jueves, abril 25, 2024
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El grito de nuestra iglesia

Textos de P. Casaldáliga
expresión de su sentir, pensar y actuar, seleccionados por Evaristo Villar y Benjamín Forcano.
1. Nuestro compromiso: abolir toda forma de esclavitud

En el primer período de nuestra llegada a la misión, el equipo de la Prelatura recorrimos la mayor parte del territorio en repetidos viajes y visitas, muchas veces por agua, Sertáo, riberas de ríos y poblados. Atendíamos algunos poblados y algunas haciendas, con cierta regularidad, todos los meses. En 1970, estalló el conflicto abierto entre la Prelatura –Iglesia, debemos decir– y las haciendas latifundistas, que se materializó, con el informe “Feudalismo y esclavitud en el norte del Mato Grosso”.

No era posible ir a las haciendas sin condenar externamente la conducta de los propietarios, gerentes y capataces. Tampoco era posible actuar libremente. Los peones, por otro lado, nunca podían ser atendidos por el sacerdote.

Era necesario reformular toda la pastoral. Sentíamos el callejón sin salida de la situación religioso-pastoral de nuestro pueblo. Faltaba todo: en salud, en enseñanza, en comunicaciones, en administración y en justicia. Faltaba en el pueblo conciencia sobre sus propios derechos humanos y el coraje y la posibilidad de reclamarlos. Y lo que no faltaba era flagrante, acusador.

Con la seria intención de superar la pastoral de las desobrigas, este año comenzamos las Campañas Misioneras, un «tiempo fuerte» –tres meses– en un lugar y con trabajo en equipo: Sacerdote, Hermanas y Laicos.

Aun así, sentimos que la liturgia y toda la pastoral –aquí como en cualquier otro lugar, ciertamente– se resienten de desencarnación, de intelectualismo, de contenido y ritmo urbano y de un europeísmo dominante. Y también del «prejuicio tradicionalista del pueblo» y de la falta eclesial de valiente creatividad.

No podemos aceptar la dicotomía entre evangelización y promoción humana, porque creemos en Cristo, como el Señor Resucitado que libera al ser humano entero y a todo el mundo y nos salva en plenitud: progresiva y dolorosamente aquí en la tierra, definitivamente y con gloría en el cielo.

Cristo vino al mundo para liberar al ser humano de toda esclavitud. La comunidad cristiana debe ser para todos las personas un signo efectivo en la realización de la justicia, en la liberación de toda forma de esclavitud y en la esperanza para cada una de las generaciones.

Para nosotros, evangelizar es promover al hombre concreto –el prójimo próximo– y liberarlo, siempre con ese «plus» que la encamación y la Pascua aportan a Ja persona y a la historia humana.

Por eso, para bien o para mal, a tientas y en conflictos, siempre hemos afrontado0 la defensa de los derechos humanos y la promoción del pueblo al que fuimos enviados. La última acusación, «definitiva» -bien poco original- que ganamos por parte de los grupos latifundistas y de los núcleos políticos y de control económico de la región, hacía de todos nosotros fue de «subversivos» y «comunistas», ¡Y «extranjeros»!

No podemos aceptar la dicotomía entre evangelización y promoción humana, porque creemos en Cristo

Los dos primeros calificativos de la acusación no merecen una respuesta seria, por ser excesivamente gratuitos y manidos.

Extranjeros somos, ciertamente, el obispo y los sacerdotes. Quizás, sin embargo, bastante más dedicados al bien de Brasil que nuestros acusadores. Y más aún, desinteresadamente.

Además, no hay hombre extranjero en la tierra de los hombres, y la Iglesia en el mundo es en todo lugar nuestra patria.

2. El grito de esta Iglesia

La Iglesia es, por naturaleza, tan católica como local. Cristo se continúa encamando, por ella y con ella, en el mundo concreto de los hombres de cada tiempo, de cada lugar.

La salvación se hace presente en el día a día y afecta al hombre real, principalmente a través de su Iglesia, en la medida en que ésta se aproxima al hombre, con su testimonio, con la Palabra «traducida» y con los sacramentos vivenciados- y lo invita y provoca en él, por la fuerza del Espíritu que siempre está listo para actuar, la respuesta de la Fe que transforma y libera.

Nosotros somos aquí la Iglesia «visible» y «reconocida». O hacemos posible la encamación salvadora de Cristo en este entorno, al que fuimos enviados, o negamos nuestra Fe, nos avergonzamos del Evangelio y traicionamos los derechos y la esperanza agónica de un pueblo de gente que es también pueblo de Dios: los sertanejos, los posseiros, los peones. Porque estamos aquí, aquí debemos comprometernos. Claramente. Hasta el fin.

Yo, como obispo, en esta hora de mi consagración, recibo como dirigidas a mí las palabras de Pablo a Timoteo: «No te avergüences del testimonio de Nuestro Señor, ni de mí, su prisionero, sino sufre conmigo por el Evangelio, fortalecido por el poder de Dios» (II Tim 1,8).

No queremos hacernos los héroes ni los originales. Ni pretendemos dar lecciones a nadie. Solo pedimos la comprensión comprometida de quienes comparten con nosotros una misma Esperanza.

Miramos con gran amor la tierra y las personas de la Prelatura. Nada de esta tierra o de sus habitantes nos es indiferente. Denunciamos hechos vividos y documentados. Quien encuentre nuestra actitud infantil, sesgada, imprudente, agresiva, dramatizante, publicitaria, entre en su conciencia y lea el Evangelio con sencillez; y venga a vivir aquí, en este sertáo, tres años, con un mínimo de sensibilidad humana y de responsabilidad pastoral.

Ésta no ha dejado de ser la hora de la palabra, pero se ha convertido, con dramática urgencia, en la hora de la acción.

El grito de nuestra iglesiaQueremos y debemos apoyar a nuestro pueblo, estar a su lado, sufrir con él y con él actuar. Apelamos a su dignidad de hijo de Dios y a su poder de tenacidad y de Esperanza.

Llamamos angustiosamente a toda la Iglesia de Brasil, a la cual pertenecemos. Pedimos fraternalmente, su decisión y plena corresponsabilidad en la oración, en el testimonio, en el compromiso, en la colaboración de agentes y medios de pastoral.

A los «católicos» latifundistas que esclavizan al pueblo de nuestra región –ellos mismos alienados, muchas veces por la connivencia interesada o cómoda de ciertos elementos eclesiásticos– les pediríamos, si quisieran escucharnos, un simple pronunciamiento entre su Fe y su egoísmo. «No se puede servir a dos señores» (Mt 6, 24).

No les hará ningún bien «participar en Cursillos de Cristiandad» en Sáo Paulo, o patrocinar la «Navidad del pobre», y entregar limosnas para las «Misiones», si cierran los ojos y el corazón a los peones esclavizados o muertos en sus haciendas, y a las familias de posseiros que sus latifundios expulsan, en un éxodo eterno, o encierran sádicamente fuera de la tierra necesaria para vivir. Lean el Evangelio, lean la primera carta de San Juan y la carta de Santiago…

Es fácil, con mucho dinero, cubrir con páginas enteras de periódicos la verdad de los hechos, la realidad. Dios ve. Y el pueblo sabe cada día más lo que sufre, y no lo olvida.

Una vez más, con mayor urgencia, públicamente, apelamos a las supremas Autoridades para que escuchen el clamor ahogado de este pueblo; para que subordinen los intereses particulares al bien común, los grandes proyectos, a las necesidades concretas y los derechos primordiales, anteriores, del hombre nordestino, del retirante sin futuro, del hombre de la Amazonia, del indio, del posseiro, del peón…

Si los incentivos dados –¿y con qué fiscalidad?– a las oligarquías y trust del sur del país que «ocuparon» esta región, se hubiesen invertido en favor del pueblo que la descubrió y la habita, la situación conflictiva en la que «desenmascaramos» a los ingenuos o egoístas, cambiaría hacia un futuro de esperanza y desarrollo «del hombre entero y de todos los hombres» de este interior.

Las soluciones aisladas no resuelven los problemas generales. Y la limosna nunca es solución en sociología. Lo que vivimos nos dio la evidencia de la iniquidad del latifundio capitalista, como pre-estructura social radicalmente injusta; y nos confirmó en la clara opción de repudiarlo.

Sentimos, por consciencia, que también debemos cooperar en la desmitificación de la propiedad privada. Y que debemos instar, con tantos otros ciudadanos sensibilizados, a una Reforma Agraria justa, radical, sociológicamente inspirada y realizada técnicamente, sin demoras exasperantes, sin intolerables camuflajes. «Cristo quiere que los bienes y la tierra tengan una función social, y ningún hombre tiene derecho a poseer más de lo necesario, cuando existen otros que ni siquiera tienen lo necesario para vivir.

Esperamos que ningún cristiano con vergüenza caiga en el cinismo de calificar este documento como subversivo. Nos referimos, una vez más, al Evangelio. Y también al Vaticano II, a Medellín y al último Sínodo (1971). «El testimonio (función profética) de la Iglesia frente al mundo tendrá poca o ninguna validez si no da, al mismo tiempo, prueba de su eficacia en su compromiso por la liberación de los hombres, ya en este mundo.

Por otra parte, si la Iglesia si no identifica su mensaje con un amor comprometido en la acción, este mensaje cristiano corre el riesgo de no ofrecer al hombre de hoy ningún signo de credibilidad.

Estas páginas son simplemente el grito de una Iglesia de la Amazonia –la Prelatura de Sao Félix, en el noroeste del Mato Grosso– en conflicto con el latifundio y sobre la marginación social, institucionalizada «de facto».

Decir la verdad es un servicio. Y el propósito de decir la verdad nos hace libres.

Nuestra amargura no es falta de Esperanza. (Sólo la alienación o el egoísmo pueden vivir cómodamente felices en medio de la injusticia establecida). Sabemos de Quién nos fiamos (II Tim 1, 12).

Sabemos que «allá donde el pecado amenaza la liberación y la humanización de la vida, Dios nos envía a su Hijo Unigénito para liberar el corazón humano del egoísmo y el orgullo y que «es precisamente aquí, en la encarnación, donde se encuentra el fundamento máximo de la esperanza para el ser humano y su universo». «Es en su Espíritu y en su Iglesia donde Él (el Cristo) ofrece a los hombres esta luz que necesitan, esta confirmación de los valores humanos de dignidad y fraternidad, este coraje para practicar la justicia y sufrir los sacrificios de su realización». Y aún más: sabemos que «la justicia que los seres humanos realizan en este mundo llega a ser una anticipación de la esperanza final»

Pedro Casaldáliga, obispo Sao Félix, 10 de octubre de 1971

* Los textos seleccionados son de la Carta Pastoral de Pedro Casaldáliga:

“Una Iglesia de la Amazonia en conflicto con el latifundio y la marginación social”.

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