jueves, abril 25, 2024
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EXTRANJEROS EN PRISIÓN

Escrito por

Éxodo 102 (ener.-febr’10)
– Autor: Luis Sandalio –

Hablar de extranjeros en prisión es hablar de gente muy diversa. Es también hablar de una enorme diferencia entre la teoría y la práctica, entre la legalidad y los hechos, entre unas prisiones y otras, entre criterios de aplicación de leyes y reglamentos…

Hablar de extranjeros en prisión es hablar de falta de intérpretes y de conocimiento. Es falta de interés y desbordamiento de problemas añadidos, es recurso a los gestos más fáciles: los pasotas y los violentos, a la autoridad más necia: la que aplica inflexiblemente sobre el inferior su sobrepeso. Hablar de extranjeros en prisión es hablar de gente generalmente trabajadora y sumisa, que envían, cuando lo ganan, el dinero a sus familias de origen, que no crean problemas de disciplina y se adaptan con facilidad a las normas y ordenanzas. Que tienen una cultura bastante superior, en general, a la de los presos españoles y que viven con estoicismo su alejamiento familiar y con gran angustia su indefensión y su más que probable expulsión.

Hablar de extranjeros en la cárcel es ¡cómo no! hablar de Centros de Internamiento (CIE) donde no existía hasta el mes pasado control judicial, ni se permitía la entrada a voluntarios y asociaciones de apoyo, donde la indefensión (a la espera todavía de que se concreten las recientes reformas) es total y el aislamiento y el trato muchísimo peor que en cualquier prisión incluso de primer grado.

Pero todo lo anterior es hablar de los extranjeros desde la perspectiva de la prisión.

Nosotros (nuestra asociación CAMINO de FE y ESPERANZA) preferimos hablar de los extranjeros a los que hemos conocido primero en prisión, luego en nuestra casa, y de cómo ese conocimiento nos ha enriquecido de una forma asombrosa que nunca hubiéramos podido prever ni imaginar.

Pero ¿por dónde empezar? Por los más lejanos: los chinos. Ninguno de los que hemos conocido (hombres y mujeres) sabían ningún otro idioma aparte del chino. ¿Cómo explicarles sus condenas? (algunos de nuestros amigos ni siquiera sabían cuál era su condena, ni tampoco si era firme.) ¿Cómo explicarles el sistema judicial y el penitenciario tan diferente del de su país? ¿Cómo pueden expresar sus necesidades? ¿y sus dolencias o enfermedades? La institución penitenciaria no tiene dinero para intérpretes.

Cuando vamos haciendo con ellos esta tarea de enseñarles a comprender la situación por la que están pasando empezamos a asomarnos a una realidad (la suya, de origen) que supera nuestra imaginación y las películas que hemos visto sobre el tema. Pero esto es gradual como la confianza. Por eso es preciso que hayan pasado meses, años, varias estancias en nuestra casa y alguna hospitalización para que Qi Xing Chu nos cuente, por ejemplo, que tardó 4 años en venir a España desde su tierra, que todas las fronteras las pasaban de noche por pasos imposibles, que una semana sólo comieron nieve (estaban atravesando Siberia) y que vivió el que varios compañeros quedaran atrás sin que nadie se detuviera a acompañar su muerte y enterrarles (esto en la cultura china, tan apegada a sus muertos, es mucho más fuerte que en la nuestra).

¿Seguimos por los tamiles? Jóvenes con la edad falsificada que venían con droga para comprar armas para el batallón del “Tigre Blanco”, allá por los años 80 y 90. Tenían una ventaja sobre los chinos: hablaban inglés; pero una gran desventaja sobre ellos: muchos se engancharon a la droga.

Podemos hablar de Gnana, casado con una española, siempre con la sonrisa en la boca, carácter dulce, trabajador, modelo de padre, murió del corazón cuando trataba de abrirse un hueco en nuestro país trabajando honradamente. O de Shakti, que cuando, ya fuera de la cárcel, estaba ilusionado y enamorado, proyectando una vida sana… lo atropelló un coche y murió después de largos meses en coma. Y de Krishna que, una vez en libertad, vino a besarme los pies porque su padre (profesor de universidad en Sri Lanka) le dijo que en España el que esto escribe le representaba.

Por cercanía geográfica llegamos a Irán y nos viene al recuerdo Farzami, ingeniero, erudito y de creída nobleza, que nos ayudó con su sabiduría a derrumbar nuestra casa enorme y ruinosa con la ayuda de una polea y su gran inteligencia. Los arquitectos y aparejadores amigos nos habían dicho que, debido a la gran dificultad y peligro, teníamos que encargar esa tarea a alguna empresa especializada en derribos. El nos enseñó también una sabiduría antigua expresada en cuentos y en poemas que primero recitaba en persa y luego nos los traducía.

Si pasamos a Europa del Este cómo no mencionar a Pablo, bielorruso, que habiendo trabajado durante años como espía ruso en Polonia ni siquiera en nuestra casa se veía a salvo de los que pensaba que le podrían encontrar en cualquier rincón del mundo por mucho que se escondiera.

Su miedo (que nosotros, ignorantes, estimábamos a todas luces exagerado) no le impidió aprender el oficio y hacerse cargo del taller de encuadernación con una responsabilidad irreprochable y más tarde encargarse del mantenimiento de un instituto y formar una pequeña empresa para dar trabajo a paisanos en parecidas circunstancias.

¿Y el rumano Gabriel Siminciuc? Gigantesco, trabajador, noble. Había salido ilegalmente de su país a los 17 años ; pero lo había intentando ya en dos ocasiones anteriormente.

Si saltamos al continente africano, Miloud (argelino) nos contó cómo había recorrido andando, y haciéndose el mudo para no ser identificado, mientras pedía alimentos hasta llegar a Ceuta. ¿Por qué? Porque habiendo desertado del ejército que le llevó a la montaña a luchar contra la guerrilla vio cómo se acercaban buscándole a su casa y mientras su madre les recibía por la puerta él escapaba por una ventana trasera. “Dios sabe, sólo Dios sabe” era su sentencia continua y preferida.

Y qué decir de Mamadou (senegalés) que por su tierna edad fue puesto en la frontera de su país mientras su padre y tíos eran perseguidos y aniquilados. Cuando años más tarde se enteró por alguno de sus paisanos que su casa familiar había sido convertida en madrasha musulmana se convenció de que nunca regresaría a sus raíces. Él nos decía que era musulmán “jipi”; pero con la paleta de albañil en la mano despertaba la admiración de los profesionales más expertos. Ahora está casado con una ecuatoriana de Esmeraldas, más negra todavía que él. Probablemente hayan encontrado juntos sus raíces y su destino también.

¿Y cómo presentaros a Steve Magana (nigeriano), hercúleo y simpático que al principio de su condena no podía soportar la deshonra que suponía para su familia que él hubiera caído en la cárcel. La vergüenza que pasarían sus padres si se enteraban le volvía loco. Luego fue encontrando su sitio y entendiendo que los caminos de Dios son muy extraños y su gran fe le ha hecho recuperar su buen carácter. Y después de verse libre, sus cualidades humanas y su sensibilidad le han ayudado a conseguir una envidiable posición social (trabajo, mujer, hija, nacionalidad española…) en la que no se siente a gusto porque en su interior sueña con vivir una vida más solidaria y más justa.

Tendría que seguir por África hablando de Ismael, condenado a 6 años de cárcel por entrar a nado en aguas territoriales de Ceuta remolcando a una subsahariana (los jueces no se creyeron que lo hacía sin ningún ánimo de lucro; y además agravaron su condena por haber puesto en riesgo su vida y la de su compañera), o de Alí y de sus juegos malabares para que su familia no supiera que estaba en la cárcel. De Kahlid, al que la policía española ha achacado la responsabilidad del 11-M, a pesar de ser un pobre desgraciado o lo que en lenguaje taleguero llaman “un machaca”.

Tendría que saltar a América y citar tantos nombres, tantos amigos, tantas vidas increíbles…

Pero se me agota el espacio que me han concedido para hablar de nuestros amigos y resumo al tiempo que pido perdón por lo prolijo:

En la cárcel hemos empezado a conocer a tantos amigos y tan distintos a lo que nosotros pensábamos que podríamos escoger (si quisiéramos seleccionar, como suele hacer la gente, a nuestros amigos), que nos han abierto los ojos, la casa y la vida a un mundo apenas explorado, de una riqueza que nunca jamás (ni hartos de sueños) hubiéramos podido sospechar. A ellos las gracias porque son ellos los que tendrían que firmar, como protagonistas, este pequeño escrito.

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