viernes, abril 19, 2024
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LA VISITA DEL PAPA QUE NOS GUSTARÍA

Escrito por

– Autor: Redes Cristianas –
¡Así no queremos que vengas!

A la vista de la información recogida en los apartados anteriores y dada la diversidad de planteamientos y sensibilidades que existen en la sociedad y en la misma Iglesia española, sobre la próxima visita del papa a Madrid con motivo de la JMJ, también nosotros, cristianas y cristianos de base, queremos dejar reflejada en esta última sección nuestra propia opinión.

Hecha desde el interior de la propia Iglesia católica, nuestra opinión va a ser necesariamente crítica, lo que no está reñido con la educación y el respeto que nos merecen todas las personas.

En los siguientes cuatro puntos queremos expresar con claridad lo que rechazamos de esta visita del papa a la Iglesia que está en España y lo que desearíamos que fuera su presencia entre nosotros y nosotras durante la JMJ:

1. La visita que desearíamos de un seguidor de Jesús cualificado en la Iglesia católica como es Benedicto XVI, debería ser siempre desde la sencillez y la humildad y nunca desde la ostentación y el poder.

Desde esta toma de postura, rechazamos la próxima visita del papa a Madrid porque, a nuestro juicio, está en total contradicción con la forma de actuar de Jesús que rechazó siempre, como tentación diabólica, subirse al alero del templo para mostrar su omnímodo poder. Y María misma, la madre de Jesús, proclama con gozosa humildad que “el Dios que ensalza a los humildes” es el mismo que “derriba del trono a los potentados”.

Estamos convencidos de que una iglesia que pretende mostrar la figura de Jesús a los jóvenes de todo el mundo como referente para sus vidas, pierde toda credibilidad cuando pretende hacerlo desde la espectacularidad de medios que rodea este acontecimiento y desde la misma desconcertante imagen del papa, monarca absoluto de un Estado -donde no reinan los Derechos Humanos- y a la vez símbolo de un hombre humilde y pobre como Jesús, y sumo sacerdote de una religión ritual y dogmática que Jesús no fundó.

Por otra parte, el Movimiento liberador iniciado en Jesús de Nazaret, que a pesar de todo aún continúa en el mundo, se siente humillado y desconcertado al constatar que, para montar un evento masivo y triunfalista como la JMJ, el papa ha tenido que aliarse y dejarse subvencionar por la gran banca, las multinacionales y los “poderosos de la tierra”.

Ante este hecho tan escandaloso muchos cristianos y cristianas sinceros, recordando aquella máxima de Jesús “no se puede servir a Dios y al dinero”, se sienten perplejos, y se preguntan ¿no son estos superpoderes los que han provocado la crisis que está haciendo sufrir a tanta gente, los que están eliminando el pequeño estado de bienestar, tan fatigosamente logrado en nuestra aún débil sociedad, y los que nos están volviendo al capitalismo más rancio e inhumano? ¿No son éstos los que están secuestrando los recursos naturales del Tercer Mundo, explotando a sus gentes con salarios de hambre, sometiéndolos a nueva colonización y condenándolos a malvivir en la sumisión, el olvido y la ignorancia?

¿No son estos los que con su avaricia y usura están arruinando el Planeta?

En definitiva, vemos en esta visita del papa una legitimación espectacular de la unión idolátrica entre las prácticas capitalistas más inhumanas y un sector de Iglesia que, para mantener su ambición de poder y ostentación, no se para ni ante gestos que son una flagrante contradicción con el espíritu que respira el Evangelio y, más en concreto, con la advertencia de no llevar “ni alforja ni sandalias para el camino”.

2. La visita del Hermano Mayor -es suficiente este estatuto jurídico-teológico- a una iglesia local debería servir para confirmar la igualdad de las cristianas y cristianos de esa iglesia y para reforzar su articulación democrática, nunca para legitimar un poder absoluto propio o el de unos pocos varones sobre una masa de súbditos sometida y silenciosa.

En nombre del estatuto de igualdad paulino (”no hay hombre ni mujer, pues todos sois uno en Cristo”) rechazamos esta visita porque es una forma espectacular de consagrar la desigualdad entre las personas. Ni el papa es el vicario de Cristo, porque no puede sustituir nunca a Cristo, -y mucho menos vicario de Dios-, ni ninguna persona es más que nadie en la Iglesia de Jesús. Aquí solo tenemos un Señor desde el que todas y todos somos iguales; sólo los servicios o funciones (diakonías) diversifican nuestra igualdad radical, no el género, ni la dignidad, ni siquiera la sabiduría, sino el servicio humilde y gratuito.

A estas alturas del tercer milenio, la sensibilidad igualitaria está penetrando y desarbolando las fortalezas más firmes y recónditas de casi todas las sociedades, principalmente de la sociedad occidental. Ahí está el fuego en llamas del mundo árabe para demostrarlo. La Iglesia misma ya no puede mantenerse a salvo, como un bunker inexpugnable, ante las envestidas de la nueva sensibilidad acrecentada por el desarrollo científico y la diversidad cultural.

Ya no puede la Iglesia católica seguir manteniendo ni defendiendo teológicamente la desigualdad entre las y los seguidores de Jesús en nombre de Dios. Necesita abrir las puertas, como ya intuyó el Vaticano II, a la democracia no sólo formal, sino profundamente horizontal y participativa. No es humanamente posible que una sola persona, o un pequeño grupo, pueda tener, en un mundo diverso y globalizado como el de hoy, toda la verdad y decidir sobre las prácticas de millones de personas diversas y dispersas. A no ser que queramos repetir otra vez en nuestros días aquella “simonía” o intento de privatización del Espíritu Santo -que está en todas y todos- denunciada con dureza ya en los Hechos de los apóstoles (Hch 8).

Si esto nos empuja, por una parte, a la urgente necesidad de revisar el estatus actual del papa desde la “Iglesia de comunión” del primer milenio de su historia -para devolverlo a sus funciones de animador de la fe y mantenedor de la unión en el pueblo cristiano-, tan urgente es, por otra parte, desterrar ya -como contraria a la sensibilidad moderna y al mismo Evangelio- las enojantes prácticas de cooptación, amiguismo y dirigismo ideológico en la dirección y servicio a las comunidades. Somos ya muchos quienes no admitimos comportamientos antidemocráticos que no respetan las reglas más elementales de participación y horizontalidad de los sujetos. Porque el estatuto fundamental del pueblo cristiano no es la sumisión obediente y el silencio obsequioso ante ninguna decisión humana, sino la igualdad de todas y todos en Cristo. Desde aquí, no podemos estar de acuerdo con la convocatoria ideológica y la organización vertical de esa visita.

3. La presencia en nuestra tierra del obispo de Roma debería ser una ocasión propicia para escuchar atentamente los voces de esta Iglesia local y anunciar ante el mundo su madura decisión de renunciar a todos los privilegios que ha venido acumulando en su historia en connivencia con el Estado -y que son rechazados por una gran mayoría de la sociedad-; de defender su autonomía frente a las dependencias exteriores que la desarraigan del país donde vive; y de ser elemento de concordia y cohesión en una sociedad plural y diversa como la española.

Desde estas apuestas, que creemos coherentes con el Evangelio, rechazamos esta venida del papa porque, a nuestro juicio, no va a cuestionar para nada el actual estatuto de privilegio de la Iglesia católica en nuestro país -que supone un agravio comparativo con el resto de iglesias e instituciones civiles-. Porque, según pensamos, va a reforzar la actual sumisión de la Iglesia española a las directrices vaticanas que le llegan desde la curia romana y que la alejan de la vida y de los problemas reales de nuestro pueblo y del mundo.

Y porque, en consecuencia, va a pasar, como si de un fenómeno menor se tratara, sobre la gran crisis que está afectando a la iglesia jerárquica en concreto. Crisis que la coloca en los últimos lugares de apreciación entre las instituciones de este país y que, a juicio de muchos expertos, está pesando grandemente sobre los dos desafíos mayores que nos afectan como creyentes: la división social creciente entre ricos y pobres causada por la injusticia y la pobreza -en la que todos y todas compartimos responsabilidad con el resto de la sociedad- y la multiplicación del mundo de la increencia, fruto no sólo del proceso de secularización de las sociedades occidentales, sino también de los propios errores y disparates de las iglesias.

Pasando raudo sobre estos graves problemas que sacuden como huracán devastador nuestra iglesia local, esta visita del papa nos tememos que va reforzar aún más ese uniformismo doctrinal y moralizante que, con un discurso único, va eliminando a su paso todo el resto de inteligencia y racionalidad que aún queda entre nuestros teólogos y pensadores. Ignorando decididamente el enorme pluralismo que existe en estos terrenos entre los cristianos y cristianas españoles nos tememos que se va a intentar reforzar más firmemente su actual organización piramidal y jurídicista que deja culpablemente a la intemperie a todos sus sectores más críticos y a sus organizaciones más laicas.

¿Para cuándo esta Iglesia tendrá unas palabras de acogida y apoyo a las Comunidades de Base, tan implicadas en la lucha por la justicia y la democracia? ¿Qué razones poderosas las han excluido a la hora de planificar y organizar esta visita? Nos parecería, finalmente, muy grave y desalentador que esta magna concentración, más que de una acogida evangélica a las y los jóvenes cristianos llegados de todo el mundo a Madrid, acabe derivando en la defensa numantina de posiciones sociales anacrónicas y moralizantes, superadas por la mayoría de la sociedad española y ya legalizadas por el Parlamento estatal.

4. La visita del papa debería ser un “remake” o versión nueva de la impactante presentación pública de Jesús en la sinagoga de Nazaret, pues también aquí los ojos y los oídos de muchos millones de personas van a estar prendidos de sus gestos y palabras. Nos gustaría que en esta solemne ocasión Benedicto XVI, “cargado del Espíritu del Señor Jesús”, reconociera honestamente, ante la Iglesia española y la juventud cristiana reunida en Madrid, que lamentablemente ese espectacular lugar de encumbramiento desde el que está hablando no es evangélicamente el más adecuado para anunciar ‘la buena noticia a los pobres”, ni para proclamar “el año de gracia” que soñaron ardientemente y siguen soñando los profetas de todos los tiempos.

A este propósito tenemos que decir que, más importante que el estatuto jurídico-teológico del obispo de Roma, más urgente que la misma igualdad y democracia interna y que la libertad y autonomía de la propia Iglesia española, es el lugar social donde ésta se ubica y desde donde pretende anunciar el mensaje del Reino de Dios. Y éste no puede ser otro que desde los pobres y desde un planeta que estamos empobreciendo día a día. Desde aquí todas y todos los seguidores de Jesús estamos convocados personalmente a un permanente cambio de mentalidad y de nuestras prácticas habituales. Pero también están convocadas a este cambio nuestras instituciones y la misma iglesia que, hoy por hoy y con gestos espectaculares como la JMJ, parecen ignorarlo.

Porque -aunque nos gustaría equivocarnos en este juicio- no creemos que la iglesia jerárquica española esté hoy por hoy dispuesta a renunciar a sus privilegios; ni tampoco parece que la iglesia de Roma -a pesar de la presencia admirable de tantas cristianas y cristianos en el mundo de la marginación y la exclusión- esté decidida a poner en práctica un “año de gracia” que se haga sentir no sólo en su economía y propiedades sino también en el férreo control que mantiene sobre la creatividad pastoral y la inteligencia.

Porque, aunque el hambre, el dolor y muerte de los pobres y de la tierra nos acusan a todos y a todas, ya no se entiende fácilmente que una institución tan macro-global como es la Iglesia católica dedique sus mayores energías a crear instituciones de caridad cuando lo que está en juego es la justicia y la pervivencia.

Porque los cristianos y cristianas de hoy sabemos que el mismo culto, por más ritualismo y boato que se le quiera echar encima, se puede convertir en escándalo e idolatría cuando no está íntimamente penetrado de piedad y ternura. Lo dijo certera y bellamente Santiago en su emblemática carta a las iglesias difundidas por Asia y Europa a finales del primer siglo: “Escuchad, hermanos míos queridos: ¿no escogió Dios a los pobres de bienes mundanos y ricos de fe como herederos del reino que prometió a los que le aman? Vosotros, en cambio, habéis afrentado al pobre”… “Pues la religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre consiste en cuidar de huérfanos y viudas en su necesidad” (Sant, 2, 5; 1, 27).”

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