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REVISANDO EL 15 M: ANIVERSARIO AÚN SIN CELEBRACIONES

Éxodo 113 (marz.-abr.) 2012
– Autor: Juan Carlos Monedero –
 
Cuando estalló el 15-M, como una lluvia en mitad del desierto, nos refrescamos con su esperanza, mimamos su nube con palabras de aliento como en un escenario de sequía, y con la cara bañada por sus gotas nos decíamos: tenía que pasar. Se sabía que algo debía llegar, pero no sabíamos qué ni cuándo. Todos los indicadores nos decían: hay demasiada gente que ya no tiene razones para mantener la obediencia política. Pero la fórmula para predecir cuándo el hielo alcanzará su punto de fragilidad y se resquebrajará, por dónde se romperá o hasta dónde llegarán los fragmentos, ni existía ni existe. La ciencia social es ciencia solo por un exceso verbal.

De pronto, casi sin esperarlo, se juntaron las constelaciones y parte de los millones de damnificados del modelo neoliberal decidieron que les merecía la pena hacer algo con su enfado. La convocatoria a una concentración en el centro de Madrid, rompeolas tradicional de todas las manifestaciones en la capital, tenía, además, dos ventajas de salida, en especial para un grupo de gente algo más que descreída con el sistema político: no convocaban los partidos ni los sindicatos, sino grupos ciudadanos que habían ido acumulando su indignación. En el ambiente, además, existía algo así como una necesidad intuida de que se salía a la calle o la afonía iba a convertirse en algo crónico. Y Madrid despertó y mucha gente se dio cuenta de que tenía ganas acumuladas de opinar, de participar, de ser escuchada. En ese momento, me vino a la cabeza un nombre: la Comuna de Madrid. Una protesta ciudadana frente a la indignidad de la creciente exclusión, una suerte de defensa frente a un pulcro ejército extranjero, con sede en Bruselas y Berlín, que bombardeaba nuestras plazas con legiones de aviones financieros, trajeados y encorbatados, cargados de bombas bancarias y talones vencidos que dejaban millones de víctimas.

Se rompió una esquina del sentido común. El principal efecto de las protestas en la Puerta del Sol de Madrid tuvo que ver con la ruptura de la rutina sobre la que se ha deslizado plácidamente la democracia liberal. Si el neoliberalismo se ha sostenido sobre la mentira de la imposibilidad de la alternativa –ese mantra jaleado por Margaret Thatcher con su repetido No Hay Alternativa-, el modelo democrático ha aguantado porque se redujo a un juego entre cúpulas, prácticamente bipartidista, televisivo, descafeinado ideológicamente, financiado privadamente (o con dinero público privatizado) y ajeno a una militancia constantemente decreciente. Este quehacer construyó finalmente un cártel con una reglas tan severas que iba dejando fuera a quien no las asumiera.

Poder político, poder económico, poder europeo y poder mediático, entremezclados, se convirtieron en rigurosos guardianes de su propio privilegio. Como ocurre con los cárteles, la disciplina se fue aplicando con cada vez mayor sesgo autoritario, de manera que los que no estaban dentro, habitaban necesariamente afuera. La desafección ha sido el resultado necesario de ese desprecio. Cuando el pueblo desafecto deja hacer, hasta la doctrina democrática lo celebra (¡Todo funciona incluso sin necesidad de votar!). Pero la legitimidad difusa del sistema va debilitándose y la máquina más perfecta de producir obediencia que es el Estado, empieza a fallar, cuando la gente dice basta, como una gastada escopeta de feria. Aunque vayan a votar. Aunque voten al partido B después del fracaso del partido A. Golpe a golpe y grito a grito –que versos no hay en esas oficinas- la credibilidad del sistema se agota. Quien crea que juntar votos significa lo mismo que hace veinte años, es que no entiende nada.

El 15-M no surgió de la nada. La rabia tenía recorrido. Falló ZP, aunque se le dijo desde el minuto uno de su mandato “no nos falles”. Falló, aunque siempre puso cara de circunstancias. (luego, Rajoy hizo lo mismo pero regañando). Las concentraciones por una Vivienda digna habían venido siendo reprimidas y el “queremos un pisito, como el del principito” se quedó grabado a fuego monárquico en las conciencias de los que tenían que seguir viviendo en casa de sus padres. El rey todavía no había sido descubierto cazando a la madre de Dumbo con escopeta financiada por príncipes árabes -a los que sirve sin decoro-, pero la sospecha de los plebeyos sobre el privilegio real estaba ya rondando. Alguien dijo que los internautas eran “piratas como los terroristas” y pese a que el PP intentó ponerse de lado para que no se le viera mucho en ese asunto, quedó claro que se posicionaba con la industria y que terminaría concluyendo lo que el PSOE empezó. Llegaron a la calle, de manera masiva, reclamaciones por una memoria histórica democrática que devolviera la dignidad pública –la privada siempre la han tenido- a los 150.000 republicanos enterrados en zanjas y cunetas por defender una democracia que mereciera ese nombre, y a las que el Gobierno respondía con cicatería y la derecha con burla y desprecio. Y por querer castigar a los culpables de la guerra civil, el juez que se atrevió a tocar el franquismo y la red Gürtel se sentó en el banquillo acusado por los que ayer le apoyaban en su lucha contra ETA y su “entorno”. La Universidad sufría en sus doctas carnes la maldición señalada por Boaventura de Sousa Santos: “cada reforma, se hace para recortar derechos”, y ser mileurista, que ayer era un estigma, se convirtió en un privilegio de casta de los tocados por la fortuna. Los papeles de Wikileaks dejaban claro que los de fuera mandan dentro, los contratantes de la parte contratante sabían perfectamente que la gente tenía que aceptar lo que les ofrecieran laboralmente e iban bajando y bajando las ofertas de empleo. Torrente, el brazo tonto de la ley, dejaba de ser un concepto para ser un referente social y los productores de televisión estaban convencidos de que la gente se moría por el embarazo de Penélope Cruz, las cuitas del Gran Hermano o los vestidos exhibidos en las nupcias reales. ¿De dónde demonios ha sacado la gente de la Puerta del Sol –se pregunta Amador Fernández-Savater- esa capacidad de autoorganización? Porque en la televisión eso no lo explican. Pero algo hay siempre dormido en este pueblo inexplicable.

Las elecciones locales y regionales del 22-M de 2011 vinieron signadas por el sopor: un Partido Socialista resignado que, después de fotografiarse con los empresarios en la Moncloa, apenas acertó a balbucear: “el PP os va a golpear más fuerte que nosotros”; un PP subido, pese a la corrupción, a la ola de las encuestas, jugando a decir lo menos posible para no confirmar ninguna sospecha; una IU con dificultades para entender por qué si el discurso de las concentraciones se parecía tanto al suyo, no era capaz de recoger ese descontento; un nacionalismo de derechas disfrutando aún de los beneficios pasivos de haber estado fuera del poder (y que luego iba a desplegar su mano derecha con contundencia); y un nacionalismo de izquierdas que, en el caso de Cataluña, aún no ha entendido que ha perdido cable a tierra, y que en el País Vasco ha tenido la suerte de que unas instituciones aún ancladas en el antiguo régimen les haya hecho la campaña. Con este escenario, que las elecciones pudieran solventar los grandes problemas del país –que al final bajan a los pueblos y ciudadesquedaba lejos de foco. Luego vendrían las elecciones generales. Más de lo mismo. Los votantes del PSOE se abstuvieron. Los votantes del PP fueron en masa a apoyar al partido fundado por Manuel Fraga, y aún también acudieron a votarles ciudadanos honrados que creían que si A no funcionaba, era el momento de B. Izquierda Unida subió en escaños y votos, pero apenas arañó un 20% de los apoyos que perdían los socialistas. CiU, con su discurso anclado en las instituciones, volvería a tener un buen resultado. Luego vendría encarcelar a estudiantes, disparar balas de goma, expulsar profesores, cobrar dos veces por la sanidad o cerrar camas de hospital. Las elecciones andaluzas y asturianas cerraron la “blitzkrieg” del PP. No habían pasado 100 días y Rajoy perdía más de 400.000 votos. La prima de riesgo subía y Bruselas se mostraba menos amigable de lo imaginado. Era el momento de doblar el brazo a la gente. Entre los poderosos y el pueblo, la derecha siempre ha apostado por los poderosos. Afuera llovía, pero el 15-M, que ya había regresado para la huelga general del 29-M (en verdad nunca se fue, que estaba por los barrios encontrándose a sí mismo), andaba preparándose y buscando el ungüento para sus contradicciones. Sol volvía a querer refulgir. Si fallan los partidos, los jueces, los banqueros, los medios de comunicación, la Unión Europea, las empresas, la monarquía y la jerarquía eclesiástica, ¿qué queda sino recuperar los lugares donde nació la democracia?

La indignación de la Puerta del Sol fue un punto de bifurcación abierto después de muchas decepciones: los recortes sociales y la aceptación resignada por el gobierno de la dictadura de los mercados; los entonces cinco y hoy casi seis millones reales de parados (de los cuales, uno de cada dos son jóvenes); la ley Sinde –luego Wert-Sinde- y los recortes en las descargas en Internet, que tocó una de las pocas certezas de los jóvenes -la libertad de navegar-; la aplicación en España la misma lógica que ensombrecía a Grecia, Irlanda o Portugal; la victoria del PP, pese a la corrupción y la arrogancia de los corruptos; la aplicación traumática en la universidad del Plan Bolonia; los centenares de miles de desahucios; los desequilibrios de la ley electoral; las nuevas amenazas de despidos; los beneficios crecientes de las grandes empresas; el mantenimiento de los paraísos fiscales; los rescates bancarios o las sangrantes primas a banqueros y altos ejecutivos. Y aún tendrían que llegar las amnistías fiscales, la subida de las tasas universitarias, el repago sanitario, las rebajas salariales, los recortes en educación y sanidad… Sin contar algunas más abstractas como la usurpación de la memoria histórica, el incumplimiento de los programas electorales o la sospechada parcialidad de los jueces, junto a otras más concretas y recientes como el maltrato de la policía a los manifestantes, el uso de material antidisturbios que asesina a jóvenes o las crecientes dificultades para ejercer el derecho constitucional a la manifestación (¿dónde estaban los jueces cuando dos tránsfugas robaron las elecciones en Madrid en 2003? ¿Y no tienen nada que decir los tribunales ante la presentación de imputados en las listas? ¿Por qué no pisó la cárcel el empresario que apuñaló a una sindicalista la noche de la huelga general pero aún están presos jóvenes que participaron en piquetes? ¿Por qué se detiene al día siguiente a jóvenes que accionan simultáneamente y como protesta por los aumentos del precio del transporte en Madrid la palanca de detención del metro cuando no estaban siquiera en movimiento, mientras no hay ni un banquero encarcelado por saquear las cajas de ahorro?). Añadamos, por supuesto, el ejemplo del Sahara, de Túnez, de la Plaza Tahrir de Egipto y antes de la América Latina insurgente: esos pueblos se han levantado. ¿A qué estamos esperando nosotros? Si el 15-M de 2011 venía cargado de razones, un año después todo ha endurecido. Entendemos por qué tuvo lugar la revuelta de los indignados. ¿Y ahora?

El pueblo que se reunió en Sol no buscaba una transformación inmediata, vía electoral, de nuestro sistema político. Un movimiento de estas características nace porque ya ha descontado las posibilidades electorales de cambio. Por lo menos con la oferta disponible. Basta mirar las reivindicaciones del 15-M, construidas durante esos días por una multitud anónima, para entender que la discusión apuntaba al futuro y al corazón del sistema. De no ser así, los resultados electorales nos harían regresar a la melancolía. Lo que estaba ocurriendo no podía cambiar radicalmente, de la noche a la mañana, la comodidad de nuestras democracias. Pero el punto de inflexión ha tenido lugar. Nadie va a poder gobernar como si nada hubiera ocurrido. Hace cuatro años, cuando la crisis de Lehmann Brothers –donde trabajaba el actual Ministro de Economía-, dijeron que se iba a humanizar el capitalismo, y cuando la gente abandonó las calles, a quien refundaron fue a la ciudadanía europea que sufrió en sus carnes los planes de ajuste del FMI. Si te engañan dos veces es culpa tuya. No deja de ser una metáfora terrible que mientras el director gerente del FMI presuntamente intentaba violar a una camarera, el pueblo de Madrid salió a la calle a decir basta.

Las propuestas que empezó a apuntar el 15-M señalaban todas a un incremento de la democracia y a un mayor deseo de participación popular, así como a una reclamación radical de igualdad, rota por la grosera avaricia que construye la salida financiera a la crisis. Acabar con los privilegios de los políticos (varios trabajos, varios sueldos, ausencia de incompatibilidades, sueldos vitalicios, jubilaciones privilegiadas), poner fin a los paraísos fiscales y a los rescates bancarios, así como a las primas a los banqueros, cambios en la ley electoral que terminen con la desproporcionalidad y el bipartidismo o apostar por la democratización de los medios de comunicación. Se están recuperando las propuestas que abandonaron los sindicatos de reparto del trabajo, y también que no se alarguen las jubilaciones para que ni los viejos trabajen tanto ni los jóvenes se queden sin trabajo. Sin préstamos hipotecarios posibles, reclaman un mercado público de alquileres que permitan salir de la casa de los padres, de la misma manera que se cambie la ley que permite a los bancos, cuando no se pueden cubrir las hipotecas, quedarse con el piso y, además, seguir cobrando el préstamo (algo que, también apuntan, solventaría una banca pública). Entre las propuestas también están las ayudas a los parados de larga duración, y la necesidad de que los que más tienen paguen más, porque si los ricos siguen sin pagar impuestos, no es posible que existan políticas públicas redistributivas. Nada de esto sería posible en ausencia de información veraz, libre y plural (donde los propios periodistas, que son víctimas de sus jefes, los empresarios de medios de comunicación, puedan también recuperar la dignidad). De manera clara, saben y lo reivindican, sin un poder judicial independiente que haga real la división de poderes, la justicia seguirá siendo una burla en manos de poderes políticos enmarañados con poderes económicos. Pero nada de esto puede conseguirse si la lucha se detiene.

El principal resultado de la Comuna madrileña fue la quiebra del objetivo primordial de unas elecciones: la autorización al poder político para gobernar legítimamente al margen de las medidas que se tomen y quiénes sean los beneficiados de las mismas. El gobierno de Rajoy, con apenas cuatro meses detrás, ya siente la espada de Damocles en su cabeza. Esa placidez de las democracias satisfechas se rompió bajo los toldos improvisados de la Puerta del Sol. Después del 15-M, como aprendieron en Ecuador, Argentina o Islandia, ganar unas elecciones ya no significa sin más estar autorizado para seguir haciendo lo mismo. Así se va haciendo virtuosa la democracia. Y por eso el PP amenaza con castigar la desobediencia pacífica como si fuera lucha armada. Se trata de asustar a los que están diciendo que ya no tienen miedo. Pero esto no nos lleva a falsas ilusiones democratizadoras. Mucha gente que pasó por la Puerta del Sol acudía a un fenómeno que ya era mediático. Como podrían acudir a la boda de los Windsor o al funeral del Papa. Aunque pasar por Sol operaba cambios. Los que cayeron por allí, se dieron cuenta de que lo que se buscaba en el kilómetro cero de Madrid tiene mucho que ver con su propia vida. De ahí su fuerza simbólica. Por eso tenían que desmantelarla y, como los cuerpos sin vida de los mitos, lanzarlo al mar. Pero las olas siempre devuelven el ejemplo.

El 15-M ha tenido también quejas desde espacios progresistas. Pero las imprecaciones siempre se hacen desde el lugar del que se parte. Por eso las comparaciones no terminan de funcionar. Cuando un joven dice que los bonos con dinero público entregados a los banqueros no son ni de derechas ni de izquierdas, está diciendo: no estoy politizado como vosotros, pero tengo algo muy claro: en mi idea de democracia, hay cosas que deben quedar fuera de la disputa política. Y al igual que acabar con la pederastia no debiera ser ni de derechas ni de izquierda, que unos tengan tanto y otros tan poco está fuera de mi idea de entender la democracia. Quizá en vez de no estar politizados, estén politizados de otra manera. ¿No es momento de encontrar la traducción de esas diferentes miradas políticas? La idea de igualdad está muy fuertemente prendida en la gente joven. No han necesitado luchar por ella, pero entienden a la perfección cuando les falta. Por eso ninguno de los lemas que se leyeron en el 15-M les era indiferente: “manos arriba, esto es un atraco”; “Bob Esponja busca un trabajo digno” “Tu botín, mi crisis”, “Violencia es cobrar 600 euros”, “Esta crisis no la pagamos”. Y como si pisar esa plaza fuera tomar la píldora roja de Matrix, opera un cambio en sus conciencias. Vinieron para una cosa, pero salen con la cabeza dando vueltas. Se ha roto una rutina. Y afirman: “estoy aquí porque no estoy de acuerdo con lo que está pasando”.

La Comuna de París de 1871 recuperó un elemento democrático central endemoniado por la democracia representativa: la revocación de mandatos, enemigo del liberal “vota y no te metas en política”. Ese era y es uno de los mensajes que la Puerta del Sol vino a recuperar: si el sistema sigue siendo antinosotros, señor Presidente, señora Diputada, señora Jueza, señor banquero, señora empresaria o señor policía, toca, por supervivencia, pensar en otro sistema. Claro que la comparación con la Comuna de París es excesiva. Estamos en el siglo XXI. Pero hay elementos de democracia real que nos llevan directamente a aquello que llevó a los comuneros a las barricadas. Lo mismo que llevó a los republicanos españoles a defender en las trincheras los valores de una República que le paró tres años los pies al fascismo. Madrid resistió y luego fue arrasada. Madrid se estaba reivindicando y de ahí saltó a Barcelona, a Nueva York, a París y a Atenas. Y de esos lugares regresó la experiencia compartida con sus matices y sus enseñanzas. Los nostálgicos de sí mismos hablan de mayo del 68. Ese que no aplicaron cuando han tenido mando en plaza. Pero, por fortuna, los “ismos” envejecidos no cuentan entre los nuevos comuneros. Allí reivindicaban, sobre todo, la libertad. En la Puerta del Sol, el Movimiento 15-M reclama la igualdad y la participación. Y lo hace de manera pacífica. Recuerda que hay que reinventar muchas cosas.

Aún recuerdo la escena. Bajo los toldos que nos resguardaban de la lluvia en la Puerta del Sol, un viejo con un largo abrigo y una usada armónica empezó a tocar la Marsellesa. La luna llena hacía reflejos antiguos. Poco a poco, la gente empezó a escucharle atentamente. Cuando cesaron los aplausos se acercó pausado a la esquina donde, desde el suelo, unas jóvenes le habían escuchado con la sonrisa en la cara. Preparó la armónica golpeándola suavemente contra la palma de la mano, carraspeó y, en medio de un gran silencio, preguntó: “A ver si conocéis ésta. Es como la Marsellesa pero de aquí”. Y empezó a tocar el Himno de Riego. La idea de una asamblea constituyente estaba ya dejando sonar tus notas por la plaza.

El 15-M: una pregunta, no una respuesta

“el 15-M es emocional, le falta pensamiento. Con emociones solo, sin pensamiento, no se llega a ninguna parte”

Zigmunt Bauman

Saben los neurobiólogos que las pasiones residen en nuestro cerebro más primitivo. Toda decisión “racional” es antes “emocional”. Para contrarrestar una emoción negativa es menester tener “una emoción positiva muy fuerte”. No es una apuesta por la irracionalidad. Lo es por una “razón emocionada” para salir de las trampas de un mundo que dice que la protesta es terrorista, la risa subversiva, los parados perezosos, los estudiantes revoltosos y las mujeres reivindicativas, aligeradas. Disfrazarse de payasos para manifestarse contra los recortes sociales lleva a que las cargas de los antidisturbios validen no solamente el capital financiero, sino también la imagen de verdugos de Fofó y Miliki. Emocionalidad bien inteligente.

La izquierda sólo ha entusiasmado cuando se atrevió a brindar un mundo diferente, siempre poco concretado. “Libertad, igualdad y fraternidad” en la revolución francesa, “tierra y libertad” en la revolución mexicana, “pan, paz y trabajo” en la revolución rusa o “patria, socialismo o muerte” de los procesos cubano y venezolano. ¿Puede acaso hoy tumbarse la jaula de hierro del consumismo sin emocionar a quien va a serrar los barrotes?

El 15-M ha sido capaz de lograr lo imposible para ninguna internacional anterior: convocar la primera manifestación global contra el modelo capitalista. Y por si fuera poco, volvió a la carga con el 12-M-15-M, ya conectado con otras movilizaciones globales. Mayo del 68 duró tres meses. El 15-M, pasado un año, sigue su curso. Y fue capaz de, más allá del G-7 o del G-20, convocar un G-90. Tantos como países salieron a la calle a recuperar la democracia en donde nació: en las plazas. Un momento destituyente. Una pregunta, no una respuesta.

Frente al shock de la crisis, la reacción popular ante la dictadura de los mercados está teniendo derroteros diferentes a los tradicionales. La emoción del 15-M se parece a esa generosidad que nace de los desastres (el terremoto de México, Fukushima o los deslaves tras las lluvias). Entonces se suspenden los egoísmos. Se trata de luchar por lo básico. Ahí nace el optimismo. ¿Son acaso mejores los libros de autoayuda o la guía de las vanguardias? La alegría del 15-M desborda los diques de los partidos, de los sindicatos, de las instituciones. Los hace más útiles cuando rompe las constricciones del sindicalismo para defender la educación pública. Los desafía cuando es la misma ciudadanía la que vota y la que comparte la visión del 15-M. Se le pide mucho y muy pronto al movimiento. Vísteme despacio que tengo prisa.

Cuando un rayo cae en la noche, el campo se ilumina y hace visible lo que estaba oculto. No bastaría entornar los ojos. Hay demasiados velos. Es una cuestión de sensibilidad. La emoción hace que el dolor se convierta en saber, el saber en querer, el querer en poder y el poder en hacer. Un joven que se prende fuego porque le han quitado el medio de supervivencia, unos estudiantes que acampan en mitad de la ciudad, pobres que se enfrentan a ricos en el corazón de su caja de caudales, un desahucio al que se le ven las lágrimas, un presidente que miró a los ojos y luego engañó. Sólo la sensibilidad puede convocar a la razón ausente. Sólo la emoción puede romper la clausura del pensamiento lograda por la sobreinformación, el afán consumista, el miedo al futuro, la negación del pasado y la zozobra ante la incertidumbre y el castigo. Si el sistema sólo entiende de objetos -una hipoteca no satisfecha, una plaza universitaria costosa, un viejo, un enfermo, un inmigrante que incrementa el déficit, un interino que encarece la deuda, una protesta que enfada a los bancos- la sensibilidad devuelve a su lugar a las personas.

¿Gobernar mañana? El 15-M tendría que firmar, como el Lenin de 1917, onerosos tratados de paz. Perdería territorio, pagaría reparaciones, lastraría su vuelo. Todavía no se dirime en esas lides. No es la respuesta definitiva a la esclerosis del capitalismo neoliberal y de la democracia representativa: es el diagnóstico de su enfermedad. ¿Para qué enfermarse con ellos? No es un partido ni debe ahora mismo serlo. Un partido es un medio para un fin. El 15-M es un fin en sí mismo: una gran conversación que a fuerza de saber lo que no quiere, va a terminar sabiendo lo que quiere. Pero tiene que darse respuestas para que no sea simple humo purificador. Claro que necesita ir cerrando asuntos. Pero sin imitaciones que condenarían al movimiento a repetir los errores del pasado.

Sin líderes, sin programa, sin estructura, el riesgo de desaparición en el reflujo del movimiento está ahí. Pero la crisis del sistema y la imposibilidad de encontrar soluciones desde dentro va a seguir alimentando la búsqueda. Estructura no significa verticalismo. Es tiempo de una implicación social más horizontal. Hay que reinventar la gobernanza y hacerla democracia. Decisiones políticas nacidas de la discusión, ejecutadas por la organización y supervisadas por una discusión regresada abajo. Es momento, igualmente, de reinventar liderazgos –que no es lo mismo que líderes- en todos los rincones de la vida social. Liderazgos que se muevan en el nuevo sentido común que quiere significar el 15-M.

Frente a la libertad reclamada por el 68, ahora se reclama la igualdad. La naturaleza rota, el futuro incierto, la violencia cotidiana no soportan más las diferencias que se hacen cada vez mayores en todo el planeta. De ahí la fuerza de la camaradería en el 15-M. Por eso también la relevancia de las redes sociales, por su horizontalidad, por su relación entre iguales que se reconocen y tratan como tales. Quien piense en vanguardias clásicas está errando la mirada. Quien no entienda que hacen falta referentes comunes que ayuden a moderar las pretensiones de cada cual, también se equivoca.

En el 15-M confluyen veteranos castigados por el sistema y también clases medias enfadadas que, por vez primera, se han sentido tratadas como proletarios. Existen sujetos políticos tradicionales con nuevos sujetos que reclaman su espacio: junto a trabajadores que se sienten tales, también sentimientos ecologistas, pacifistas, cristianos de base, feministas, inmigrantes, estudiantes, internacionalistas… En el maltrato se reconocen y se reinventan. Ahí se entiende parte de la amabilidad del 15-M. La lucha contra el autoritarismo durante el siglo XX generó un tipo de partido político. La guerra fría, otro. Del 15-M saldrán maneras diferentes de organizarse políticamente. Lo relevante será ver en qué medida se genera un viaje de ida y vuelta constante al movimiento que marque con su sello las formas de hacer política. No nuevos profesionales, sino nuevos movimentistas que sepan conjugar lo mejor del conocimiento, del compromiso y de la organización.

Frente a un capitalismo rígido y cada vez menos tolerante –nada líquido, con perdón de Bauman- el 15-M articula inteligente su oposición. El sistema sabe defenderse cuando se le niega o se le combate, pero no sabe qué hacer cuando se ve desbordado. Esa ha sido la estrategia del movimiento en sus doce meses de vida. Pone patas arriba las teorías de esos intelectuales ignorados por los pueblos insurgentes que afirman: “si la realidad no se parece a la teoría, peor para la realidad”. Una realidad tozuda e irreverente, que, con perdón de los intelectuales consagrados y con el favor de los poetas, al igual que el rayo, no cesa. Es la inteligencia del movimiento de no caer en la estrategia de la violencia: ahí gana seguro el Estado. ¿O es que acaso no sabemos que la policía infiltra los movimientos e invita a la violencia? Ahí se mueve como pez –piraña- en el agua.

El 15-M agitó las plácidas aguas de la demediada democracia española y europea, recordó que nuestras democracias de baja intensidad no satisfacen ni las necesidades ni los sueños de las multitudes, ayudó a entender que hay otras miradas y que un mundo en el que quepan muchos mundos es una nueva exigencia de los que están más interesados en aquello que les une que en aquello que les separa. El 15-M se encontró hace doce meses a sí mismo y tiene que reinventarse a sí mismo a partir de ahora, cuando el shock de la crisis parece jugar a favor de los políticos y los banqueros responsables del desastre. Encontrar la forma de sumar allí donde el pensamiento y la práctica críticas se acostumbraron a restar. Reinventarse para dejar claro qué ofrece como alternativa al modelo capitalista y a la crisis neoliberal, cuál es su posición tajante frente al desastre medioambiental o al derecho de otros pueblos y de las generaciones futuras a tener una posibilidad. El 15-M siempre fue una gran conversación que sirvió para politizar a los que no lo estaban y también para repolitizar a los que venían trabajando en lo colectivo. Ahora que el poder quiere imponer un mayor silencio ¿cómo no mantener ese diálogo que nos ayudó a reconocernos?

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