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SENTIDO BÍBLICO DE LA INMIGRACIÓN: ECUMENISMO HUMANO

Escrito por

Éxodo 99 (mayo-jun.´09)
– Autor: Esteban Tabares –
 
UN NUEVO PARADIGMA CREYENTE: “TU DIOS ES MI DIOS”

Para los creyentes cristianos la inmigración se nos presenta como un auténtico kairós, un tiempo de gracia, una situación desde la que Dios nos quiere decir algo, nos está pidiendo algo, se nos está revelando de alguna manera. La inmigración es hoy día una parábola en acto escrita en las líneas seculares de los procesos sociales y económicos mundiales atravesados por una injusticia estructural.

La inmigración es un fenómeno de dispersión y ruptura: separación de lo suyo y de los suyos. Cuando una persona emigra pierde su patria y muchas otras cosas más, está en trance de perder incluso su Dios o, al contrario, aferrarse a sus creencias como un fuerte núcleo identitario en confrontación con el nuevo entorno social. En el otro lado, los creyentes nacidos aquí pueden sentir recelo ante la presencia de “otros dioses”, es decir, a tener que compartir la vecindad con personas de religiones diferentes. De modo que unos y otros estamos urgidos a reformular la fe y las prácticas religiosas para encontrarles nuevo fundamento y sentido. La inmigración pone en contacto diario en un mismo territorio a gentes que antes se desconocían. Los estereotipos y los prejuicios nos condicionan a todos y emergen con mayor fuerza al tener que convivir en vecindad. Las personas inmigrantes son el “otro”, aquel que rompe nuestros esquemas y barreras culturales, nuestra seguridad, nuestra comodidad instalada. Aproximarnos mutuamente y vivir juntos el contraste humano, cultural y religioso es una ocasión propicia para hacernos más universales, más ecuménicos. Podemos vivir la mezcla con gozo y ver en los otros a nuevos compañeros de camino, a los miembros dispersos de la familia humana que se van reuniendo poco a poco. Es una oportunidad para ir deshaciendo el mito-condena de la torre de Babel y reconstruir la casa común, la oikoumene.

Un sentido bíblico de todo lo anterior lo hallamos en el libro de Rut, una bella historia de emigrantes, de acogida y de mezcla cultural-religiosa. Elimelec y Noemí con sus dos hijos tienen que emigrar y dejar las tierras de Belén (parece que en esos días no hacía honor a su nombre, “casa de pan”) para instalarse en la pagana región de Moab, al otro lado del Jordán. Pronto murió Elimelec y entonces sus hijos, libres del poder paterno, se casaron con sendas mujeres moabitas, Orfa y Rut, en contra de la voluntad de Yahvé, que había prohibido a los israelitas hacer tal cosa. Más tarde, mueren también ambos hijos y Noemí se halla ahora en una amarga situación: en un país extranjero, anciana, viuda, sin hijos ni nietos, sola, sin recursos, con dos nueras no israelitas…

Noemí decide regresar a Israel y pide a Orfa y Rut que se marchen con sus familias respectivas y la dejen volver sola a Belén. Con lágrimas, Orfa así lo hace. En cambio, Rut decide firmemente quedarse al lado de su suegra diciéndole: “No insistas en que te deje y me vuelva. Donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo es el mío, tu Dios es mi Dios; donde tú mueras, allí moriré y allí me enterrarán. Sólo la muerte podrá separarnos, y si no, que el Señor me castigue” (Rut 1,16-17). Transcurrido el tiempo, Dios premiará la fidelidad de Rut con el matrimonio con el rico Booz, de cuya descendencia procederá el Mesías, Jesús.

“Si es válida esa palabra de Rut la moabita –“tu Dios es mi Dios”-, quiere decirse que el encuentro directo entre personas es el único lugar efectivo y decisivo de la revelación de Dios; entonces el amor entre las personas es el fundamento y la medida de la fe en Dios. Eso significa que no existe ningún Dios que pueda o deba obstaculizar o destruir el amor entre las personas, limitarlo o delimitarlo, impedirlo o prohibirlo. Eso significa que Dios es la meta final de un camino que sólo se puede recorrer en la comunión del amor. Eso significa que la ‘doctrina’ acerca de ese Dios no es más que aquello que es necesario realizar para estar cerca del otro. Eso significa que todas las palabras escritas en nombre de Dios o de los dioses de cada pueblo, de cada religión y de cada cultura, se extinguen poco a poco en el gesto silencioso del amor que entre las personas rige hasta la muerte y que reconcilia a los hombres entre sí por encima de las barreras de las confesiones” (E. Drewermann).

BUENAS PRÁCTICAS QUE SON SEMILLAS

En nuestra Fundación Sevilla Acoge, ya desde su inicio en 1985, se debatió y asumió un aspecto clave de nuestra identidad en la acción: la interculturalidad. No queríamos hacer una asociación para los inmigrantes, sino con ellos. Aunque “ellos” sean diferentes de “nosotros” y viceversa. “Pero es que muchos son musulmanes”… Pues que nuestra entidad sea no confesional a fin de no cerrar la participación activa a nadie… “Pero es que tienen un estilo de trabajo, una formación, un ritmo y unos objetivos de vida diferentes”… Pues recibamos ellos y nosotros una misma formación en interculturalidad… Lo más valorado entre nosotros es la relación interpersonal, donde el conocimiento mutuo, la afectividad y la efectividad en la acción tienen prioridad sobre la diferencia de credos, etnias o culturas. En este clima humano básico es donde germina el respeto hacia la fe religiosa de unos y otros.

“Conviviendo juntos recibimos reconocimiento en la diferencia. En Sevilla Acoge no me siento ‘musulmán’, me siento cómodo, pues nadie me recuerda con ningún gesto mi diferencia de religión. Así es más fácil la relación. Sin ocultar la pertenencia, no tengo a nadie enfrente que me diga ‘qué raro eres’. (Ousseynou Dieng, senegalés y mediador intercultural).

En la convivencia diaria va produciéndose entre nosotros una especie de ósmosis, un trasvase silencioso de respeto a la fe del otro y de conocimiento de sus creencias. Porque unos y otros, aunque con diferente fe religiosa, compartimos una misma fe social, unos valores similares: este mundo no nos gusta y queremos cambiarlo a través de nuestro compromiso con los inmigrantes.

“Si sientes en lo más profundo de ti mismo que eso que te incita al bien es tu amor por Dios y tu amor por los hombres que Dios ama… Si piensas que el mal consiste en apartarse de los hombres, pues Dios los ama como te ama a ti, y que perderás tu amor por Dios si haces daño a aquellos a quienes Él ama, es decir, a todos los hombres… Entonces tú eres discípulo de Jesús (‘isawî), cualquiera que sea la religión que profeses”. (Dr. Mohammed Kâmil Husany).

ECUMENISMO HUMANO Y RELIGIOSO

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