viernes, marzo 29, 2024
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Por una muerte con sentido

Escrito por

Éxodo 152
– Autor: Editorial –

Como casi todos los avances humanos, el compromiso y la lucha por el derecho a morir con sentido, a una muerte digna y buena, ha tenido que abrirse camino contra duras y a veces feroces resistencias. Es verdad que ese derecho a la denominada eutanasia es especialmente delicado porque en él está en juego la vida y la muerte. Pero justamente por lo mismo, porque está en juego en él la vida y la muerte, es un derecho sumamente decisivo.

Y por esa razón hay una larga historia de mujeres y hombres que han comprometido su vida por el reconocimiento de ese derecho. Una historia de mujeres y hombres que han sabido muy intensa y dolorosamente por qué derecho luchaban, pues una mayoría de ellas y ellos lo han experimentado en sus propias carnes, en sus cuerpos, teniendo que “marchar”, al fin, sin que les concedieran el alivio de una muerte con sentido, digna, buena, incluso feliz, como la reivindica en nuestros días el reconocido teólogo católico Hans Küng.

Por eso, ahora que parece llegado el momento para el reconocimiento de ese derecho, es de justicia hacer memoria de su compromiso y expresar la impagable gratitud que la humanidad les debe por ello. Valgan tan solo unos cuantos nombres para cumplir este importante deber de memoria y gratitud:

Pionero fue el de todo conocido doctor Luis Montes desde el servicio de anestesia y reanimación en el hospital Severo Ochoa de Leganés. Como pionero tuvo que soportar la feroz y vergonzosa embestida de los fanáticos de turno, que carecen de sensibilidad para el sufrimiento de los demás y del mínimo sentido para la verdad. Pero él se mantuvo hasta el final acompañando a los pacientes a una buena muerte.

Pionero fue también Ramón Sampedro, aquejado de tetraplejia desde los 25 años, en la lucha por el efectivo reconocimiento del denominado “suicidio asistido”, con una lúcida conciencia del momento cumplido de su muerte, como pone de relieve Diego Gracia en su breve pero penetrante artículo desde la filosofía y la Bioética, que publicamos en este mismo número en la sección “En la brecha”, y compartiendo responsablemente con su compañera el peso de la ley existente, las consecuencias de su determinada voluntad de morir.

Merece también traer a la memoria el caso de Andrea, la niña de 12 años con una enfermedad terminal, cuyos padres asumieron también, en 2015, retirarle la alimentación que la sostenía. Un caso bajo el signo del sufrimiento de los inocentes, de la piedad y de la discreción.

Y evocamos finalmente el caso más reciente de María José Carrasco, enferma de esclerosis múltiple durante 30 años, quien a partir de un momento pidió a su esposo insistentemente poner fin a su vida insoportable, como dejó plasmado en un video para dejar constancia de esa inequívoca voluntad, lo que no le ahorró a su marido tampoco tener que cargar con el peso de la ley.

Su dolor es un inquietante testimonio de cómo los grandes avances en la humanidad solo se logran con el sufrimiento de las propias víctimas. Los que no pasamos por esos trances no deberíamos olvidar jamás que disfrutamos de la vida y la felicidad solo a costa de ese precio: increíblemente costoso e increíblemente valioso. Los dogmáticos y fanáticos nunca lo reconocerán. Pero las víctimas lo asumieron en la esperanza de una vida y una humanidad más luminosas.

Cerramos este editorial evocando dos testimonios en esa dirección:

Cuando ya estábamos confeccionando el presente número, el reconocido experto en Bioética Diego Gracia nos enviaba un texto por si nos interesaba publicarlo en este número. Lo tuvimos que recortar por falta de espacio, pero no pudimos dejarlo fuera: era excelente para perderlo. Su título era La autogestión de la muerte. Un lúcido y valiente alegato en favor de la autonomía y la libertad en la vida y… ¡en la muerte! Sin ellas dejamos de ser humanos. Y, como consecuencia, una nueva visión de la muerte como una fase de la vida. De ahí que “lo mismo que hay de obligación de personalizar la vida, la hay también de personalizar la muerte”.

Y el otro testimonio nos llega también de la mano de otro, de un libro no menos luminoso, incluso más cálido e incisivo por su carga existencial. Se trata del último libro del mundialmente reconocido teólogo católico Hans Küng Una muerte feliz, donde abiertamente sale en defensa del derecho a la eutanasia, fundándolo en una visión de la vida en profundidad, abierta a la realidad última. De ahí que reclame “morir con la dignidad que ha vivido, siendo plenamente un ser humano, sin verse reducido a una existencia vegetativa.” Y argumenta: “Un tránsito feliz a la muerte está fundado en el respeto profundo hacia la vida infinitamente valiosa de toda persona.” Para dejar abierta la pregunta: “Si todos tenemos una responsabilidad sobre nuestra vida. ¿Por qué vamos a renunciar a ella en la etapa final?”

Hay quien ve en esta valoración el signo de un cambio de paradigma en la actitud ante el final de la vida. El compromiso y el sufrimiento de los testimonios que hemos evocado aquí son, sin duda, un argumento de peso en favor de un final con sentido, de una muerte digna, incluso feliz, como la espera Küng.

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