jueves, marzo 28, 2024
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MARÍA JOSÉ ARANA

Número 81 (nov.-dic.’05)
– Autor: Pilar Yuste, Pepa Torres y Evaristo Villar –

Nos imaginamos que tampoco tú tuviste la oportunidad de estar presente en Roma en aquella mañana del 11 de octubre de 1962 cuando Juan XXIII inauguró el Vaticano II, ni estuviste luego, como tantos otros y otras, durante su desarrollo en el aula conciliar. En todo caso, apelamos a tu recuerdo: ¿Cómo viviste esos tres años del Concilio? ¿Se te cayeron, como a Pablo de Tarso, “algunas escamas de los ojos”?

Mirando hacia atrás siempre pienso que nuestra generación ha sido afortunada porque nos ha tocado vivir una época palpitante de la historia de la Iglesia, y que vivimos con intensidad tanto el desarrollo del Concilio como la entusiasta puesta en marcha del post-concilio. Siempre aprendíamos cosas nuevas y vivíamos una dinámica totalmente enriquecedora… Quizás también por eso, a quienes vivimos con intensidad aquella época “gloriosa”, nos ha costado más “encajar” el involucionismo posterior.

¡Qué te parece si miramos el Vaticano II como una gran creación musical, pongamos por caso, una sinfonía! ¿Cuál sería, a tu juicio, el “tema dominante” y cuáles los que armónicamente lo acompañan u orquestan tanto hacia el interior de la Iglesia como hacia fuera, hacia el mundo?

A mí me interesa mucho leer de vez en cuando, o cuando tengo que hacer algún trabajo, además de los documentos, los diarios del Concilio1 porque desde ahí se capta muy bien lo que dijeron los Padres Conciliares, las discusiones, entresijos y líneas de fondo. Desde ahí se ve claro que los tres objetivos que propuso Juan XXIII fueron prioritarios y están muy claros en todo el trasfondo y entramado de los diálogos y en el desarrollo de las sesiones. Los objetivos eran: a) una puesta al día, una renovación gozosa del pueblo cristiano (de la Iglesia); b) el diálogo, la apertura y la evangelización del mundo contemporáneo y c) “una nueva invitación dirigida a los fieles de las comunidades cristianas separadas” en vistas “a rehacer la unidad visible de todos los cristianos”2. Yo diría que las tres cosas, pero se nota de una forma especial en lo referente al diálogo ecuménico, constituyeron algo así como el “paisaje de fondo” y líneas trasversales de todo el Concilio. Y me explico, por ejemplo en el tema ecuménico, más importantes incluso que los decretos y declaraciones sobre esta cuestión, está la preocupación y el esfuerzo que subyace en las discusiones sobre cualquier cuestión y tema, de utilizar términos, conceptos, etc… comprensibles para otras confesiones y religiones, e intentando siempre que fueran más un “lugar”, una forma de diálogo, aproximación, etc… que de distanciamiento. Se eligen las palabras, se hace un esfuerzo continuo de diálogo y eso se nota.

Como religiosa que eres, perteneciente a ese sector carismático de la Iglesia, ¿os trajo algún mensaje nuevo el Concilio? ¿Cuáles son los aportes mayores en este campo? Y como mujer, ¿qué le agradeces y qué hubieras deseado?

No cabe duda de que el Concilio impulsó la Vida Religiosa hacia una preciosa y profunda renovación y que ella se lo tomó muy en serio. Cambiaron formas, pero sobre todo se llegó a una nueva teología de fondo desde una visión más carismática, diri- giendo la mirada por una parte hacia las fuentes del Evangelio, los fundadores, etc… y por otra, hacia un mundo que casi había llegado a ser “un extraño” para la VR. La nueva teología dirigió y enriqueció el cambio. La cuestión de la clausura y la apertura al mundo, y en nuestro caso, a los pobres, fue trascendental para las congregaciones de vida activa. Lo que yo deseo -a lo menos para mi- es vivir con más profundidad y coherencia lo que vamos descubriendo en la espiritualidad en la que vamos entrando y no cejar nunca en la búsqueda.

Hay muchos que piensan que el Vaticano II llegó tarde (cuando ya la modernidad empezaba a declinar) y fue insuficiente. Como teóloga que eres, ¿qué piensas tú de esto?

Sí es posible que llegara tarde, pero llegó y eso es lo importante y llegó con un impulso y fuerza que suplía posibles “retrasos”. La pena ha sido -según mi criterio- que no se haya mantenido el ritmo de profundización, ni se hayan llegado a conclusiones que parecían consecuencias lógicas desde los documentos conciliares y el impulso primero. Creo que hemos vivido y estamos viviendo una involución que para nada ha beneficiado la revitalización esperada. Esto es especialmente claro en algunos temas. Por ejemplo, el nuevo catecismo de la Iglesia católica cita mucho al Concilio, pero su línea es distinta.

Ante los nuevos retos que la mundialización está poniendo de manifiesto (cuyas raíces debemos descubrir en la crisis que afecta tanto a la humanidad y la tierra como a las religiones), muchas personas están abogando ya por un nuevo concilio, o un proceso conciliar…

Evidentemente que hay materia y que hay muchos puntos en los que sería muy importante entrar, orientar, incidir con un nuevo concilio, sin embargo, no parece que sea éste el momento más indicado. Tenemos que agradecer la altura del episcopado, especialmente centroeuropeo y del continente americano del Norte, del tiempo conciliar, igualmente el talante y la personalidad de Juan XXIII, sin ellos el avance no hubiera sido posible, ni un Vaticano II tal y como lo recibimos entonces. Pero hoy, ¿contaríamos con una riqueza semejante?… En realidad, un concilio hoy, ¿no sería una decepción?, ¿no será más prudente por ahora dejar las cosas donde están?…

¿Qué relación se puede mantener ecuménicamente con “las Iglesias hermanas” después de la declaración “Dominus Iesus”, (“inoportuna y lamentable”, según Pedro Casaldáliga), escrita por el cardenal Ratzinger y firmada por Juan Pablo II?

Efectivamente a raíz de la declaración vaticana “Dominus Jesús”, en muchos lugares se afirmó y constató que “no puede ignorarse que el ecumenismo registra su etapa de más baja intensidad desde el Va- ticano II”. Sin embargo, cuando Benedicto XVI inauguró su pontificado señaló como prioridad precisamente la cuestión ecuménica: “trabajar por la unidad plena y visible de todos los cristianos” en diálogo ecuménico, interreligioso y con la humanidad entera, constituyó una real esperanza, y más viniendo de él la propuesta.

Conociendo como conocía él, que tanto Pablo VI como Juan Pablo II habían comprendido que la forma actual de llevar a cabo el ejercicio del ministerio de Pedro constituía una -quizás la mayor- de las dificultades en el diálogo ecuménico, afirmado que esto requería una reflexión sobre una nueva forma de ejercerlo, tarea que el Papa “no puede llevar a término solo” (Ut unum sint, n. 96)… y sabiendo como sabía todo lo que esto implicaba, esta elección de Benedicto XVI suponía una gran esperanza. Es verdad que ha tenido varios signos simbólicos importantes como la primera salida a San Pablo Extramuros, símbolo de la “gentilidad” y lugar en el que Juan XXIII anunció oficialmente la celebración del Concilio, visitas a sinagogas, discursos importantes y otros acontecimientos. Sí, todo esto sí constituía una gran esperanza. Aún no ha salido el documento definitivo después del sínodo de los obispos sobre la Eucaristía, tenemos que esperar para tener resultados más ciertos, pero ni en las intervenciones de obispos y papa, ni en las 50 proposiciones finales, el Mensaje del Sínodo de los obispos sobre la Eucaristía…, no son muy esperanzadores, no parece que pueden constituir una gran esperanza en esta línea.

“Ecclesia semper reformanda”, es verdad. Deberemos empezar limpiando nuestra casa. Pero más que una lista de las reformas que necesita la Iglesia, nos gustaría que nos dijeras los motivos y la dirección de las mismas.

Efectivamente, “Ecclesia semper reformanda” y la reforma eclesial debe de ir siempre en la línea del Evangelio, en la vivencia más profunda de los valores evangélicos y sobre todo del Señor del Evangelio. Necesitamos vivir de su presencia amorosa hoy, pero pienso que también ayudaría mirar hacia el Vaticano II y ver todo lo que quedó en “esperanza”, especialmente en lo referente a las concreciones eclesiológicas, porque la Iglesia debe reflejar y vivir en sus propias estructuras la igualdad, la comunión, la libertad que anuncia…

Sin embargo, hoy, el mundo nos espolea; en un mundo en el que el hambre constituye aún el mayor problema, nuestro Planeta está totalmente enfermo, herido y amenazado y la Humanidad sufre una absoluta desigualdad, donde el racismo, la frivolidad, la injusticia, etc., abundan… Necesitamos una espiritualidad coherente, efectiva, comprometida. Ya en los años 50, el entonces secretario general de la ONU, Dag Hammerskjöld aseguraba: “no veo esperanza alguna de una paz mundial duradera. Lo hemos intentado todo y tristemente hemos fracasado. Si el mundo no experimenta un renacimiento espiritual, la civilización estará condenada a la extinción”. El cristianismo, las Iglesias cristianas, en particular la Iglesia católica, deben aportar muy profunda y seriamente en esta línea, pero indudablemente desde la coherencia, viviéndolo en sí mismas y siendo no sólo un impulso sino una auténtica imagen y realización vivida desde el Evangelio. Esto implica una profunda conversión y “continua reforma” en todos los estamentos.

Sabemos de tu compromiso desde hace ya mucho tiempo con los movimientos emancipadores de mujeres dentro y fuera de la Iglesia. La Iglesia ha secuestrado la Buena Noticia del Evangelio a las mujeres, de manera que es un espacio identificado muchas veces más con la opresión y la subordinación que con la liberación de la mujeres ¿Qué valoración haces del Vaticano II respecto a este punto? ¿Qué aspectos ignoró en relaciòn a nosotras? ¿Cuáles siguen pendientes ¿Qué desafíos nuevos la Iglesia debe escuchar desde la realidad de las mujeres?

Ciertamente la cuestión de “la mujer en la Iglesia” es uno de los puntos más controvertidos. Evidentemente estoy de acuerdo con todo lo que afirmáis respecto a la, no sólo insuficiente, sino desafortunada interpretación que la Iglesia ha ido haciendo respecto a la cuestión de “la Mujer” y la ignorancia de una exégesis aceptable del Evangelio y de la Escritura a este respecto. Tampoco hoy se escucha con el debido respeto la exégesis y aportación teológica que las mismas mujeres han comenzado a realizar con indudable competencia y profundidad. Pero me preguntaís más respecto a esta cuestión desde la óptica del Vaticano II.

Pilar Bellosillo, una de las auditoras del Concilio con una cabeza muy clara y un espíritu inteligente decía que, durante el Concilio, las auditoras más abiertas procuraron siempre que no se redactaran cosas especiales para las mujeres porque las “especificidades” nunca han favorecido a las mujeres y no pocas veces van por la línea del “eterno femenino”; por lo tanto impulsaban todo lo que fueran fundamentos de igualdad, de justicia, de dignidad, etc, de excluir todo lo que atente a todo ello por causa de sexo, raza, etc… Es decir, que, yendo a los principios, las aplicaciones posteriores pudieran ser más fáciles y evidentes. ¡Pero eso es lo que después no se ha hecho! En la doctrina del Vaticano II hay materia más que suficiente para sacar otras conclusiones.

Hoy, la cuestión de la “mujer en la Iglesia” además de ser “asignatura pendiente” es causa de sufrimiento, de incoherencia, y de enorme empobrecimiento eclesial, etc. Por todo ello, aumenta la pérdida de credibilidad en ella.

Sueña un poco o déjate sorprender, ¿te escandalizarías si un día el Papa se declarara homosexual o lesbiana? Tú que eres teóloga, dinos por qué.

No cabe duda de que el espacio del que disponemos aquí es excesivamente exiguo como para tratar un tema complejo y, en cierta manera, nuevo ya que hasta ahora era un “tabú” del que no se hablaba. Hace falta profundizar en algo que ha sido absolutamente ignorado, pero que las estadísticas nos dicen que afecta a un número muy respetable de seres humanos que no son ni “excepciones” (el tanto por ciento es considerable y afecta a millones de seres humanos), ni “enfermos”; es una forma de ser de la humanidad (también existe la bisexualidad) más minoritaria que la heterosexual pero como tal debe ser atendida con todo el respeto que la cosa merece, teniendo en cuenta del desamparo que han sufrido durante siglos y dejándoles que hablen desde su propia experiencia. Necesitamos escuchar más, entrar en estos problemas humanos con la humildad de quien no ha atendido ni acertado demasiado en el pasado, con el interés y la ternura de quien las reconoce como cuestioneshumanas.

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1 Por ejemplo H. FRESQUET ; Diario del Concilio, Nova Terra, Barcelona, 1967, y otros.

2 25 de enero, 1959, AAS (1959), 65-69.

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