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LIBROS DE ÉXODO

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Número 80 (sept.-oct.’05)
– Autor: Juanjo Sánchez –
 
Hace tiempo que esperaba su presentación en la revista el último libro de uno de sus colaboradores asiduos, MANUEL FRAIJÓ, Dios, el mal y otros ensayos. No aparecía el número oportuno donde hallar su lugar. Pero al fin lo encuentra de pleno en éste, dedicado a la tensión entre religión y laicidad. Porque Fraijó es, como pocos, un teólogo de y para la laicidad. Un autor de frontera entre fe y razón, entre teología y filosofía, entre… religión y laicidad. Y en este último libro vuelve a confirmarlo con fascinante lucidez y sutileza.

En efecto, Fraijó es un “teólogo laico”. Teólogo, ciertamente, que no se anda por las ramas, sino que aborda, en este como en la mayoría de sus libros, las cuestiones centrales del cristianismo: Dios, el sentido y el mal; Jesús, la resurrección y la esperanza posible. Pero, a la vez, teólogo “laico” donde los haya: situado en la frontera, incluso en la “otra orilla”, lejos de todo dogmatismo, abierto a la crítica histórica, a la búsqueda honrada de las fuentes y del argumento limpio y convincente, a la verdad sobria que no elude la duda ni, en más de un momento, el silencio. Y un teólogo, al mismo tiempo, interpelado siempre hondamente por el clamor de la tierra, por los interrogantes que se elevan desde el sufrimiento y la desesperanza de los hombres excluidos y abatidos, desde el mundo de las víctimas, la otra cara de la laicidad.

Por eso Dios, que es tema central de todos sus libros, nuncaaparece en ellos, tampoco en éste que presentamos, desligado de esos interrogantes que atormentan a los seres humanos. Sobre todo del mal, del sufrimiento y la muerte que truncan la esperanza de las víctimas. Algún pensador del ágora le colgará el sambenito del victimismo, pero lejos de él semejante talante. Lo que para él está en juego en esa conexión no es la causa propia, sino la esperanza “de los otros”. Y ahí, como afirma con toda razón, nadie está legitimado a acallar su incansable anhelo de “otra” justicia ni tampoco a renunciar, en su nombre, “a un posible escenario futuro donde se haga justicia a su causa.” (p. 88).

En una apasionante “conversación epistolar” -que abre el libro- con su amigo Javier Muguerza, filósofo increyente pero defensor, como él, de causas perdidas, se arriesga por eso a “estirar” la pregunta por la realización de aquel anhelo “más allá de lo que una razonable filosofía permite” (p. 71). Lo achaca él a su “condición de teólogo”, pero más bien, creo yo, se debe a la misma razón que llevó ya a Kant a postular, más allá de la ilustrada razón, laexistencia de Dios, a saber: la imposibilidad, que diría Adorno, de “pensar la desesperación”, de que ese anhelo termine al fin en … la nada. Con ello, sin embargo, no traspasa Fraijó la “frontera” para hablar como teólogo. Desde luego, no como teólogo afirmativo, dogmático. A lo sumo, de nuevo, como teólogo “de frontera”, única posibilidad aceptable para él. La realidad de Dios, si existe, es misterio, realidad “problemática”, sostiene de nuevo aquí como lo ha hecho en sus escritos anteriores.

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