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LAICISMO Y LAICIDAD EN EL PENSAMIENTO BUDISTA

Número 80 (sept.-oct.’05)
– Autor: Antonio Mínguez Reguera –
 
“Mi reino no es de este mundo”.Esta frase evangélica, que la tradición pone en labios del propio Jesús y se convierte en lema del auténtico sentir del cristiano, puede servir, igualmente, como paradigma del espíritu budista. No en vano, según la historia o la leyenda -poco importa la diferencia enesta ocasión- Shidarta Gautama Sakyamuni, después Él, Buda, fue un príncipe heredero de un reino, que abandonó su palacio para seguir la vida de un asceta; estableciendo, con este gesto de desapego al poder terrenal, la renuncia como una premisa parael desarrollo del espíritu. Sihubiera considerado conveniente imponer sus enseñanzas mediante la influencia, protección o la autoridad del Estado no hubiese desdeñado su privilegiada situación como un medio para hacer llegar su palabra a un mayor número de seres. Sin embargo, eligió la vida errante y sencilla de un monje para transmitir sus Cuatro Verdades Nobles, y sólo a aquellos que, “no estando completamente ciegos”, estuvieran en disposición de escucharlas por su propia voluntad.

Desde sus orígenes en la India han transcurrido veinticinco siglos de budismo o, mejor, de “budismos”, un espacio de tiempo inmenso (considerado desde el cómputo humano). En este período se extendió por la vasta geografía de Asia, soportando los avatares históricos de formación y caída de naciones, imperios, gobiernos y culturas. Nació y se desarrolló en la India de los brahmanes. Se fundió con el pragmatismo de Confucio y la sutil metafísica de Laotse en la China. Convivió, sin rivalizar, con el sintoísmo de Amaterasu y el culto al emperador en el Japón hasta el extremo de dar origen al dicho de que “los japoneses nacen sintoístas y mueren budistas”. Y convirtió al Dharma a las misteriosas y terribles “potencias y energías” de las religiones animistas en los países delcentro y el sureste. Y, también, como no podía dejar de suceder,se produjo su reciente llegada e incorporación al sentir religioso y espiritual de ciertos sectores en las sociedades occidentales.

Dado su conocido carácter tolerante y apenas dogmático (aunque nunca perdió el sentido esencial de su doctrina), se fue imbricando en cada una de las sociedades y culturas a las que llegó, adaptándose, en las formas externas, a los esquemas y paradigmas imperantes. Por esta razón no es de extrañar que, a lo largo de su variada y compleja historia, no se librara del efecto transformador que los acontecimientos políticos y culturales ejercen sobre cualquier manifestación del pensamiento humano, incluido el hecho religioso.

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