jueves, marzo 28, 2024
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CIUDAD SIN LÍMITES

Éxodo 94 (may-jun.’08)
– Autor: Luis Pernía Ibáñez –
 
Hablar de experiencias de “ciudadanía cosmopolita” es algo pretencioso. A la compleja delimitación del término ciudadanía se le agrega un adjetivo que parece del todo impropio y que por definición traspasa fronteras. Ciudadanía alude a mi posesión como sujeto de derechos en relación a un Estado. Mientras cosmopolita hace referencia a esos mismos derechos por encima de la pertenencia a un Estado.

Parece que aquel viejo ideal de los estoicos de la cosmópolis o ciudadanía universal toma actualidad con el empuje de la presente globalización, volviendo a ilustrar el sueño o, a lo mejor, el mito de una comunitas urbis que hicieron suyo muchos filósofos, pensadores o juristas. Es el caso de Francisco de Vitoria con su ius gentium con el que pretendía un Derecho Universal para toda la Humanidad, en el que el ser humano es sujeto de derechos por ser ciudadano del mundo. O el Derecho Cosmopolita del jurista austriaco Hans Kelsen que, de la misma manera, sitúa al ser humano como sujeto de derechos por pertenecer a la civitas máxima. No podemos olvidar tampoco a Kant cuando señalaba en sus lecciones de Pedagogía, que prolongaban la línea de su Paz Perpetua, que la ciudadanía cosmopolita es algo fundamental y buscando una educación permanente en este sentido a los jóvenes.

Málaga, al abrigo de Gibralfaro y abierta al mar es la historia de un nomadeo constante, lugar de encuentro de numerosos pueblos y culturas durante siglos, grupo humano que también en su tiempo salió a hacer la Américas y las Europas, lugar donde los jubilados europeos encuentran el calor del sol y de la playa, y, últimamente lugar especial de llegada de inmigrantes en busca de una vida mejor.

Esta realidad migratoria que ahora conforma y atraviesa de abajo arriba y de un lado a otro toda nuestra sociedad, es claramente distinta de aquella de las maletas de cartón de nuestros padres u abuelos a Centroeuropa, norte de Africa o América. Sin embargo, hay también notas comunes, cuestiones que se repiten y los mismos mensajes que hacen imperecedera la memoria migratoria, como la inseguridad derivada de no tener papeles, el aceptar trabajos que los nativos no quieren o la criminalización de sus conductas.

Y, aunque lentamente se perciben los aspectos positivos de la inmigración, como la presencia de niños y niñas de otros países en nuestras escuelas, que empezaban a clarear con el bajón demográfico, o el generoso ingreso que significan las aportaciones de los inmigrantes a la Seguridad Social y a la Hacienda Pública o, en fin, la riqueza cultural que nos llega de otros rincones del mundo, podemos hablar de pequeños pasitos en la construcción de una ciudadanía cosmopolita.

Un pasito en este sentido ha sido la Plataforma de Solidaridad con los Inmigrantes, cuando diversas organizaciones allá por 1990 como Asociación de Mujeres Progresistas “Mitad del Cielo”, Asociación Pro Derechos Humanos, Asociación Andaluza por la Solidaridad y la Paz (ASPA), CCOO, CEAR, UGT, HOAC, Comisión 0,7, Málaga Acoge o Secretariado Diocesano de Migraciones empujadas por la urgencia y las inquietudes que de modo repentino se plantean a la opinión pública en lo concerniente a la inmigración, se organizan como entidad pública buscando el protagonismo de la sociedad civil como mejor antídoto contra un poder político que se extralimita en sus funciones y no legitima el fenómeno migratorio. Desde entonces en esta frontera sur de Europa se van marcando hitos que crean y recrean esa utopía de una ciudadanía cosmopolita. Como aquellas actuaciones para acoger en la península los primeros colectivos de subsaharianos que en 1993 habían atravesado la llamada. por aquel entonces “frontera de cristal” de Ceuta y Melilla. Fue una experiencia de acogida en numerosos pueblos de Andalucía: Lebrija, Alameda, Ronda, Campillos, Humilladero, etc., que fueron posada y lumbre durante muchos meses para los recién llegados. O aquel crudo enfrentamiento con el Gobierno que entendía la inmigración como un problema y en aras a la eficacia ordena la ex- pulsión de 103 inmigrantes africanos en aviones militares, previamente sedados. Las manifestaciones y denuncias aquella primavera de 1997 contra en Centro de Internamiento de Extranjeros de Capuchinos donde un grupo de senegaleses sufre vejaciones, golpes y un trato poco acorde con los derechos humanos. Aquella llamada por la Plataforma “inferencia despreciable” que a primeros del 2002 supuso la muerte de siete inmigrantes en el incendio de los calabozos de la Comisaría Provincial. Los encierros en la Catedral de Málaga en 1998 y 1999 para redimir a los centenares de inmigrantes que vagaban pos las calles. Las querellas judiciales ante el marco estrictamente policial que se da las políticas migratorias que cristalizan en la Ley de Extranjería 8/2000. Las numerosas manifestaciones durante tantos años por los inmigrantes ahogados en las brumosas noches del Estrecho y de la costa sahariana, sobretodo aquellas silenciosas y casi espontáneas cuando llegaba la noticia. El CIE de Capuchinos y los CIE de cualquier lugar han sido y son el caballo de batalla de la Plataforma pidiendo su cierre. En los días que corren son las diversas actuaciones contra la Directiva de Retorno y que tendrán su máxima expresión en el Foro Mundial de las Migraciones en septiembre en Vaciamadrid.

Otro pasito o botón de muestra de esa ciudadanía cosmopolita es la referida a la que lleva a cabo el pueblo español en relación al pueblo saharaui. Mientras Gobierno español y la comunidad internacional, especialmente Francia y EE.UU flirtean con Marruecos desoyendo los acuerdos de Naciones Unidas en relación al Sáhara ocupado ¿Cómo es posible entender que, en estos días de verano, lleguen a Andalucía 3000 niños saharauis y al resto del Estado 5000 niños, y sean acogidos con el mayor cariño por las familias, a pesar de haber pasado más de treinta años de la famosa Marcha Verde? ¿Cómo puede entenderse que año tras año, desde 1989, nuestra gente, la gente de la calle, se vuelque con el pueblo saharaui enviando camiones de arroz, azúcar y aceite a los campamentos de refugiados saharauis de Tinduf?

Existen, pues, pequeñas prácticas que abren un horizonte para responder a ese ¿Hacia donde debe ir la globalización? Que es esa ciudadanía universal, una ciudad sin límites, cimentada en una Ética Intercultural, cuyo eje de valores va abordando prácticas educativas que anteponen a cualquier situación económica, social, política, religiosa, el respeto a los derechos y la dignidad del hombre, en su singularidad y en su diversidad.

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