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LA LOE: CONCORDIA Y DISCORDIA

nº 85 octubre 06
– Autor: Luis Gómez Llorente –
 
En el contexto del presente número de la revista EXODO, dedicado al análisis de la “sociedad dividida” tomando como punto de vista “las leyes de la discordia”, no pretenderé llevar a cabo un examen sistemático de la LOE, sino más bien mostrar tan solo algunos de los criterios antagónicos que se manifestaron en torno a la misma, e identificar en lo posible donde se sitúan sus respectivos protagonistas.

En primer lugar, y aunque parezca sorprendente dado el ruido ambiental que nos rodea, lo cierto es que tras los numerosos retoques llevados a cabo en el proyecto inicial, fruto de múltiples e intensas negociaciones con los distintos sectores implicados, sobre la LOE en su conjunto recae actualmente más consenso que disenso, lo que no empece para que los agoreros del catastrofismo político, y del victimismo religioso, sigan lanzando incansablemente los teatrales denuestos que justifican sus respectivas posiciones de preconcebida confrontación total.

La LOE, tal como ha quedado finalmente, no entusiasma mucho a nadie, como ocurre con toda norma de carácter transaccional; nadie ve en ella plenamente realizados sus ideales, pero todos, o casi todos por lo menos, conciben la posibilidad de desarrollarse bajo su amparo. Que nadie se escandalice: Ese es el caso de la mismísima Constitución de 1978, y quizá por ello es por lo que merece una adhesión racional suficiente, y una continuidad duradera. La experiencia nos enseña que en una sociedad libre y pluralista, dotada de un régimen parlamentario auténticamente representativo, una ley que refleje plenamente las aspiraciones de cualquier grupo o partido, está predestinada a ser poco duradera. La alternancia política acaba derogándola.

Por eso puede afirmarse la aparente paradoja de que el escaso entusiasmo que suscita a unos y otros la LOE, puede y debe interpretarse como signo de durabilidad. Todos la ponemos reparos. Todos creemos que contiene excesivas concesiones a “los otros”. Pero lo cierto es que ha quedado como una norma tan poco dogmática y tan mucho flexible, como para que se puedan llevar a cabo sin cambiarla políticas educativas del más diverso signo, según se ponga mayor o menor énfasis (y recursos) en las distintas posibilidades que abre.

Es más, pudiera llegar a censurarse que en un punto clave, de álgida polémica, cual es el de la enseñanza confesional de la religión en la escuela, la LOE opta por el escapismo, limitándose a afirmar lo obvio: Que se impartirán clases de religión católica de carácter voluntario conforme a los Acuerdos con el Vaticano. Pero rehuye entrar en lo problemático: Qué se hace con los que rehúsan tales enseñanzas para que de verdad sea plena y absolutamente libre el aceptarlas, que es donde se centra el quid del debate. La LOCE lo afrontaba, asumiendo íntegramente las pretensiones eclesiásticas, la LOE lo elude, con lo que habrá de ser ulteriormente regulado por decreto, a sabiendas de que los decretos son cosa que puede cambiar el Gobierno de turno sin pasar por el Parlamento. Hasta ese extremo es “flexible” la LOE.

¿Por qué suscitó entonces tanta hostilidad inicial la LOE?

Resulta fácil comprender la extremada acritud con la que se aborda en un principio la actual fase de reforma educativa si nos situamos en los resultados de las elecciones generales de 24 de marzo de 2004, y más concretamente, del desconcierto y brusca desilusión que producen entre los medios más conservadores de la enseñanza, y más en particular dentro de la cúspide eclesiástica.

En efecto, lo que pasó en la enseñanza fue simplemente un aspecto parcial de lo acontecido en otras parcelas de la vida nacional: La derecha de este país no se esperaba ese resultado. El acceso de Zapatero a la jefatura del gobierno, como resultado de aquellas elecciones, les produjo un malestar y desconcierto del que algunos no se han repuesto todavía.

Concretamente, en el campo educativo, el nuevo gobierno se apresuró a dejar en suspenso la aplicación de la flamante LOCE, la recién nacida ley de educación elaborada por el PP, en la que el sector confesional había logrado prácticamente colocar casi todas sus ambiciones. Las declaraciones a este respecto de apoyo a la LOCE por parte de FERE-CECA, y singularmente por parte de Dña. Rosa de la Cierva, fueron abundantes, explícitas, y rotundas. Con respecto a la cúpula eclesiástica, la disposición adicional segunda de la LOCE venía a colmar de satisfacción en su integridad el régimen de enseñanza de la religión católica preconizado por los obispos. (Plena validez académica, y asignatura alternativa evaluable y obligatoria impuesta a los paganos que rehusaran la enseñanza confesional), manteniéndose, de paso, el sistema tradicional de nombramiento y cese de los profesores de religión.

Mas hete aquí que de la noche a la mañana se encontraron con un nuevo Decreto que alteraba los plazos previstos en el Decreto de calendario para la puesta en práctica de la LOCE, lo que técnicamente era impecable (norma del mismo rango), con lo que se establecía un compás de espera dentro del cual se tramitaría una nueva ley (la LOE) que vendría a derogar la LOCE (enseguida entraremos en el fondo de los contenidos).

Tanto malestar les produjo el insólito cambio de panorama como para que presentaran recursos contra la legalidad del Decreto de aplazamiento o rectificación de plazos en el Decreto de calendario para la implantación de la LOCE, pataleta que obviamente ha quedado en agua de borrajas. Recordemos todo ello sin embargo para explicar el mal humor y las actitudes de resentimiento con el que “a priori” sería cogida la política educativa del nuevo gobierno.

Tanto más era así, cuanto que la tramitación de la LOCE había sido de confrontación total. Las enmiendas del Grupo Parlamentario Socialista fueron sistemáticamente laminadas. Cabría pensar, pues, que se iba hacia un cambio pendular, aunque lo cierto y verdad es que tal cosa no ha ocurrido, y que una buena parte de aquellas enmiendas presentadas entonces por los socialistas no se ven ahora reflejadas en la LOE. Baste como botón de muestra citar el tema de la elección irrestricta del Director por el Consejo escolar del centro, o el régimen de admisión de alumnos en los centros concertados, que han sufrido muy notables alejamientos de lo postulado en aquellas enmiendas sostenidas por el PSOE en la anterior legislatura.

La actitud de la nueva ministra, Sra. San Segundo, de un escaso arraigo entre aquellos que durante años vinieron manteniendo la postura ideológica del PSOE en el mundo educativo, y la disposición abiertamente pactista de sus colaboradores, iban a posibilitar el muy notable acercamiento de posiciones que se ha producido. Acercamiento imposible al PP, empeñado en mantener durante toda la legislatura una oposición frontal y absoluta a cuanto diga o promueva este gobierno, pero sí a los sectores que constituyen su base social preferente en el mundo educativo (la enseñanza concertada).

¿QUÉ DEFIENDE LA LOE?

La LOE no es una nueva reforma educativa. Se equivocan quienes afirman que en España cambia constantemente el rumbo de la política educativa. Les despista la sucesión de las leyes promulgadas desde 1978: Estatuto de Centros Escolares (UCD) LODE, LOGSE, y LOPEG (PSOE), LOCE (Partido Popular), y finalmente LOE (PSOE).

En realidad, aquí, desde la restauración del sistema constitucional (1978), no ha habido más que una reforma educativa (con altibajos y rectificaciones) y un intento frustrado de contrarreforma (la LOCE).

Dicho a grandes rasgos, la reforma llevada a cabo por la democracia –protagonizada por los gobiernos del PSOE- tiene dos ejes: En primer lugar, democratizar la escuela (impulso a la participación de padres, profesores y alumnos en la gestión de los centros sostenidos con fondos públicos), que de manera insuficiente acometía el Estatuto de Centros de UCD, y que vino a implantar de forma más satisfactoria y duradera la LODE.

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