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LA JUSTICIA DISTRIBUTIVA DESDE LA PRIMACÍA DE LOS ÚLTIMOS

Éxodo 114 (may.-jun.) 2012
– Autor: Rafael Díaz-Salazar –
 
EL POR QUÉ DE ESTE TEMA

El tema que voy a abordar tiene mucho que ver con la necesidad de introducir o recuperar una nueva cultura moral dentro del laberinto convivencial en que nos movemos. No podemos eludir la realidad y para no eludirla hay que conocerla y llegar a las causas reales de los problemas sociales que nos afectan. Todo esto tiene que ver con la política que, obviamente, tiene que estar alimentada de ciencia, ética y utopía, si de verdad quiere operar en el campo real del empleo, de las nuevas formas de pobreza, de la reconversión ecológica de la producción y de la solidaridad internacional.

Tengo la firme convicción de que, después de todo, la solución a los problemas que padecemos más que provenir de medidas políticas y económicas, llegan del espíritu con que los políticos determinan sus prioridades y los recursos que a ellas supeditan. Son estas personas las que provocan el cambio.

Proseguir e infundir este espíritu es primordial para un verdadero cambio, sabiendo que tal cambio es imposible si la mayoría de los ciudadanos guían sus aspiraciones por el individualismo burgués y construye su identidad con los valores de la cultura capitalista. Y creo que estamos avanzando hacia comportamientos “progres y de derechas”, impregnados de individualismo posesivo sin cultura de moral alternativa.

Por necesidad, me voy a referir a una fuente de moral productiva que puede dar rostro humano y liberador a la sociedad: el cristianismo originario, pero desde una perspectiva liberadora, según él mismo la ha elaborado en nuestro tiempo y trata de darle aplicación en el campo de la justicia desde la primacía de los “últimos” de la sociedad.

APORTACIÓN DEL CRISTIANISMO ORIGINARIO A LA POLÍTICA

Es indudable que la acción política necesita de mediaciones técnicoeconómicas, que siempre operarán dentro de una tensión entre los valores morales y utópicos. Es en este ámbito de las condiciones socioculturales donde el cristianismo ayuda a realizar un determinado proyecto político, contando con los movimientos que nacen de él y mejor lo representan. Lograr que una minoría elitista y privilegiada acceda a la transformación del actual modelo de sociedad no será posible sin que actúen con fuerza valores morales de verdad alternativos. Ante la mundialización de la pobreza y la consolidación de la sociedad de los dos tercios, el desafío que se nos plantea no está en repartir entre los menos iguales una mínima parte del excedente de los más iguales, sino en “organizar todo desde los derechos (y necesidades) de los menos iguales”.

Tal tarea precisa de una energía especial, que requiere un espíritu, actitud y meta morales capaces de cautivar el interés y la realización de cada persona.

1. LA APORTACIÓN DE JESÚS DE NAZARET

El espíritu de esta nueva moral parte, como es de suponer, de Jesús de Nazaret quien, según Crossan, dentro de las circunstancias y mentalidad de su tiempo, estaba inspirado por la “ideología revolucionaria”. Se distingue porque, radicalizando la línea de los profetas, critica la religión establecida y dominante que legitimaba toda la vida judía y que estaba profundamente unida a la vida política. Jesús desacraliza el poder imperial, el poder religioso nacionalista y el poder del Estado: “Hemos comprobado que éste anda amotinando a nuestra nación impidiendo que se paguen impuestos al César y afirmando que es el Mesías” (Lc 23,2). Y así, Jesús, el enviado de Dios, es condenado a muerte como un subversivo y blasfemo.

Jesús enseña y, a la par, actúa dentro del círculo social por Él preferido de los pobres y marginados: ”El espíritu del Señor me ha enviado a dar la buena noticia a los pobres” (Lc 4, 18-20). Jesús muestra que hay otra manera de organizar las relaciones sociales, basadas en devolver la dignidad a los pobres y marginados y otorgarles primacía. Y era normal que sus enemigos lo viesen como contrapuesto al orden jerárquico y patronal de la religión judía y del poderío romano: “Este hombre no nos conviene”.

2. EL PROYECTO DE JESÚS: EL REINO DE DIOS

Dentro de su sociedad, Jesús habla de un reino que los judíos esperaban terminase con los poderes extranjeros. Pero él introduce novedades radicales: no habrá desigualdades, se cambiarán las relaciones sociales, la situación de los pobres y oprimidos cambiará, serán ellos los dichosos. Tal reino es el reino de Dios, que quiere implantarlo en la tierra, “está en medio de vosotros”, y en él cobran Vida y Justicia los pobres.

La Buena Noticia de este Reino es el anuncio de la igualdad y fraternidad en un mundo donde no haya lugar para los ídolos del dinero, del poder, del afán del dominio, ni de instituciones religiosas, normas o leyes represoras. Jesús va a la raíz: este Reino es revolucionario, pero comienza por cada uno, por hacer nuevo su corazón y proyectarlo luego en prácticas y relaciones nuevas.

3. JESÚS INNOVADOR RELIGIOSO

Desde que el hombre existe, ha creado conceptos, imágenes y normas para relacionarse con Dios. Jesús revoluciona esta relación, es muy otra la imagen de Dios que él comunica y que comporta una nueva forma de relacionarse con Él. El Dios de Jesús no tiene nada que ver con el poder, es Amor, actúa en la historia pero respetando las mediaciones humanas. “Ante Dios y con Dios, estamos sin Dios” (Bonhöffer). En su convivir con nosotros, Dios adopta un modo de vida pobre y entregado al amor, al servicio, a la liberación de los oprimidos y a la denuncia de la dominación. La forma de Dios como esclavo entregándose a la liberación de los esclavizados con una radicalidad que le lleva a la muerte bajo la doble acusación de subversivo y blasfemo es única en la historia de las religiones.

El mesianismo de Jesús es el que se encarna entre los pobres, asume su condición y les infunde esperanza para que sientan que su situación no es definitiva y pueda cambiar. Este mesianismo jesuánico se mueve de abajo-arriba, cambia las relaciones entre Dios y la política en el sentido de que ya no caben partidos de Dios, sino formas políticas de servicio y liberación de los empobrecidos desde el estilo de vida contenido en el Evangelio.

El mensaje de Jesús no aporta ningún modelo concreto de organización y configuración de la política, la economía, la ética, la sociedad o la cultura. Son los seres humanos los que deben buscar en cada conyuntura histórica modelos concretos de organización de la sociedad que respondan a los valores de fondo contenidos en el Evangelio. Y para ello es esencial la metanoia (conversión), pues los problemas de configuración de un nuevo tipo de sociedad no radican sólo en causas exteriores, sino que se encuentran en la tendencia humana al afán del poder y poseer excluyentes que se halla en personas y colectivos de toda etnia y condición.

Jesús acaba con todo particularismo religioso, establece una vinculación estrecha entre el amor a Dios y el amor a los hombres de toda raza y nación, asienta una unión consustancial entre la adoración a Dios y la práctica de la justicia entendida sobre todo como liberación de los empobrecidos. La salvación última, Jesús la presenta unida a la penúltima en la historia: “Cuando no atendisteis a estos hermanos míos más pequeños: hambrientos, sedientos, forasteros, desnudos, enfermos, encarcelados… a mí no me atendisteis” (Mt 25, 31-46).

PASIÓN CRISTIANA POR LA PRIMACÍA DE LOS ÚLTIMOS

La igualdad fraterna es un componente esencial del cristianismo, que se enfrenta a obstáculos estructurales que la hacen inviable. La justicia evangélica, más que dar a cada uno lo suyo, consiste en dar primacía a la satisfacción de las necesidades de los últimos, prioridad imposibilitada por el mecanismo acumulador de la riqueza excluyente y del poder como forma de dominación.

Jesús tiene claro que la igualdad es fruto de la justicia y alcanza a las personas y sectores sociales más empobrecidos. Por ello, anuncia que “Los primeros serán los últimos y los últimos serán los primeros”. Para hacer realidad su proyecto (el reino) hay que abolir que haya primeros y últimos. Tarea ésta imprescindible para los que quieren construir una sociedad más fraterna e igualitaria.

El Reino de Dios no se aviene a vivir con un orden que alberga la desigualdad y hace imposible la fraternidad. Sin igualdad no es posible la fraternidad. Y el camino para llegar a ella consiste en que “si uno quiere ser primero, ha de ser el último de todos y servidor” (Mr 9,35). Nada, pues, de riqueza ni de poder: “El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea esclavo” (Mr 10, 43-44). ¡El primero, esclavo; el esclavo, el primero! Una inversión de valores radical, para aquella situación judía interclasista y de esclavismo manifiesto del imperio romano. La situación colectiva de los empobrecidos y maltratados va a cambiar, serán saciados y recibirán consuelo, serán poseedores del Reino de Dios, porque ese Reino infunde dignidad y esperanza (Mt 5, 1-12; Lc 6, 20-26) .

El Dios de Jesús quiere que los condenados y explotados se conviertan en primeros y quiere inspirar un movimiento que convierta en realidad su proyecto liberador.

Jesús se encara a los más fuertes opositores de este proyecto: “Ay de vosotros, los ricos, los satisfechos, los que reís” (Lc 6, 24-25). “Es más fácil para un camello pasar por el ojo de una aguja que para un rico entrar en el Reino de Dios” (Lc 16, 19-31).

Sentencia que se prolonga con igual dureza a los que dominan: “Sabéis que los que figuran como jefes de las Naciones las gobiernan tiránicamente y sus magnates las oprimen. No ha de ser así entre vosotros” (Mr 10, 45). “Mi ejemplo ha consistido en servir y no en ser servido” (Mr 10,45).

Este modelo de vida lo practicaban las primeras comunidades cristianas: “Nadie consideraba suyo nada de lo que tenía, sino que lo poseían todo en común” (Hch 2, 44-45 y 4, 32-35). El apóstol Santiago, a finales del siglo I, escribe: “Los ricos viven con lujo y se dan la gran vida, son opresores y defraudadores del jornal de los braceros, asesinan a los inocentes, pero su riqueza se ha podrido, no dan lo necesario al hermano o hermana que no tienen que ponerse y andan faltos de alimento; su fe sin obras no vale, está muerta” (St 5, 1-6).

Frente al reinado del dinero y del poder este cristianismo introduce una pasión en la historia: que los últimos dejen de serlo, que se adopten comportamientos y se organicen políticas que les den la primacía para construir una sociedad sin últimos ni primeros o, al menos, con la menor desigualdad entre seres humanos convocados a ser hermanos. Esta pasión cristiana por la primacía de los últimos crea una especial sensibilidad e interés por conocer y transformar las condiciones de vida en que se encuentran los últimos de cada sociedad y de la humanidad en su conjunto, una fuerte crítica y denuncia de los mecanismos de riqueza y poder que causan esa situación, y un comportamiento por la emancipación de los empobrecidos que tienen que constituir el centro de toda la vida colectiva hasta que dejen de serlo.

Esta primacía de los últimos plantea retos radicales a una política humana con justicia para todos.

En la mente de todos está un hecho innegable: en nuestra sociedad son más y mayores los bienes producidos y, sin embargo, aumenta la desigualdad, el paro, la exclusión social en los países del Norte y sobre todo la pobreza extrema de los países del Sur, aumenta el número de hambrientos (840 millones según datos de la ONU) y aumentan inconmensurablemente los gastos militares (más de cuatro mil millones de euros diarios).

No se aplican ni quieren aplicarse políticas de redistribución de la riqueza y pervive, casi como una fatalidad, la pobreza. No hay ni habrá superación de estas desigualdades mientras persistamos en diseñar políticas para los satisfechos y no para los excluidos y en negar las demandas de los más débiles y atender al egoísmo y despilfarro de la clase burguesa.

Pero optar por los más necesitados requiere crear un bloque fuerte en recursos, energías y estrategias a su favor, lo cual no es posible a nivel nacional ni internacional sin poner en primer plano la solidaridad, única capaz de cambiar la situación actual. ¿A quién debe servir la economía mundial, al bienestar y seguridad del 20 % de los seres humanos o la totalidad de las personas y pueblos?

Nos está pasando en Europa, aunque no sólo. Dominamos gran parte de la riqueza mundial y la empleamos en consolidar el bienestar y seguridad nuestros, con controles y leyes insolidarios, menospreciando la situación de pobreza en que se hallan millones de seres humanos. Nuestro materialismo egoísta crea en cada uno un sujeto burgués y un modo de vida no universalizable, que restalla con la primacía solidaria debida a los excluidos nacionales y extranjeros.

Se construyen democracias que crean muros socio-económicos, que adoptan políticas de represión militar y policial contra aquellos seres humanos del sur que intentan traspasar las fronteras del norte rico pues buscan alcanzar la libertad de tener un mínimo sustento para no morir de hambre o para salir de la dictadura de la pobreza.

No tiene sentido escandalizarse por las formas de apropiación de la riqueza y nivel de consumo de los capitalistas y terratenientes de principio de siglo frente a las condiciones de vida y trabajo de los proletarios y campesinos, cuando en la actualidad se reproduce muy ampliamente este drama en las relaciones norte-sur por la acción u omisión de los países democráticos y capitalistas.

Por más que nos pese, nuestras democracias muestran una gran ausencia de solidaridad, que se esconde bajo la creación de un darwinismo social y que se coloca en las antípodas del cristianismo originario.

Lo peor de todo es que la represión de los trabajadores extranjeros, que constituyen el indicador más visible de la dictadura de la pobreza, que oprime a la mayor parte de la humanidad, requiere, además de la militarización de las fronteras y la prostitución insolidaria de la democracia, la alienación cultural y el envilecimiento moral de la sociedad. Los ciudadanos de las democracias que consienten por acción u omisión la mezcla de débiles políticas de solidaridad internacional con intensas políticas de represión de los trabajadores que quieren penetrar en nuestras fronteras necesitan sumergirse en una cultura de la ceguera y del olvido para no problematizarse por la situación del empobrecimiento del sur.

VIABILIDAD DE UNA POLÍTICA BASADA EN LA PRIMACÍA DE LOS DERECHOS DE LOS ÚLTIMOS

Este ideal de justicia, específico del cristianismo, requiere una voluntad colectiva, un trabajo ético-cultural y político, que implica la defensa de unos valores, la creación de una opinión pública, la educación de sentimientos morales, la opción de una determinada política.

La difusión de la cultura evangélica de la primacía de los últimos constituye un factor de relevancia extraordinaria para políticas que verdaderamente quieran poner en el centro la lucha contra la exclusión social en el norte y el empobrecimiento en el sur. Esa primacía de los últimos constituye, a mi entender, una de las principales aportaciones que el cristianismo realiza a una política humana en verdad justa y liberadora.

La cultura evangélica tiene un enorme potencial para crear una especial sensibilidad de insatisfacción y revuelta contra una sociedad que no se moviliza contra desigualdades nacionales e internacionales. La pasión evangélica para que los últimos dejen de serlo genera una especie de muelle interno o pulsión interior -el “hambre y sed de justicia” de las Bienaventuranzas- que, al igual que el hambre agudiza el ingenio, lleva a la búsqueda de mediaciones socioeconómicas que puedan hacer realidad el ideal evangélico de la justicia.

Los últimos deben ser objeto y sujeto de una discriminación positiva, siendo ellos quienes se muevan a buscar las mediaciones políticas y socio-económicas que hagan operativos sus valores. Pienso que la primacía de los últimos debería llevar a dar prioridad a las políticas de solidaridad internacional: cooperación para el desarrollo, renegociación/condonación de la deuda externa, comercio justo, democratización y derechos humanos, desarme para el desarrollo, prevención de conflictos, fiscalidad para la redistribución de la riqueza norte-sur, etcétera. La construcción del internacionalismo solidario requiere la práctica de un nuevo pacifismo que vincule el tema del gasto militar, la política de armamentos y el empobrecimiento del sur.

La pasión por la primacía de los últimos debe alentar la búsqueda de una democracia económica a través de medidas que profundicen la redistribución de riqueza, sabiendo que tal búsqueda y profundización va a crear fuertes enfrentamientos con los poderes económicos.

La lógica democrática debería llevar a un gobierno político de la economía a través de leyes que con suficiente respaldo popular obligaran a destinar la riqueza a la satisfacción de una necesidad tan básica como es el empleo o a obtener recursos suficientes para financiar la política social destinada a aquellos que no pueden integrarse en el mercado de trabajo.

EL AMOR POLÍTICO O LA POLÍTICA COMO SERVICIO DEL AMOR

Todos conocemos el gesto de Jesús de lavar los pies a sus discípulos. Lavar los pies era tarea propia de esclavos. Con este gesto Jesús manifiesta al Dios que se hace esclavo, que se entrega, que se dedica a emancipar a los esclavizados y oprimidos y recomienda a sus discípulos que sigan su ejemplo. El señorío y la gloria de Dios se manifiesta en el servicio a los últimos como muestra de un amor hasta el final, hasta dar la vida.

De ahí brota en el cristianismo el valor central de un amor servicial, emancipatorio, comprometido, liberador con los últimos del mundo. Este amor – señal que identifica a los cristianos- les lleva a no separar el amor a Dios del amor al prójimo.

Este amor llega hasta dar la vida por los amigos, no un amor erótico entre dos o varios seres, ni simple amor familiar, ni exclusivamente amistad, ni siquiera beneficencia caritativa, sino amor de acercamiento servicial y liberador de los últimos de la sociedad (Jn 13 y 15; Mat 25, 31-46; Lc 210, 25-37; Lc 4, 17-21, Mt 5,6 y 7). Esa especificidad amplía los horizontes respecto a los destinatarios del amor y lleva a la entrega a aquellos que, de entrada y aparentemente, no reportan beneficios sino inconvenientes. Por esta razón, la fraternidad evangélica conduce a aproximarse a los que están caídos, tanto cercanos como lejanos.

Para el cristianismo originario, la raíz de la lucha por la justicia y la igualdad es el amor. La realización de la justicia y la igualdad sin fraternidad termina engendrando nuevas formas de deshumanización. La construcción del amor y la fraternidad presuponen un tipo de sujeto humano, con unas determinadas actitudes, bien descritas en el Sermón de la Montaña (Mt 5,6 y 7) y que deben fecundar y configurar las relaciones sociales.

El espíritu del cristianismo originario puede favorecer la expansión de los valores y actitudes ciudadanas que requieren ciertas políticas sociales, ecologistas e internacionalistas. Estas políticas requieren una cultura postmaterialista por la primacía de los últimos, de la desposesión, del acercamiento a los empobrecidos y de la búsqueda de la felicidad en la lucha por la justicia y la fraternidad.

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