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Irremediablemente Poeta

No es nada fácil para un hombre –pasados largamente los noventa años–, pretender escribir una semblanza jugosa, viva y palpitante de un poeta y amigo entrañable. Atardecido, o más bien anochecido y viejo, la memoria ha ido arrinconando vivencias y recuerdos que parecían imborrables.

Desde este observatorio o altozano, ensombrecidas y casi perdidas sus hermosas vistas, intentaré decir algo de su poesía, profundamente humana y, siempre, religiosa. También es verdad que hay Momentos o Tiempos en la Vida que nunca envejecen porque son sustancia de nuestro ser.

Decía que hay Momentos o Tiempos que son, en realidad, toda la Vida. Tiempos de una estrecha amistad, enriquecida por esa enajenación que es la Poesía: Tiempos de Uriel; Tiempos de Poesía ente amigos; Tiempos del Sueño de la Vida.

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Todo comenzó en Santo Domingo de la Calzada, pequeña ciudad de La Rioja, rica en Arte e Historia. Los Padres Claretianos tenían allí un colegio de Humanidades, al que llamaban “Colegio Menor”, y un “Colegio Mayor” –Teologado–, instalado en un antiguo convento franciscano. Su artística iglesia fue construida en el siglo XVI por Juan de Herrera.

El Seminario de Teología Mística ocupaba una espaciosa celda monacal. Todos los viernes del año, por la tarde, un muy reducido número de alumnos nos reuníamos para estudiar y saborear gozosamente la sabiduría de los místicos. Para decir verdad, aquellas horas de la tarde no eran para saber algo de Dios a través de la verdad del hombre, sino para conocer más del hombre desde la Verdad de Dios.

Presidía aquella celda-seminario un crucifijo de raíz roja de sauce. En una tosca librería lucían los viejos libros de los místicos. Con gran ligereza llamo “viejos” a libros cuyo contenido es siempre nuevo.

El maestro y moderador del Seminario era un teólogo joven y sabio que cambió nuestra manera de pensar e incluso nuestra actitud en la vida. Este profesor de Introducción a la Teología era también profesor de Literatura en el “Colegio Menor”.

Comenzábamos el estudio leyendo alguna página del libro de Las Fundaciones, de Teresa de Jesús, para disfrutar su lenguaje sabroso, lleno de gracia, original y deliciosamente desordenado.

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Pero aquella tarde no comenzamos leyendo a Teresa de Jesús, sino estudiando críticamente un soneto escrito por uno de los alumnos de Humanidades del “Colegio Menor”. El Soneto se titulaba: Cardo hacia Ti, y era una muy hermosa composición poética sobre la pequeñez y la grandeza, la fealdad y la belleza del hombre. Preciosos endecasílabos escritos por un muchacho de quince o dieciséis años llamado Rufino Velasco.

Recuerdo perfectamente el buen sabor y la emoción que dejó en todos nosotros. Ni el mismo poeta, ni yo, hemos podido recordar más que los dos primeros versos:

#«¡Cardo hacia Ti!, ¡Señor!, ¡tanta belleza!
¡Tan pobre color! Y, ¡tanta espina! […]»
Este soneto fue el primer encuentro; era el otoño de 1947.

En Rufino Velasco, el Poeta y el Hombre son la misma realidad, la misma Verdad. Era un hombre transparente, sin doblez e inquebrantable fidelidad. Su alegría se entregaba sin fingimiento y nunca era simulada la tristeza. Dolor y gozo no eran en él sentimientos de artificio.

Fue fiel hasta el final a ese grupo prodigioso y rompedor de Misión Abierta, que siempre estuvo en avanzadillas y al borde del peligro, de la censura y de la exclusión para callar su voz.

Voy a definir, con unos cuantos adjetivos y –muy abreviadamente– su poesía: Es original, sobria, sencilla, transparente, abierta al asombro, llena de frescura, clara, honda y candeal. No es como un viento huracanado, es como una suave brisa; ni es como perfume que marea, sino como olor delicado de violetas; poesía llena de gracia como el manar silencioso de una fuentecilla en la montaña. Sugestiva y rebosante de galanura y de luz. Si tuviera que parecerse a alguna otra, sería la luminosa poesía de Cántico, del poeta Jorge Guillén.

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Me gustaría referir muy brevemente esos tres montes o Tiempos que, en realidad, son toda la Vida.

  • Tiempo de Uriel: Revista de reducido tamaño –16×11,5 cm– pero de muy sabroso y denso contenido y con inestimables dibujos, en todos los números, del gran pintor y entrañable amigo Cerezo Barredo. Muchos y buenos poetas del siglo xx la escogieron para escribir en ella sus poemas.

El año 1955 recibí una carta del entonces estudiante de Teología, Rufino Velasco, rogándome pidiera al joven poeta Carlos Bousoño el prólogo para el “delicioso libro de sonetos”, Primavera Austral, del P. Guillermo de la Cruz Coronado. El libro apareció –como número 4 de la revista–, con el prólogo, no de Carlos Bousoño, sino del Catedrático de Historia de la Literatura, Joaquín de Entrambasaguas.

En la carta me decía también: “te envío el tercer número de Uriel para que lo distribuyas, como siempre: Panero, Rosales, Bousoño, Valverde…”

Uriel, decía Rufino Velasco, «ha sido siempre un sueño. Preferimos dejarlo aparecer lo mismo que un paisaje, que es maravilloso porque se presienten, más allá, otras maravillas […] Sépase bien: Uriel es un viento, un fuego, un Ímpetu Religioso…».

  • Otro Momento o Tiempo fue Poesía ente Amigos, «que hermanó a tres poetas castellanos en un mismo afán para alcanzar, por la expresión poética, las cimas y las simas de la existencia». Pero la verdad es que los poemas de Rufino Velasco, en su manera de expresarse, sorprenden, asombran y suenan a “palabra no usada”. Dejemos que el lector disfrute del poema Al borde de mis versos, en el que las solas consonantes son una metáfora para gozo del Sentido y del Espíritu:

Al borde de mis versos
Cómo el pájaro al borde de la rama,
o al borde de los labios, como el beso;
como la tierra al borde de la mar,
o aquí, en Castilla, al borde de los cielos;
como un cántaro lleno hasta los bordes,
que el agua se desborda de tan lleno;
como una fibra al borde de la música,
o la palabra al borde del silencio;
igual que el llanto al borde de los ojos
cuando algún zumo sube desde dentro;
como un paso que, al borde de la niebla,
se detiene, y se queda así, en suspenso;
como el borde impaciente de la aurora,
o la noche bordada de luceros,
así, sin salir nunca de mi asombro,
estoy temblando al borde de mis versos.

  • El último Momento o Tiempo es el Sueño de la Vida: un manojo de veinte bellísimos sonetos que un desgraciado infarto dejó incompleto. Es esta una poesía de plenitud y acabamiento. Todo lo que es raíz o sustancia humana vibra en cada uno de los versos. Algunos, o todos, de estos Sueños, son como pozos, de tanta hondura, que produce vértigo asomarse a ellos.

No es esta poesía para un tiempo. Es poesía para siempre:

Ser Hombre es un Olvido
Nacemos olvidando. Es un olvido
ser hombre allá a lo lejos, tan distante
de todo y de sí mismo.

Sueño errante
que en lo hondo de la noche se ha perdido.

Ser hombre es recordar lo no advenido
que se escapa en el sueño a cada instante.

Mudo pastor de cumbres; vigilante
la memoria es un sueño arrepentido.

Soñando recordamos. Y el relente
de un susurro que pasa fugazmente
queda en el corazón como una herida.

Sólo esa herida abierta es el sendero
que en la noche nos vuelve al manadero­­
donde rompen las fuentes de la Vida.”

¡Gracias, Rufino, por tu amistad y por tus versos!

Emiliano Alvarado Largo 

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