sábado, abril 20, 2024
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JAVIER MELLONI

Éxodo 116
– Autor: Juanjo Sánchez y Evaristo Villar –

Javier Melloni, jesuita, teólogo y escritor, es miembro de Cristianisme i Justícia y profesor en la Facultad de Teología de Cataluña. Vive en la Cava de Sant Ignasi (Manresa), donde acompaña y reflexiona sobre las diversas manifestaciones de la experiencia de Dios. Está especializado en mística comparada y diálogo interreligioso.

“La búsqueda está en las entrañas del ser humano, de nosotros, animales de profundidades y de anhelos infinitos. Buscamos porque somos seres abiertos y esa apertura no tiene fin, como inacabable es el Misterio”.

Lo tuyo, amigo Javier, es la mística, la espiritualidad… ¿Te interesa con la misma fuerza la “ecología” o es un añadido que has descubierto con el tiempo…?

Si por ecología entendemos la conciencia refleja y reflexionada del cuidado de la tierra y el compromiso con ello, ha venido en un segundo momento, pero si la entendemos como una sensibilidad profunda por la naturaleza como lugar de experiencia de lo sagrado, ha estado en mí desde el comienzo. Salir a caminar en silencio por la naturaleza, el respeto por los animales en su hábitat, así como la fascinación por los bosques frondosos, las montañas nevadas y las dunas del desierto son cuestiones que siempre me han fascinado. Pero entiendo que, en sentido estricto, la ecología nace de esa toma de consciencia de la necesidad y urgencia de preservar el santuario de la naturaleza. Y esto ha ido viniendo con el tiempo, a medida en que todos nos hemos ido sensibilizando de la amenaza que nuestro estilo de vida supone para la tierra.

Parece claro que entre espiritualidad y ecología hay un nexo muy estrecho y lleno de sentido. ¿Se puede decir lo mismo de la relación religión y ecología?

La religión, en cuanto que religación, está intrínsecamente relacionada con el cosmos, como uno de sus tres vértices constitutivos junto con lo trascendente y lo humano. Todas las religiones establecen relaciones muy estrechas con el espacio que les circunda y su calendario está ligado al ciclo de la naturaleza. Es inconcebible una religión al margen de la naturaleza. Todos los ritos tienen tiempos y lugares naturales que las religiones sacralizan y ello es el terreno de lo ecológico.

Hay un pasaje en uno de los relatos de creación en el Génesis que, cuando menos, resulta chocante para una conciencia actual ecológica: “Sed fecundos y multiplicaos, llenad la tierra y sometedla…” (Gn 1, 28). Muchos críticos de la religión han visto ahí una de las venas de la actitud dominante que está llevando al planeta a la expoliación, al desastre… ¿Qué piensas de ello?

Habría que conocer con exactitud el término original hebreo, porque a veces se traduce también por: “tomad posesión de la tierra”. Como todo, se puede interpretar por su parte más dura, de dominio, explotación, depredación, pero también se puede comprender como una llamada a cuidar de ella, a cultivarla, a preservarla. Israel y en general los pueblos semitas, vivían en un entorno natural severo e ingrato. Ello hace que su instinto de lo sagrado se desplace hacia la trascendencia frente a esa naturaleza adversa, mientras que en otros climas donde la naturaleza es exuberante, se desarrolla más la inmanencia de lo sagrado, como en las zonas tropicales donde hay mucha vegetación, en los bosques de clima continental o en las costas del Mediterráneo, donde la naturaleza, sin ser exuberante, es muy amable. El entorno geográfico y climático condiciona la relación religiosa que se tiene con la naturaleza. Además de esto, el judaísmo y el cristianismo se extendieron primeramente por las áreas urbanas y ello hizo que la naturaleza quedara lejana y se percibiera como adversa. Pagano significa precisamente “habitante del campo”. Paganismo y culto a la naturaleza tendieron a demonizarse en el cristianismo, que es antropocéntrico e inicialmente urbano.

Seguro que hay “otras corrientes de agua”, “otras miradas” distintas, de profundo respeto y cuidado de la naturaleza, en la tradición bíblica… ¿Cuáles se rían, a tu modo de ver?

En primer lugar, todas las religiones llamadas “indígenas” o “aborígenes” tienen una relación muy estrecha con la naturaleza. Se las ha llamado también “teocósmicas”, porque el cosmos es el escenario o manifestación misma de lo divino. El hinduismo y el taoísmo también tienen una relación muy estrecha con ella. Menos, en cambio, el budismo y el confucianismo, que son religiones de la conciencia y de la virtud humana. El Islam tiene una relación peculiar con la naturaleza. Como religión semítica, gira en torno de la trascendencia de Allah, pero a la vez conserva un sustrato preislámico con los elementos naturales, como es la distinción entre alimentos puros y prohibidos, la higiene corporal, el ayuno… Todo ello indica una relación muy estrecha con los elementos del entorno.

Tú conoces muy bien el ancho mundo de las espiritualidades y de las tradiciones religiosas. ¿En cuál o cuáles de ellas ves mayor y más intensa “conciencia” o “sensibilidad” ecológica?

Como decía, hay que referirse en primer lugar a las religiones indígenas o aborígenes. Me gusta más este segundo nombre porque expresa perfectamente lo que son: ab-origen, las que están en el origen de todas las demás y también en nuestros orígenes. El vínculo que tienen con la naturaleza es substancial: se sienten y saben formar parte de ella. La comunidad humana no está separada. Lo más importante de la sensibilidad aborigen es el sentido del equilibrio y de la reciprocidad con la tierra. Perciben la naturaleza como un conjunto de fuerzas, seres y presencias que constituyen un todo del cual se ha de preservar la armonía. El ser humano forma parte de este todo, de modo que su relación con la naturaleza debe participar también de esa reciprocidad. A la tierra no se le puede pedir sin dar, no se le puede tomar nada sin retornar. Esto asegura un equilibro a corto, medio y largo plazo. Dentro de las grandes tradiciones, diría que el hinduismo es la que tiene una mayor sensibilidad con su vínculo con la naturaleza. Toda la India rezuma instinto por lo sagrado, lo cual se manifiesta en su relación con los animales, los árboles, los ríos, las montañas. Todo ello pone un límite a la depredación. El ejemplo de su veneración por las vacas responde a este equilibro, ya que al preservarlas consiguen un equilibrio en la vida de las aldeas y en la economía doméstica, ya que los productos que se derivan de ellas son mucho más importantes que si se las comieran.

¿Se ha convertido esa conciencia o sensibilidad en un compromiso y una praxis real y eficaz, también en una praxis “política” capaz de promover proyectos políticos y culturales de respeto y cuidado del planeta, y de apoyo y solidaridad con las grandes organizaciones ecologistas o verdes?

Todavía hay mucho por recorrer en este terreno. Como los grupos y plataformas interreligiosas son muy plurales, es difícil hacer una generalización. Cuando detrás de una comunidad concreta hay una amenaza real de su hábitat, los grupos interreligiosos se movilizan, pero si no, pueden quedarse más bien a un nivel de reflexión, de diálogo o de celebración, pero no todavía de acción. Con todo, en los dos últimos Parlamentos mundiales de las religiones, este tema ha estado muy presente. En el de Barcelona en el 2004, bajo el lema: “De la sabiduría de la escucha al poder del compromiso”, uno de los cuatro puntos ejes que se abordaron fue la escasez planetaria del agua. En el Parlamento Mundial de Melbourne en el 2009 el tema fue la Sanación y reconciliación con la Tierra.

A estas alturas de la conciencia planetaria, y en este contexto de crisis económica, política y cultural mundial, ¿cuáles serían a tu modo de ver los grandes retos que plantea la conservación y el cuidado del planeta a las religiones y espiritualidades existentes?

Para mí hay tres grandes retos que están interrelacionados: la interioridad, la solidaridad y la sobriedad. La primera abre la vía mística, la segunda la vía ética y la tercera la vía ecológica. Si hay capacidad de interiorización en las personas y conseguimos que nuestra civilización se haga más silenciosa, más calmada, habrá también espacio para escuchar las necesidades ajenas y compartir lo que tenemos en lugar de usurparlo, así como capacidad de contención para vivir con menos y gozar más. Decía Facundo Cabral: “Tener menos para tenerse más”. Insisto, hay una relación intrínseca entre los tres aspectos y el gran reto es cómo se interfecundan.

El diálogo interreligioso, ¿se ocupa de esos retos…, o está más bien centrado (mejor: “autocentrado”) en las propias religiones, en sus asuntos o intereses de familia, en cuestiones dogmáticas o disciplinarias…?

En los encuentros interreligiosos se tratan estos temas, pero es verdad que pueden quedarse sólo en un plano reflexivo o celebrativo y que no llegue a la práctica. Creo que otro de los retos es establecer más puentes entre los movimientos militantes socio-ecológicos y los grupos interreligiosos.

Decía Karl Rahner, poco antes de morir, que el cristiano del futuro, o es un místico o no será. ¿No se podría (¡y debería!) decir también que el cristiano del futuro, o es ecologista convencido y consecuente o no será?

¡Absolutamente! La relación con la naturaleza es una de las dimensiones de nuestra existencia. De lo que se trata es de que vayamos tomando consciencia de que nuestra vida –personal y colectiva- tiene que ver con el modo con que nos relacionamos con todo, comenzando por lo que constituye la base de nuestra supervivencia. La riqueza del diálogo interreligioso consiste en conocer cómo otras tradiciones no han descuidado lo que hemos descuidado nosotros: la veneración de la tierra como madre, tal como se percibe en las culturas indígenas. Pero esto no es sólo ecología, sino lo que Raimon Panikkar llamó ecosofía, “sabiduría de la tierra”. Este término deja más claro que no se trata de imponer o proyectar la razón humana (eco-logos) sobre la naturaleza, sino de ponerse a la escucha de su sabiduría. Es decir, no se trata sólo de una sabiduría sobre la tierra, sino de una escucha de la propia sabiduría que la tierra tiene por sí misma. Tal sería la actitud propiamente mística ante la naturaleza: más ecosófica que ecológica. Con todo, la mística se tiene que combinar con la profecía y ello hace indispensable los movimientos ecologistas militantes y comprometidos con sus denuncias.

Para terminar, ¿podemos preguntarte cómo ves el futuro de la conciencia y sensibilidad ecológica en el planeta? ¿Eres optimista o más bien pesimista? ¿En qué basas tu convicción?

Confieso que me encuentro dividido. Por un lado, es indudable que la conciencia ecológica está cada vez más difundida, y que en las cimas mundiales, los señores de la tierra la tienen presente como uno de los puntos principales de su agenda; esta sensibilidad también está en la calle, a través de la venta de productos donde se explicita si han sido elaborados según criterios ecológicos, o en las campañas de reciclaje de los residuos, etc. Pero, por otro lado, sigue habiendo una gran inconsciencia colectiva y todavía no somos en absoluto capaces de cambiar nuestro estilo de vida por razones ecológicas. Seguimos consumiendo combustible que sabemos escaso y productos que también sabemos que provocan un coste muy elevado a la tierra. No hemos dado pasos civilizatoriamente significativos. La crisis actual puede convertirse en una oportunidad para cambiar hábitos, pero esta reacción todavía sólo se ve en grupos muy minoritarios. Parece que el ser humano sólo reacciona cuando ha tocado fondo. Y eso todavía no ha sucedido.

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