martes, abril 23, 2024
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Miguel Fisac, «el insobornable»

Éxodo 126
– Autor: Benjamín Forcano –

Un preámbulo que explica muchas cosas

Ocurrió en el año 1999, hace ahora 15 años. Y ocurrió con premeditación, como lo demuestra el hecho de las fechas elegidas: el verano, con el vacío de la ciudad y la ausencia de la gente. Era de esperar: la indignación y las críticas estallaron en la calle, en protestas, en manifestaciones, en rebeldía de los arquitectos, en más de 50 artículos de la prensa. Unos y otros, impotentes, vieron cómo se consumaba lo inexorable: el derribo de LA PAGODA.

Se trataba del edificio más emblemático de D. Miguel Fisac, seleccionado como tal por el Museo de Arte Moderno de Nueva York, como la obra española mejor y más representativa para figurar en una famosa exposición. Y nuestro país lo celebraba metiendo conspiración y piqueta en el autor y en su obra.

Sirven sus palabras, como ningunas otras, para explicar lo que pasó. Yo mismo se lo pude escuchar: “En el caso del edificio Jorba, me ha gustado mucho la reacción de las gentes, de la prensa, de mis paisanos, y sobre todo, de mis compañeros arquitectos. Nunca me comunicaron nada sobre esto, me enteré por otros. El alcalde de Madrid, aunque es amigo mío, me dio la impresión de que estaba decidido a no enterarse. Pasado un tiempo, el concejal del Urbanismo me llamó para decirme: – “El alcalde ha sentido mucho este derribo y dice que estaría dispuesto a comprarle el proyecto y edificarlo en otro sitio”. Le contesté: -No lo acepto, porque si no dirían que me habíais comprado o que yo me había vendido; y eso sería una indecencia”.

“Y como durante la conversación yo le preguntara: -¿Pero tanto dinero tenéis?, él me respondió: – Para reparar ese fallo, todo el que se necesite. Y yo finalicé la conversación diciéndole: – Mejor es que con esos caudales les hagáis unas casitas o unas chabolas a los rumanos. Luego, he pensado que cuando vea al alcalde, dada nuestra amistad, le preguntaré: -¿Cuántas coacciones has recibido para no querer ver ni oír nada durante los numerosos días que ha durado el derribo?” (Pgs. 363-365). “Me consta que en este asunto ha habido muchas presiones y, luego, unos a otros han pretendido echarse las culpas… Más que nada me da pena este asunto, porque he visto las malas intenciones de mis enemigos” (366-367).

Su vocación: yo seré arquitecto o no seré nada

Cuando conocí a Miguel Fisac le recubría el manto de una fama internacional. Lo acreditan sus más de 600 obras realizadas, de ellas más de 36 en Madrid.

Recorriendo su camino biográfico, llama la atención la seguridad con que en el año 1926, cuando apenas tenía 13 años, declara a su padre que quiere ser arquitecto: “Papá, te digo que estoy decidido a ser arquitecto o no ser nada”.

Evolución de la vida religiosa de D. Miguel Fisac

La vida religiosa reaparece con fuerza en la biografía de Miguel Fisac. Claro que D. Miguel atravesó por diversas fases. Él mismo lo dice: “Tuve tres etapas:

– Una primera que iría desde los primeros años hasta bien pasados los 30, y que fue la religiosidad recibida por herencia familiar.

– La segunda, que abarca unos 20 años, todo lo que fue su estancia en el Opus y que se caracteriza por ser una religiosidad totalmente estructural de prácticas y comportamientos de la Obra.

– Y una tercera, largamente pensada y deseada, de romper con todo aquello para dejar reducido el esquema de su espiritualidad –no desvirtuada– a dos puntos simplicísimos: “Decir siempre la verdad y procurar ser un hombre bueno, como reacción a una perenne simulación de todo lo que hacía y a una aparente naturalidad falsa, cada vez más insufrible para mí” (325-326).

Su estancia en el Opus y su relación con él

Tres serían los aspectos fundamentales de esta relación.

Primero: Don Miguel deja bien claro que él trata con respeto a toda persona del Opus, y hasta dice amarlas con cariño y afecto entrañable.

Segundo: D. Miguel sabe también, y de ello habla ampliamente, que toda persona puede evolucionar y evolucionar hasta sentirse incómoda y prisionera dentro del sistema cultural en que ha sido formada.

Tercero, D.Miguel, comenzó a sentirse vinculado a la Obra cuando tenía 22 años, concretamente desde el 29 de febrero de 1936. Esa vinculación se prolongó por 20 años y llegó hasta hacerlo miembro numerario de la Obra. Fisac hubo de oír cómo Mons. Escrivá le dijo que tenía vocación de sacerdote y que, de no serlo, sería el único que como seglar podría ser miembro elector de la Obra.

El fundador de la Obra lo rodeó siempre con especial trato y fue enormemente complaciente con él en espera de que al final acabaría por entrar en el Opus.

Pero, al final, después de todo, Fisac llevó a la práctica lo que siempre había pensado: “Yo nunca me decidí a entrar por mí mismo”. Su situación dramática alcanzó un momento tan agudo que le llevó a plantarse y decir finalmente que se iba de la Obra. Reunido con Álvaro del Portillo en Roma, éste le dijo: “Miguel, quiero pedirte perdón por las coacciones a que te hemos sometido para que no te fueras, pero has actuado durante todos estos años de forma tan generosa que por eso hemos creído que tenías vocación”. Se despidieron y Miguel Fisac pudo exclamar: “Por fin, me vi en la calle. Y respiré. Ese ambiente de secretismo y ese mentir, durante todos los años que estuve en la Obra, me habían agobiado”.

Fisac, artífice de su vida éticO-religiosa

Miguel Fisac tuvo claro desde el principio varias cosas: Su vocación de arquitecto, su anhelo de libertad, su adhesión a la verdad y su opción por la bondad. Arquitecto, sí, pero libre, veraz y bueno.

Brillante y sin tropiezos acabó la carrera y en 1943, a sus 29 años, tenía ya el título de arquitecto. Enseguida en la Escuela de Arquitectura obtuvo un protagonismo indudable, fue consejero nacional en el SEU y obtuvo el “Premio de la Real Academia de San Fernando” .

Fisac tenía obsesión por humanizar la arquitectura : “La arquitectura, definió, es un trozo de aire humanizado” (178). Todo lo demás que se pueda decir, es simple consecuencia de este principio. Cuando en una ocasión le encargaron hacer un rascacielos en una playa española, él lo desechó. Lo calificaron de Quijote y, a propósito de ello, comenta: “He hecho bastantes veces ‘el quijote’, porque moralmente, aunque sabía que lo harían otros, no podía aceptar realizarlo, puesto que iba contra mis principios y opiniones. Los grandes rascacielos son monumentos a la prepotencia de las grandes empresas capitalistas. Y aunque la edificación de esa construcción pueda proporcionar un objeto bello o incluso simbólico para la ciudad, creo que tiene otros factores de inhumanidad más fuertes para ser moralmente rechazados” (258-259).

Creo importante recalcar la importancia de la dimensión ético-espiritual del arquitecto Fisac si atendemos al espectáculo que nos depara la sociedad actual. Seguramente a muchos nos resultará difícil entender el escándalo de una doble moral tan arraigada en la vida pública de hoy.

Esa doble moral no tuvo lugar en Fisac: “Mantuve, dice, como norma mi repetido propósito: Decir siempre la verdad y procurar ser un hombre bueno, y creo que he cumplido, en general, con esa difícil línea de conducta” (250).

El dinero es un medio, nunca un fin

La vida es trabajo, diverso y polivalente, pero siempre en sus diferencias debe estar regido por el amor. Muy simple todo esto, porque nace de dentro y eso es superior a todo intento de borrarlo o deformarlo. De manera que alguien como él, que tuvo mil ocasiones de tirar por otro camino, no titubeó:

“Siempre he considerado que el dinero es un objeto, un medio muy necesario para las transacciones de la vida y para hacerla más cómoda y fácil, pero dentro de unos límites de moderación. Límites que me llevan a admitir que el hombre es un ser en constante incertidumbre y riesgo, que me lleva a una postura continua contra la seguridad y la comodidad. El fracaso de la sociedad actual es que ha basado su esperanza en esa seguridad; y para conseguirla el ser humano se ha hecho esclavo de ella, lo que le ha hecho perder su don más preciado: “la libertad” (250-251).

Será por todo esto que D. Miguel dice cosas tan importantes como éstas: “Yo nunca tuve apetencias de nuevo rico y me refiero a coches, barcos, fincas, mansiones, etc. Tampoco procuré amontonar dinero, ni colocarlo de una manera rentable y conveniente, como se puede demostrar… Repito: Hago verdaderos esfuerzos para no ser rico. Los grandes negociantes de la arquitectura no quieren saber nada de mí, no coopero en negocios sucios… Más de una vez he dicho que pretendo que mi arquitectura sea siempre buena y económica, nunca cara. Sin embargo, no han faltado quienes han creído que yo, debido a la fama, cobraría más que otros profesionales. ¡Simples conjeturas! Yo cobro y he cobrado siempre la tarifa, la que es igual para todos los arquitectos” (250-251).

Fisac, profeta contra los desafueros de una arquitectura deshumanizada

“Desde mi punto de vista conceptual, dice Fisac, la arquitectura es un espacio en el que se puede vivir” (258).

La Verdad va unida al Bien, y cuando el quehacer arquitectónico se hace en contra del bien de la persona y la sociedad, entonces surge el grito de la verdad, de aquel que señala las contradicciones y mentiras del que atenta contra ese bien. En 1972, el periódico ABC en una de sus páginas escribía: “El prestigio de Fisac crece de día en día, y hoy se lo considera como uno de los grandes arquitectos actuales de Europa y un adelantado en la lucha contra la especulación, la contaminación y el degüello de la naturaleza (263).

Es ni más ni menos que la voz del profeta, que denuncia la verdad, que otros callan o temen descubrir. No es fácil encontrar científicos que, como Fisac, alcen su palabra y la conviertan en clamor de denuncia. Sería el momento de aducir numerosos ejemplos, pero no me es dado y los dejo consignados en las páginas del libro Miguel Fisac, ¿arquitecto de Dios o del “diablo”?, recientemente aparecido, para que el lector que lo desee pueda saborearlos (Págs. 62, 256, 265, 275-277…).

Cuando un periodista le pregunta: “¿Qué precio ha pagado para llegar a ser “un genio”?, le contesta:  “No he gozado ni de influencias ni de favoritismos. Soy amigo personal de muchos ministros, periodistas y de muchas otras personas influyentes o conocidas, pero nunca les he pedido ni favores, ni regalos, ni me he apoyado en ninguna de estas personas” (266-267).

Las palabras que Fisac dijo en la Real Academia de Doctores de Madrid, en su discurso “Hombre y Ciudad”, dan de lleno en la crisis de hoy: “En el ritmo inhumano de la ciudad, hemos cambiado la frase de que ‘el tiempo es oro’, por la de ‘el tiempo es dinero’”. (296).

La verdad os hará libres

Acaso sea ésta la dimensión más excelsa de la vida de Fisac: No se es humano si no se obra con libertad. Fisac tenía, como todos, el reto de una vida por delante, en parte recibida y heredada y, en parte, sin hacer y por inventar.

En ese espacio se labra el yo de cada uno: recibir y repetir, o crecer y avanzar desde un nuevo y personal protagonismo. Fisac perteneció a los segundos. Y le horrorizaba pasar por la vida como simple párvulo, en dependencia y repetición eterna, sin activar la energía creativa de su yo. Fue su libertad la que, frente a la muralla y condicionamientos de su vida, le fue dictando el camino a seguir. Y supo demostrar, en las mil situaciones de su vida, opresoras o halagadoras, que él no obraba al dictado de nadie. Fisac fue libre como persona y obró libremente como arquitecto; porque buscar y practicar el bien, conocer y proclamar la verdad, sólo se puede hacer humanamente si ese bien, esa verdad y esa libertad implican el b

  • Jesús Sevilla Lozano, Miguel Fisac, ¿arquitecto de Dios o del “Diablo”? Nueva Utopía, 450 pp., Tapa dura, Madrid 2014, PVP, 25 euros.

ien, la verdad y la libertad de todos.

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