miércoles, abril 24, 2024
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Poder político y poder religioso. Un ensayo interpretativo

Escrito por

Éxodo 153
– Autor: Ivone Gebara –

Intrincada interpretación de estos poderes en nuestras sociedades

Pensar en las relaciones entre el poder político y el poder religioso no es novedad en América Latina. Desde los tiempos de la colonización, esos poderes se hermanaron y se alimentaron mutuamente, oponiéndose unas veces y apoyándose otras, pero nunca separándose del todo. Entretanto, la coyuntura actual del mundo y de América Latina en especial, revela un intrincado mundo de relaciones que hacen difícil entender con claridad la actuación de esos dos poderes en nuestras sociedades. Ellos son parte de una compleja evolución y revolución cultural, política, tecnológica y científica de significados de la vida tanto de orden personal como de orden local y mundial.

Irrupción actual del populismo y del poder de las Iglesias en la política

Esos poderes son múltiples y variados, dejando de lado el binario colonial en que la Iglesia Católica era aliada de las coronas española y portuguesa. Ahora, la mayoría de los países de América Latina se declaran constitucionalmente ‘estados laicos’, sin embargo, están marcados por el fenómeno de la entrada de la religión en la política de un modo partidario y/o individual.

El populismo y el poder de las iglesias en la política irrumpen como elementos nuevos en la coyuntura de los Estados. Estos están marcados por la orientación de un pluralismo religioso atolondrado de tendencia pentecostal, dependiente de las representaciones políticas y religiosas que apoyan los poderes del Estado. Aun cuando estén presentes en el poder constituido, están también internamente divididos. Conllevan múltiples tendencias y sub-tendencias, expresando representaciones populares en conflicto, lo que aumenta todavía más su fragilidad.

El mismo fenómeno de división se da en las instituciones de la religión. Iglesias cristianas apoyan directa o indirectamente políticos y partidos, si bien no en toda su integridad. Apoyan tendencias, facciones, grupos que son eco de sus posturas. Hacen alianzas con unos y otros, visto que las divisiones internas se hicieron ‘legión’ también dentro de las iglesias, tentando cada una de ellas buscar su espacio a costas del pueblo. Se pelean ferozmente entre sí cada una en nombre de un ‘dios todopoderoso particular’ capaz de defender sus intereses corporativos. Iluden engañosamente a los fieles con milagros imposibles y siguen construyendo templos en connivencia con sistemas financieros nacionales e internacionales. Disputan espacios en los medios de comunicación social tratando de hacer cada uno más milagros que los otros a través de la Biblia o de sus santos. Son moralistas en lo concerniente a las cuestiones de sexualidad y rechazan en su gran mayoría el feminismo. El disfraz público es la obediencia a dios, a su ‘palabra’ escogida aleatoriamente de textos bíblicos como si fuesen grandes maestros, argumentando que con ello solo tratan de ser obedientes al ser supremo.

En este momento histórico, tierras y pueblos de América Latina son de nuevo colonizados y conquistados por la religión. Los nuevos conquistadores se valen de las tradiciones religiosas del pasado y no dudan en proclamarse los continuadores del Mesías, enviados para salvar al pueblo de sus tinieblas. Alianzas internacionales políticas y religiosas, concordatos renovados en el silencio de las diplomacias, continúan a la orden del día. Quienes en eso participan son mayoritariamente hombres blancos, de derecha y de izquierda, considerados todavía hoy ‘representación primera’ de dios. Sin embargo, sus discursos aparentemente y socialmente inclusivos revelan no solamente la propiedad privada de los bienes materiales, sino también la propiedad privada de los ‘bienes espirituales’, una versión religiosa del mismo poder jerárquico de dominación con sutiles diferencias.

Repensar nuestros conceptos políticos y religiosos

Ante la complejidad de esos poderes en beligerancia en el momento histórico actual de América Latina estamos llamados/as a repensar de nuevo nuestros conceptos políticos y religiosos, a no tomarlos como tradiciones inmutables o adquisiciones tranquilas de uso continuo en nuestro día a día. En esta línea propongo comenzar a título de introducción y como ejemplo que merece la pena precisar, aunque sea de forma breve, lo que nos sugiere la palabra poder por más persuadidos que estemos de que la conocemos bien. A partir de ella deberíamos trabajar otros conceptos para que nos re-apropiemos de los significados que estamos confiriendo a muchas palabras que usamos a diario. La pregunta es simple y directa: ¿qué significa para nosotros este concepto o aquel otro?

¿Qué es propiamente PODER?

‘Poder’ es un término cuyo origen latino viene de possum, y significa ‘ser capaz de’. Es una palabra que, por lo tanto, puede ser aplicada a diversas definiciones y áreas de la vida corriente. Corresponde a algo en nosotros sin lo cual no nos mantenemos vivos. ‘Poder’ es verbo, es sustantivo y es adjetivo de múltiples sentidos y de múltiples historias. El poder tiene dioses, clases, colores, sexos, géneros, culturas, grupos, individuos, que actúan en diferentes situaciones y direcciones. El poder es material, simbólico, espiritual, público, privado. El poder se da siempre en alguna persona, en seres, en cosas. No tiene existencia en sí como si pudiese ser afirmada como entidad separada de personas y cosas. Poder es el mundo, somos nosotros –animales, vegetales, minerales– expresando cada cual a través de una energía específica su manera de vivir. Desde el ‘yo puedo’ andar, leer, hablar, escribir hasta el ‘podemos hacer’ leyes, armas, guerras y sus negativas que son igualmente formas de poder, hay que repensar nuestros poderes sociales.

Un poder político y religioso diversificados, banalizados y con múltiples manifestaciones

Vivimos un ritmo desacompasado, una arritmia, un bloqueo en el pensamiento y en la acción, en los ideales y esperanzas que tocan nuestro poder diversificado. Por eso, hoy, reclamamos de nuevo el significado de su existencia, de sus vivencias y la comprensión de sus múltiples manifestaciones especialmente cuando se trata de política y de religión.

Algunos dicen que tienen más poder que otros, al tiempo que otros piensan que no tienen poder alguno. Algunos aprecian el poder político y otros sostienen que es algo sucio, que corrompe, que apasiona egoístamente. De modo que ‘el poder’ especialmente en su forma política es considerado ‘cosa buena’ por algunos y ‘cosa vil’ por otros, si bien todos los seres vivientes tienen su dosis de poder igual y diferenciada. En la religión, cuyo poder es tenido generalmente por bueno, hay como una delegación de nuestro poder a un Poder Mayor al que simbólicamente nos sometemos sin percibir su relación con el poder político vigente y con diversas formas de dominación cultural.

Al pensar en el poder, pensamos también en la multitud de abandonados, de los sin derechos, de los sin ciudadanía reconocida que se afanan por mantener una sobrevivencia corporal mínima. Su poder se ve reducido a andar erráticos en busca de alimento y abrigo contra las intemperies de la vida y la violencia cruel de los sistemas que mantenemos. Este ‘poder’ y ‘no poder’ están ahí, en todos los lugares, y necesitaría un tratamiento especial para comprender mejor ese increíble poder de sobrevivir.

‘Poder’ es igualmente la habilidad política y social de imponer la propia voluntad a los demás. En esta perspectiva existen también diversos tipos de poder: el poder social, el poder económico, el poder militar, el poder político, el poder religioso, entre otras muchas formas, ejerciendo todos ellos siempre, a lo que se ve, formas de presión, limitaciones, permisiones y prohibiciones invocando el ‘bien común’.

El poder político, cuando es reconocido como legítimo y sancionado como mantenedor del orden establecido, coincide con la autoridad que lo detenta. Sim embargo, en la mayoría de las veces se distancia del bien de la colectividad, como en los regímenes dictatoriales o de excepción o en la forma actual de capitalismo financiero donde los intereses empresariales dirigen la llamada ‘política para todos’.

El poder religioso, por su parte, se fundamenta en un poder mayor, ilimitado, infinito que aparentemente o simbólicamente lo transciende y justifica. Puede ser atribuido a Dios en los monoteísmos o a divinidades de la naturaleza o a libros sagrados o a diversas tradiciones religiosas que sustentan, según algunos, una autoridad especial individual en la conducción de la comunidad de creyentes. Con todo, la forma histórica de ese poder sobre todo en occidente fue y es patriarcal jerárquica, blanca y masculina, principalmente en los monoteísmos. Se trata de un poder cuya cara social revela ya sus propios límites en las formas de representación, por más que se presente como absolutamente justo y bueno. En el caso particular del Cristianismo latino-americano especialmente en su expresión católica, ese poder no ha permitido ni permite todavía la igualdad en las decisiones ni los cambios en la forma de explicitar y vivenciar la fe religiosa. La preocupación por mantener un poder divino de representación masculina como si fuese una ‘revelación eterna’ del misterio infinito derivó muchas veces en arrogancia disfrazada de protección y en imposibilidad histórica de cambios efectivos y reales. Se convirtió en un ‘poder sobre’ las personas por ‘mandato’ divino usurpándolas la capacidad de reflexionar y tomar las decisiones necesarias. En concreto, todavía se repiten hoy fórmulas de otros tiempos, liturgias que ya no corresponden a significados que podrían alimentar nuestras vidas, fundamentaciones teológicas y orientaciones morales insostenibles y formas de poder anacrónicas.

La versión protestante de corte pentecostal vigente en muchos países latino-americanos reproduce casi el mismo modelo, empero con una ausencia de elaboración teológica y una centralización en la figura de un líder actual que se presenta como ‘ungido’ de Dios para conducir a su pueblo. En estas comunidades, cada vez más numerosas, se contempla el poder religioso como irrumpiendo en la historia desde las alturas celestiales como si la historia fuese tan solo el espacio donde la voluntad de un dios poderoso pudiese y debiese realizarse. De hecho, al ver el espectáculo de las religiones que se han convertido en parte en instituciones empresariales y fundamento para finalidades políticas y económicas, no podemos dejar de llorar sobre nosotros mismos y desear que esos procesos nefastos puedan transformarse radicalmente. El caso es que ellas dan la impresión de tener todavía un vigor renovado sobre todo cuando políticos y políticas públicas se sustentan en fundamentos religiosos tomados de las religiones. Tal hecho ha tenido lugar en diferentes escenarios políticos de la actualidad del continente. Muchos pobres desprotegidos y, entre ellos una mayoría de mujeres, se adhieren a sus promesas y esperan que alguna poderosa divinidad pueda ampararlos y guiarlos por los difíciles caminos de la sobrevivencia.

Ante este cuadro realista, podría hablarse incluso de decadencia de la política y de la religión en esa especie de Babel en que todos quieren gritar, sin conseguir apenas dialogar y menos aún comprender nuestras diferencias y semejanzas. La banalización de la política y de la religión es evidente en los tiempos que vivimos y este dato es una invitación a tener en cuenta las nuevas propuestas populares con vistas a su renovación.

El empoderamiento frente al desgaste del poder político y religioso

Hoy, además de la palabra ‘poder’, estamos usando también otra relacionada con ella. Se trata del neologismo ‘empoderamiento’. Es una adaptación del término inglés ‘empowerment’ y hoy está en el centro del discurso de los diferentes movimientos alternativos de la sociedad civil que reivindican cambios sociales, políticos y religiosos.

La palabra ‘empoderamiento’ viene descrita en los diccionarios como un término que conceptúa el acto o efecto de promover la concientización de una persona o grupo social, generalmente para realizar cambios de orden cultural, social, político, económico, en el contexto que le afecta. La idea central presente en la palabra ‘empoderamiento’ es el acto de obtener poder la persona o incluso suministrar a alguien o a algún grupo capacitación para asumir una decisión propia en vez de permanecer en estado de tutela. El empoderamiento es una forma de promoción de la autonomía y de la toma de opciones, y es asimismo participación real de una persona y de grupos en la conducción de la Historia.

En esa línea el movimiento feminista, el movimiento negro, el movimiento indígena, el movimiento sin-tierra y sin-techo, el movimiento LGBTQ, por ejemplo, trabajan para que las diferentes personas sean capaces de empoderarse, promoviendo concientización mediante la educación comunitaria, conferencias, debates, y producción de contenidos formativos y acciones políticas. El objetivo es dar instrumentos necesarios para que esos diversos grupos reivindiquen políticas públicas que beneficien o disminuyan sus dificultades específicas. El empoderamiento es una forma de adquisición de poder de forma efectiva, poder que se contrapone al poder establecido que en la mayoría de los casos suele responder a intereses minoritarios engañando a los ciudadanos en lo referente a sus objetivos.

El enfrentamiento con el poder establecido, sea político o religioso, se da a través de los grupos empoderados o en proceso de empoderamiento como si fuesen otro poder en el palco de la historia actual.

Al considerar todo esto podemos decir que hoy estamos viviendo diferentes formas de poder y de empoderamiento que entran en conflicto entre sí en el escenario histórico de América Latina. Tanto los poderes establecidos como los poderes de los ‘empoderados’ viven en continua beligerancia de intereses y de métodos de actuación. Los nuevos poderes en conflicto están presentes no solo en la sociedad civil y política, sino también en las instituciones religiosas que no gozan ya de la unidad de sus doctrinas ni de la fuerza social y moral de las autoridades religiosas. En esa línea, los que hacen de mantenedores de las instituciones de la religión entran en conflicto con los empoderados/as y llegan muchas veces a expulsarlos de la pertenencia al ‘rebaño religioso’ como si fuesen portadores de herejías negativas o de enfermedades peligrosas.

Aun cuando en las instituciones religiosas permanezcan y se encuentren todavía personas de buena voluntad y de gran lucidez, su influencia es poca, dado que son tenidas como representantes de las herejías contemporáneas que defienden la teoría de la evolución, el derecho de las mujeres y una reconsideración de la moral sexual todavía en vigor.

Muchas veces las políticas apelan a las religiones buscando en ellas sus fundamentos y las religiones aplauden algunas políticas y rechazan otras siempre en nombre de su dios. En la medida en que estas políticas van en contra de los intereses de los poderes religiosos identificados simbólicamente con el poder divino aumentan las campañas públicas de difamación de las reivindicaciones. Baste recordar las guerras hechas a los educadores/as que organizaban cursos de educación sexual en escuelas públicas de algunos países. Las iglesias los han difamado y han hecho campañas sórdidas para que el Estado no aprobase tales cursos.

Aun cuando los campos se vean diferentes en teoría, en la práctica sus acciones cotidianas resultan coincidentes. No hay iniciativas religiosas que no choquen con iniciativas políticas o que las apoyen, y viceversa. Somos las mismas personas las que estamos viviendo en una sociedad donde abundan conflictos de intereses y propuestas de bien común. Por eso se está repensando de diversas maneras el sentido que hemos dado al ‘estado laico’. ¿Cuáles son sus separaciones reales e implicaciones mutuas cuando los políticos se dicen religiosos y los religiosos dicen que es preciso hacer ‘buena política’ por fidelidad a Dios? A fin de cuentas, ¿qué Dios es ése? ¿Cuáles son sus intereses reales?

El foso que hemos creado colectivamente… Una batalla de muchas y violentas polarizaciones

Observamos hoy una especie de foso entre el mundo de los llamados libertarios cristianos que en la década de 1970 lucharon por construir un mundo de relaciones de justicia y el mundo que de alguna manera resultó de todo ello y que tenemos hoy. No es que se esperase una justicia social total que iba a incluir milagrosamente a todos en los bienes que producimos a manera de revolución ingenua que nos conduciría a una sociedad ‘sin males’. El caso es que no preveíamos que el mundo en su totalidad resultaba ser mucho más complejo de los análisis que hicimos y de las expectativas que tuvimos. No preveíamos iniciativas tan radicalmente opuestas a las nuestras, no preveíamos los conflictos económicos y políticos mundiales que generaron el aumento de la miseria mundial y una corriente migratoria internacional nunca jamás vista.

El foso social que se ha abierto hoy entre las poblaciones creyentes y pobres y las que se tienen por religiosas y están bien abastecidas nos lleva a pensar en las consecuencias de nuestras creencias y acciones reales del pasado y del presente. Los frutos de nuestras luchas por la justicia, frutos que creíamos que iban a madurar y transformarse en relaciones de igualdad de derechos, signos del Reino, parece que se han transformado en un campo de batalla de muchas y violentas polarizaciones. La exclusión social que creíamos que iba a disminuir volvió más fuerte y de forma plural y avasalladora en diferentes lugares. Vale la pena, por tanto, retomar nuestra teología, nuestra moral, nuestros análisis sociales y eclesiales del pasado y del presente para no caer hoy en anacronismos con apariencia de novedad. Es preciso repensar su validez para hoy en día, su lenguaje para el momento actual, su fundamentación filosófica, sus formas de poder político y religioso para el presente.

Por lo demás, hoy en día estamos habitados por el sentimiento de no saber en qué dirección caminar. Ya no estamos a gusto en nuestro mundo sobre todo cuando sentimos que nuestras utopías pasadas, incluidas las religiosas, tampoco nos nutren ya. Religión y Política marchan por los caminos de la inseguridad, de la repetición y de la banalidad actual de sus sentidos. La ‘verborrea religiosa’ continúa siendo reproducida, sin embargo ya no produce frutos de amor y justicia. Esa verborrea retorna a nosotros mismos provocándonos más vacío e ignorancia.

Existe un descontento generalizado tanto en las ‘izquierdas’ como en las ‘derechas’ en lo tocante a la política y a la religión, por más que ambas detenten todavía grandes cotas de poder en la actual América Latina. Sin embargo, ya no se puede vivir por más tiempo de nostalgias y de banalidades. Hay que abrir los ojos y aprehender las pequeñas novedades que rodean nuestro día a día y ver que, a pesar de los pesares, este tiempo de oscuridad nos ha despertado para nuevas maneras de ser y de releer nuestras tradiciones. Se trata de un momento, que es bienvenido, a pesar de las turbulencias que provoca y de la larga oscuridad en que nos hace vivir.

¿Qué es lo que hay de nuevo hoy? Una nueva articulación política y religiosa

Ante esa difícil situación, muchos grupos ‘empoderados’ están retomando sus análisis a partir del suelo de lo cotidiano. Es ése el lugar a partir del cual podrá darse una nueva articulación política y religiosa.

El suelo de lo cotidiano es el que se refiere a las necesidades primeras de nuestros cuerpos tal y como las sentimos y describimos nosotros mismos/as. Estamos pidiendo una conversión de la política y de la religión en lo referente a nuestros cuerpos reales y no a los cuerpos imaginarios o idealizados, que no son más que frutos de un pensamiento racionalista idealista. Estamos queriendo dar los pasos posibles en un proyecto de beneficios democráticos para hoy día. No queremos acumular bienes para una minoría o vivir unas pretendidas perfecciones celestes ‘reveladas’ en otro tiempo. Tampoco queremos ser los cuerpos perfectos según la voluntad del perfectísimo dios patriarcal. Ni queremos que sus ministros nos den órdenes que contradigan nuestra capacidad de pensar, de amar y de elegir. Como tampoco queremos su control sobre nuestros cuerpos.

Rasgamos el paraguas patriarcal. Él no nos protege ya de las tempestades y de los huracanes de la vida. Las heridas en nuestros cuerpos muestran la inoperancia de sus promesas, los límites de su teoría y la violencia de sus órdenes aparentemente sanadoras.

Estamos buscando una tradición de fe performativa y no una magia que sustente nuestra alienación y nuestra impotencia mantenida por los privilegiados poderes patriarcales de este mundo.

A partir de esa situación, irrumpe hoy en América Latina un tipo de poder y de fraternidad y sororidad por encima de las instituciones oficiales de la política y por encima de las instituciones oficiales de la religión. Y todo eso ante el agotamiento de las posibilidades de los partidos políticos y de las religiones institucionales en el afán de mantener cada una a su manera sus tradiciones, sus jerarquías, sus beneficios y sus alianzas de acuerdo con ciertos intereses individuales y corporativos.

A partir de nuestros grupos y de lo cotidiano nos preguntamos, por ejemplo, ¿qué es ser cristiano hoy? No existe una única respuesta ni tampoco una que sea plenamente satisfactoria y válida. Se nos invita a enfrentarnos al real pluralismo del mundo y retomar la comprensión del Cristianismo como un fenómeno plural en condiciones de ser reinterpretado de nuevo por los grupos populares, por los artistas, por los literatos, por los jóvenes. Una nueva interpretación, que toca las cosas más importantes de la vida y de la tradición, ha irrumpido mostrando que las Iglesias no son ya las únicas herederas dela sabiduría bíblica y de la tradición de Jesús. Surgen reinterpretaciones en el teatro, en la literatura, en la poesía, en la música, en la danza, en el carnaval, como si esos artistas libres de las prisiones dogmáticas y canónicas institucionales tuviesen la capacidad de acoger la brisa suave del amor y de la justicia y de ser comprendidos por los pobres sin la solemnidad con que las revisten las instituciones de la religión.

Tanto en el Cristianismo de las formulaciones teológicas eruditas como en el Cristianismo popular que se mezcla con formas de animismo y con las más variadas devociones se nota la crisis de sentidos. Y como son las élites cristianas y las élites políticas las que hacen las leyes tenemos que enfrentarnos duramente al Cristianismo doctrinario, el Cristianismo de la pretendida oficialidad y verdad de las Iglesias, que establece lo que se debe creer. Ese es el Cristianismo que tienen a su alcance los empoderados/as de nuestro tiempo.

La lucha es contra el absolutismo de la religión y de las instituciones políticas. Necesario el diálogo interreligioso no institucional

La lucha de muchos grupos que se sienten excluidos institucionalmente se da de hecho contra la pretensión absolutista de las instituciones de la religión y contra las instituciones políticas que hacen oídos sordos a los clamores reales de las personas. Esa lucha no es solo la lucha por la instauración de derechos dentro de la institución misma, sino por el cambio de la institución religiosa y de la institución política para que, de hecho, sean instrumentos al servicio de las ciudadanas y ciudadanos reales del planeta. El proceso de cambio es lento, pero se está dando.

Sabemos bien que el diseño patriarcal masculino del Cristianismo actual ha causado conflictos mayores en la línea de la afirmación de derechos, particularmente en los que se refieren a las mujeres y a la diversidad sexual. Y es por esa razón que nos invitamos recíprocamente a revisar nuestras percepciones y creencias respecto al mundo en que habitamos, ese mundo que somos nosotros, los llamados humanos. La elección de nuevas tecnologías de comprensión del mundo, de nuevas formas de educarnos en la ética personal y social, de nuevas hermenéuticas bíblicas, de nuevas aproximaciones inter-religiosas, se están haciendo necesarias y comienzan a ser puestas en práctica como ensayo de nuevas relaciones.

Ante el pluralismo de nuestras tradiciones religiosas y de los conflictos de poder que verificamos hoy en día el diálogo inter-religioso no institucional se vuelve absolutamente necesario, no para convertir a los demás hacia nosotros, sino simplemente para acoger y usufructuar las verdades vitales que están presentes en todas las tradiciones. Asimismo, no resulta superfluo reafirmar, como lo hacen muchos pensadores/as, que las religiones han nacido del deseo de protección de los cuerpos, de la necesidad de reglas de autoridad para los cuerpos, de la necesidad de controlar la violencia de unos cuerpos hacia otros, de apaciguar los miedos y angustias que afectan a los cuerpos. Nacen de la necesidad de responder a las preguntas sobre la vida y la muerte, a los espantos producidos por las fuerzas ambiguas en nuestros cuerpos y en la naturaleza. Es como si esos espantos, sean de júbilo o sean de miedo, fuesen tan grandes que necesitasen ser explicados más allá de los cuerpos. Por eso, es preciso que juntas y juntos volvamos a referirnos a los orígenes de las religiones y de nuestras creencias, que respetemos la diversidad de sus lenguajes, afirmando que creencias y religiones son creación nuestra y deben estar a nuestro servicio.

Las políticas y las religiones tienen razón de ser en cuanto contribuyen a ‘vivir bien la vida’. Por esa razón vale la pena revisar sus sentidos y sus posibilidades, vale la pena incluso reinventarlas, abandonando conceptos inoperantes y anacrónicos para el mundo de hoy, conceptos que solamente aumentan los preconceptos y las violencias.

Breve conclusión: un desafío a la pretendida estabilidad de los sistemas tradicionales

En la línea del empoderamiento, al que me referí antes, como forma de nuevo poder, han hecho aparición en nuestro medio un sinnúmero de grupos informales, con finalidades delimitadas, con vida corta, pero con intensidad de objetivos inmediatos. Consiguen alcanzar en parte la finalidad para la que se formaron, luego se disuelven y dan lugar al nacimiento de otros grupos. Se cruzan, se ayudan, se conocen, se atraviesan entre sí como si fuese una red viaria o calles de peatones que corren para muchos lados y momentáneamente se saludan. No se institucionalizan, sino que tienen una estructura mínima cuya función es la de alertarse unos a otros sobre el papel de las instituciones y de obligar a éstas a cambiar sus políticas y decisiones de cara a las nuevas necesidades.

Son jóvenes estudiantes, profesionales, agricultores, profesoras, artistas, ecologistas, científicos, empleadas domésticas que tienen claro cuál es su reivindicación inmediata y que la mantienen hasta conseguir algún resultado. Se organizan a través de los medios de comunicación social, se convocan, se invitan, se agrupan, se disuelven, desafiando la pretendida estabilidad de los sistemas tradicionales. No pertenecen a siglas políticas y religiosas, sino que se centran en la causa que ellos defienden, siendo esa causa la que los hermana a la hora de defender un mismo objetivo provisional e constantemente renovable.

Lo individual y lo colectivo se combinan hoy en avanzar en la misma dirección y en asumir la problemática actual, aunque el día de mañana pueda ser diferente. Se empoderan de forma diversificada como si fuesen los nuevos actores de nuevas políticas y de religiones no institucionalizadas.

Las redes de internet les abren espacios, las calles les acogen a pesar de las agresiones y de la violencia. Corren, caen, se levantan y continúan tejiendo, siempre tejiendo, la historia, incluso cuando parecen que están desguazándola.

Más allá de la Política y de la Religión que no cuidan de los cuerpos reales, esos movimientos anuncian algo que va más lejos de ellos mismos, algo que apunta a la realidad de la ética del “tuve hambre y me disteis de comer”, “estaba desnudo y me vestisteis”, “estaba sin casa y me acogisteis”, “sin tierra y me ayudasteis a conquistarla”. El corazón de carne parece enfrentarse de nuevo a las viejas estructuras de piedra que ya no son capaces de albergar el amor convirtiéndolo en algo frágilmente real. Hay una preocupación creciente por rehacer lazos, por rehacer caminos simples de cara a mantener la vida en su materialidad y simbología cotidianas. He ahí lo que esos empoderados/as, cual ‘luciérnagas’ actuales, parecen estar anunciando con sus luces instantáneas en medio de la noche oscura. Algo está llegando y poco a poco está rehaciéndose un nuevo tejido para la Religión y la Política con la vista puesta en nuestras vidas reales en este espacio y tiempo reales que constituyen nuestro hoy actual.

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