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TERESA FORCADES I VILA

Escrito por

Éxodo 109 (jun.jul.) 2011
– Autor: Evaristo Villar –
 
Acogemos la palabra de la Hna. Teresa Forcades i Vila, religiosa benedictina, doctora en salud pública y teóloga feminista que ha aceptado amablemente dialogar con la revista ÉXODO sobre el retorno de “la cristiandad”.

Su posición como teóloga está avalada por la tesis doctoral en teología fundamental (“Ser persona hoy. Estudio del concepto de persona en la teología trinitaria clásica y de su relación con la noción moderna de libertad”) pero, también, por otras obras como “La teología feminista en la historia”, libro del que dice que lloró al escribirlo cuando fue descubriendo que desde el siglo IV, con Gregorio Nacianceno, ya estaba clara la conciencia de la desigualdad de trato a las mujeres en la Iglesia y sin embargo constatar la resistencia de la institución hasta hoy día para ofrecerles un trato igual.

Comprometida con las mujeres como teóloga feminista y con sectores sociales marginados como los homosexuales, intenta aunar las dimensiones social y espiritual de modo inseparable. Sus posicionamientos de denuncia en la gestión política de la “Gripe A” parten de su análisis del comportamiento de las grandes empresas farmacéuticas; le han valido descalificaciones desde los sectores beneficiarios de las mismas pero no han detenido su voz alta y clara.

Desde una mentalidad abierta, moderna tal como Ud. la entiende, ¿qué es lo que no está yendo bien en la Iglesia católica: su inserción en el mundo, su teología, su administración, su espiritualidad?

Lo más importante creo que es la reforma democrática de las estructuras eclesiásticas, reforma que no está reñida con la constatación de lo que en la Iglesia se llama “gracia de estado”, esto es, reconocer que los ‘cargos’ no se ejercen en la Iglesia simplemente como en una empresa, sino que tienen una dimensión místico-sacramental. Esta parte mística de la comprensión de la estructura eclesial y de sus cargos es fundamental, pero no está reñida con la elección democrática. En mi monasterio, por ejemplo, creemos, tal como nos indica San Benito, que la abadesa actúa “in persona Christi”, pero esto no es impedimento para que la elijamos (también según nos indica San Benito en la regla) de forma democrática, por votación. Ni tampoco impide (otra vez como indica la regla, que es un documento del s. VI) que la abadesa pueda ser destituida por la comunidad. No veo por qué no se puede aplicar este principio tradicional monástico a la comunidad eclesial en su conjunto.

Hay bastantes personas, católicas y agnósticas, que piensan que estamos retornando a una época premoderna, a la época de cristiandad -que ya se consideraba superada-, y, en España, a la “recatolización de lo privado”, como ya advertía Alfredo Fierro. ¿Cuál es su opinión al respecto y a qué se debería?

Creo que existen dos modos básicos de huir de la propia libertad: uno es la alienación bajo una autoridad externa y el otro es la creencia que tengo en mi ser auténtico que tiene derecho a ser reconocido. Me apunto, con el filósofo Karl Jaspers entre muchos otros, al modelo antropológico abierto que reconoce que en última instancia no soy más –ni menos– que “capacidad de ser” y que lo que me hace actualizar esta capacidad es solamente el amor al prójimo. Digo esto porque el “retorno a la Cristiandad” me parece que debe ser leído como reacción a una exagerada afirmación de las identidades atomizadas, como si la noción de bien común fuera cosa del pasado. La añoranza de una sociedad cohesionada no es solamente negativa, pero es obvio que el retorno a una cohesión impuesta desde fuera no es la solución.

Actualmente, la sociedad occidental en esta época de crisis socio-económica está retornando a un neoconservadurismo que ignora las propias reformas alentadas dentro del sistema capitalista en el pasado reciente. Y la jerarquía católica guarda silencio cuando no lo apoya directamente. En su opinión, ¿por qué se da esta asociación con las políticas y partidos conservadores? ¿Existen razones teológicas que justifiquen tal vinculación?

La jerarquía católica en general parece tener miedo, parece no sentirse cómoda en el mundo de la llamada Postmodernidad. Intelectualmente se nos ha escapado el mundo actual, lo hemos mirado con condescendencia por no tener una visión coherente de la realidad, hemos esperado a que se autodestruyera, y vemos con asombro que en lugar de eso se reinventa y aparecen por doquier proyectos de vida que ya no se alimentan de la tradición judeo-cristiana y que parecen hacer felices a las personas. Esta situación es muy buena para el cristianismo y para la Iglesia, pero aún no nos hemos dado cuenta del potencial de purificación que conlleva. ¿Por qué con políticas y partidos conservadores? Supongo que por intereses creados. Supongo que cualquier macroinstitución tiende a ser conservadora. En la Iglesia el milagro no es que sea conservadora, sino que generación tras generación aparezcan en ella verdaderas revoluciones del Espíritu que, contra viento y marea, no dejan de dar sus frutos. Creo que los cristianos debemos tomar seriamente y también sencillamente la afirmación de Jesús: “Seréis perseguidos” y entender que eso se aplica dentro y fuera de la Iglesia. Le pasó a Jesús y le ha pasado a cualquier reformador con mensaje. Las pioneras y pioneros se pelan la nariz. ¿La razón teológica que justifica esto? Quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

El papa ha estado recientemente en Santiago y en Barcelona; en agosto vendrá a Madrid. Además de sus consabidos mensajes sobre la familia, la sexualidad y la presencia de la religión en la educación, llamó mucho la atención su calificación de la sociedad española como impregnada de “un laicismo agresivo”. ¿Observa Ud. signos de agresividad contra la Iglesia en España? En caso afirmativo, ¿desde qué sectores y por qué motivos?

Observo signos de agresividad de ciertos sectores de la sociedad contra ciertos sectores de la Iglesia en España; observo signos de agresividad de ciertos sectores de la Iglesia en España contra ciertos sectores de la sociedad y observo signos de agresividad de ciertos sectores de Iglesia contra otros sectores de Iglesia. La convivencia plural es un reto para todos. Dicho esto, creo plausible que exista en los medios de comunicación más influyentes el deseo de desprestigiar a la Iglesia católica como institución e incluso de ridiculizarla, puesto que es la única institución mundial actualmente capaz de oponerse a la cultura hegemónica. Por ejemplo, el convencimiento de que ciertas vidas no vale la pena vivirlas (en estados de deficiencia profunda o no tan profunda, en estados de invalidez…), las teorías de la mercantilización del ser humano y los ataques a la noción de libertad personal que provienen de las (pseudo)neurociencias, encuentran hoy en día su más consistente y a veces su única oposición en teólogos o intelectuales católicos.

En los medios sociales más independientes y en ambientes críticos –también cristianos- se está valorando muy negativamente la confusión que envuelve la figura del papa –viniendo a la JMJ como jefe de Estado y representante de la Iglesia católica, su vinculación con los poderes políticos y económicos, etcétera, mientras brilla por su ausencia la comunidad creyente de la Iglesia como pueblo de Dios-. ¿Consideras estos viajes compatibles con el estilo de Jesús anunciando el Reino de Dios? A tu juicio, ¿son necesarios estos viajes, y, en su caso, cómo se debieran plantear?

Conozco personalmente a jóvenes que han sido transformados muy positivamente por estos encuentros. Conozco también las críticas y creo que tienen fundamento: despilfarro, medidas de seguridad, misas masivas, catolicismo-espectáculo, catolicismo-emocional, catolicismo concentrado en unos pocos días sin compromiso en las parroquias… Sin embargo, no estoy en contra de los macro-eventos, creo que son un signo de los tiempos. Los monjes de Montserrat, nuestros vecinos, son especialistas en organizarlos. Lo importante es cómo se escoge el mensaje, qué se dice, a quién se invita y a quién se excluye… Participé en América Latina, concretamente en Venezuela, en un macro-evento con macro-misa en honor de Óscar Romero y para mí fue una experiencia muy buena.

La mentalidad de Benedicto XVI es bien conocida: habla de una sociedad secularizada en la que se ha impuesto un pluralismo disolvente, cuyas consecuencias más notorias serían el paganismo, el hedonismo y la dictadura del relativismo. ¿Ud., desde su profundización en la teología y la cultura moderna así como en el conocimiento científico médico, considera que tal posición refleja una incapacidad de comprensión de la autonomía del mundo o, tal vez, una oposición desesperada ante el avance del pensamiento científico-técnico?

Creo que la posición y las críticas de Benedicto XVI identifican correctamente ciertas limitaciones de la cultura actual y creo que es muy importante que estas limitaciones se formulen con rigor y libertad de espíritu, por muy políticamente incorrectas que sean. Ahora bien, en los escritos del Papa percibo una incomodidad de conjunto con la sociedad y la cultura actual, una añoranza del tiempo pasado con la que no me puedo identificar. No creo que nuestra sociedad y cultura actuales sean peores que las de hace cincuenta años: las mujeres y las personas homosexuales, por ejemplo, carecían de derechos básicos. Pero tampoco creo que sea mejor: la explotación y la alienación parecen haber crecido, la brecha entre ricos y pobres se ha multiplicado de forma atroz. Creo que cada época histórica tiene sus retos y que no tiene sentido compararlas para decidir cuál es mejor. La nuestra tiene, en el corazón mismo de los límites que le critica el papa, la semilla de su superación. Vuelvo a lo que cité más arriba de las dos formas de alienación: el mundo no se salva ni desde fuera (heteronomía) ni desde dentro (autonomía). El amor es otra cosa. No es lo que decido hacer con mi libertad, puesto que el amor no es posterior a la libertad, pero tampoco es previo. Entrar en esta zona de la libertad amorosa, del tomarse en serio el servicio al prójimo y dejar el juicio a Dios, te transforma la vida y ya no resulta tan importante ir colgando etiquetas a nadie: no a la sociedad contemporánea ni al Papa.

¿En qué ha quedado el espíritu del Vaticano II, su apertura a los signos de los tiempos, tras los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI? ¿Qué está necesitando la Iglesia católica universal y, en particular, la española para entroncar con la modernidad y la democracia? ¿Qué aportaciones vendrían desde un nuevo concilio de tipo tradicional y jerárquico y cuáles desde asambleas participativas de todo el pueblo cristiano?

Creo que la transformación realizada por el Vaticano II es muchísimo más profunda de lo que algunos imaginan y que la Iglesia post-vaticano II no podrá nunca regresar, por mucho que algunos lo intenten, a la situación previa. Ciertas formas severas de clericalismo eran antes del Vaticano II percibidas como normales, hoy siguen existiendo pero son minoritarias: la mayoría del pueblo católico percibe el clericalismo como algo disfuncional. Lo que ocurrió con la recepción de la Humanae Vitae no tiene vuelta atrás. La mayoría de los católicos actuales creen que hay cuestiones que deben dirimir con la propia conciencia. No sé si se producirá un nuevo concilio de tipo tradicional y jerárquico, pero sí sé que las asambleas participativas proliferan y son un descubrimiento para muchos cristianos jóvenes y no tan jóvenes. En cualquier caso, me parece una pérdida de tiempo esperar que las cosas cambien desde arriba. Nunca lo han hecho. Incluso Dios tuvo que hacerlo “desde abajo”.

Desde su encendida defensa de la presencia en igualdad de las mujeres en la sociedad y en la iglesia, ¿observa indicios de que se estén produciendo iniciativas para recuperar en el cuerpo de la iglesia católica aquel estatuto de igualdad y dignidad que se desprende del evangelio y que se acuñó gráficamente en Gálatas 3,28?

Usted es muy optimista con esto de “recuperar”! Creo que no ha existido nunca en la Iglesia ni en la sociedad en su conjunto esta igualdad. Ni en tiempos de Jesús ni en tiempos de San Pablo. Es algo hacia lo que caminar, conscientes de que las dificultades principales para relacionarnos más allá de los estereotipos de género se encuentran en nosotros y no fuera de nosotros. No creo que la sociedad patriarcal sea la sociedad que los varones han construido en contra de las mujeres, porque sin nosotras simplemente no lo hubieran conseguido. Creo más bien que la sociedad patriarcal es la sociedad que mujeres y varones construimos y mantenemos cuando vivimos en la vida adulta en continuidad con nuestra identidad infantil, a saber, la identidad que tiene a la figura materna como referente. Estamos llamados como Nicodemo a nacer de nuevo, no de una mujer, sino del agua y del Espíritu. Y eso nos cuesta. Mientras, en toda mujer tenderemos a ver a una madre y en todo varón a un hijo a quien cuidar. Por eso, las mujeres patriarcales son las que dicen: “Los hombres –se refieren a los varones– son como niños”.

A pesar de todas las dificultades en una época de neoconservadurismo, hemos asistido atónitos al despertar en varios países del mundo árabe y, en nuestras plazas, al grito de los jóvenes “indignados”. ¿Cuál es el futuro que augura a estos movimientos? ¿Supondrán, en algún modo, un despertar nuevo para las comunidades cristianas?

Muchos de estos movimientos de indignados se nutren de personas que pertenecen a comunidades cristianas que no han dejado para nada de estar despiertas. No me resulta fácil separar indignados de cristianos, pero resulta obvio la pluralidad de los indignados y eso es, creo, su mayor valor: no se trata de una propuesta ideológica, sino de una demanda mucho más básica, se trata de reconocer el deterioro de la democracia y la urgencia de revelar que el Emperador hace mucho tiempo que va desnudo. No creo que el sistema actual pueda vehicular las demandas de los indignados: como diría Rosa Luxemburgo, no se puede esperar que una reforma cambie las reglas de juego; para eso hace falta una revolución. Como la que se está dando, por ejemplo, en Venezuela. El futuro del movimiento de los indignados creo que pasa por no tener miedo en establecer alianzas con los países secularmente explotados. Los miramos aún con cierta condescendencia y es ahí, en la resistencia de los hondureños, por ejemplo, donde se está gestando con más fuerza una noción realista y viable de justicia social y económica.

¿Por qué nos resulta tan difícil a los cristianos imaginar tan siquiera otro tipo de Iglesia? ¿Qué nos impide concebir otro tipo de organizar lo mucho bueno que ya se está dando en servicio mutuo y del mundo en el que (y para el que) vivimos? ¿Qué decisiones deberíamos tomar para visibilizar colectivamente nuestra conversión al evangelio y el seguimiento de Jesús de Nazaret?

El motor de las personas cristianas ha sido siempre la relación personal con Jesús de Nazaret. No tener miedo de tratarle, en palabras de Sta. Teresa, como se trata a un amigo. De sentarse un rato al día con Jesús y mirarle en silencio, dejar que nos mire. De observar con calma qué dice y cómo se comporta en los pasajes evangélicos, como aconseja San Ignacio. La oración es la fuente de la creatividad cristiana. Lo que nos mantiene vivas. En la oración percibimos el polo receptivo de Dios, percibimos que espera algo de nosotras, algo personal, algo que es distinto para cada una.

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