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LAICIDAD CRISTIANA

Número 80 (sept.-oct.’05)
– Autor: José M. Castillo –
 
El Evangelio es la piedra dura en la que siempre nos vamos a partir los dientes sin poder digerirlo y asimilarlo por completo y de verdad. Porque hay algo, en el mensaje de Jesús, que no nos entra en la cabeza. Se trata de que la mediación esencial entre los humanos y Dios no es “lo sagrado” y sus bellos símbolos, sino “las relaciones humanas” y sus complicadas exigencias. De forma que la “buena noticia”, que trajo Jesús a este mundo, comporta, antes que ninguna otra cosa, este anuncio sorprendente: la medida de nuestra lejanía de Dios o de nuestro acercamiento a Dios no está en la observancia de lo sagrado, sino en la relación con lo humano.

Cuando Jesús habló del juicio final (Mt 25, 31-46), el juicio definitivo y último queDios hará de la historia, de las naciones y de los individuos (se interprete eso como se interprete), una cosa queda clara: el Evangelio no hace mención alguna, en esemomento decisivo, ni de la fe ni de la religión, ni siquiera de Dios, sino únicamente de la relación que cada cual tuvo y mantuvo con lo humano, con lo más humano que hay en la vida, que es el sufrimiento de quienes peor lo pasan en este mundo. Si el Evangelio tiene razón, queda patente que, en última instancia, a Dios sólo le interesa una cosa: cómo nos relacionamos con los demás, con mención expresa de aquellos que normalmente nos resultan más desagradables: los que pasan hambre y sed, los que no tienen qué ponerse, los enfermos, los encarcelados y los inmigrantes. Está visto que, si Jesús decía la verdad, eso es lo que le importa a Dios. Y en lo que Dios se fija. Exactamente la misma enseñanza que se desprende de la parábola del buen samaritano (Lc 10, 30-35). Por algo será que, en esa historia, los que pasan de largo, ante el hombre robado, apaleado y moribundo, son precisamente los representantes oficiales de la religión, mientrasque el hereje samaritano es el que se nos presenta como modeloa imitar. Por una sola razón: porque, aunque las creencias del samaritano no andaban “como Dios manda”, aquel individuo, tan poco religioso y tan mal religioso, al darse de cara con el sufrimiento humano, “se le conmovieron las entrañas”, que es lo que literalmente dice el Evangelio (èsplagchnísthe) (Lc 10, 33).

Ahora bien, esto es lo que nunca acabamos de integrar en nuestras vidas. Seguramente porque, mientras “lo sagrado” nos da seguridad , dignidad y poder, “la relación con lo humano” es fuente de incesantes problemas. A fin de cuentas, lo sagrado es un objeto que nosotros manejamos, en tanto que las relaciones con otras personas provocan situaciones en las que posiblemente no tenemos más salida que dejarnos manejar. Por eso nos resistimos con uñas y dientes a aceptar que Jesús, efectivamente, le dio otro sentido, otra orientación a la experiencia de lo religioso. Esta nueva orientación consiste, nada menos, en que la religiosidad que arranca de Jesús no es ya la religión de “lo sagrado”, sino la religión de “lo humano”, esdecir, la “religión laica”, que hoy unos no entienden y otros combatencomo el enemigo número uno a batir precisamente por los más religiosos de siempre. En esto está ahora mismo el fondo del problema.

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