viernes, abril 19, 2024
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Sembradores de esperanza. Lectura crítica

Escrito por

Éxodo 152
– Autor: José Arregui –

Presento una lectura crítica de “Sembradores de esperanza”, documento de la Conferencia Episcopal Española sobre el cuidado de la vida en su fase final, presentado el 4 de diciembre de 2019.

  1. Elementos positivos. Es de agradecer la sencillez y claridad de estilo, y el acento puesto en el “respeto” (22 veces), la “dignidad” (53 veces), el “cuidado” (46 veces).

Subrayo la afirmación de que el “derecho a morir con dignidad” incluye el “derecho a no sufrir inútilmente” y el “derecho a que se respete la libertad de conciencia” (22), y de que “la vida en este mundo es un don y una bendición de Dios, pero no es el valor supremo absoluto” (30), aunque pienso que el documento no es del todo coherente con estas dos premisas.

Creo que es un importante paso adelante el que, tímida y veladamente, se admitan como lícitos tratamientos del dolor “aunque pueda derivarse un acortamiento de la expectativa de vida” (25), más concretamente la “sedación paliativa” (59) como “recurso extremo” (24), e incluso la “sedación paliativa profunda, que tiene como finalidad la supresión total de la conciencia” (29). Esto último es una novedad magisterial que introdujo el Pontificio Consejo para los Agentes Sanitarios en 2017, yendo más allá de lo enseñado por Pío XII en 1957 y por la Sagrada Congregación para la Doctrina de la fe en 2007. Supera la tradición, aunque no lo diga.

  1. Observaciones críticas. El documento se presenta en forma de 60 preguntas abiertas, que son en realidad 60 respuestas cerradas. El capítulo central (nn. 33-44) se titula “La eutanasia y el suicidio asistido son éticamente inaceptables”. La condena sin matices se sostiene sobre manipulaciones y tergiversaciones de las posiciones favorables a la eutanasia legal.

Manipulan, por ejemplo, la Resolución de la Asociación Médica Mundial (AMM) de 2019. Afirma ésta que “se opone firmemente a la eutanasia y al suicidio con ayuda médica”, pero afirma igualmente que “el médico que respeta el derecho básico del paciente a rechazar el tratamiento médico no actúa de manera contraria a la ética al renunciar o retener la atención no deseada, incluso si el respeto de ese deseo resulta en la muerte del paciente”. El documento episcopal cita la primera afirmación, no la segunda, y oculta la evolución de la AMM, que en 2018 consideraba que el médico que ayuda a poner fin a la vida de una persona comete “un acto inmoral”, pero esta valoración ha desaparecido en 2019, cosa que no se menciona en el documento episcopal.

Tergiversan sistemáticamente los argumentos de quienes defienden la legalización de la eutanasia. Por ejemplo: el sufrimiento insoportable y la libertad del paciente.

Sufrimiento insoportable

Afirma el documento que la Iglesia considera ilícito causar la muerte “con el fin de evitar cualquier dolor” (59), sugiriendo que tal sería el caso de quienes defienden la eutanasia. Es una grosera falsificación. En la eutanasia legal se trata de sufrimiento insoportable, y, aun reconociendo que las medidas paliativas pueden hoy poner remedio a casi todas las situaciones de dolor, nadie –de ningún modo la institución eclesial– puede decidir por nadie (el propio paciente o, en su caso, sus familiares más próximos) el límite exacto de lo insoportable en todas las circunstancias.

Por lo demás, el documento da a entender que los defensores de una ley de eutanasia afirman que la vida pierde dignidad por el mero hecho de sufrir (5), que el dolor y el sufrimiento “se deben eliminar a toda costa” (5), “a todo precio” (9), y que convierten “la ausencia de dolor en el criterio exclusivo” de la dignidad de la vida (9)”.

Todo ello es enteramente falso. La eutanasia se plantea solo para aquellos casos en los que el sufrimiento insoportable o el estado de la persona (por ejemplo, una vida vegetativa…) impiden un mínimo de calidad de vida humana. Y solo por libre decisión del propio paciente o de la persona que la representa autorizadamente. Nadie afirma que cualquier dolor haya que eliminar a toda costa, ni que la ausencia de dolor sea “el criterio exclusivo” de la dignidad de la vida. Depende del dolor y de las condiciones en que se elimina.

Me parece no solo peligroso sino también teológicamente falsa la afirmación de que “por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del Evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad” (51). Igualmente, peligroso y falso me parece decir que, en “la providencia amorosa de Dios respecto a cada persona”, “el dolor —aunque no podamos explicarlo en toda su amplitud y profundidad— tiene un sentido” (53). No puedo creer en un Dios que permitiría o provocaría nuestro sufrimiento por alguna razón que solo El conoce. Y considero muy problemático hablar de “quien ha captado la dimensión sobrenatural del sufrimiento” (52), y muy aventurado afirmar que “sin sentido de trascendencia, el ser humano tiene mayor dificultad para afrontar el sufrimiento y el dolor (14), a no ser que se deje claro, cosa que no sucede, que el “sentido de transcendencia” no está ligado a ninguna religión. Es necesario aprender a sufrir, como aprender a morir, pero es engañoso recurrir a “Dios” para encontrar el por qué del sufrimiento.

Libertad de decisión

El documento de la CEE incurre en una burda tergiversación cuando dice desde el principio que “lo que subyace al actual debate es un concepto de libertad concebida como voluntad absoluta desvinculada de la verdad sobre el bien” (1). Y es víctima de un grave malentendido cuando afirma que “la vida humana es un bien que supera el poder de disposición de cualquier persona o institución” (59); lo dice una institución eclesial que ha dispuesto de la vida humana más que ninguna otra en la historia. El “Dios” de los obispos sigue siendo el monarca supramundano a cuyo poder está sometida la vida, la libertad y el destino de los humanos y de todos los seres.

Fatal malentendido antropológico y teológico

Mientras no cambien esa imagen de Dios, la jerarquía eclesiástica será sembradora de verdades y de normas divinas más que sembradores de esperanza.

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