jueves, abril 25, 2024
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UN MORDISCO EN LA MANZANA

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Éxodo 88 (marz.-abril’07)
– Autor: Pilar Yuste –
Una aproximación a la espiritualidad del cuerpo
 
Espiritualidad del cuerpo. Parece contradictorio. No lo es. Lo parece por el peso de siglos de una teología y una piedad basada en la negación e incluso en el castigo corporal. Acaban siendo más significativos que la reflexión liberadora sobre el cuerpo, y por ello ésta resulta especialmente necesaria, aunque es triste dedicar tiempo en hablar de algo obvio.

Somos cuerpo, y sólo desde esta realidad podemos articular nuestra experiencia religiosa, nuestra liberación, nuestra felicidad. Sólo desde ahí nuestra identidad, la vida. En este artículo pretendo reflejar la trascendencia, nunca mejor dicho, de un tema que, afortunadamente está comenzando a ser muy bien abordado especialmente desde la teología feminista. Son muchos los interrogantes que suscita, muchos caminos que se abren como análisis y como itinerario espiritual. Toda realidad puede ser reinterpretada en clave corporal, pero esa nueva mirada no es neutra: -La perspectiva paradójica de una sociedad que comienza a reconciliarse con la corporeidad, pero que por un lado llega a rendir culto al cuerpo, y por otro lo cosifica y mercantiliza. Personas que se someten cada año a varias intervenciones quirúrgicas para transformarse a base de bisturí y silicona, turismo sexual, niñas que prefieren morir a engordar, etc. -La misma teología que durante siglos ha recelado de toda sensación y realidad corporal y especialmente sexual (y en ello sigue, haciendo una auténtica cruzada contra algo tan teológicamente secundario como el preservativo), es la que ha fundamentado un secular compromiso de una Iglesia que con amor ha acogido, limpiado, sanado, alimentado y liberado a tantas personas en sus necesidades, tal como aborda Benedicto XVI en la segunda parte de la encíclica Deus caritas est.

1. NEGAR

Nuestra tradición ha negado y pecaminizado todo lo relativo al cuerpo de un modo que ahora incluso provoca risa, pero que durante siglos (y aun en el fondo de lo que somos) sigue pesando como un lastre de plomo, que además de pesado es tóxico.

Sin duda también socialmente hacemos una terrible negación del cuerpo. Nuestro hedonismo, materialismo y consumismo tiene el precio no sólo del desastre ecológico actual, sino de millones de muertes y un terrible dolor. Sólo si analizamos los rentabilísimos cánones de belleza, usados como señuelo publicitario de cualquier producto, como industria del adelgazamiento, de alimentación, estética o cirugía, origen de patologías alimentarias mortales y una permanente fuente de infelicidad, comprobamos las consecuencias que esto tiene.

Necesitamos elaborar una buena teología para poder fundamentar una necesaria denuncia profética. Sólo con sabernos imagen viva de Dios (Gn 1,27), la autoestima, el respeto sagrado a cualquier persona y la felicidad podrían ser más fáciles. En vez de eso seguimos con la fábula inventada de una supuesta suculenta manzana roja con la que una lasciva Eva seducía sexualmente al inocente Adán. Y en esas estamos, con la manzana de marras rondando por el imaginario colectivo católico, victoriosa frente a cualquier exégesis: C. G. Jung 1, Fuente Yahoista.

Y obviamos el hecho de que el pecado de la desobediencia al comer el fruto prohibido (ni manzana ni sexual) es la consecuencia de la mayoría de edad, nuestra salida del Edén-guardería, el comienzo de una nueva etapa en la que seguimos a tiempo de reconciliarnos con ese Dios que nos ama. El Paraíso más que un origen es un destino por construir.

Sigamos hablando con honestidad. Es la sociedad la que nos ha regalado también en este aspecto un auténtico signo de tiempos. La normalización, la dignidad de lo corporal, la importancia del placer, la cultura del respeto a los derechos humanos (en su camino de ida y vuelta, que no podemos obviar que nacen en y por el sustrato judeocristiano de la dignidad humana). Socialmente la mayoría de edad se ha impuesto a los siglos de condena del cuerpo que siguen pensando en el contexto católico. Y es este aire fresco el que estamos incorporando en la teología posconciliar.

Pero no resulta fácil. Pesa una tradición de castigos corporales como forma de expiación y crecimiento espiritual. Todavía pesan la concepción de que los pecados graves son los relativos a la sexualidad pese al silencio evangélico sobre estas cuestiones y la radicalidad de la moral social cristiana. Pesa la negación del propio cuerpo como espacio de salvación y se identifica a alguien espiritual con quien no pisa tierra (fuga mundi como única ascesis). Pesa la visión de la actividad sexual como algo negativo si situamos la castidad y la tradición eclesiástica del celibato como las formas sublimes de consagración a Dios, y se hace de la renuncia afectiva, de ese sacrificio, algo sagrado, incluso con talante sacramental. Pesa una mariología que exalta a María como virgen y madre biológicas, y propone este único camino a toda mujer. Pesa una teología moral que pecaminiza toda relación que no esté dentro de un matrimonio heterosexual canónico e indisoluble y rechaza los métodos de planificación o profilaxis. Sería conveniente analizar los necesarios matices de cada cuestión citada, pero lo incuestionable es su influencia.

Una de las causas de esa situación es el dualismo Cuerpo/Alma. La negación del cuerpo era la forma de cultivar lo espiritual. Además de ello, se suele jerarquizar los dos polos del binomio y asignarles género, el cuerpo corresponderá a las mujeres y el alma a los varones. Lo mismo sucede con otro dualismo paralelo a éste y que tan brillantemente ha desarrollado C. AMORÓS, Naturaleza/Cultura, la naturaleza se feminiza y se subordina, sin saber si la naturaleza o el cuerpo se minusvaloran por asociarlas con las mujeres, o se feminizan porque se consideran inferiores.

PERO, ¿ES ESTA PERSPECTIVA CRISTIANA?

Sin exaltar la teología judía, ésta es sin duda más unitaria e integral que la platónica. Desde ella el 60% de los versículos del Evangelio tienen que ver con el cuerpo. Jesús camina, come (le critican por comilón y bebedor), sana cuerpos y lo hace con su propio cuerpo, con sus manos, con su saliva. No es de extrañar que la exaltación espiritualista de docetas o gnósticos fuera considerada herética, y se defina a Jesucristo como totalmente Dios y totalmente Hombre (Concilio de Calcedonia).

Los dos misterios centrales del cristianismo, Encarnación (la Palabra se hizo Carne –sarks– Juan 1,14) y Resurrección (en cuerpo y alma) van mucho más allá de tener relación con el cuerpo. Como nuestro sacramento central, la Eucaristía es signo de comunidad compartiendo Cuerpo y Sangre de Jesús.

¿Cuál es entonces el origen de una teología dualista? Además de la influencia de corrientes filosóficas y teológicas que incluso se vislumbran en el Nuevo Testamento y que tan brillantemente ha estudiado U. RANKE-HEINEMANN, será San Agustín el que incorporará a la teología cristiana el neoplatonismo de Plotino. El cuerpo como cárcel del alma, el cuerpo de las mujeres como objeto de pecado. Nuevamente la responsabilidad de la seducción de Eva ante la cual, y desde San Ireneo, nacerá un nuevo binomio Eva/María. Dos madres contrapuestas por su supuesto pecado/pureza sexual

2. AFIRMARSE

Juan XXIII reconoció en la Pacem in terris a los movimientos obrero y de mujeres como auténticos signos de los tiempos. Una de las mayores aportaciones del feminismo es sin duda la dignificación del cuerpo femenino y su entidad de sujeto moral y político. Libros como Nuestros cuerpos, nuestras vidas expresan la revolucionaria aportación epistemológica y sociológica que supuso desde los finales de los sesenta. La teología feminista ha recogido estas aportaciones en el terreno abonado de la antropología cristiana: el cuerpo de mujer además de espacio de salvación (M.T. PORCILE) es sujeto y libro de agente de liberación. Cuerpo resucitado, las mujeres de lugar privilegiado de gracia.

Y en el Pueblo de Dios se verifica un auténtico sensus fidelium. Más allá de lastres y tradiciones que siguen pesando, una imparable mayoría de edad hace que las decisiones morales sean cada vez más contrastadas en lo relativo a la corporeidad, la afectividad y la sexualidad. Un ejemplo que suelo poner es el de una España mayoritariamente católica que durante años ha sido el país de menor natalidad del mundo, algo que no debía suceder por la eficacia de los métodos Billins u Ogino, sino por mujeres que, tras escuchar las condenas a los métodos de planificación familiar, tomaban las decisiones que ellas consideraban moralmente adecuadas en su vida. Una mayoría de edad ejercida, a veces, con no pocos conflictos personales. Lo cierto es que los avances teológicos son más lentos de lo que quisiéramos pero más rápidos de lo que pensamos. El propio Magisterio comienza a hablar del eros de un modo impensable hace unos años:

En realidad, “eros” y “agapé” –amor ascendente y amor descendente nunca llegarán a separarse completamente. Cuanto más se encuentran ambos, aunque en diversa medida, la justa unidad en la única realidad del amor, tanto mejor se realiza la verdadera esencia del amor en general. Y se plantea una teología corporal y desde y para la Resurrección, incluso en el ámbito litúrgico. No en vano Ratzinger ha sido un eminente teólogo antes que Pontífice:

AI cuerpo se le pide mucho más que el traer y llevar utensilios, o cosas por el estilo. Se le exige un total compromiso en el día a día de la vida. Se le exige que se haga «capaz de resucitar», que se oriente hacia la resurrección, hacia el Reino de Dios, tarea que se resume en la fórmula: «hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo». Donde se IIeva a cabo la voluntad de Dios, allí está el cielo, la tierra se convierte en cielo. Adentrarse en la acción de Dios para cooperar con Él: esto es lo que se inicia con la liturgia, para después desarrollarlo más allá de ella. La Encarnación ha de conducirnos, siempre, a la resurrección, al señorío del amor, que es el Reino de Dios, pero pasando por la cruz (la transformación de nuestra voluntad en comunión de voluntad con Dios). El cuerpo tiene que ser entrenado», por así decirlo, de cara a la resurrección. Recordemos, a este propósito, que el término «ascesis», hoy pasado de moda, se traduce en inglés sencillamente como «training»: entrenamiento.

Hoy día nos entrenamos con empeño, perseverancia y mucho sacrificio para fines variados: ¿por qué, entonces, no entrenarse para Dios y para su Reino? Dice san Pablo: «Golpeo mi cuerpo y lo esclavizo» (1 Cor 9,27). Por cierto, fue precisamente san Pablo el que puso la disciplina de los deportistas como ejemplo para el entrenamiento de la propia vida. Este entrenamiento forma parte esencial de la vida cotidiana, pero debe encontrar su punto de apoyo en la liturgia, en su «orientación» hacia el Cristo resucitado. Digámoslo con otros términos: se trata de un ejercicio encaminado a acoger al otro en su alteridad, de un entrenamiento para el amor. Un entrenamiento para acoger al totalmente Otro, a Dios, y dejarse moldear y utilizar por Él.

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