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EL DESAFÍO ÉTICO Y POLÍTICO DEL HAMBRE

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Éxodo 97 (ener.-febr.’09)
– Autor: Leonardo Boff –
 
Son de Gandhi estas palabras terribles: “el hambre es un insulto, humilla, deshumaniza y destruye el cuerpo y el espíritu… si no el alma misma; es la forma de violencia más asesina que existe” (J. Madeley, 2002, 52).

Vivimos actualmente varias crisis conjugadas: la climática, la energética, la económico-financiera, la de la insostenibilidad de la Tierra como un todo y la alimentaria. Como son todas interdependientes, la solución también debe ser incluyente. De todas las crisis, tal vez la más inmediatamente perversa sea la crisis alimentaria porque produce hambre, enfermedades secundarias al hambre y la muerte de millones de personas, especialmente niños.

Según la FAO, desde mediados del año 2007 el número de personas que padecen hambre pasó de 853 millones a 960 millones. Tal vez en este momento de crisis económica mundial, con el desempleo generalizándose en el mundo, hayamos llegado ya a mil millones. Según el ex relator de la ONU para el Derecho Humano a la Alimentación Adecuada, el suizo Jean Ziegler, por cada 1% de disminución de la producción de alimentos a escala mundial hay 16 millones más de personas con hambre en el mundo. En la actualidad por lo menos 37 países viven crisis alimentarias graves, especialmente Somalia y Haití. La situación mundial es tan preocupante que la misma FAO estima que son necesarios por lo menos de 10 a 15 años para alterar estructuralmente el cuadro del hambre mundial, mediante fuertes inversiones en la producción y la distribución de alimentos (Conti, 2009).

El hambre ha estado siempre presente en la historia de las sociedades humanas y hoy de una manera absolutamente excesiva. Rastreemos rápidamente estas raíces.

EL HAMBRE EN LA HISTORIA AYER Y HOY

La primera gran revolución ocurrida en la humanidad fue la del neolítico hace unos diez mil años. Las dos innovaciones básicas de esta revolución están presentes en nuestra economía todavía hoy: la agricultura y la cría de animales. Evidentemente los métodos se sofisticaron y las relaciones de producción se volvieron más complejas, pero la lucha es la misma: producir excedentes para garantizar la vida humana y dar hoy sostenibilidad a toda la comunidad de vida dentro de la cual se halla incluido el ser humano como un miembro más. Sin embargo, la necesidad de satisfacer las demandas de alimento nunca ha podido ser plenamente satisfecha, bien por razones de clima, de fertilidad de los suelos, de guerras o de desorganización social. A excepción de la primera fase del paleolítico cuando había poca población humana y superabundancia de caza, de peces y de aves, de frutos y de semillas, siempre ha habido hambre en la historia. La distribución de los alimentos ha sido siempre desigual, no obstante la intrínseca comensalidad de la naturaleza humana.

El flagelo del hambre no constituye propiamente un problema técnico. Existen técnicas de producción de extraordinaria eficacia. La producción de alimentos es superior al crecimiento de la población mundial, pero están pésimamente distribuidos. El 20% de la humanidad dispone para su disfrute del 80% de los medios de vida. El 80% de la humanidad debe contentarse con solamente el 20% de estos recursos vitales. La distribución es pues desigual, injusta y pecaminosa.

Entre las principales causas se encuentran: los cambios climáticos, con sequías en Australia y bajas cosechas en Europa, el aumento de la demanda de China e India que tienen una clase media de 300 millones de personas con fuerte poder adquisitivo y cambio de hábitos alimentarios, el aumento de precio de los insumos agropecuarios, como fertilizantes y plaguicidas, la creciente demanda de productos agrícolas como materias primas para la generación de biocombustibles, especialmente el maíz y la soja, en razón de los expresivos aumentos del precio del petróleo, y la especialización del movimiento del mercado futuro de los alimentos, con grandes inversores que han abandonado ciertos campos de la economía y han pasado a especular sobre los alimentos.

Las tierras fértiles cuya producción se destinaba al consumo interno del país están siendo convertidas para la producción orientada a la exportación, como commodities, en los mercados mundiales. Con la escasez de energía fósil (petróleo, carbón y gas) se están implantando grandes proyectos en el sur del mundo, especialmente en Brasil y África, con extensas áreas de cultivo de plantas oleaginosas (especialmente caña de azúcar, palma y otras) para la producción de biocombustibles que desplazarán del campo a cerca de 60 millones de personas, creando graves crisis sociales.

El capital especulativo descubrió los alimentos y los transformó en puro negocio, relegando la soberanía alimentaria a un segundo plano. Estudios recientes indican que los fondos de inversión controlan entre el 50 y el 60% del trigo comercializado en los mayores mercados mundiales de commodities. La cantidad de dinero especulativo en el mercado de futuros que apuesta sobre las variaciones de precio subió de 5.000 millones de dólares a 175.000 millones de dólares en el año 2007. Es increíble, pero cuanto más crece el hambre en el mundo más aumentan las ganancias de las transnacionales de la alimentación (Conti, 2009).

Estos datos revelan una gran perversidad ética: la falta de sensibilidad de los seres humanos para con sus semejantes. Es como si hubiésemos olvidado totalmente nuestros orígenes ancestrales, la comensalidad y cooperación originarias que nos permitieron dar el salto de la animalidad a la humanidad.

Este déficit de humanidad resulta de un tipo de sociedad con su correspondiente cultura que privilegia al individuo sobre la sociedad, y valora la apropiación privada de todo lo que se produce más que la coparticipación solidaria y fraterna, refuerza más los mecanismos de rivalidad y competición que los valores de solidaridad y de cooperación, prolonga todavía el patriarcado con su tipo de racionalidad orientado hacia los medios y no hacia los fines, el poder, el uso de la fuerza, la voluntad de dominación más que los valores ligados a lo femenino (también en el hombre y en la mujer) como la sensibilidad a los procesos de la vida, el cuidado y la disposición a la cooperación.

Como se deduce, la ética imperante es utilitarista y elitista. No se pone al servicio de la vida de todos y de su necesario cuidado, sino que está al servicio de los intereses de determinados individuos o grupos con exclusión de todos los demás. Por lo tanto, en la raíz de la calamidad actual de la humanidad hambrienta y sufriente se encuentra una injusticia básica. Si no se fortalece la ética de la solidaridad, del cuidado de los unos con los otros y de la comensalidad mínima no habrá salvación. No queremos que se hagan realidad las palabras terribles que Dante Alighieri vio escritas en el portal del infierno: “Lasciate ogni speranza voi ch’entrate”, es decir, “los que entráis aquí abandonad toda esperanza” (Divina Comedia, Infierno, canto III).

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