sábado, abril 20, 2024
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El discurso de los que dominan el mundo: lo social en manos de la religión del mercado

Los modelos de dirección empresarial hegemónicos durante los últimos treinta años han planteado un contexto difícil para el desarrollo de un marco social mínimamente equitativo en el mundo contemporáneo. La globalización ha supuesto oportunidades de negocio nuevas, pero también costes sociales evidentes. Las estructuras corporativas clásicas, basadas en una combinación entre burocracia y organización divisional, parecen sufrir problemas de adaptación en unos mercados turbulentos y sometidos a vaivenes constantes gracias al ritmo frenético de las innovaciones tecnológicas, los gustos cambiantes de los consumidores y la permanente aparición de nuevos competidores hambrientos de cuotas de mercado. En este entorno carente de certidumbre alguna, todos nos encontramos expuestos a situaciones de angustia en una realidad que apenas podemos comprender y mucho menos controlar, la política parece haber perdido el control sobre unos mercados financieros hipertrofiados y sobre las porosas fronteras de la globalización. Ante esta situación de retorno del mercado, parecería que sólo figuras dotadas de un pensamiento clarividente y competencias troqueladas para la acción empresarial pueden proporcionarnos la guía y herramientas para la supervivencia en el caos. Dichas figuras serán los directivos de éxito, cuyas virtudes serán convenientemente diseccionadas no sólo en los textos de gestión empresarial. De forma implícita, estos textos glorificarán el mercado libre y los mecanismos de competencia, presentándolos como excitantes para los individuos y favoreciendo una mirada positiva a la figura del manager.

El modelo de dirección que se va a consagrar, por tanto, a partir de la década de los ochenta del siglo XX va a hacer un énfasis especial en una virtud del directivo, la del liderazgo (que se describirá preferentemente como visionario y transformador). Frente al recurso a la racionalidad burocrática y al cientifismo matemático de disciplinas como la econometría y la economía de empresa, la apuesta del discurso gerencial contemporáneo ha sido la de fomentar la acción carismática como base de la legitimidad de la acción directiva. Se apostará así por los aspectos emocionales e intuitivos frente a los racionales en la actividad cotidiana de gestión. La “personalidad” del ejecutivo actual debe ser la de una mezcla entre profeta y hombre de acción.

El liderazgo se convertirá en la seña distintiva del nuevo gerente de la era neoliberal. Convertidos en luz y guía que irradia sabiduría sobre las huestes de cuadros medios y trabajadores que luchan por sobrevivir en un mundo en metamorfosis permanente, son las voces que nos ayudan a hacer surfing sobre esas olas del cambio. Su labor ya no es, como en los viejo tiempos de James Burnham, callada y conspirativa, sino que por el contrario se han convertido en las únicas voces autorizadas a explicar a la población cómo actuar en este nuevo teatro del mundo que es el mercado globalizado y cómo deben actuar los políticos en ella, reforzando siempre la competitividad individual y minimizando la negociación colectiva y los derechos sociales por burocratizantes e ineficientes de cara al mercado. Su legitimidad surge del éxito de las empresas que lideran. Sin embargo, ese éxito no se basa sólo en las intuiciones de estos gestores, sino en su extraordinaria capacidad para embarcar a sus empleados en sus proyectos y sacar de ellos un compromiso especial con las tareas a realizar. Frente a la rigidez de los procesos burocráticos que dominaron los crecimientos de productividad a lo largo del siglo XX, en la encrucijada del milenio se apuesta en la narrativa político/empresarial actual, por fórmulas de liberación de las rutinas en el trabajo, de modo que el fomento de la creatividad y la innovación entre los empleados se considerará prioritario. Los grises hombres-organización han dado paso así en el imaginario del nuevo poder empresarial a creativos empleados hiperindividualizados, adictos al trabajo, vestidos de casual, con piercings y sin horarios que se convertirán en la base de las nuevas clases creativas “Es mejor ser pirata que alistarse en la marina de los Estados Unidos”, decía Steve Jobs: nada de contratar soldados fieles, los equipos deben estar formados por anárquicos creativos hambrientos de futuro y maximamente adheridos ideológicamente a la empresa.

 La nueva cultura económica y el discurso managerial

Para incorporarlos de forma eficaz, se hace precisa una reorganización empresarial que fomente culturas innovadoras y de aprendizaje en las organizaciones. Nuevas tácticas y técnicas como las de la delegación de responsabilidades (empowerment) o la asunción de riesgos dentro del negocio interno de las empresas (intrapreneurship) van a estimular no sólo un compromiso de los trabajadores con la organización, sino que sientan las bases para un contacto del trabajador con el mercado que lo hace exponerse a los vaivenes e incertidumbres de este. Una vez que los trabajadores experimentan el caos y las dificultades, se volverán hacia su líder en busca de respuestas. Los nuevos líderes (gerentes, directivos, ejecutivos) las proporcionarán en un doble esfuerzo que permita el desarrollo de competencias de personalidad, que ayuden a profundizar en la adopción de una mentalidad pro-empresarial y pro-riesgo, pero a la vez ejerciendo un control suave sobre las plantillas para evitar excesos y desviaciones respecto al objetivo primordial de perseguir el beneficio. Para poder realizar estas funciones es imprescindible construir una imagen carismática que tenga la capacidad de atraer a los empleados, imagen que va a construirse con una serie de recursos simbólicos: hiperactividad, construcción de performances discursivas, presentaciones impactantes, reuniones frenéticas fuera del horario, etc. Este dinamismo contrasta con el de sectores sociales de las clases medias que antes habían representado el centro de la sociedad keynesiana y que ahora van a ser: ahora, el emprendedor, el ejecutivo de éxito, el alto directivo construye una imagen en la que su éxito se representa en una exhibición de sus posesiones materiales, en forma de trajes de marca, salarios estratosféricos, bonus, aviones privados, etc. pero también pelotazos en el caso de jóvenes emprendedores que venden su proyecto.com por varios millones de dólares a una empresa de capital riesgo. Notablemente, el culto a las finanzas vuelve a aparecer, con mensajes recurrentes de que las mejores compañías son aquellas con mayor valoración bursátil. Los managers actuales pueden además tener el carisma de las viejas estrellas del rock o los nuevos deportistas multimillonarios, pero a la vez saben moverse entre bambalinas para influir en las políticas o convertir el mundo de los negocios en algo deseable: el mensaje que van a lanzar es el de “tú también puedes tener éxito material si te adaptas a las nuevas reglas de la creatividad y la innovación empresarial”.

Por tanto, los nuevos hombres de negocios son seductores todos serán un espejo para modelar las actitudes de una parte significativa de la población. Los fantasmas del maquiavelismo y las conspiraciones de los gerentes parecen ir desapareciendo del imaginario popular, para dar paso a la fascinación ante las figuras de los nuevos ejecutivos, que erotizan la vida organizacional mediante sus técnicas de gestión y su imagen de éxito. El éxito en el libre mercado lo representan ellos, y su imagen ayuda a canalizar en la sociedad la idea del “No hay alternativa” y la necesidad de adaptarse a la economía de mercado.

La gestión de la economía real y el mundo financiero: mundos discursivos paralelos.

Sin embargo, en toda esta reivindicación del directivo carismático, hay unas relaciones entre la gerencia y el mundo de las finanzas que afloran pero sobre las que el discurso empresarial no termina de indagar suficientemente. La generalización de las denominadas opciones sobre acciones vinculará el rendimiento del trabajo gerencial y laboral dentro de las organizaciones a las subidas y bajadas de su cotización bursátil. Progresivamente, el discurso en torno a la gestión del trabajo se independizará poco a poco de las prácticas de los departamentos financieros La burbuja.com será significativa de este fenómeno, , las empresas empiezan a prestar gran atención a este fenómeno, tanto por las ganancias de los ejecutivos como por la necesidad de evitar adquisiciones hostiles, como con el caso de las OPAs. Por tanto, la financiarización de la economía determina ya las estrategias de la economía sea ésta real o virtual, aunque básicamente se sitúa como un factor contextual Y es que esa es una de las claves del discurso: las turbulencias del mercado, el entorno impredecible, etc., reflejan, en buena medida, el entorno bursátil y financiero, con pérdidas y elevadas alzas en los parqués, euforia y pánico y, sobre todo, un cierto irracionalismo (la “exuberancia irracional”, que señalaba Alan Greenspan)

El creciente peso de la economía financiera es la que, en el fondo, va a financiar todas estas aventuras autodenominadas creativas, y que quizá por ósmosis terminan adoptando las mismas estrategias de riesgo, innovación y creatividad Las sucesivas desregulaciones de los diferentes mercados financieros, la ilimitada movilidad del capital gracias al desarrollo de las nuevas tecnologías y la creciente interconexión entre las bolsas de valores han llevado a un poder casi omnímodo del factor capital frente al trabajo. El capitalismo se convierte, más que en un comercio de productos industriales y servicios, en algo similar a un enorme casino, donde gestores de fondos apátridas multimillonarios buscan rentabilidades a través de movimientos especulativos que se suceden a lo largo del día en las distintas plazas mundiales, y en las que en mercados primarios y secundarios se comercia con todo tipo de productos laxamente regulados. En estos mercados en los que los ordenadores comienzan a sustituir progresivamente a yuppies al borde del infarto de miocardio, las finanzas comienzan a desconectarse de la economía real. Enormes fondos son administrados por ejecutivos con sentido no de Estado, sino de beneficio, y cuanto más rápido, mejor. Acontecimientos políticos recientes han favorecido la consolidación de esta tendencia a la dominación creciente del capital financiero sobre la economía real. De hecho, no se puede explicar adecuadamente el impacto del neoliberalismo sin tener en cuenta el creciente poder que va a acumular dicho capital financiero, al que la promulgación de un conjunto de leyes que profundizan todavía más en la desregulación de los mercados financieros va a ayudar sobremanera, permitiéndole expandir sus operaciones y posibilidades de beneficio. Paradójicamente, también contribuirá a la proliferación de malas prácticas que, , servirá para generar el desastre bancario sufrido entre 2007 y 2008 Además, encontramos una opacidad extraordinaria y sorprendente en el conocimiento disponible, a nivel de gran público, sobre las empresas financieras, sus estrategias y sus prácticas reales. Este sorprendente descuido deja de hecho los análisis de las prácticas no en manos de los divulgadores sino de informes y estudios técnicos de economistas, ocultando al gran público el conocimiento sobre las innovaciones en los productos financieros.. Los escándalos actuales habían sido precedidos años atrás por otros escándalos (recordemos los casos de las empresas Enron, Arthur Andersen o Worldcom a principios de la pasada década) que hacían dudar de la ética real de estos hombres de negocios. La pregunta que se plantea ahora es si la responsabilidad de los directivos en la crisis puede suponer una erosión de esas imágenes de éxito que han convertido la figura del directivo en atractiva, provocando su caída en desgracia al menos en un nivel simbólico.

La imagen de la gestión económica tras la crisis: ambivalencias ideológicas, refuerzo de los poderes

De esta forma la percepción de los ejecutivos y directivos ha ido cambiando a lo largo de los últimos ochenta años. Su aparición como agentes sociales relevantes como resultado del crecimiento de las grandes corporaciones fue recibida, por parte de los científicos sociales, con gran desconfianza (se les llamó tecnoestructura, maquiavélicos, nueva clase dirigente, hombres-organización, etc. De una forma un tanto paradójica, durante el período del pacto fordista-keynesiano se desconfiaba de estos gerentes pese a que actuaran, de algún modo, como los portadores de la racionalidad sustantiva en la gestión frente a la borrachera financiera del capitalismo liberal anterior: su imagen se mantendrá, en el imaginario social y sociológico, como poco atractiva para buena parte de la población, debido probablemente a sus características no carismáticas y a su asociación con la burocracia tanto estatal como corporativa. El modelo neoliberal recuperará esa versión carismática y asociada a valores de libertad del emprendedor que, no casualmente, hipostasiará un cierto irracionalismo en el mercado que, curiosamente, se termina vinculado a un crecimiento exponencial de la financiarización.

Sin embargo, estas imágenes positivas de los directivos parecen haberse erosionado por lo menos parcialmente, una vez que se les ha achacado la responsabilidad de la crisis. ha sido percibido muy negativamente por parte de la opinión pública, generando, al menos en lo que concierne a un cierto discurso político, una imagen profundamente negativa de los mismos, asociada a la de auténticos saqueadores.. Además, en algunos países afectados por la “crisis de la deuda soberana”, como Grecia o España, los especuladores financieros y las agencias de calificación crediticia se han convertido, a ojos de buena parte de la población, en agentes perversos que amenazan las conquistas sociales y el nivel de vida de la ciudadanía, protegidos por la opacidad de sus operaciones y la complicidad de instituciones internacionales como el FMI. Al mismo tiempo, y esto es lo más importante y lo más inquietante, no parece que este deterioro de su imagen pública se traduzca en grandes cambios sistémicos, sino que como se ha podido comprobar, las soluciones de tipo neoliberal parecen haberse incluso reforzado.

No obstante, es imprescindible hacer hincapié en que existen importantes diferencias en la percepción social de los altos gestores bancarios y los gestores de otros sectores. Ello se ha debido probablemente a que, en el caso por ejemplo del sector industrial, no sólo existe una percepción de que producen “cosas”, sino que además sus corporaciones no recurren a las ayudas estatales para ser salvados. Por supuesto, en el imaginario social) no hay quizá una conciencia tan fuerte de, por ejemplo, las fuertes subvenciones que en algunos casos hacen rentables ciertas actividades industriales, salvo de algunos sectores concretos. Por otra parte, en casos como el español la interrelación entre las grandes empresas cotizadas y representantes de la clase política ha generado, en los últimos tiempos, gran controversia. En nuestra opinión, a lo que asistimos en la actualidad es a una recuperación de una figura mitologizada del emprendedor nacional, empresario abnegado y conectado a la economía real, cuya ética del esfuerzo y la austeridad se convierte, en los países más afectados por la crisis (como España), en verdadero centro social y moral, y cuyo discurso se encuentra bastante alejado de las ideas de regulación mercantil, pasando de puntillas por la financiera. Esto implica que las malas prácticas son rechazadas, pero el sistema de libre mercado sigue gozando de una magnífica salud, confirmando el giro conservador experimentado en las sociedades occidentales, en especial la española.

al menos sí parece que estamos asistiendo a una suerte de retorno del maquiavelismo, en el que ejecutivos y directivos de grandes corporaciones, tras un período de gloria bajo el neoliberalismo más feroz, son percibidos como auténticos enemigos de la ciudadanía y las clases medias y trabajadoras. La nueva crisis se ha desarrollado bajo un esquema de socialización de las pérdidas y la privatización de los beneficios que está perjudicando no ya a los grupos más vulnerables de la sociedad, sino a las clases medias, que observan cómo los bienes y servicios públicos se privatizan para pagar los costes de la crisis. Incluso los pequeños accionistas, incorporados a las operaciones bursátiles bajo el impulso del publicitado “capitalismo popular”, se han visto estafados de diversas formas. De particular interés es reflexionar sobre la convergencia real de intereses entre las corporaciones actuales (incluyendo los intereses tanto de sus accionistas como de sus clientes) y sus ejecutivos: ¿son realmente coincidentes?. Cabe plantearse un análisis en profundidad de la aparición y ascenso a la cúspide social de esta nueva casta,. En todo caso, pensar que un nuevo capitalismo limpio (creativo y generador de riqueza) está superando a un capitalismo financiero corrupto, extractivo y depredador es uno de los principales discursos legitimadores del status quo y que menos tiene que ver con la realidad actual de la gestión de la autodenominada salida de la crisis.

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