorias junto con el deseo de que “la Iglesia reconozca los signos de los tiempos” y llegue “a introducir, una liturgia personal para el tránsito hacia la muerte digna de estas personas“.

Sobresalto final. Durante la impresión del texto, H. Küng vivió una grave crisis de salud; pareció que se le iba de las manos el control de la vida, encontrándose en la situación que siempre quiso evitar desde la experiencia de la enfermedad del su colega W. Jens. La editorial y el autor reflexionaron si el deseo central expresado en el texto había quedado desbaratado y el libro se había vuelto superfluo. Pero no, el deseo de mantener el control sobre la vida hasta el último segundo seguía siendo una concepción ideal; nada había cambiado, aunque se reforzó la opinión de que ante la primera grave crisis de salud, toda persona debe emprender las acciones médicas posibles por restablecer la salud. El texto de H. Küng es reconfortante para quienes tienen fe y buscan orientación desde posiciones disidentes con las clásicas de la iglesia. Quizá ofrezca un punto para el diálogo con personas agnósticas (suicidio ‘por balance de la vida’) pero ninguno con otras tradiciones religiosas distintas de las grandes religiones, que no conciben ‘la vida eterna’ pero son las abanderadas del ‘buen vivir’. Por otro lado, el contexto de su reflexión se ajusta en exceso al ámbito alemán; parece obviar los grandes esfuerzos por conseguir una legalidad plausible, que se están realizando en el resto del mundo. En el caso español, en este mismo número de Éxodo se recoge la trayectoria del Movimiento por una Muerte Digna (DMD), liderada en su tiempo por el pionero doctor Montes.

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