jueves, abril 25, 2024
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Nos queda la palabra y la proximidad

Escrito por

Éxodo 145
– Manifiesto Éxodo –

Nos queda la palabra

…para expresar la posición de Éxodo ante el fenómeno de los migrantes y de los refugiados.

Los seres humanos migran. Buscan refugio. Y lo hacen forzados en origen, al menos en parte, e inducidos por varias circunstancias. Algunas, no pocas, fruto de la globalización y su creencia de que el libre comercio conduce por sí solo e inevitablemente al crecimiento del bienestar humano. Los desequilibrios, el expolio que genera la codicia de las grandes multinacionales, el reparto injusto de los bienes a escala planetaria, las hambrunas sistemáticas, la miseria, la escasez de servicios básicos, etc., constituyen daños colaterales eventuales. A tales causas expulsoras hay que sumar las guerras, las persecuciones políticas, tribales, religiosas, étnicas o por condición sexual, sin marginar la presión ejercida por la densidad demográfica o por los desastres naturales que fuerzan los desplazamientos, ni olvidarnos de la búsqueda de oportunidades y mejores perspectivas por parte de quien emigra o para su familia.

Están los hechos y están los derechos, pues migrar y buscar refugio son derechos humanos. Pues bien, en torno a ellos con frecuencia se emiten mensajes simples cargados de emotividad e incitación que van configurando todo un imaginario de prejuicios que intoxica la salud democrática y a los que es imperativo darles réplica.

El primero o prejuicio nodriza hunde sus raíces en esa zona abisal del cerebro donde reinan los miedos a lo extraño. Este mecanismo de defensa se verbaliza usando categorías y clasificaciones disyuntivas (nosotros/los otros, legales/ilegales,…) que olvidan adrede la igualdad de los seres humanos a la vez que ignoran la dignidad de personas concretas con sus situaciones específicas.

Está luego el prejuicio numérico. Los informes aseguran que cada dos segundos una persona se vio forzada a desplazarse durante 2017 hacia un destino más o menos incierto. La constatación de que la mayoría de los desplazados se queda en regiones limítrofes al país de procedencia como testifican la crisis de los refugiados sirios, iraquíes, yazidíes, kurdos, rohingyas, sudaneses del sur, etc., y de que sólo una minoría afronta el reto de dirigirse hacia Occidente, importan poco. Lo crucial para algunos políticos y no pocos medios es distorsionar la cifra con mensajes-zoom: «invaden nuestra tierra», «España no puede absorber a millones de africanos», «no podemos dar papeles a todos», «se produce un efecto llamada», «nos suponen un gasto difícilmente asumible», «hay que garantizar nuestras fronteras» …con el fin de que cale la creencia de que los emigrantes y los refugiados son muchos más de los que en realidad son. Corolario: ante el dilema o ellos o nosotros, nuestro control migratorio se coloca por encima de su derecho a la vida.

Imperioso resulta denunciar, en tercer lugar, la falacia del discurso proteccionista que convierte al emigrante pobre en chivo expiatorio de los males sociales y nacionales. De este modo la xenofobia y la aporofobia se hermanan bajo la máxima de que los emigrantes erosionan el estado del bienestar, compiten con los nacionales para el reparto de recursos, roban los empleos, agotan nuestro sistema de protección al recibir ayudas y subvenciones. No es cierto, sin embargo, que los inmigrantes nos esquilmen, al contrario, tienen, a la larga, efectos positivos demográficos para nuestra sociedad envejecida, aportan riqueza cultural, mejoran a corto plazo el PIB per capita, son garantía para las pensiones y mejoran otros indicadores para el sostenimiento del estado de bienestar.

De igual modo es preciso combatir las generalizaciones infundadas del relato alarmista que imputa a todo el colectivo migrante comportamientos delictivos o acciones censurables asociando la emigración al incremento de la inseguridad ciudadana. Y si a esta burda correlación se añade la sospecha de que los migrantes sirven de camuflaje a los terroristas, ya tenemos el magma donde chapotea la extrema derecha emitiendo consignas con una sorprendente capacidad de filtración.

Este proteccionismo antiinmigración no puede, además, desvincularse del prejuicio identitario: los inmigrantes destruyen nuestra cultura infectando las creencias, los valores, las costumbres, el lenguaje. Hace casi veinte años que Maalouf, A. hablaba de las identidades asesinas aludiendo a la patria, a la religión, a la etnia o a la propia cultura cuando se idolatran o se conculcan en su nombre los derechos de los otros. Y Octavio Paz, por su parte, advertía de que contra el atávico impulso racista que detesta al extraño, no hay mejor remedio que el mestizaje. Porque lo que en realidad se impugna en el racismo y en la evaluación moral que se ejecuta según la pertenencia es el derecho a la igualdad de la diversidad. De ahí nuestra repulsa contra ese supremacismo first que inocula el chovinismo en programas políticos e impulsa actitudes agresivas por parte de los ‘nacionales’ que al sufrir una difícil situación económico social miran al inmigrante como un antagonista.

Contra esta batería de prejuicios nos queda batallar con la palabra. Llevar a cabo un distendido debate social sobre la inmigración cuyo eje tendría que fijarse en si disponemos de instrumentos adecuados para gestionar el fenómeno migratorio y si el primer elemento a considerar ha de ser el de la legitimidad, es decir, tratar la migración y el asilo de conformidad con los principios y reglas del estado de derecho y de la democracia, de tal manera que, en todo momento, brille el reconocimiento y la garantía de los derechos humanos. Sólo después habrá que madurar los dispositivos de eficacia.

Y nos queda la proximidad

…para comprender que los derechos de las personas migrantes y refugiadas se defienden mejor en el encuentro con ellas o cuando sencillamente las miras a los ojos. Es lo que hacen las voluntarias y los voluntarios, las comunidades, los pueblos y las organizaciones que están en primera línea de las fronteras sólidas o líquidas socorriendo, rescatando, salvando, acogiendo dignamente luego, acompañando después.

Ellos son los ojos que nos ayudan a educar nuestra mirada. Ven personas. Prójimos. Dan visibilidad a seres humanos en diáspora. Perciben su ejemplar capacidad de resistir, su ejercida dignidad, sus sueños de libertad, su solidaridad en situaciones límite. También su pavoroso infierno. Las perciben en directo una a una sin necesidad de estereotipos ni categorías excluyentes. Y con eso está ya casi todo dicho.

Ven que las fronteras se han convertido en espacios-de-no-derechos donde el control vale más que la vida, con riesgo añadido para la infancia y para las mujeres que se ven obligadas a poner el dinero y el cuerpo.

Ellos son la piedad en acción para con las familias de los muertos y desaparecidos en ese cementerio atroz del Mare Nostrum, alentando su acceso a la verdad, a la justicia y a la reparación, colaborando con las organizaciones de las comunidades migrantes que se enfrentan al poder de las organizaciones criminales necesarias para el cruce.

Ellos son el compromiso a pie de obra que acoge y trata de facilitar el acceso a la escolarización, a un techo, a un trabajo, a la herramienta de la lengua y a otras formas de incorporación social. Su compromiso nos indica el camino por el que debería transitar una sociedad civil movilizada a fin de obtener el reconocimiento de los derechos básicos de las personas migrantes y superar de ese modo el círculo del voluntarismo, de la caridad y de la compasión. Porque es preciso reclamar una política migratoria más flexible para obtener visado de residencia y trabajo, siquiera dentro de un plazo prudencial.

            Ellos son los testigos, si se quiere profetas, que denuncian las devoluciones en caliente, las detenciones indiscriminadas, la represión en la frontera sur. Ellos reclaman de las administraciones el cumplimiento de sus responsabilidades y sus obligaciones, entre ellas el acuerdo sobre el cupo y el cambio de funciones del Frontex. Ellos inculpan la Ley de Extranjería exigiendo que responda, por estricta justicia, a las demandas de «papeles», de vivienda y de trabajo. Evidencian la explotación de los migrantes, de las esclavizadas entre fresas… Exigen el cierre de los CIE, esos lugares opacos de sufrimiento inútil, por su déficit humanitario, democrático y jurídico, en los que las ONGs amortiguan la vulnerabilidad de las personas internadas previniendo la violación de sus derechos y tratando de corregir las deficiencias, y piden que se cambien por Centros Abiertos de estancia temporal, en los que se dé orientación sobre el marco jurídico de extranjería a la vez que se proporcionan las primeras herramientas para la integración social. Ellos son los que solicitan que se establezcan rutas seguras con los demás países europeos, acompañadas de medidas concretas y urgentes de acceso legal.

            Ellos son el testimonio de cómo deberían asumirse ciertas responsabilidad para ser coherentes con principios, valores o intuiciones morales, y de este modo responder ante la propia conciencia, ante los demás o ante el Dios que juzga según la norma «porque fui forastero y me hospedaste».

Ellos son la memoria que alerta de que emigrantes y exiliados los españoles fuimos, de que las identidades se van transformando, que las migraciones conforman flujos cíclicos que no van a detenerse, que vamos hacia la policromía social y cultural, y que resulta preferible prepararse, sensibilizarnos y educarnos para ello a confiar ciegamente en las leyes del mercado.

Ellos son la esperanza de que la tierra prometida se alcanza trabajando por otro mundo posible más mestizo.

Nos queda la palabra y la proximidad: manifiesto de Éxodo.

 

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