jueves, marzo 28, 2024
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Justicia y perdón en el final de ETA

Éxodo 124
– Autor: Miguel Cid Cebrián, Abogado –

La dicotomía entre justicia y generosidad o perdón, siempre ha estado presente y ha sido objeto de múltiples controversias. No obstante, si el fin último, tanto de la justicia como de la clemencia, es conseguir la paz social, habrá que arbitrar mecanismos para que justicia y perdón no sean incompatibles.

Si la verdadera paz no es sólo ausencia de guerra o de violencia, como puede ser la terrorista, exige para que sea auténtica la restauración de la convivencia ciudadana y la pacificación social. Ello se ha planteado, y sigue planteándose, con crudeza en el espinoso y trágico fenómeno terrorista, obligada referencia al abordar esta cuestión.

José Mª Aznar, poco proclive a la benevolencia, llegó a decir como Presidente del Gobierno el 3 de marzo de 1998 que, “Si los terroristas deciden dejar las armas sabré ser generoso”, y el 4 de mayo del mismo año añadió que “Merecería la pena hacer un esfuerzo de generosidad si con ello conseguimos la paz”, para culminar el 5 de noviembre, también de 1998, que “Por la paz y por sus derechos no nos cerraremos, sino que, por el contrario, nos abriremos a la esperanza, al perdón y a la generosidad, y por la paz pondremos lo mejor de nuestra parte para hacerla definitiva con la ayuda y la esperanza de todos”. Y, en cuanto a la política penitenciaria, Aznar fue igualmente rotundo: “En dicho proceso (de paz) quiero decirles que el Gobierno incorporará una nueva orientación de la política penitenciaria consensuada, flexible y dinámica que acompañe los avances que se vayan produciendo en el aseguramiento de la paz” (2/10/98). Incluso, Mariano Rajoy, entonces Ministro del Interior, también se comprometió al decir que “El Gobierno ha hecho un gesto (el acercamiento de presos) conforme a la voluntad y el deseo de que llegue la paz” (26/12/98). Si bien Aznar aclaró que “El Gobierno cuando toma decisiones, hace política, no hace gestos y quien interprete en clave de gestos (el acercamiento de presos) no va por buen camino, si lo ven en clave de una política de fondo pueden acertar más” (10/09/99).

¿Quiere ello decir que el perdón es una cuestión política y la justicia jurídica? Esto es, ¿que aquel es cosa de los políticos y ésta de los jueces? Aunque no exactamente puede aproximarse, ya que también los jueces hacen política de perdón proponiendo indultos y los políticos hacen justicia concediéndolos.

Tampoco debe olvidarse que ya hay una legislación a aplicar y que debe servir también para tratar de reintegrar, hasta donde ello sea posible, a la sociedad a quienes han sido artífices del terror. Esto es, que se cumpla y se haga efectivo lo que nuestra Constitución señala respecto a las penas privativas de libertad que deben de estar orientadas hacia la reeducación y reinserción social de quienes las cumplen.

¿Y las víctimas? Yo diría que demasiado han sufrido para pedirles más sacrificio o esfuerzo. Sin embargo, creo que, como ayuda a su dolor y legítimo enojo, deben no sólo exigir justicia, sino que, desde una perspectiva realista nacida, como señala Tony Judt, tanto desde la desesperación como de la esperanza, tener una visión de futuro y una generosa altura de miras para afrontar el reto de la pacificación.

¿Y qué futuro? Pues bien, destacaría dos afirmaciones, la del filósofo Raimon Panikkar “sólo el perdón lleva a la paz” y la del Premio Nobel de la Paz, el sudafricano Desmond Tutú “sin perdón no hay futuro”.

¿Significa ello que hay que pasar página?, bueno, primero habrá que leerla y conocerla bien. Bárbara Dührkop, viuda del senador Enrique Casas, asesinado por ETA, dijo que cuando su nieta, ahora una niña de 3 años, le preguntara por ETA, tuviera que coger un libro de historia para contárselo porque ya sería cosa del pasado. Y, para Irene Villa, víctima paradigmática de ETA, “una vida anclada en hechos terribles del pasado constituye una hipoteca perpetua para el futuro”. Por último, Fernando Arrabal escribió, en el prólogo de mi libro, que “Sólo la reconciliación, con sencillez, puede suceder a la muerte”.

Pero llegados a este punto, no debe olvidarse tampoco que, siendo el castigo, como señala Amelia Valcárcel, la paz del agraviado, la liberación de los verdugos agudiza su dolor produciéndoles, en muchos casos, una segunda victimización.

Luis Rojas Marcos ha escrito, a raíz de los terribles atentados del 11S en Nueva York, que la mejor terapia para las víctimas es “perdonar lo imperdonable”, “aunque parezca una monstruosidad contra miles de criaturas inocentes”. Y así, frente a la relación binaria entre víctima y verdugo, plantea que lo que más desea la víctima es reconstruir su vida, en la que perdonar constituye un proceso lento, silencioso, íntimo y desgarrador, en el que sólo mandan los sentimientos y no las palabras, ni las creencias religiosas ni los criterios políticos. El perdón, según Rojas Marcos, no hace que se olvide la agresión pero sí ayuda a explicarla y entenderla y a que el sufrimiento y la maldad, aunque consideradas partes inolvidables de la vida, puedan utilizarse para el restablecimiento de la paz interior y para abrirse de nuevo al mundo.

El vetusto Fuero Juzgo, en contra de la tradición cristiana del perdón, imponía penas a los perdonadores, pues consideraba que al ser la clemencia una prerrogativa del poderoso, el perdón sólo podía venir de arriba, como ahora sucede con el a veces arbitrario indulto, que aunque necesario para los supuestos en que “la pena sea notablemente excesiva atendidos el mal causado por la infracción y las circunstancias personales del reo”, como señala el Código Penal, sigue teniendo sentido en un moderno estado democrático de derecho, como sucede en los países occidentales a cuyo ámbito pertenecemos. Esto es, la justicia y el perdón están condenados a entenderse.

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