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LA NATURALEZA DEL NEGOCIO BANCARIO, LOS INTERESES, LA USUSRA Y LAS CONSECUENCIAS

Éxodo 117 (en.-feb) 2013
– Autor: Juan Torres López –
 
Tradicionalmente, los bancos se habían dedicado a desarrollar un negocio muy rentable y sumamente conservador: recoger el ahorro para trasladarlo en forma de créditos a los inversores productivos. Pero en los últimos cuarenta años se han producido una serie de cambios que lo han modificado para convertirlo en algo muy distinto y peligroso. En lugar de intermediar para trasladar el ahorro a la inversión productiva de las empresas, ahora lo recogen para dirigirlo a los mercados financieros en donde la actividad especulativa generalizada proporciona muchos más beneficios y en menos tiempo, aunque a costa, eso sí, de desarrollar operaciones muy arriesgadas y de dejar sin la necesaria financiación a gran parte de la actividad productiva.

Hasta que no se produjo el enorme desarrollo de las nuevas tecnologías de la información, en los años 80 y 90 del pasado siglo, los movimientos financieros eran lentos y costosos (hacer un pago de una ciudad a otra llevaba días, y si se trataba de hacerlo a otro continente semanas y era algo muy caro). Pero cuando las telecomunicaciones permitieron que se realizaran operaciones financieras incluso en milésimas de segundo (hoy día se puede tardar solo cuatro segundos en invertir 1.000 millones de dólares), resultó que mover continuamente el dinero de un lugar a otro podía proporcionar enormes beneficios. Y eso fue lo que incentivó el extraordinario desarrollo de operaciones puramente especulativas: comprar una divisa o cualquier otro activo con el solo objetivo de venderlos enseguida si se conseguía que subiese su cotización podía generar una gran ganancia al hacerlo reiteradamente.

Para ello fue necesario que los banqueros usaran todo su poder político y lograsen que los gobiernos eliminaran cualquier tipo de barrera a los movimientos de capitales y que cambiaran las leyes que hasta entonces vigilaban el destino de los recursos financieros. En esas nuevas circunstancias se comenzó ya a generalizar una incesante actividad especulativa en torno a nuevos productos financieros cada vez más sofisticados y rentables (aunque también peligrosos), y la falta de normas y controles permitió que muchos de ellos se pusieran en circulación envueltos en engaños y fraudes de mil tipos (como las hipotecas basura, las preferentes, los ‘swaps’, etc., de nuestra época que terminaron arruinando a millones de personas).

EL DINERO BANCARIO Y LA DEUDA

Para alimentar este nuevo tipo de negocio y sacar el máximo rendimiento de él, se necesitaba incrementar continuamente la cantidad de dinero disponible y aquí es donde entra un elemento que, sorprendentemente, no suele ser muy conocido por la gente normal y corriente.

Esta suele creer que el dinero son las monedas y los billetes y, por tanto, que es el que crea el Estado. Es un error porque, en realidad, éste solo representa entre el 5 y el 10% de todo el dinero circulante.

La gran mayoría del dinero que se utiliza en la economía lo conforma el llamado dinero bancario, es decir, el que crean los bancos privados gracias al privilegio que lleva consigo el llamado “sistema de reservas fraccionarias” que rige su funcionamiento.

El procedimiento por el que los bancos crean dinero es muy sencillo y lo podemos explicar con las mismas palabras y con el ejemplo que Vicenç Navarro y yo utilizamos en nuestro libro Los amos del mundo, las armas del terrorismo financiero (Editorial Espasa. Madrid 2012, p. 57 y siguientes):

Supongamos que Pedro se deja convencer por un banquero y deposita los 100 euros de los que dispone en un banco, a cambio de recibir un interés del 4% al año. En ese momento, el banco hace dos anotaciones en su balance, que es el libro en donde registra sus cuentas:

– Por un lado, anota que tiene 100 euros como un activo (los activos son los bienes o los derechos sobre otros que tiene alguien), y más concretamente en concepto de dinero metálico entregado por Pedro.

– Por otro, anota que tiene un pasivo (los pasivos son las obligaciones de alguien) de 100 euros, puesto que ese metálico es en realidad de Pedro y tendrá que devolvérselo en el momento en que lo reclame.

Al hacerse este depósito no ha cambiado la cantidad de dinero en la economía. Sigue habiendo 100 euros, aunque ahora estén físicamente en otro lugar, en la caja del banco.

Ahora bien. El banco no guarda inmovilizado todo el dinero que Pedro ha depositado. Las leyes le permiten que hasta un 98% de esa cantidad lo dedique a realizar préstamos.

Ahora supongamos que otra persona, Rebeca, necesita 20 euros y que el banco se los presta al 7%.

Supongamos que le pone esa cantidad a su disposición en un depósito a su nombre y que le entrega unos cheques o una tarjeta con los que puede utilizarlo.

Si nos preguntamos cuánto dinero hay en la economía en el momento en que se concede dicho crédito, la inmensa mayoría de la gente pensará que el dinero es simplemente el dinero legal y por tanto contestará que sigue habiendo 100 euros. Pero si entendemos que el dinero es lo que es, es decir, medios de pago, veremos claramente que hay más: Pedro puede hacer pagos con su talonario de cheques por valor de 100 euros y Rebeca puede pagar hasta gastar los 20 euros que le han dado de préstamo. Por tanto, desde el mismo momento en que se hizo efectivo el préstamo, en la economía hay 120 euros en medios de pago. No se han creado ni monedas ni billetes (siguen existiendo por valor de 100 euros) pero sí medios de pago que llamamos dinero bancario por valor de esos 20 euros.

Así es como los bancos crean dinero desde la nada (solo haciendo una simple anotación contable) cuando dan un préstamo. El banco crea el dinero en la medida en que crea deuda, pero lo cierto es que esta también se crea desde la nada: simplemente anotando el banco en el activo de su balance que los 100 euros que Pedro había depositado ahora se convierten en 80 mantenidos en la caja y 20 en un préstamo concedido a Rebeca y que esta se obliga a devolver. Si no fuese así, si el dinero que crean los bancos no naciese de la nada, la cantidad de dinero no podría aumentar, puesto que un billete o una moneda no pueden reproducirse materialmente a partir de sí mismos.

Y fue precisamente este procedimiento el que permitió incrementar continuamente la liquidez necesaria para generar cada vez más negocio en los mercados financieros, utilizándola para crear nuevos productos y operaciones especulativas. Ese fue el origen de la deuda gigantesca de nuestra época.

EL DINERO BANCARIO, EL CRECIMIENTO DE LA DEUDA

Efectivamente, si gracias al crédito se crea dinero, que da beneficio y poder, resulta que la creación de dinero (y por tanto, de deuda), en lugar de estar vinculada a la financiación de la actividad productiva, se convertía en un fin en sí mismo.

Si los bancos ganan dinero (y por tanto también poder) creando dinero cada vez que aumentan la deuda, su objetivo principal y constante será el de aumentar sin cesar el volumen de crédito que conceden, haciendo así que crezca indefinidamente la deuda global de las economías.

La creación de dinero por los bancos a través de este procedimiento venía de lejos, prácticamente desde que fueron creados, pero se producía en mucha menor medida que ahora y sin estar vinculada la difusión de productos financieros tan peligrosos como los que actualmente pueblan los mercados financieros. Cuando comenzó a darse en el siglo XVII y hasta mucho después, los bancos reservaban más o menos la mitad de los depósitos y prestaban con el resto, lo que les permitía crear dinero en dos veces más cantidad que sus depósitos. Pero en los últimos años los grandes bancos globales como Goldman Sasch, JP Morgan, Citigroup o Bank of America han venido manteniendo en sus cajas un 0,5% de los depósitos que recibían, lo que les permite crear 200 veces más dinero del que se tiene en depósito. E incluso alguno de ellos ha mantenido en los años de plena burbuja un coeficiente del 0,001%, lo que quiere decir que creaban 1.000 millones de dólares por cada millón en depósito.

Esto permite entender que el crecimiento incesante de la deuda en nuestro tiempo no se debe a que las personas vivan por encima de sus posibilidades o a que los gobiernos gasten demasiado y despilfarren. No es eso.

Crece la deuda porque eso es lo que le interesa a los poseedores del dinero, a los bancos que dominan el mundo y que al disponer del dinero poseen también el poder suficiente que les permite imponer políticas que obligan a endeudarse. Es decir, crece como consecuencia de una auténtica política de deuda que se aplica para proporcionarles un beneficio continuo. Por ejemplo, reduciendo constantemente el ingreso de la mayoría de la población o haciendo que la gente se vea obligada a comprar viviendas en lugar de alquilarlas.

LOS INTERESES

Saber que el sistema de reservas fraccionarias permite crear dinero de la nada también sirve para entender la naturaleza que tienen los intereses que cobran los bancos por proporcionar créditos.

Si alguien concede un préstamo a otra persona y al hacerlo renuncia a algo se podría entender que le cobrase un cierto interés. Pero cuando los bancos prestan no están renunciando a algo porque, como acabamos de ver, el dinero que prestan no existe previamente sino que, tal y como decía el Premio Nobel de Economía Maurice Allais, lo crean ex nihilo, es decir, de la nada.

Por tanto, no hay ninguna justificación para que cobren intereses. Su existencia solo se explica porque los banqueros tienen un privilegio desorbitado que les permite imponérnoslo gracias a su enorme poder.

Una agencia pública podría crear esos medios de pago sin ánimo de lucro y sin apenas ningún coste, simplemente controlando que se mantenga la proporción adecuada entre actividad económica y medios de pago.

EL EFECTO ECONÓMICO DE LOS INTERESES: LA USURA

Cualquier persona que haya tenido que devolver un préstamo sabe lo que significan los intereses a la hora de pagarlo. Uno recibido, por ejemplo, al 7% supondría tener que devolver casi el doble del capital recibido al cabo de diez años.

Hoy día se calcula que los intereses acumulados a lo largo del todo el proceso de producción de un bien suponen entre el 35 y el 50% de su precio de mercado, es decir, que podrían ser esos porcentajes más baratos si la economía se financiase a través de una agencia pública de crédito que no cobrase interés.

Tanto es el peso de los intereses que llevan consigo los préstamos que durante mucho tiempo se consideró que cobrarlos por encima de unos niveles determinados más o menos razonables se consideraba no solo un delito de usura sino una acción inmoral, o incluso un pecado grave que condenaría para siempre a quien lo cometiera.

Hoy día, sin embargo, casi todos los gobiernos han eliminado esa figura delictiva y a todo el mundo le parece natural que se cobren intereses legales incluso de más del 30% (esto es lo que más o menos cobran en estos momentos los bancos españoles a los clientes que sobrepasen su línea de crédito) o que haya naciones hundidas en la miseria por la deuda generada por la cuantía de los intereses que han de pagar.

Desde luego es sorprendente que eso haya ocurrido justo cuando la factura por intereses es tan cuantiosa, como consecuencia del incremento continuo de la deuda. Lo que viene sucediendo es lo contrario: se suprimen los mecanismos o instituciones que permiten disponer de financiación (dinero creado de la nada) sin coste, para obligar a que los gobiernos tengan que acudir a la financiación privada (procedente de las reservas fraccionarias) a costes muy elevados. El caso europeo es buena prueba de ello.

Desde que se aprobó el Tratado de Maastricht y más tarde el de Lisboa, los países de la Unión Europea (y algunos de ellos incluso antes) renunciaron a tener un banco central que los financiara cuando necesitasen dinero y desde entonces tienen que recurrir a la banca privada cuando tienen necesidad de financiación. En consecuencia, en lugar de financiarse al 0%, o a un interés mínimo que simplemente cubra los gastos de administrar la política monetaria, tienen que hacerlo al 4, 5, 6 o incluso al 15% o al 30% en algunas ocasiones. Y eso hace que cada año los bancos privados reciban cantidades elevadísimas en concepto de intereses: 286.238 millones de euros en 2011 y 5,48 billones desde 1995.

Los economistas franceses Jacques Holbecq y Philippe Derudder han demostrado que Francia ha tenido que pagar 1,1 billones de euros en intereses desde 1980 (cuando el banco central dejó de financiar al gobierno) a 2006 para hacer frente a la deuda de 229.000 millones existente en ese primer año (Jacques Holbecq y Philippe Derudder, La dette publique, une affaire rentable: A qui profite le système?, Ed. Yves Michel, París, 2009). Y en España ha ocurrido lo mismo. Nosotros hemos pagado ya, a cuenta de los intereses, tres veces la deuda que teníamos en 2000 (227.000 millones en total desde entonces) y a pesar de ello ahora seguimos debiendo todavía el doble de lo que debíamos en ese año (Yves Julien y Jérôme Duval, España: ¿Cuántas veces tendremos que pagar una deuda que no es nuestra?). Si un auténtico banco central hubiese financiado los déficits de España desde 1989 a 2011 al 1%, la deuda ahora sería también insignificante, del 14% del PIB y no de casi el 90%.

Sin embargo, se repite hasta la saciedad que hay que recortar porque los gobiernos son unos manirrotos que gastan demasiado en servicios públicos. Y a base de pregonar que los servicios públicos son muy caros y que no hay dinero para pagarlos se suprimen y se privatizan, aumentando así el beneficio de los negocios privados, aunque a costa de su menor y peor provisión y generándose así un monumental engaño que marca el destino de nuestras sociedades y de la vida de millones de personas.

Las secuelas del privilegio de creación de dinero del que disponen los bancos privados son, por tanto, muy negativas para el conjunto de la economía (que tiene menos disposición de financiación y más cara) y para las empresas y las personas. El sistema de reservas fraccionarias es lo que genera el combustible con el que periódicamente arde el sistema financiero en crisis cíclicas y el que alimenta las burbujas y la destrucción de actividad productiva, el que ha convertido a la economía mundial en un gran casino, donde los productos derivados que crean los bancos a base de deuda tienen ya un valor casi 70 veces mayor que el del PIB mundial. Una barbaridad que amenaza y que puede destruir el orden económico y social del planeta. Es la fuente de la usura y del cobro de intereses que podrían estar completamente eliminados, al menos, en la financiación básica que requiere la vida económica. De ahí que posiblemente sea hoy día el escollo más grande que impide el progreso de los pueblos, la generación de ingresos suficientes y la satisfacción de las necesidades humanas. Por eso es preciso abolirlo.

Tanto es así, que incluso el propio Fondo Monetario Internacional está dando alas a la difusión de análisis y propuestas alternativas orientadas a poner fin o a limitar este privilegio. La mayoría de ellas tiene ya un largo recorrido en la literatura económica, pero han sido convenientemente sepultadas por los economistas del ‘establishment’ (ver, por ejemplo, Jaromir Benes y Michael Kumhof, The Chicago Plan Revisited. IMF Working Paper. Research Departmen. versión en ‘pdf’ en: http://www.imf.org/external/pubs/ft/wp /2012/wp12202.pdf).

A muchas personas, e incluso a economistas inteligentes, les asusta poner este asunto sobre la mesa, porque no se hacen a la idea de que pueda haber una sociedad sin los bancos tal y como hoy los conocemos. No deja de ser sorprendente que no conciban una sociedad sin bancos con este privilegio y, sin embargo, asuman sin problema que desaparezcan escuelas, hospitales, servicios públicos esenciales, empresas… por culpa de esos bancos. Es la ceguera y confusión que crea el dominio no solo financiero sino mediático, intelectual y moral de la banca, y por eso es tan necesario correr el velo, mostrar a la gente lo que de verdad ocurre y frenar cuanto antes ese poder.

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