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RECUPERAR LA MEMORIA HISTÓRIACA

Escrito por

Éxodo 101 (nov.-dic’09)
– Autor: Varios Autores –
Foro de Curas de Madrid
 
Vuelve a estar de actualidad la cuestión aún pendiente de la reconciliación entre españoles después de la guerra civil. Vuelve también a plantearse, a partir de declaraciones de algunos obispos y de sus actuaciones u omisiones, el papel que la Iglesia tuvo como cómplice y/o como víctima durante la guerra y la posguerra y el papel que hoy siguen teniendo sus declaraciones ante la opinión pública.


En este contexto, el Foro Curas de Madrid queremos exponer nuestra opinión formada desde la relación con tantas personas de nuestros barrios que lucharon en uno u otro bando o con sus familiares cercanos y desde la lectura del Evangelio. Consideramos que reconocer la dignidad de tantas personas que dieron sus vidas por construir una sociedad más justa e igualitaria, y el derecho de sus familiares a recoger y honrar sus restos, no significa abrir heridas e incitar al odio, sino practicar un deber humanitario de piedad para con las víctimas y con aquellos que durante demasiado tiempo han tenido que vivir su dolor de manera clandestina y vergonzante.

Han pasado más de 70 años desde el comienzo dela guerra civil española y creemos que, para asegurar la concordia y la convivencia de nuestro futuro, la forma más firme es recuperar nuestra memoria histórica, con el fin de honrar y recuperar a quienes se esforzaron por conseguir un régimen democrático en España, a quienes sufrieron las consecuencias del conflicto civil y a los que lucharon contra la dictadura. La Ley de la Memoria Histórica (diciembre 2007) lo dice así: “Se trata de renovar y ampliar derechos a favor de quienes padecieron persecución o violencia por razones políticas, ideológicas o de creencia durante la guerra y civil y la dictadura (Art. 1,1).

La Ley insiste en que se trata de reconocer y homenajear a todos los hombres y mujeres que fueron víctimas de la guerra civil o posteriormente de la represión de la dictadura franquista e hicieron posible el régimen democrático instaurado con la Constitución en 1978 con su defensa de los principios y valores democráticos.

Creemos que esta es la forma adecuada y positiva de cerrar las heridas abiertas, de satisfacer a cuantos sufrieron las consecuencias de la guerra civil y de la dictadura franquista y de hacer que nuestra democracia quede reconocida y honrada.

En el mismo espíritu, hacemos nuestras las palabras de la Ley (Art. 1,1) de “Fomentar la reflexión de nuestro pasado para evitar que se repitan situaciones de intolerancia y violación de derechos humanos como las entonces vividas”.

En consecuencia:

1. Consideramos legítimas y justas cuantas disposiciones de esa Ley pretenden localizar, identificar y honrar a cuantos, todavía, no se les ha reconocido este derecho de reparación, por respeto a ellos mismos y a sus familias.

2. Desde el hecho histórico de que esta fue una guerra que acabó con el lamentable final de “vencedores y vencidos”, consideramos unilateral y contraproducente que el reconocimiento de las víctimas haya sido aplicado únicamente al bando de los vencedores y descartado para el bando de los vencidos. Ese procedimiento no es justo, no ha facilitado el reencuentro entre los españoles ni encarna el espíritu de conciliación, magnanimidad y perdón tan propio y universal del Evangelio. Abogamos por tanto por aplicar lo que es un derecho individual de justicia, –expresado detalladamente en la Ley de la Memoria Histórica– y no por el olvido, que supondría un cierre en falso de las heridas abiertas.

3. Desde el espíritu de generosidad, reconciliación y perdón, invocado por la jerarquía, hubiera sido altamente positivo reconocer la equivocación por la opción unilateral y excluyente asumida por ella en favor de la dictadura y no haber contribuido a reconocer los derechos de quienes lucharon contra ella. La palabra perdón en esa situación, y a tiempo, hubiera abierto los ánimos y hubiera propiciado la concordia. Nadie puede predicar y exigir coherencia a otros, si previamente no la cumple en sí mismo.

4. No entramos a juzgar el contexto y los factores que desencadenaron el conflicto de unos contra otros, pero resulta perentorio reconocer que la persecución religiosa –con sus ruinas y muchas víctimas– desatada durante la guerra civil afectó especialmente a la Iglesia católica y no se puede justificar y debiera ser también objeto de un perdón público, aunque sea difícil de concretar.

5. En todo caso, y esto es muy importante, miramos a un pasado que nos pertenece, pero miramos sobre todo al futuro. Y, en ese sentido, no hay como mirar a las causas que provocaron esa locura colectiva: la exclusión de unos por otros. Debemos dejar como periclitada la absurda guerra de las dos Españas, esa división que encasilla a los buenos españoles como católicos, neoliberales, de derechas y a los malos como republicanos, ateos, de otras religiones y socialistas o de izquierdas.

Sin entrar ahora en el grado de culpabilidad de unos y otros, se trata de un cambio radical, de pedir perdón por haber sido excluyentes y por habernos considerado poseedores únicos de la nacionalidad, de la verdad faltaba la premisa de reconocer al otro el derecho a vivir y expresar libremente su verdad y eran previsibles los efectos: ¡Con nosotros o contra ellos! Es indudable que hubo un condicionamiento histórico-cultural que nos predispuso y enajenó hasta llegar hasta donde llegamos.

Hay que pedir perdón por la brutal persecución que ejercimos unos y otros sobre la otra parte: odiamos y nos odiaron; despreciamos y nos despreciaron, excluimos y nos excluyeron; matamos y nos mataron. Pedir perdón y arrepentirse por el absolutismo de ambas partes.

Hacemos nuestra la súplica de Azaña en medio de la contienda: “Paz – Piedad – Perdón” y el reconocimiento que hizo la Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes en 1971 : “Pedimos perdón porque nosotros no supimos a su tiempo ser verdaderos ministros de reconciliación en el seno de nuestro pueblo, dividido por una guerra entre hermanos”. Súplica y reconocimiento que hoy siguen teniendo actualidad.

Abogamos, pues, porque haya beatificación de todas las víctimas, en altares sagrados o profanos, con elevación a la gloria de Bernini o de otra gloria civil cualquiera, pero sin ninguna discriminación de las víctimas, desterrado para siempre el veneno que nos lanzó los unos contra los otros y que haga imposible la predicción de aquellos versos de Antonio Machado:

Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón.

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