viernes, abril 19, 2024
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La educación, puerta de la cultura

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Tras más de 40 años como profesor, esta mirada a la educación es el resultado de mi recorrido vital y profesional. Me formé inicialmente como profesor de matemáticas y ciencias, oposité con rapidez, y disfruté mucho con las clases en varios colegios públicos de Madrid. Eran los tiempos de los movimientos de renovación pedagógica y esos primeros colegios moldearon mi forma de ser maestro. Luego trabajé siete años en el Ministerio, en los programas de reforma educativa de los años ochenta que dieron paso a la LOGSE en octubre de 1990, una época en la que nuestra visión del aprendizaje y de la enseñanza se hizo mucho más profunda gracias al trabajo con magníficos equipos de personas totalmente entregadas a la mejora de la educación. He dedicado los últimos treinta años a la formación de docentes en la universidad, sobre todo en los actuales grados de Educación Infantil y Primaria, pero también en el Máster de profesorado de Secundaria. Este último período incluye cinco años de vida y trabajo para la cooperación al desarrollo, en el Perú, también en proyectos educativos. Desde hace tiempo soy consciente de la bendición de haber podido hacer de mi vocación mi profesión.

La educación, puerta de la culturaCon frecuencia, sobre todo en entrevistas de admisión para los estudios universitarios, me he escuchado decir a jóvenes aspirantes que no hace falta traer de casa la vocación para formarse como docente –aunque tanto mejor si así fuera, no es raro que vengan de los scouts, de otros movimientos sociales o que tengan, ya en secundaria o bachillerato, experiencias de voluntariado que se vinculan con el entorno educativo– porque uno de nuestros encargos en la Facultad es precisamente generar esa vocación. Formar una vocación es algo que va más allá de las didácticas específicas, de la programación o de la legislación educativa, es una meta de importancia y quizá menos tangible. ¿Cómo lograrlo?

Una buena formación inicial

Quizá les suene el título elegido para estas páginas o, mejor aún, se hayan dado cuenta de que lo he tomado prestado de la versión española del libro que Jerry Bruner escribió en 1997. Sus ideas siguen en nuestra cabeza y su extraordinario ánimo en nuestro corazón. En particular, las que desarrolla en esas páginas, en las que une la perspectiva cognitiva de la psicología con la importancia de la interacción social en la edad infantil y juvenil: la cultura da forma a la mente, pone en nuestras manos las herramientas con las que construimos no sólo nuestros mundos sino, sobre todo, nuestra idea e imagen de nuestra propia persona, de lo que somos capaces de hacer.

La formación inicial del profesorado debería aportar estos criterios. La composición que hemos hecho de en qué consiste ser un niño o qué se puede hacer para educarlo es el resultado de mucho trabajo en equipo, de lecturas compartidas entre colegas y de ensayos y soluciones a los problemas de la escuela. Así, la vocación docente se concreta en la necesidad de ser agentes en ese proceso de desarrollo en edades tempranas y, de acuerdo con las teorías piagetianas, nos parece adecuado considerar al propio sujeto como constructor activo de su conocimiento. De esta forma terminamos por ver a la profesora o al profesor como ayudantes privilegiados que contribuyen a que los alumnos tomen conciencia de lo que hacen en sus actividades de aprendizaje.

Con nuestra colega Elena Martín hemos dicho a menudo que enseñar es ser capaz de “leer la mente” de nuestras alumnas y de nuestros alumnos. Con la particularidad, a la vista está, de que vienen en grupos de veinticinco o treinta y con unas características personales muy variadas que leemos como necesidades a las que tendremos que dar una respuesta también personalizada, una respuesta educativa. El papel de los otros en el aprendizaje (y de los compañeros de la misma edad, en particular), la selección de los contenidos escolares adecuados a la edad o al nivel del alumnado, la consecución de aprendizajes significativos, el manejo dinámico de la memoria o la utilidad de lo que aprendemos, son otras tantas características de nuestra forma de aprender. El reto docente queda a la vista: ¿cómo tenerlas en cuenta, y cómo ser capaces de plantear las actividades escolares según estos mismos criterios? ¿Cómo ayudar a aprender?

Para valorar cómo está ahora la educación o apuntar qué esperamos de ella es preciso imaginar hasta dónde puede llegar la acción sistemática de quienes la ejercen como profesión. Si fuera posible despachar esta visión en un par de párrafos, vana ilusión, podríamos proponer dos mecanismos principales a la hora de ejercer esta influencia educativa, de poner en práctica esa ayuda pedagógica. Ajustar (éste es probablemente el verbo más apropiado) la ayuda que damos al alumno se apoya en esos dos mecanismos: por una parte, la creación de significados compartidos entre profesor y alumno. Esa interacción nos lleva a hablar un lenguaje común que, progresivamente, y a partir de lo que el alumno sabe y puede entender, va avanzando hacia conceptos más complejos, con mejor sentido y más cercanos a la comprensión que en cada momento tenemos de la realidad. Como señalaré al final de estas páginas, “la escucha” se erige como referencia central de este primer mecanismo de influencia educativa: nuestra capacidad para escuchar lo que trae el alumno cuando llega a clase, nuestra capacidad, en dos palabras, de entender y hacernos entender.

La cultura pone en nuestras manos las
herramientas con las que construimos
nuestros mundos y nuestra idea e imagen
de nuestra propia persona

Por otra parte, segundo mecanismo de influencia educativa, la cesión del control sobre lo que se está aprendiendo. La actividad de aprendizaje, que en unos primeros momentos está gestionada y regulada por la acción del profesor, va poco a poco pasando a manos del alumno, que no solamente aprende los nuevos conocimientos (los reconstruye, les atribuye sentido propio y personal), sino que se adueña también del propio proceso de aprendizaje y termina regulando de forma autónoma su propia actividad y es, finalmente, capaz de seguir aprendiendo por su cuenta. En otras palabras, un paso de la dependencia a la autonomía. Habrá avances y retrocesos y por eso hablaremos de apoyo sostenido, que no quiere decir indefinido, pero sí atento a los obstáculos que puedan surgir en el proceso.

Esto nos lleva en la actualidad a la necesidad de “personalizar el aprendizaje”, a hacer énfasis en el sentido, de manera que los aprendizajes tengan sentido y valor personal para el alumnado.

La importancia de la formación inicial del profesorado queda patente, y también su complejidad. Una visión esperanzada no puede ocultar que queda mucho por hacer. Porque no se trata solamente de los estudios universitarios, sino de lograr que la primera inserción educativa profesional, las primeras experiencias laborales (ya he anotado lo buenas que fueron las mías), se den en un entorno educativo de calidad, con buenos equipos docentes y eficaces equipos directivos, en un ambiente de reflexión y mejora a partir de lo que hacemos cada día en el centro educativo.

La atención a la diversidad dentro del aula

Esta suerte de esperanza educativa, resultado de nuestras creencias sobre los procesos de enseñanza y aprendizaje, se concreta en una imagen dinámica y “crecedera” de las capacidades de nuestro alumnado. Así las cosas, la atención a la diversidad se convierte en una estrategia de conjunto, para que todos los alumnos progresen hasta donde sea posible, sin excepción.

La atención a la diversidad es una meta todavía por alcanzar. Venimos de una escuela selectiva que no hace tantos años expulsaba a quien no se adaptaba a ella o, más adelante, segregaba en ramas diferentes (aquella EGB que llevaba al Bachillerato o a la Formación Profesional según se aprobara o no, una separación entre la vía académica y la profesional), a edades tempranas y sin la debida orientación vocacional, una decisión a menudo irreversible sobre todo para quienes menos protegidos estaban económica y culturalmente. En esa evolución, hemos consolidado un sistema que se apoya en la repetición de curso. Una repetición que no funciona bien y, a diferencia de otros países, en la que empleamos muchos recursos; pero también algo que ahora se empieza a corregir, aunque nos llevará tiempo cambiar de hábitos, pensemos en nuestras juntas de evaluación. Hay que empujar hacia una evolución del sistema que, más allá de esa estrategia de grupos de compensatoria que también hemos utilizado en España con mejores resultados que los tres peldaños ya citados, nos permita ajustar la enseñanza en el mayor grado posible a las características del alumnado. Por desgracia, el punto clave para adaptar las formas y los métodos de enseñanza y responder adecuadamente a la diversidad del alumnado es, una vez más, la excelente formación permanente del profesorado que su manejo exige, léase tiempo y recursos dedicados a ello.

La atención a la diversidad es una
meta todavía por alcanzar

Creemos en la poderosa influencia de los actos educativos. Sabemos que, sin una intervención intencionada, hay aprendizajes que no se realizarían en el momento oportuno o no se lograrían con la calidad suficiente. Peor aún, sabemos que algunos aprendizajes no se realizarían en absoluto si no mediara la acción intencional de la escuela. Tenemos el compromiso de dar la mejor respuesta a las necesidades de nuestras alumnas y nuestros alumnos, para anticiparnos, en la medida de lo posible, a esas necesidades y ser capaces de estimular (estirar, tirar de, hemos dicho en ocasiones) su desarrollo. Que todo ello se traduzca en una educación de calidad es nuestro reto, y plantearnos la labor educativa desde un punto de vista adaptativo es la mejor respuesta que tenemos en estos momentos.

Las leyes educativas, la evaluación y el averiado ascensor social

Mirar a la educación escolar en España es encontrarse con una larga lista de asuntos pendientes, y, aunque no podamos tocarlos, aquí sí es preciso mencionar algunos, sobre todo si permiten mirar hacia el futuro.

Creo que ayudará dejar de decir que cada gobierno cambia el sistema educativo. No es cierto. Desde que se aprobó la Constitución española habrá habido veinte ministros de Educación. Veníamos de la Ley General de Educación (1970) que, por cierto, duplicó la educación obligatoria, de cuatro a ocho años, aunque con enormes desigualdades y en un contexto todavía de dictadura. La LOGSE llega en 1990, amplió la escolaridad hasta los 16 años, eliminó la doble vía académica y profesional de la EGB y, sobre todo, elaboró una estructura del sistema educativo que, efectivamente, fue un gran cambio respecto al sistema anterior. La siguiente ley que se aplicó fue la LOE en 2006. En 2014 se desarrolló la LOMCE (diciembre de 2013), así que tenemos tres leyes en 24 años, porque esta última sí daba desgraciadamente marcha atrás volviendo a los 14 años para tomar decisiones que envían hacia la formación profesional a quienes tienen más dificultades. Ojalá la actual LOMLOE (2020) permita dar solución a los retos pendientes, y que el espíritu y la letra de la ley vayan de la mano a la hora de afrontarlos.

LAS LEYES EDUCATIVAS, LA EVALUACIÓN Y EL AVERIADO ASCENSOR SOCIALAdemás de extender la gratuidad a los primeros años de la Educación Infantil, uno de esos retos es, sin duda, la ampliación de la educación obligatoria hasta los 18 años, algo que hay que pensar para que sea posible estar trabajando y estudiando, y que el estudio sea gratuito. No serán los mismos estudios iguales para todos (la oferta comprensiva) de la Secundaria hasta los 16 años, pero sí la oportunidad de que tengan mejor formación quienes no tienen éxito escolar. Aquí la mejora de la Formación Profesional es un aspecto esencial. Vemos que el abandono escolar está muy relacionado con la clase social y, si no tomamos medidas más allá de las becas u otras ayudas, la escuela acaba reproduciendo la desigualdad social. El “ascensor social” está dejando de funcionar y esto se nota mucho si valoramos las diferencias entre Comunidades Autónomas.

La educación escolar empieza a demostrar sus límites. Ahora se aprende mucho fuera de la escuela, y el acceso a esas posibilidades es muy desigual, como lo son también la motivación para formarse o el éxito que se obtiene. El empuje de la familia es definitivo, y eso depende mucho de las condiciones socioeconómicas, de las actividades extraescolares, del acceso a medios tecnológicos y, en suma, de las expectativas del entorno inmediato. ¿Puede la escuela tener una función social frente al aumento de la desigualdad?

El abandono escolar está muy
relacionado con la clase social

Evaluar nuestro sistema educativo no es hacer una lista de colegios, sino mirar al “valor añadido” que nuestra actividad educativa genera en los alumnos y en la comunidad escolar, algo que un ranking no es capaz de medir. Y evaluar para mejorar (o autoevaluar por parte de los propios equipos educativos) exige dotarse de instrumentos que, a la vez que miden, nos orienten sobre las vías de actuación, nos señalen aspectos concretos para centrarnos en nuestros puntos débiles, para apoyarnos en nuestras fortalezas. Abandonada la idea del ranking absoluto, lo que sí nos ha resultado útil es buscar el contraste con quienes llevan a cabo su trabajo en situaciones semejantes a las nuestras.

De forma análoga, la evaluación del profesorado puede hacerse a partir de la observación del trabajo en el aula, de la autoevaluación dentro de los equipos docentes y con la participación de los ciclos y los departamentos, según el tipo de centro. Es decir, una evaluación que sirva como un apoyo al profesorado y a la vez ofrezca orientación y criterios para la mejora, para evitar algunas formas de trabajar en el aula que no son aceptables. Necesitamos métodos que favorezcan la autorregulación de los alumnos, que aprovechen la cooperación dentro del grupo y, en fin, que tengan en cuenta el componente emocional y la motivación para el aprendizaje, algo que nos toca aportar como docentes sin esperar que la traigan de casa.

Esto nos lleva también a cambiar la evaluación del aprendizaje, no solamente para incorporar esa dimensión emocional, sino para evitar que la repetición de curso sea nuestra respuesta fundamental ante las dificultades. Una cosa es calificar y otra, mucho más amplia, es evaluar. La repetición no es buena para el alumno, le dice que no sabe y, doble perjuicio, le convence de que tampoco sabe aprender. Evaluar es saber dónde estamos y qué necesitamos a continuación para avanzar, eso va mucho más allá de una nota. Aquí, porque no querría ir terminando sin dejar de mencionarlas, no será muy útil emplear las competencias como forma de establecer las metas educativas. El resultado de los aprendizajes que promovemos en la escuela debe verse en la forma de comportarse fuera de ella, hemos de preguntarnos si lo que aprenden les permite participar mejor en el mundo que existe fuera de la escuela.

La escucha es la clave

Vamos a terminar. Hace pocos años me embarqué en la formación sobre los procesos de acompañamiento en situaciones de duelo que llevan a cabo las colegas del hospital de San Camilo, en Tres Cantos (Madrid), y he aprendido con un equipo que transmite energía y desborda generosidad en su trabajo diario, profesionales del cuidado y referencia para una sanidad humanizadora.

La experiencia en ese entorno me anima a proponer la escucha, nuestra disposición para “leer las mentes” e “interpretar los sentimientos” de nuestras alumnas y alumnos, como el punto de partida esencial de nuestra actividad educativa. Hay materiales, metodologías y muchas pistas para ajustar nuestra acción. Pero las actitudes básicas, la escucha empática y la respuesta también empática, la implicación personal a partir de nuestra experiencia y el empuje para poder resolver un problema, son la base común en muchas situaciones. Nuestro equipo docente tendrá que afrontar esa deliberación compleja para ofrecer nuestra mejor respuesta educativa.

LA ESCUCHA ES LA CLAVELa escucha gana peso como una orientación de fondo, que se hace realidad en lo metodológico, pero también, y sobre todo, en la selección de objetivos y contenidos cuando queremos atender a quienes tienen más necesidades, a los más vulnerables. Mejorar nuestra capacidad de escucha es una habilidad docente que tenemos que desarrollar, porque lo vulnerable está ligado al sentido de la vida, igual que lo puedan estar la razón o la emoción. Todos son componentes de nuestro perfil profesional docente.

Si las administraciones educativas apoyan, la buena noticia es que la respuesta a la mayoría de las dificultades está sencillamente en formarse, comunicar y experimentar y, como siempre, comprometerse. Así que, junto a todas las personas que disfrutamos de la actividad de aprender, sabemos que la educación podrá mejorar. Atrevámonos.

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