viernes, marzo 29, 2024
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QUEREMOS EL PAN Y LAS ROSAS

– Autor: José Ramón López de la Osa –
 
Lo primero que queda después de leer este libro de Lucía Ramón es la sensación de que nos hemos acercado a un universo de problemas que no desconocemos en absoluto pero que, si hablamos de un contexto en el que la visión dominante es la del varón, no acertamos muy bien cómo entrar a considerar. Además, a lo largo de estas páginas se hace patente que a pesar de su importancia, su densidad y su complejidad, las cuestiones no están analizadas desde la propuesta teórica de una teología estrictamente académica, sino que sin perder un ápice de su rigor, están descritas desde su experiencia vital y personal, expresadas con un lenguaje enormemente ágil, y vistas con la profundidad y la sensibilidad de una teóloga cuya preocupación es la promoción de la justicia desde una teología encarnada en un diálogo entre Evangelio y sociedad. Lo hace con la convicción profética de que estamos haciendo un mundo mejor cuyo fundamento es la incondicionalidad del amor de Jesús, y de esa realidad que conocemos y vivimos a través del Evangelio hecho vida, ella destaca el papel profético de las mujeres bíblicas como modelo para este siglo XXI, así como el papel nuclear del feminismo en este futuro ya comenzado. Y hecha esta advertencia inicial que me parecía esencial, me gustaría resaltar algunas reflexiones que me fue suscitando la lectura.

1.- Muchos son los elementos de nuestras sociedades que han cambiado sustancialmente en los últimos años, pero ninguno tanto como la familia. Y dentro de esta institución -tan relevante para cualquier asociación humana-, todo lo relativo a la mujer ha supuesto una de las transformaciones que más ha impulsado y está modificando, no solo la forma de entender el núcleo básico de lo social, sino, como era de esperar, la de comprendernos a nosotros mismos y todo nuestro mundo de relaciones interpersonales, político-sociales, ético-religiosas e institucionales. Con razón se ha dicho que la feminista fue la gran revolución iniciada en el siglo XX y que se prolonga en el actual. Pero estos cambios, a pesar de su importancia, no ocultan sino que confirman que todavía predominan visiones y comportamientos manifiestamente machistas que, con demasiada frecuencia, tienen consecuencias dramáticas. Solo en nuestro país, entre los años 2003 a 2010, hemos superado la cifra media de 70 mujeres asesinadas a causa de la violencia de género cada año (excepción hecha de los años 2005 y 06 que fueron 57 y 68 respectivamente), y donde en el año 2010 la cifra se elevó a 78. A pesar del impacto, el rechazo y la solidaridad –casi culpable- que producen estos hechos cuando aparecen en los medios, la invisibilidad social que todavía acompaña a todos los problemas que afectan a las diferencias de género entre nosotros, manifiestan el largo camino que aún nos falta por recorrer y el esfuerzo de cambio cultural que nos queda por asumir. Espacios tan diversos y comunes para el desarrollo de la vida colectiva como el educativo, el catequético, el semántico, el político, el laboral, el asociativo, el de la convivencia cotidiana y tantos otros, todavía hoy son expresión de esa inercia dominante de una visión unilateral y sexista de la sociedad que, cada vez nos desconcierta más y que en cambio, somos muy lentos en superar. Es como si permaneciera un elemento que pasa por ser “cultural”, que lo impregna todo, y que, en cambio, no resiste la más mínima crítica.

2.- Por eso, permanentemente nos preguntamos por las referencias que nos permiten compartir la vida como una experiencia de reconocimiento mutuo, autonomía, respeto y valoración de la dignidad de cada persona, defendiendo la posibilidad de desarrollar el proyecto vital, de reproducir la propia vida y poder crecer personal, cultural, social y religiosamente. Esto, hemos creído encontrarlo en los valores de la igualdad, la libertad y la tolerancia, especialmente en sociedades que, como las nuestras, son plurales, tanto desde el punto de vista cultural como religioso. Y estos valores tan comunes en toda literatura ética, jurídica, política y social desde la Ilustración, pero especialmente desde la segunda mitad del siglo pasado, y de matriz claramente cristiana, siguen fundamentando el sentido emancipador en la reflexión presente. Y es en esta compleja articulación de cambios sociales y de búsqueda de autonomía, sensibilidad y autenticidad cristiana en las formas de afrontar los problemas de género hoy, donde Lucía Ramón nos introduce con maestría, utilizando un lenguaje claro que habla desde la fe, con profundo conocimiento de los textos bíblicos y una espiritualidad vivida desde la convicción de que la propuesta liberadora de Jesús y la ausencia de “razones dominadoras” en la experiencia del Reino de Dios, forman el horizonte en el que plantear los problemas que tocan a la violencia de género, al cambio de paradigma en el modo de entender los problemas que afectan a la construcción de un sistema social y religioso que debe de distribuir las cargas y recursos de forma simétrica entre varón y mujer y posibilitando así la creación de una conciencia moral que integre la voz de la justicia, el cuidado y el poder de gestión. En definitiva, es la manera de aunar la justicia y la ética de la compasión; lo femenino y lo masculino.

El feminismo es expresión de ese esfuerzo por establecer el equilibrio de lo humano, donde varón y mujer se expresan en sus múltiples sensibilidades sin asignar campos de dominio privilegiado a ninguna de las dos partes. De ahí la necesidad del debate práctico y teórico que desvela la capacidad de cuestionar y desactivar lo que hasta ahora ha constituido la posición hegemónica de un único discurso normativo: la superioridad del varón sobre la mujer, y la fundamentación “natural” de una concepción de la mujer (preferentemente sexual) que ha sido siempre fruto de una forma tradicional, cultural e ideológica de transmitir valores. Por ello, el planteamiento que nos hace Lucía Ramón va más allá del reconocimiento de la igualdad legal entre varón y mujer; también se dirige a la forma que toman el amor y la afectividad en un sistema que todavía reparte las cargas y los recursos (familiares, sociales, emocionales y humanos) de forma asimétrica. Este paso del paradigma “naturalista” de la condición femenina al de “la reflexión ética insertada en la categoría de género alcanza la auténtica realidad moral de la mujer y propicia una solución eficaz a su marginación injusta…”; cambia totalmente la percepción, permitiendo una construcción histórico-social en la que varón y mujer comparten por igual los valores de la atención, el cuidado, la responsabilidad y la solidaridad. Este es el nivel de la conciencia moral madura.

3.- El desarrollo del libro nos lleva de forma progresiva, desde la consideración del peligro de la violencia sobre la mujer en los ámbitos más íntimos y domésticos de la vida familiar, a la necesidad y la importancia de los cambios que se están dando en las concepciones tradicionales que, sobre la relación de géneros, todavía persisten, no solo en la sociedad, sino en el entorno de las iglesias cristianas y de la Iglesia en particular. En esta línea me parece iluminadora la propuesta que hace de tomar “la salud de las mujeres como signo de la irrupción del Reino de Dios y de la salvación en nuestro mundo”. Y esto lo va concretando en una espiritualidad (que va tomando cuerpo a lo largo de toda la exposición) y que toca temas tan nucleares como: el valor de la vida, el ecofeminismo como alternativa a las relaciones de dominación basadas en la razón instrumental, el compromiso por la emancipación de quienes sufren marginación y pobreza, de las cuales, la parte más relevante numéricamente hablando son mujeres. En definitiva, es una respuesta, desde la Iglesia y con las iglesias, a los problemas de la sociedad actual y adoptando la visión teológica de la mujer emancipada. Una reflexión desde la teología feminista sobre la pobreza, la falta de libertad y las distintas formas de discriminación que todavía pesan sobre las mujeres.

4.- La realidad próxima de nuestro país, así como la ingente cantidad de noticias que recibimos diariamente a través de los medios, nos hacen fácil comprender esta intensificación de la marginación que sufren las mujeres en el mundo y la necesidad de tomar su salud como signo de la irrupción del Reino: su no tener ante la responsabilidad de tener que alimentar a sus hijos; su no poder ante la falta de libertad política y personal en tantas partes del mundo, así como su posición subordinada o excluida en tantos ámbitos religiosos; su no valer en cuanto cuerpos utilizados, bien por la invisibilidad del trabajo familiar, bien por la explotación sexual; su no saber por la exclusión de los ámbitos formativos y educativos en tantos lugares; su discriminación, en definitiva, por el color de su piel, su pobreza, el racismo, etc., y tantas otras causas.

Tras la lectura de este trabajo de Lucía Ramón nos quedan claros varios mensajes: el feminismo no es solo cosa de las mujeres, es un esfuerzo de redimensionalización del trabajo y de la convivencia de varones y mujeres; en esta tarea, la teología feminista nos está abriendo una vía de reflexión sin la cual esta redimensionalización sería impensable; y esto parece que nos abre un futuro enriquecedor para la forma de entender y vivir nuestras comunidades cristianas en este futuro que ya ha comenzado.

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