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LA MIRADA CRÍTICA Y NECESARIA DE HANS KÜNG

Escrito por

Exodo 107 (ener.-febr) 2011
– Autor: Manuel Fraijó –
Doctorado Honoris Causa por la UNED
 
Han pasado 15 años desde que 1.300 personas, emocionadas y puestas en pie, aplaudían la última clase magistral de Hans Küng. No menos emocionado que su auditorio, el gran teólogo enfilaba la salida del abarrotado salón de actos musitando un apenas perceptible “me gustaría seguir contando con su afecto”. Era el día de su jubilación.

España, país que tantas veces ha visitado y donde sus libros alcanzan una extraordinaria difusión, siempre le ha honrado con su afecto; pero estaba pendiente la tarea de plasmarlo en imágenes, de otorgarle relieve y solemnidad. Es lo que se propone hacer la UNED el próximo 27 de enero, a propuesta de su Facultad de Filosofía. Lo hicieron, antes que ella, otras 14 universidades de diferentes países. Hans Küng, además de ser uno de los más destacados teólogos actuales, ha prestado notables servicios a la filosofía, especialmente a la Filosofía de la Religión. Es más: pertenece a una tradición, la alemana, que no separa la teología de la filosofía. Casi todos los grandes teólogos alemanes crearon apasionantes teologías filosóficas. Es posible incluso que el paso del tiempo, tan inmisericorde con las creaciones humanas, solo respete aquellos proyectos teológicos hondamente enraizados en una rigurosa y exigente reflexión filosófica. Es, sin duda, el caso de Hans Küng (Sursee, Lucerna, 1928).

Todo comenzó en 1957 con una fascinante tesis doctoral. Llevaba por título La justificación. Doctrina de Kart Barth y una interpretación católica. Küng se atrevió con un tema que, desde los inicios de la Reforma, había dividido a católicos y protestantes. Con coraje y juventud, tendió puentes de diálogo y comprensión. Barth dio un simpático visto bueno a la obra, calificando a su autor de “israelita sin dolo” y deseándole que viniera sobre él el Espíritu.

En la década de los sesenta suscitaron gran entusiasmo y esperanza obras como Estructuras de la Iglesia (1962) y La Iglesia (1967). Küng dibujaba el perfil de una Iglesia humilde, fiel al mensaje de Jesús, atenta a las necesidades del mundo y siempre dispuesta a reformarse. Ni en los momentos más conflictivos de su relación con la Iglesia pensó Küng en abandonarla. El suyo es un servicio crítico, vigilante, incómodo y arriesgado, pero necesario. En 1965, en el transcurso de una entrevista privada, Pablo VI le hizo una “oferta de trabajo” que hubiera podido cambiar su biografía: lo cuenta, con envidiable maestría literaria, en el primer volumen de sus memorias, Libertad conquistada (p. 553 ss.). “Cuánto bien podría hacer usted (…) si pusiera sus grandes dotes al servicio de la Iglesia”, le dice el Papa. Küng le responde: “¿Al servicio de la Iglesia? Santidad, yo ya estoy al servicio de la Iglesia”. Pero el Papa se refería a la Iglesia específicamente romana y añadió: “debe confiar en mí”. De nuevo Küng: “yo tengo confianza en Su Santidad, pero no en cuantos están en su entorno”. La oferta no fue aceptada y Küng continuó su camino de profesor universitario.

Un camino que le condujo, si seguimos la secuencia cronológica, a un estudio intenso, guiado por el método histórico crítico, de la figura de Jesús. En 1974 vio la luz uno de sus libros más geniales, Ser cristiano. Era, sigue siendo, una obra repleta de información histórica y pasión creyente. Se afirmaba la fe cristiana de siempre, pero se expresaba de forma diferente. Küng no partía de fórmulas abstractas. Su punto de arranque era el gran protagonista de la aventura cristiana: Jesús de Nazaret.

Pero el teólogo sabe que tiene siempre una cita con lo último de lo último. San Pablo dice que Cristo es de Dios. Dios es, en efecto, el asunto final de la teología, su noche y su día, su prueba máxima.

Küng afrontó este reto en su monumental obra ¿Existe Dios? Respuesta al problema de Dios en nuestro tiempo (1978). A sus páginas se asoman todas las sacudidas experimentadas por el tema “Dios” desde que Descartes dio carta de ciudadanía a la duda. Küng responde afirmativamente a la pregunta por la existencia de Dios. Sin Dios, afirma, el ser humano quedaría sin suelo firme bajo los pies. En el horizonte aparecería el sinsentido. Sinsentido al que hacen frente algunas religiones con la promesa de la resurrección. Küng se atrevió también con este tema en su libro ¿Vida eterna? (1982).

Pero el final, la resurrección, conduce al origen, a la creación, al comienzo de todo. Es el tema que aborda en El principio de todas las cosas. Ciencia y religión (2007). Las últi- mas páginas constituyen un rotundo “no” a la “nada”, una apuesta por “la otra vida” que, incluso si al final se pierde, habrá ayudado a vivir esta con más ilusión y esperanza.

Sobre sus ilusiones y esperanzas vuelve, en tono personal, casi confidencial, en el libro Lo que yo creo (2011).

Desde que, incomprensiblemente, un 15 de diciembre de 1979, el papa Juan Pablo II “premió” esta hoja de servicios a la Iglesia retirando a este brillante defensor de la fe cristiana la venia docendi y declarándolo “teólogo no católico”, Küng se adentró en terrenos por los que no suele transitar el teólogo.

Nacieron así sus voluminosos estudios sobre las religiones: El judaísmo (1991), El cristianismo (1994) y El islam (2004). Previamente, en 1984, había visto la luz el volumen El cristianismo y las grandes religiones, en el que se sienta al cristianismo a dialogar con el islam, el hinduismo y el budismo. Küng no olvida que la secularización es un fenómeno casi exclusivamente occidental; en el resto del mundo, las religiones siguen configurando la realidad. Es, pues, necesario contar con su impulso.

Desembocamos, por último, en su más reciente aportación, la dedicada a la ética. H. Küng es fundador y presidente de la Fundación Ética Mundial, con sede en Tubinga y Zúrich, pero con representación en numerosos países. Representantes de la educación, la cultura, la religión y la política acuden a esta fundación en demanda de orientación en valores y compromiso educativo. El sustrato teórico de esta fundación se encuentra en su libro Proyecto de una ética mundial (1990). Su autor está convencido de que, sin un consenso ético básico sobre determinados valores, normas y actitudes, resulta imposible una convivencia humana digna, tanto en pequeñas como en grandes sociedades. Un consenso que solo es alcanzable mediante el diálogo y el mutuo reconocimiento y aprecio. La ética mundial debe partir de un principio tan básico como antiguo: “todo ser humano debe recibir un trato humano”.

Finalmente: dejó escrito Hegel que los grandes hombres no son solo los grandes inventores, “sino aquellos que cobraron conciencia de lo que era necesario”. A tales hombres pertenece, creo, el pensador al que estos días se propone honrar la UNED. Acabamos de enumerar algunos de sus méritos.

Desde luego, Küng nunca podría ser el destinatario del exabrupto que su gran amigo, el antiguo canciller socialdemócrata Helmut Schmidt, espetó a un grupo de periodistas. Cansado de que le reprocharan su realpolitik y su falta de espíritu utópico (gobernó Alemania después del carismático Willy Brandt), les obsequió, medio en broma, medio en serio, con un “el que tenga visiones que vaya al médico”.

Evidentemente la UNED no ha invitado al profesor Küng para “enviarlo al médico”, sino para añadirle a nuestro claustro de profesores y agradecerle su espíritu visionario, sus utopías y sus esperanzas de días buenos, mejores que los actuales, para el futuro de todos los seres humanos.

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