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UN AÑO DESPUÉS DEL 15M

Éxodo 113 (marz.-abr.) 2012
– Autor: Antonio García Santesmases –
 
Es un buen momento —ahora que conmemoramos un año de su irrupción en la vida pública— para analizar lo ocurrido antes y después de la aparición del movimiento del 15 M y poder desentrañar algunas de las incógnitas acerca del presente y del futuro del movimiento de los indignados. La primera consideración a realizar es que estamos ante un malestar que se expresa a través de distintas formas de actuación y resistencia; un malestar que tenemos que analizar atendiendo a sus dimensiones emocionales y a los valores que pone en juego; sólo así podremos comprender la variedad de actitudes morales aparecidas a partir de su irrupción en el debate público.

I. ANTES DEL 15M

Antes del 15 de mayo del 2011 ya se habían producido distintos movimientos de contestación a la política desarrollada por el gobierno de Zapatero. Como tuve ocasión de analizar en la revista Éxodo en los artículos La necesidad de un nuevo relato (publicado en el verano del 2007) y Memoria y democracia: la pugna por el pasado (aparecido en el otoño del 2009) la polarización emocional que vivía durante mucho tiempo la sociedad española tenía que ver con el final del terrorismo de ETA, con la aparición de una nueva forma de terrorismo asociada al integrismo islámico, con las nuevas lecturas de la nación vinculadas a la aprobación de un nuevo Estatuto para Cataluña y con la recuperación de la memoria histórica.

Es este último tema la polarización emocional se agigantó por el proceso al juez Baltasar Garzón. En estas últimas semanas se ha producido el juicio y la condena de Baltasar Garzón y me parece que somos muchos los que tenemos la sensación de haber asistido a un espectáculo en el que la envidia y la venganza han campado a sus anchas. La estruendosa alegría con la que su condena ha sido recibida por los sectores ultraderechistas y la secreta satisfacción con la que ha sido asumida por algunos sectores progresistas refleja la cantidad de enemigos que había ido acumulando el hombre que se atrevió a romper con los límites del proceso de transición en España. Reconocido internacionalmente por investigar los crímenes de las dictaduras del Cono Sur es inhabilitado en su propio país cuando trata de romper la impunidad en el caso español. En la peripecia dramática vivida por Garzón tenemos una continuidad entre el tiempo anterior al 15 M y el tiempo posterior. Hay que recordar que las movilizaciones de la primavera del 2010 a favor de Garzón produjeron una avalancha mediática en contra del juez procesado, de los juristas que salieron en su defensa (Carlos Jiménez Villarejo), del entonces Rector de la Universidad Complutense (Carlos Berzosa) y de los secretarios generales de UGT y de CCOO. Aquel día de abril del 2010 en que Carlos Berzosa permitió un acto público en apoyo a Garzón en la Facultad de Medicina de la Complutense comenzó la cacería contra el rector y se incrementó la campaña de desprestigio de los sindicatos.

Recordemos que en aquel entonces se acusaba a los sindicatos de interferir en los procesos judiciales y de preocuparse por los muertos de ayer, olvidando a las víctimas de hoy, olvidando a los parados generados por la política económica del gobierno Zapatero. ¿Cómo era posible que con los millones de parados las organizaciones sindicales fueran complacientes con el gobierno y se preocuparan de reabrir las heridas del pasado, incrementando el clima guerracivilista favorecido por el gobierno?

Ese era el espíritu que fomentaba la derecha en aquellos tiempos, tiempos que hoy parecen lejanos aunque no han pasado sino dos años.

En este clima, pendientes del proceso a Garzón, esperanzados ante el final de ETA y preocupados por una sentencia del Tribunal Constitucional que nunca llegaba, se produjo el gran giro en la política económica del gobierno. En mayo del 2010 se plasmó una ruptura muy relevante en la política económica del gobierno de Zapatero. Todas las medidas de reactivar la economía fueron abandonadas y se impuso, al dictado de las instituciones europeas, una política económica que contradecía todo lo defendido anteriormente. Se procedía a rebajar el salario de los funcionarios, la cuantía de las pensiones y, poco después, se lanzaba una reforma laboral que provocaría una huelga general el 29 de septiembre del 2010.

De pronto toda la agenda política había cambiado. Eso parecía aunque la realidad era que todavía no conocíamos la nefasta sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña que provocaría un gran rechazo en la mayoría de la población catalana. No era para menos. Después de haber cumplido con todos los procedimientos y haber aprobado por referéndum la reforma del estatuto, el tribunal abría una herida que tardará en cicatrizarse, si es que se llega algún día a cicatrizar del todo.

Los dos hechos: el verse forzado a desarrollar una política económica en la que no creía y el contemplar cómo el proyecto de alcanzar un encaje satisfactorio a las demandas de Cataluña se saldaba con el fracaso marcaron un declive irreversible del proyecto de Zapatero.

Para comprender la novedad del 15 M hay que recordar que todos estos conflictos se producían dentro de lo que podríamos denominar la política institucional que afecta a las organizaciones sindicales, al poder judicial, al Tribunal Constitucional, al poder ejecutivo y a las instituciones europeas. Estamos ante conflictos entre instituciones ante los cuales los ciudadanos sólo pueden manifestarse a través de su voto, o a través de la movilización en la calle. El 15 M va a romper esta dinámica y ahí es donde está su novedad.

II. EL 15 DE MAYO DEL 2011

El cambio en la política económica del gobierno, la movilización de los sindicatos, el posterior pacto en enero del 2.011 entre gobierno y sindicatos hizo que un malestar persistente se fuera acumulando en la sociedad, un malestar que estaba a la espera de una forma de canalizar el descontento, más allá de las organizaciones institucionales, de la izquierda de gobierno y de las organizaciones sindicales. El contraste entre el mitin rutinario del primero de mayo del 2.011 y lo ocurrido 15 días después debe ser estudiado y analizado con sumo cuidado en las Facultades de Ciencia política, en los departamentos de Sociología y en las cátedras de Historia contemporánea. Cuando nadie parecía imaginarlo, cuando estábamos hartos de escuchar a sesudos analistas perorando acerca del conformismo suicida de una juventud dispuesta a ser aplastada por la crisis, sin rechistar ni oponer ninguna resistencia, en ese momento se produce una movilización durante días en Madrid, en la Puerta del Sol; una movilización que decide acampar y no se mueve de la calle aunque la Junta Electoral se pronunciara en contra de su continuidad en la plaza para no interferir en la jornada electoral. Siguieron en la plaza, se celebraron las elecciones y el Partido Socialista perdió muchas de sus alcaldías y los gobiernos autonómicos de Aragón, Baleares, Asturias, Extremadura y Castilla la Mancha, siendo derrotado estrepitosamente en el País Valenciano y en Madrid.

En aquel momento el debate se centró en comprender el alcance del fenómeno y en analizar en qué medida había influido en el resultado electoral: ¿estábamos ante algo pasajero?; ¿tenían los sectores del 15 M un programa alternativo?; ¿afectaban sus críticas a unos y a otros por igual?

Con la distancia que da el año transcurrido podemos constatar que el 15 M refleja a la perfección la contradicción en la que viven hoy los partidos socialistas, una contradicción que les afecta de una manera superior a la que afecta a otras formaciones de izquierda, a los grupos nacionalistas y a los partidos liberal-conservadores.

A los partidos socialistas les afecta de una manera especial porque evidencia el choque entre su base social y las políticas que desarrollan cuando llegan a los gobiernos. La base social de los partidos socialistas la forman trabajadores vinculados a los sindicatos, profesores de enseñanza pública, médicos de la seguridad social, algunos funcionarios, concejales de los ayuntamientos de los municipios obreros y un sector de las clases medias radicales defensoras de los derechos cívicos, de la democracia paritaria y de la laicidad. En todos estos sectores podemos encontrar a personas de convicciones religiosas vinculadas a distintos movimientos cristianos. Cualquiera que frecuente una agrupación socialista verá que es frecuente topar con un militante de UGT o de CCOO, con una feminista, con un defensor del orgullo gay y con un profesor de la escuela pública.

Todo este bloque social heterogéneo tiene poco o nada que ver con los llamados socialistas de élite que forman parte de los altos cuerpos de la administración y que acostumbran a ser muy relevantes a la hora de gestionar los departamentos económicos cuando los partidos socialistas gobiernan. Muchos de estos altos cargos proceden de las instituciones financieras o de las estructuras empresariales y si no proceden, son cooptados por estas instituciones cuando abandonan sus responsabilidades en el poder ejecutivo. Su forma de vida tiene poco o nada que ver con el bloque social de los militantes políticos o sindicales y con la inmensa mayoría de los votantes.

El problema es que cuando se produce una crisis de la magnitud de la que estamos viviendo, el sector de los militantes y de los votantes vive un choque radical entre la política que gestionan los socialistas de élite y la crítica que emana de movimientos como el 15 M. Ahí comienza el drama. Cuando el militante de base escucha cómo los acampados dicen que ni unos ni otros los representan porque “derecha e izquierda la misma mierda es” algo en su interior se rompe. Se vive entre dos fuegos y no sabe cómo actuar. Casi prefiere que termine de una vez la etapa de gobierno para olvidar la pesadilla.

Si uno repasa las intervenciones de los indignados podrá observar que muchos de ellos tenían una extraordinaria preparación y una capacidad para el debate, para la polémica y para la argumentación política francamente notable. Y precisamente porque la tenían era mucho más duro para la generación anterior soportar las críticas que ejercían a sus representantes, a sus gobernantes, a sus compañeros de gobierno. Máxime cuando muchas de esas críticas venían de unos indignados que eran sus propios hijos.

Cuando en la legislatura anterior la crispación la ejercía la derecha a partir de la memoria histórica, de la negociación con ETA, de la retirada de las tropas de Irak, el militante socialista se encontraba en su sitio: se le reprochaba ser lo que siempre había querido ser, se le criticaba por no aceptar los dictados de la jerarquía eclesiástica, de la administración norteamericana, o del nacionalismo español más rancio. De pronto, todo aquello parecía olvidado y ahora se le reprochaba ser como los partidos liberal-conservadores.

Esa herida abierta en el electorado del partido socialista se fue agrandando hasta llegar a la derrota del 20 de noviembre del 2011. No era la misma la situación de los partidos conservadores que estaban a la espera de recoger un triunfo por mayoría absoluta y de Izquierda Unida que lograría pasar de 2 a 11 diputados. También los partidos nacionalistas conservadores recogerían el malestar ante la sentencia del Tribunal Constitucional produciéndose una victoria sin precedentes de CiU en Cataluña.

Han pasado pocos meses desde aquella victoria por goleada del PP y ya se han producido una huelga general de los sindicatos y una victoria de la izquierda en Andalucía. ¿Qué está pasando?, ¿cómo es posible que en tan poco tiempo se haya producido una pérdida de apoyo tan acusado? Creo que lo que ocurre es que estamos viviendo algo que trasciende mucho la peripecia de un partido concreto (de ahí la sorpresa de los que pensaban que todo se solucionaría con la salida de Zapatero) y que afecta a nuestra inserción en Europa y al modelo de la transición política en España.

III. DESDE EL 20 DE NOVIEMBRE DEL 2011

Zapatero afirmó que jamás realizaría una política económica sin contar con el acuerdo de las organizaciones sindicales y, sin embargo, durante su mandato chocó con los sindicatos, reformó el mercado laboral en contra del criterio de las centrales y hasta decidió reformar la Constitución. Hoy nos encontramos con un Rajoy dispuesto a volver a reformar el mercado laboral, a chocar con los funcionarios y a tocar la sanidad, la educación, la universidad, la formación para el empleo, la dependencia, la ayuda al desarrollo, las subvenciones al cine, hasta llegar a recortar la subvención de las asociaciones de padres de alumnos de los centros públicos y de los centros religiosos concertados.

Una parte de su electorado lógicamente está desconcertada. No es para menos. Durante años los analistas sociales dividían la sociedad en tres grandes tercios. En el primer tercio anidaban los grandes propietarios del poder económico, del poder mediático, los artistas de renombre, los deportistas de elite y los políticos cooptados por el poder económico-financiero. En el segundo tercio se encontraban los trabajadores con empleo fijo, los sindicalistas, los funcionarios, los profesores, los profesionales de los servicios públicos y las clases medias. Estas clases medias se decantan en ocasiones por el radicalismo cívico pero en otras siguen considerándose católicas, acuden a las iglesias en los grandes momentos de su vida y prefieren que sus hijos se eduquen en colegios de la enseñanza concertada.

Este sector de las clases medias, votante habitual de los partidos liberalconservadores, comprueba con pavor que ya no se trata de ser solidario con los excluidos, con los trabajadores en paro, con los inmigrantes, como hasta ahora se le pedía apelando a un sentimiento caritativo, compasivo, fraternal. Hoy observa, con creciente estupefacción, que ellos mismos pueden verse abocados a formar parte del tercio excluido. Y es aquí donde se desatan todas las alarmas. En una situación tan dramática la incertidumbre, la angustia y la desconfianza, se van agudizando. Estamos ante un clima propicio para buscar al culpable de este desastre.

Unos lo buscan en el pasado. Todo es fruto de la herencia recibida, de la pésima política desarrollada por el gobierno anterior, de las subvenciones que se conceden a partidos y sindicatos, de un estado de las autonomías que ha crecido fomentando el despilfarro y el descontrol. Ante la huelga general del pasado 29 de marzo hemos visto cómo los sectores conservadores han intentando centrar todas sus invectivas en el papel de las organizaciones sindicales para criticar a los liberados, al papel de los piquetes, a la violencia que se ejerce sobre el ciudadano que quiere ejercer su derecho al trabajo o sobre la imagen que se transmite de España.

La argumentación no ha repercutido mucho en los sectores de izquierda pero, alimentada una y otra vez por los medios, va dando vida al relato diseñado por los sectores liberalconservadores.

La pregunta para el votante de izquierdas que veía cómo sus hijos le reprochaban que derecha e izquierda eran lo mismo y para el votante conservador que observa cómo todo sigue igual, la pregunta para uno y para otro es si todo esto tiene arreglo, o nos hemos metido en un callejón sin salida que ni en la peor de las pesadillas imaginaron los que diseñaron el euro. Y es aquí donde los problemas generados por esta política económica se vinculan al modelo de transición y a nuestra inserción en Europa.

Me parece que, ante las dificultades objetivas con las que se han encontrado socialdemócratas y liberalconservadores a la hora de ejercer el poder, el panorama político en España va a cambiar. Las dos fuerzas que en otros países han cuestionado el pacto del euro harán su aparición en España. A derecha e izquierda existen hoy fuerzas que critican el actual proceso de construcción europeo y consideran que ha llegado el momento de bajarse de un tren que nos lleva a la pérdida de soberanía y a una supeditación del poder político al poder económico. Hasta ahí llega la coincidencia. Este bajarse del tren, esta negativa puede completarse con un discurso antieuropeo xenófobo, racista, chauvinista. Es un hecho que nos recuerdan todos los días los medios liberales que nos quieren hacer creer que sólo cabe elegir entre el pacto del euro y el lepenismo.

No es cierto. Cabe propiciar una desmundialización alternativa, que en España recupere las funciones del Estado social y que asocie la salida del euro a la apuesta por un proceso constituyente que desemboque en una nueva constitución y en la creación de una tercera república.

Si a estas dos posiciones sumamos a los que consideran que ha llegado el momento, no de abandonar el euro, sino de romper con el Estado español y proclamar la independencia de Cataluña o de Euskadi nos daremos cuenta de que al debate sobre las consecuencias de la actual política económica europea se suma la revisión del actual modelo de constitución.

Todos estos temas están encima de la mesa y lo están con tal intensidad que pienso que la nueva sensibilidad que emergió a partir del 15 M se va a encontrar cada vez más dividida en sus respuestas a la crisis. Pienso que muchos de aquellos jóvenes que se movilizaron se dividirán porque las respuestas a la actual crisis van a ser cada vez más plurales. Unos optarán por reforzar a los partidos nacionalistas de izquierda, otros a una izquierda a caballo entre Izquierda Unida y los grupos antisistema y, por último, los habrá que se sumen a la izquierda institucional; mientras el PSOE esté en la oposición, se producirá una confluencia entre las demandas de los sindicatos y las propuestas parlamentarias de los socialistas.

Esta pluralidad se dará, se está dando ya, entre los sectores más concienciados, con más vocación política. Más allá de ellos, sin embargo, son muchos los jóvenes y los no tan jóvenes que no saben a qué atenerse, no saben cómo se puede salir de esta situación, y no lo saben porque, como al paciente que acude al médico ante una enfermedad grave, no les convence ni el tratamiento farmacológico ni la intervención quirúrgica.

Esa mayoría silenciosa mira con sorpresa, con perplejidad, con asombro, en ocasiones con hostilidad, a los que persisten en la resistencia y en la movilización, y a los que siguen dando vueltas a lo que nos está pasando, para tratar de afinar al máximo el análisis. Los que estamos enfrascados en percibir los matices o imbricados en las querellas inmediatas, en las respuestas coyunturales, a veces no somos capaces de percibir que una desmoralización profunda está anidando en muchos sectores de la sociedad, que piensan que toda forma de resistencia es inútil porque nada puede cambiar, porque gobiernen unos u otros todo da igual. Una desmoralización tan profunda puede conducir a un refugio en lo privado, pero también a formas imprevisibles de violencia. Los sucesos de Londres del verano pasado están ahí y no los podemos olvidar. No cabe aquí sino señalar el tema, porque ya no tengo más espacio, pero creo que es otro punto del análisis que no debemos minusvalorar.

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