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¿QUIÉN DECÍS QUE ES JESÚS, DESDE VUESTRO AMBIENTE DE VIDA Y TRABAJO?

Éxodo (nov.Doc.) 2010
– Autor: Benedictinas de la Natividad –
 
Para nosotras, benedictinas, como para todo el que ha leído el Evangelio y se ha sentido seducido por sus palabras y su vida, pensamos que no hay mejor respuesta que la que el evangelista pone en labios de san Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16).

Hijo de Dios, visto desde el lado de los teólogos a lo largo de veintiún siglos y vivido hasta la entrega y el martirio desde el principio del cristianismo hasta nuestros días, calculando y valorando lo que fenece o emerge, poniendo por encima de todo lo esencial de nuestra fe en el Hijo del Dios de Abraham, de Israel y de Jacob, el Dios vivo y verdadero, que es quien nos da el poder de hacer de cada instante un momento eterno.

¿Cómo reflejar este convencimiento en la propia vida y en la comunitaria?

Pensamos que tampoco encontraríamos mejor respuesta que en el esfuerzo gozoso de vivir el “Amaos” que el mismo Jesús nos pidió, ¿cómo? Viviendo en vigilancia o a la espera de sus manifestaciones constantes de amor “a la expectativa del don que nos va a traer la revelación de Jesucristo”, como nos dice san Pedro en su primera carta (1, 13). Estas manifestaciones en una vida comunitaria suelen venir siempre a través de las hermanas, sobre todo, cuando se vive en una confianza recíproca, donde una solicitud, una ayuda, un consejo es pedido o dado con una sonrisa o un gesto de amor desinteresado, entonces, te das cuenta de que estás viviendo en una fraternidad que ha entendido y se esfuerza por vivir la frase de san Juan: “En esto hemos conocido el amor, en que Él ha dado su vida por nosotros. Nosotros también debemos dar la vida por nuestros hermanos”.

Si llenamos el día con gestos que demuestran el amor mutuo es, sobre todo, porque hemos descubierto la fuerza y la fuente que es Jesucristo. Él nos amó primero, estamos persuadidas de que sólo desde esta vivencia se puede amar a todo el que se acerque al monasterio, los pobres (que no son pocos), los que necesitan una palabra de aliento, los que no creen en Cristo, pero sí esperan que tú se lo reflejes, etc. No siempre es fácil a primera vista, pero sabemos que desde éstos que tenemos cerca, estamos vertiendo nuestro amor sobre el mundo entero, entendiendo con Karl Rahner que “sólo hay dos palabras últimas: Dios y hombre”.

Desde nuestro trabajo: ¿Quién decimos que es Jesús? Contando con que “El trabajo que Dios quiere es que creamos en el que Él ha enviado” (Jn 6, 29) esta fe la vivimos con todo entusiasmo, sobre todo, en la oración litúrgica, de donde arranca nuestra oración personal, comenzando por el Adviento (que ya se avecina) con la plegaria bíblica: “Ven, Señor, Jesús”, hasta culminar en la muerte y resurrección del Señor, la experiencia pascual que lleva a la plenitud del ser cristiano.

Con esta fuerza contamos al vivir conscientes de que somos tarea de nosotros mismos. En el trabajo que Dios nos pide, o “regala” como colaboradores de Él en la creación y posibilidad de realización humana, está siempre el gozo de su presencia; al ser trabajos compatibles con la vida monástica según nos pide san Benito: “que todo se realice en el recinto del monasterio” va orientado al buen desarrollo de las relaciones humanas comunitarias, a poner el empeño en ser una comunidad viva (como decíamos más arriba), dichos trabajos marcan la propia identidad y el verdadero sentido del trabajo, no ser gravosas a nadie y poder ayudar a los necesitados.

Resumiendo: Cristo es: _ El que nos ama primero: “El Dios del feliz derroche”. _ El que nos capacita para amar en libertad: “Sólo desde el amor, la libertad germina”. _ El que da sentido, no sólo a la vida, sino a sus tareas: “Dios está sin mortaja, en donde un hombre trabaja y un corazón le responde”. _ Vigilancia. Oración. Amor fraterno. Trabajo. Siempre unidas a nuestra amada Iglesia con el “Maranhata”.

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