viernes, abril 19, 2024
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NYUMBANI VILLAGE. UN PROYECTO DE DESARROLLO COMPLETO

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– Autor: Carlos Ballesteros –
 
En Kenya, en una de las zonas más pobres del país que ostenta el triste récord de ser el distrito con mayor número de huérfanos de SIDA, y de casos de SIDA. a unas tres horas en coche de Nairobi la capital, se levanta una aldea de casas de ladrillo, llena de niños y niñas que corretean y que es todo un oasis en medio de la árida tierra roja africana. Se llama Nyumbani Village, y es el sueño que se va haciendo realidad de Angelo D’agostino, S. J., un extraordinario jesuita norteamericano, de origen italiano, que vivió muchos años de su vida como misionero en Kenya dedicado a los huérfanos del SIDA y que falleció a los 81 años el pasado mes de noviembre de 2006.

La aldea de Nyumbani pretende ser un ejemplo y un experimento quizás trasladable a toda África de cómo se puede construir una comunidad autosostenible y autogestionada para que huérfanos del SIDA y ancianos que se han quedado atrás por la “pérdida generacional” de la pandemia convivan y trabajen. A través de hogares culturalmente respetuosos con las instituciones y formas de vivir de las comunidades circundantes (por ejemplo en la disposición de las habitaciones de las casas o la forma de cocinar), la aldea, fundada en 2005, emplea la energía de los jóvenes y la madurez de los ancianos para crear una nueva mezcla de familias que acojan en su seno la curación, la esperanza y la oportunidad. El objetivo es proporcionar medios de vida a los afectados por el SIDA.

Inspirado en el experimento Gaviota en Colombia, se dedicó a crear un modelo de eco-aldea que albergará a 1.000 huérfanos y 250 ancianos (normalmente abuelas) que cuidarán y ejercerán como mentores de los niños.

La aldea se organiza en base a unidades familiares de unos 7-10 niños huérfanos bajo la supervisión de personas adultas, en este caso ancianos, asegurando así que los residentes de la aldea reciben cariño, sustento, cuidados sanitarios y educación para alcanzar su desarrollo físico y emocional. En total la aldea acoge a 1.600 personas, repartidas en 100 unidades familiares. Cada casa cuenta con un pequeño huerto para su sustento y la aldea cuenta además con una amplia área de tierra cultivable para la venta en los mercados locales de productos agrícolas, productos lácteos así como de artesanía y servicios externos. Los adolescentes se beneficiarán de la sabiduría de los ocupantes ancianos, que a cambio se beneficiarán del trabajo de la población joven. Se da así la oportunidad de desarrollar la vocación profesional de cada uno a través de formación básica ocupacional, herramientas, aportaciones de capital inicial para empezar oficios, industria artesanal y explotaciones agrícolas. Todo ello con el objeto de alcanzar la independencia a través de la autosostenibilidad, que proporciona seguridad financiera y estabilidad para los residentes, particularmente para la gente madura.

La aldea también cuenta con un centro comunitario que servirá como lugar de reunión y un sitio para las celebraciones; un centro de salud que contará con las facilidades necesarias para poder tratar las emergencias médicas; una guardería y un colegio de primaria para los niños pequeños (los niños más mayores asisten a los colegios de los alrededores); una unidad de formación profesional; un puesto de policía; casas para empleados y una casa de invitados.

Sin embargo esto no es lo más “revolucionario” que salió de la mente del Padre Agostino. La prioridad fundamental del proyecto de la aldea es usar los recursos locales disponibles: con la excepción de las planchas de acero usadas para tejados y los cristales para las ventanas, los materiales usados en su construcción son suministrados localmente y manufacturados “in situ” por mano de obra local. Eso ha llevado a la creación de empleo, transferencia de tecnología, a instaurar un sentimiento de logro en las comunidades de alrededor y a potenciar la economía local.

El concepto inicial de formar a las personas no cualificadas del lugar para la construcción de la aldea (en vez de traer albañiles profesionales de fuera) ha creado una sensación de orgullo y que lo vean como algo propio de la comunidad local. Increíblemente, tan sólo seis personas de las que trabajan en este complejo proyecto no son de las inmediaciones. Cuando este proyecto esté completo, todo el mundo que haya trabajado aquí tendrá un oficio cualificado que ofrecer. Esto les permitirá conseguir puestos de trabajos decentes como albañiles, fabricantes ladrilleros, jefes de obra, etc. Este concepto puede ser tan importante como el de proveer de vivienda a los niños huérfanos.

Además de ofrecer algún tipo de solución al serio problema de la orfandad, el proyecto está designado para generar ingresos a partir de actividades tales como el cultivo de alimentos por regadío (de pozos y perforaciones), productos lácteos sin pasto, un bosque que será usado para la apicultura y artesanía.

Nyumbani Village es el último eslabón de un proyecto que nació en 1992. En el lenguaje kswahili Nyumbani significa Nuestra casa y esa es la intención con la que el Padre Angelo D’Agostino (father Dag) fundó hace ahora casi 16 años, en 1992, Nyumbani Children’s Home, una respuesta clara y activa al creciente número de niños seropositivos de África. En Nyumbani encuentran un hogar multitud de niños que, por el mero hecho de nacer de madres con SIDA o anticuerpos, son abandonados, literalmente tirados o, simplemente, que se han quedado huérfanos por fallecimiento de la madre. Actualmente en Nyumbani hay cerca de cien niños y niñas, la más pequeña de las cuales tiene tres meses y el mayor 23. Los niños viven en unas casitas, en pequeñas familias. La aldea de Nyumbani pretende ser un ejemplo y un experimento quizás trasladable a toda África de cómo se puede construir una comunidad autosostenible y autogestionada para que huérfanos del SIDA y ancianos que se han quedado atrás por la “pérdida generacional” de la pandemia convivan y trabajen supervisadas por madres de dedicación exclusiva.

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