viernes, abril 19, 2024
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Silvia Martínez Cano

Éxodo 147
– Autor: Juanjo Sánchez y Evaristo Villar –

Silvia Martínez Cano es miembro del Equipo de Redacción de Éxodo, profesora de Arte en la Universidad Pontificia de Comillas y de Teología en el Instituto Superior de Pastoral de Madrid. Es, además, presidenta de la Asociación de Teólogas Españolas (ATE).

Antes y más allá de los roles sociales, ¿qué puede aportar la identidad femenina a la vida y articulación de la iglesia?

Bueno, creo que la identidad femenina aporta una mirada nueva. Aunque sólo fuera esto ya sería diferente. Las mujeres tenemos otra concepción del mundo porque estamos situadas en otros lugares que no importan. Son lugares que tienen que ver con el servicio. Lugares que tienen que ver con el cuidad de la vida, su sostenimiento y su protección. Aspectos que normalmente no aparecen en los medios de comunicación o las redes sociales.

Vista desde la perspectiva de la democracia, ya universalmente reconocida, ¿qué pensar de la actual estructuración vertical y patriarcal de la iglesia?

La actual estructura de la iglesia es una estructura preconciliar. El concilio quiso que fuéramos más sinodales, más democráticos. Por eso es necesario replantearse cómo son nuestras comunidades locales porque la práctica comunitaria es vital para el cambio estructural. Las mujeres estamos acostumbradas a trabajar juntas, pues el tipo de trabajos y labores que se nos otorgan nos obliga ello. La actual estructura de la iglesia debe cambiar, debe cambiar si realmente queremos una iglesia preparada para el siglo xxi. No puede prescindir de las mujeres pues son la mitad de la sociedad. ¡Y el 80% de la propia iglesia! Pensar en las mujeres significaría repensar una estructura diferente, con otras prioridades y relaciones. Las teólogas españolas nos esforzamos en ofrecer nuevas visiones sobre las relaciones entre cristianos y cristianas y crear nuevas propuestas de cómo crear una práctica eclesial diferente. Es importante para nosotras el lenguaje, pues en él se puede producir una visibilidad o una invisibilidad de las mujeres. Pero a demás del lenguaje teológico y eclesial, es importante la forma de mirarnos, es decir, cuando yo, varón, célibe, o casado, da igual, miro a una mujer ¿qué es lo que veo? ¿Una madre, una cuidadora, un peligro? O una compañera en el camino de Jesucristo… ahí está la cuestión.

Uno de los problemas más graves que afronta actualmente la iglesia es la pederastia, que podría estar relacionada con el celibato eclesiástico, hoy muy cuestionado? Como teóloga ¿qué valoración harías a esta antigua normativa y praxis de la Iglesia Católica?

Como teóloga creo que el celibato eclesiástico es una norma que sirvió para el tiempo en que se impuso en la Edad Media. Fue necesaria para organizar y favorecer la formación del clero en ese momento. Una decisión muy útil. Hoy en día las cosas han cambiado mucho. Nuestra cultura es diferente y entendemos la vida con otros parámetros. Es necesario preguntarse si realmente todos los vocacionados deben asumir la promesa del celibato. Considero que la vocación sacerdotal no es incompatible con la vocación matrimonial. Son aspectos diferentes de la persona y servicios diferentes. Actualmente, la promesa del celibato está vinculada a un modelo de sacerdocio determinado, concebido como sacerdocio en soledad, apartado del resto de la comunidad. Quizá revisando esta comprensión del sacerdocio podríamos encontrar otras propuestas donde el celibato pudiera tener otro sentido para el sacerdocio. No creo, sin embargo que esta problemática esté relacionada con la pederastia en la Iglesia. El pederasta no actúa porque se le obligue a ser célibe, sino porque no tiene respeto a la vida del otro.

Una actividad importante en la iglesia es la liturgia. Vista desde las mujeres, ¿qué transformaciones importantes consideras que habría que acometer en ella, en la forma y en el fondo, para que resulte inclusiva?

La liturgia es una de las cuestiones en iglesia que menos se ha reformado. Creo que no depende de que la mirada de las mujeres pueda cambiarla, sino que depende de cómo seamos, mujeres y hombres, capaces de adecuarla y transformarla a la cultura del siglo xxi. La liturgia está a años luz de ser comprendida como símbolo por los creyentes, incluso por los que tienen un poco de idea de lo que celebramos. En la liturgia hay elementos fundamentales que deben ser revisados. El primero, la participación y la forma de desarrollar el ritmo litúrgico. Por otro lado, el lenguaje. Un lenguaje que no se entienda y no sea comprensible para los fieles, no favorece una celebración consciente y significativa. Por último, las imágenes. Cuando el arte, la música y el ritmo de la celebración no son cercanos a la persona es imposible que la liturgia sea realmente vivida, en profundidad. Las mujeres cristianas llevamos tiempo pidiendo una transformación de la liturgia: una liturgia más participativa, más comprensible. Y que llegue más a la sensibilidad espiritual de cada uno.

En la sociedad dividida y diversa en que vivimos, con masas crecientes de pobres sin hogar y sin alimento, caravanas de inmigrantes y refugiados, ¿es suficiente la caridad y los cuidados o la iglesia necesita hacer algo más y distinto?

Creo que el trabajo de la iglesia en el ámbito de la pastoral social es un trabajo imprescindible para las sociedades de hoy. Con él estamos mostrando que la iglesia tiene un gran potencial de transformación social. Por eso, hay que cuidar las tareas que tienen que ver con el apostolado y con la misión, cuidar a las personas que se dedican a ello y formarlas convenientemente. Favorecer, además, espacios donde la conciencia cristiana de acompañamiento del que sufre se pueda compartir con otras personas no creyentes y generar una sensibilidad social de justicia y de solidaridad. En este trabajo, las mujeres tienen mucho que decir pues son las que han asumido preferentemente el trabajo de los cuidados de otras personas. Si escucháramos su voz probablemente el trabajo solidario y de justicia sería mucho más rico y más creativo. Llegaríamos a lugares que actualmente no son lugares de misión. Hay mujeres cristianas que trabajan en labores pastorales de frontera, como la prostitución o la atención a migrantes… Estas tareas son propias del carácter inclusivo de Jesús. Debemos cuidarlas y potenciarlas, ya que nuestro mundo está lleno de fronteras. Y el cristiano debe ser un creyente de frontera.

Hablando de los cuidados, asumidos fundamentalmente por las mujeres se impone la pregunta por el diaconado, incluso por el sacerdocio de las mujeres. ¿se ha avanzado algo en esta línea de la Iglesia Católica?

Creo que se va avanzando, pero muy lentamente. El hecho de que en este pontificado se esté exhortando a las diócesis para que haya mujeres en los órganos de gobierno y decisión de las mismas es un dato novedoso. Sin embargo, creo que no es suficiente. Creo que hay que seguir avanzando en el diálogo y en la generación de propuestas que se lleven a la práctica de verdad. No sirve sólo con hacer comisiones. La comunidad cristiana está esperando una respuesta al tema de la participación de las mujeres, que en general se ve como evidente. La participación de las mujeres no puede ser siempre en el servicio, pues tienen dones diferentes y muchas de ellas tienen mucha capacidad de liderazgo. Probablemente, si las mujeres estuvieran plenamente integradas en la organización de la iglesia no sólo a nivel sacramental sino también a nivel ejecutivo, esta organización sería diferente. Los últimos estudios históricos de los primeros siglos nos reafirman en que no hay justificaciones para impedir el diaconado femenino. Todas y todos estamos esperando a que Francisco se pronuncie sobre esto. Sería una puerta abierta al diálogo hacia otro tipo de comunidad eclesial. En cuanto al sacerdocio, quizá es más complicado. Es necesaria una revisión previa del Sacramento y de cómo se asume la vocación sacerdotal en la actualidad. En muchas ocasiones encontramos mujeres que se sienten vocacionadas para el sacerdocio. Sin embargo, no querrían vivir un sacerdocio como el que actualmente existe, en soledad y sin contar con la comunidad, tomando decisiones de forma unilateral y desenraizadas del resto de los creyentes. Por tanto, presencia de las mujeres y revisiones eclesiales van de la mano.

Teniendo en cuenta los gestos evangélicos del papa Francisco y también su postura sobre la mujer, el colectivo LGTBI Y el celibato eclesiástico, ¿qué imagen te está dejando este pontificado?

Vivo el pontificado de Francisco y sus propuestas con alegría. Creo que su tiempo es un tiempo de oportunidad, donde podemos hablar y ser escuchados. Quisiera que los cambios fueran más rápidos, pero entiendo que en una estructura tan compleja, con tantas personas y con una larga tradición a sus espaldas, es difícil hacer cambios drásticos. Quizá necesitaríamos algo más de audacia, algo más de provocación, algo más de espacio para decisiones que no dependan directamente de Francisco sino de los obispos, de los agentes intermedios, para configurar las iglesias locales. En estos ambientes es fundamental que mujeres y hombres creyentes nos situemos en posición de diálogo; que hablemos, que no nos callemos, y no sólo denunciemos, sino que también propongamos nuevas ideas para ser y hacer comunidad. Las crisis son siempre el inicio de algo nuevo. Ahora mismo vivimos una crisis profunda en la iglesia: vivámosla, o al menos yo la vivo, como un tiempo de oportunidad. No todo depende de Francisco, depende también de la capacidad que tengamos de influir y transformar lo pequeño para que lo grande se sienta obligado a seguir la estela. Necesitamos aprender hacer política eclesiástica. Con esto quiero decir que Francisco necesita interlocutores que le propongan y le sitúen en la brecha. Por ejemplo, las superioras de las congregaciones religiosas de Estados Unidos están presionando constantemente para que Francisco se posicione en determinados temas que afectan a la comunidad cristiana. No se trata de enfrentamiento, se trata de provocar el diálogo y la acción.

Si estuviera en tu mano, ¿qué transformaciones harías en la iglesia actual española para acercarla al colectivo que Jesús soñaba como continuador del Reino?

Creo que lo primero que haría sería simplificar la estructura eclesial de las diócesis. Hay una gran cantidad de estructuras, consejos o comisiones que actualmente no necesitamos. También reorganizaría el espacio de las diócesis, reduciendo la cantidad de parroquias para concentrar a los creyentes con un enfoque diferente: más desde la pertenencia y menos desde lo territorial. Favorecería el trabajo en red de las parroquias mucho más de lo que se hace actualmente en las Vicarías. También liberaría personas no de forma voluntaria sino con trabajos estables que pudieran animar a la comunidad cristiana. Creo que este trabajo ha de llevarse a cabo no sólo por los sacerdotes sino también por laicos que queden incorporados a esa estructura. Evidentemente, con incorporación de las mujeres. Crearía un consejo de diócesis donde hombres y mujeres participaran de la misma manera. Y no sólo participaran, sino que tomaran decisiones teniendo el mismo peso en la decisión. También diseñaría planes estratégicos de formación para sacerdotes, laicos y religiosos en conjunto, para que el clero y las instituciones religiosas pudieran conocer a través de la empatía y de la experiencia propia cómo es la vida de las comunidades. Se me ocurren muchas cosas más: por ejemplo, hacer las asambleas diocesanas cada cierto tiempo lideradas por los laicos y laicas o tener planes específicos para formación de adultos y de jóvenes, sin que estos planes dependieran solo del clero sino que hubiera un compromiso y una colaboración por parte de religiosos y laicos también, hombres y mujeres. Equilibraría la presencia de clero, religiosos/as y laicos/as en los órganos diocesanos, contaría con los proyectos y propuestas de muchas ordenes religiosas femeninas a las que nadie hace caso y que son tremendamente audaces. En definitiva, iría a lo sencillo, pues nos sobran muchas capas en esta Iglesia de muchos siglos.

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