viernes, abril 19, 2024
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Ser feliz no es caro

Éxodo 126
– Autor: Miguel Ángel Revilla Roiz –

Manuel Llano (Sopeña 1898-Santander 1938) es mi autor cántabro preferido. Tengo siempre en la mesilla de noche sus obras completas. En 1930 escribió lo siguiente: “La palabra tiene que estar de acuerdo con la conciencia y el discurso con el ejemplo. Ser en la calle la personificación exacta, el reflejo fidelísimo de lo que se dice en la tribuna o en el púlpito. Ejemplo, ejemplo… La falta de ejemplaridad es la engendradora de los grandes fracasos en religión y en política”.

¡No me digan que no siguen plenamente vigentes estas palabras! ¡Son tantos los que dicen una cosa y hacen otra que la gente ya no se cree nada!

Así se produce la sensación de que todos los políticos son unos corruptos. Sinceramente creo que no es así. Conozco a mucha gente honrada en la política, probablemente la mayoría. Pero basta que un pequeño número meta la mano para que cunda la tendencia a generalizar.

El ser humano tiene un componente de egoísmo y avaricia. La diferencia de unas personas con otras está en su escala de valores, en lo que cada uno necesita para alcanzar una felicidad relativa y despojarse de un pecado muy habitual, la envidia. Naturalmente, todos necesitamos un mínimo que nos garantice una vida digna. Pero no todos evaluamos igual esa necesidad.

Para mí, ser feliz no es caro. Me basta con tener salud. Poder salir un día a cualquier río de Cantabria con una caña para pescar unas truchas, jugar una partida de tute con los amigos, recoger setas en mayo, contemplar una puesta de sol sobre los Picos de Europa desde Peña Labra, sentirme querido por muchos… Eso es para mí parte de la felicidad. Muy barato.

Si tu meta es tener una o dos mansiones, un yate, ir de vacaciones quince días a las Maldivas, a pescar salmón en un coto de Islandia o a cazar osos en los Urales la cosa cambia. Eso es carísimo. Si la ambición te ciega, te desliza inexorablemente a meter la mano. Así se llega a la corrupción. Y en esta materia, todo es empezar. Siempre hay un primer día.

Yo también lo tuve. En el año 1987 era portavoz del Grupo Parlamentario Regionalista en el Parlamento de Cantabria, con cinco diputados. Nadie tenía mayoría absoluta. Yo conocía a un empresario, ya fallecido, a quien había saludado varias veces. Se dedicaba al mantenimiento de la obra pública. Uno de mis mejores amigos en aquellos años, compañero de pupitre en los Salesianos, me llama una mañana y me dice: “Nos ha invitado a comer F.R., que es un tío fantástico, y luego jugamos un tute”. Le dije que sí. Como vivía cerca del Parlamento, mi amigo pasó a recogerme en su coche a las dos de la tarde y nos dirigimos al restaurante Rhin, sobre la Segunda Playa del Sardinero. Allí habíamos quedado a comer. En el trayecto sólo me habló de lo buena gente que era quien nos invitaba a comer. Cuando llegamos ya no estaba esperando. Había reservado una mesa en un habitáculo para nosotros solos.

El empresario era parco en palabras. Nos pasamos la primera hora hablando de fútbol, naturalmente del Racing. Cuando ya estábamos en el café y la copa, mi amigo, dirigiéndose a él, dice:

–Oye, se lo cuentas tú, o se lo cuento yo.

–Tú, tú… –replicó rápido.

–Mira, Revilla, de la aprobación de estos presupuestos depende que este amigo gane mucho dinero en un contrato de señalizaciones de obras que le tienen prometido. Tú no tienes que hacer ningún pacto. Basta con que aprobéis los presupuestos y este hombre, que es muy generoso, pone cien millones de pesetas donde tú me digas. Yo me encargo de ello. Yo no daba crédito. Sin acabar el café, ni haber comenzado la copa, me levanté. Sin crispación, lanzando una risotada, le pegué un cachete con la palma de la mano en su amplia calva y le dije:

–Jamás vuelvas a dirigirte a mí.

Y abandoné la mesa. Salí pitando, pero a los pocos metros me alcanzó “mi amigo”, el intermediario.

–Espera, que te llevo en el coche.

Yo ya iba directo a la parada de taxis, pero subí al coche. Se hizo un silencio que duró cinco minutos. A la altura de la calle Reina Victoria, paró el coche y me dijo indignado: “¡Tú eres tonto!”. Me insultaba a gritos, lo cual me hizo pensar que tanto interés por su parte no era debido únicamente a que quisiera tener un amigo millonario. Abrí la puerta del coche y me despedí con un portazo. Jamás he vuelto a saludarle. Hice los dos kilómetros hasta el Parlamento andando.

No tenía testigos para presentar una denuncia. Al final sería mi palabra contra la suya. Pero sí quise hacer una denuncia global del asunto en un lugar que tuviese eco público. Quería dar una rueda de prensa en Madrid. Yo era un perfecto desconocido fuera de Cantabria y recurrí a un íntimo amigo, Miguel Angel Aguilar, que era en aquel momento director general de la agencia EFE. Él me dio direcciones de periodistas para que les invitara y me reservó una sala en un hotel llamado Convención, que me cobró por su uso veinticinco mil pesetas. Convoqué la rueda de prensa a las doce del mediodía. Fui en mi coche desde Santander. A las once ya caminaba por la acera del hotel, nervioso y preocupado por mi capacidad de convocatoria.

La sala tenía una tarima con una mesa, una silla y un micrófono para mí y no menos de cincuenta asientos para los periodistas. A las doce en punto llegó Miguel Ángel Aguilar con una periodista y un fotógrafo de la agencia. Fueron los únicos asistentes. Jamás se había dado en ese hotel una rueda de prensa con menos éxito, a pesar de lo sugerente del motivo de la convocatoria: la corrupción en Cantabria. Me sentí abatido. Sin embargo, mis declaraciones tuvieron difusión, porque la agencia EFE las distribuyó por toda España.

La respuesta a mi denuncia fue brutal. Después de aquel incidente, a nadie se le ha ocurrido jamás tentarme. Si hubiera caído en la tentación, seguro que ahora sería muy rico, pero absolutamente infeliz.

Caer en la corrupción es sencillo y por ello siempre habrá corruptores y corruptos. Por eso es necesario poner en marcha mecanismos disuasorios y ejemplarizantes. Es cierto que hay leyes específicas, pero son lentas y tienen recovecos, gracias a los cuales casi nunca nadie va a la cárcel. Urge pues devolver a los ciudadanos la credibilidad en la política y para ello no basta con practicar al pie de la letra las palabras de Manuel Llano. Como siempre habrá corruptos, porque va en los genes de muchos, urgen mecanismos que garanticen que quien la hace la pague.

Y no todos los delitos son iguales. No es lo mismo quien roba para comer que quien lo hace teniéndolo todo para tener aún más. Ni es lo mismo el robo privado que el robo público. El trabajador que roba a su empresa estafa al propietario o propietarios. Quien roba en la Administración pública roba a todos los españoles. El castigo no debe ser igual.

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