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ESPIRITUALIDAD PARA ESTE TIEMPO DE CRISIS

Escrito por

Éxodo 115 (sept.-oct.) 2012
– Autor: Víctor Codina –
 
EL DESPERTAR DE UN LETARGO

La crisis ha llegado a la zona del euro, a Europa, sobre todo a Grecia, España y Portugal; sus recortes, impuestos, deudas, rescates… afectan a todos, sobre todo a los más vulnerables. Es la crisis de Europa, del Primer mundo capitalista que ha cogido a todos por sorpresa, nadie la esperaba, se vivía tan bien en el Estado de bienestar: buenos salarios, autopistas, aeropuertos y trenes de alta velocidad, buena educación y buena asistencia sanitaria, buenos servicios y buenas pensiones, pisos de alto standing y shoppings bien abastecidos, buenas vacaciones, buen nivel de vida.

En este contexto de bienestar se vivía la fe cristiana con las dificultades de toda vida humana –tensiones sociales y problemas psicológicos, enfermedades, muertes de seres queridos (“los ricos también lloran”)–, pero era una fe que se acomodaba al estilo burgués de la mayor parte de la sociedad, una religión burguesa (J.B. Metz), con indudables gestos de generosidad para con los sectores desfavorecidos, pero siempre dentro del clima de bienestar general de una sociedad desarrollada.

Aun aceptando la cruda realidad de esta crisis, esta crisis europea no es comparable con la situación de los países del llamado Tercer mundo, de los países del Sur, donde la crisis es habitual, generalizada, ya que el subdesarrollo es integral: afecta a la salud, vivienda, educación, transportes, servicios, alimentación, estabilidad familiar, etc. Es crisis de sobrevivencia de las grandes mayorías excluidas, masas sobrantes que no cuentan en la sociedad del mercado.

En este sentido la crisis europea ha sido un aldabonazo que ha hecho despertar a la sociedad del sueño letárgico de irrealidad en el que durante años –¡siglos!– se ha vivido. Se vivía en una burbuja artificial, en “un mundo feliz”, de espaldas a la mayor parte de la humanidad. Mas aún, hoy hay sectores financieros que se han enriquecido con la crisis, siguen especulando, comprando coches de lujo y pasan vacaciones en Groenlandia o Tailandia. Continúan dormidos y satisfechos, aunque necesitan consumir drogas para superar el aburrimiento y el hastío de una vida tan chata.

MÁS ALLÁ DE LA CRISIS ECONÓMICA

Pero esta crisis no es algo simplemente coyuntural, es la crisis por muchos ya anunciada de un sistema, del capitalismo neoliberal, de la ideología del mercado que reduce a los seres humanos a mercancía, a piezas subalternas del sistema, que se limita a cumplir la legalidad formal y restringe los derechos humanos al derecho de propiedad; al mismo tiempo abusa de la naturaleza a la que explota de forma inmisericorde y mercantil. Esta crisis no es solo económica, es una crisis de humanidad, una crisis de valores, de ética, de espiritualidad, donde la riqueza y el mercado se sacralizan e idolatran. Y producen víctimas.

Cuando el teólogo católico de EEUU Michael Novak afirma que el capitalismo se fundamenta en la Trinidad y que es como el Siervo de Yahvé bíblico de Is 53 , ante el cual todos vuelven el rostro horrorizados, pero que es el único que salva… está expresando de forma cínica pero gráfica, cómo se ha sacralizado y bautizado cristianamente en el mundo occidental un sistema económico inhumano, injusto y cruel.

Desde el Sur no es difícil darse cuenta de la inhumanidad de este modelo civilizatorio. Basta hacer un “análisis coprológico”, como postulaba el filósofo y teólogo mártir de El Salvador, Ignacio Ellacuría, para constatar que el sistema capitalista genera víctimas, hasta ahora lejanas geográficamente al Primer mundo (¿qué importa que en África mueran niños de hambre?), pero ahora cada vez más cercanas a Europa y España: millones de parados, comedores populares para personas que viven en pleno centro de las ciudades, gente que escarba los contenedores de basura, dramas familiares, gente que no llega al fin de mes, los servicios de asistencia social y Caritas totalmente desbordados y sin poder dar abasto para socorrer a los nuevos pobres, muchos de ellos inmigrantes indocumentados, familias desahuciadas por no poder pagar a los bancos las hipotecas de sus pisos, etc.

Es la crisis de la civilización de la riqueza para unos pocos, crisis del humanismo consumista, crisis del cristianismo burgués que ha manipulado el evangelio para acomodarlo a sus intereses y que ha secuestrado incluso la Navidad –fiesta del compartir solidario y de la buena noticia a los pobres– en la cumbre del comercio y del mercado.

Más allá de los errores de los gobiernos políticos de turno y de las responsabilidades de los sectores financieros inescrupulosos y corruptos que han provocado este estallido, más allá de lo económico, ésta es una crisis de la cristiandad occidental, de su hybris devoradora de la naturaleza, de una sociedad individualista y materialista que se alimenta únicamente de “les nourritures terrestres” (André Gide). Cuando se identifica la fe cristiana con la bonanza material, en tiempos de crisis no hay espacio para la espiritualidad…

LA CRISIS COMO OPORTUNIDAD ESPIRITUAL

Esta crisis, por dura y trágica que sea para muchos, es una oportunidad para despertar y para abrir los ojos a la realidad. Siempre las crisis, tanto a nivel personal como epocal e histórico, son momentos propicios para la reflexión y el cambio de conducta. Es necesario hoy un cambio de paradigma civilizatorio, de sistema, hay que revertir el curso de la historia, volver a las raíces de la humanidad, a las fuentes espirituales de todas las tradiciones religiosas y espirituales y para quienes nos profesamos cristianos creyentes, volver a las fuentes del evangelio de Jesús de Nazaret.

Hemos de reconocer ante todo que esta crisis es fruto de una estructura injusta, una estructura de pecado, pecado personal y estructural que lleva a la muerte de las personas, de la sociedad y de la naturaleza. Este pecado estructural genera víctimas, pueblos crucificados a los que hemos de ayudar a bajar de la cruz.

Es preciso vivir esta crisis en espíritu de penitencia y con un deseo de conversión al Señor y a los hermanos, especialmente a los más pobres y vulnerables. Toda espiritualidad comienza por un momento ascético de conversión y de pedir perdón.

Los cristianos hemos de volver al evangelio de las bienaventuranzas, al encargo del amor fraterno, a la advertencia de Jesús de que nadie puede servir a dos señores, a Dios y a Mammón, el dios de la riqueza. Hemos de convertirnos al Señor y al evangelio del juicio final: seremos juzgados por nuestra actitud con los pobres, con los cuales se identifica Jesús.

La espiritualidad cristiana consiste en vivir según el Espíritu de Jesús, no es huir a zonas extraterrestres sino dejarnos conducir desde dentro por este mismo Espíritu que llevó a Jesús a superar la tentación de la riqueza y del prestigio davídico y a pasar por el mundo haciendo el bien liberando a las personas de toda forma de esclavitud, defendiendo la vida amenazada, ofreciendo vida en abundancia, aunque esto le llevase al conflicto y a su ejecución en la cruz. El sueño de Juan XXIII de que la Iglesia fuese ante todo la Iglesia de los pobres es un ideal que todavía queda muy lejos, el mismo concilio Vaticano II no logró asimilarlo ni se atrevió a proponerlo.

INTERLUDIO LATINOAMERICANO.

Estas páginas se escriben desde Bolivia, uno de los países más pobres de toda América Latina, actualmente en un duro y conflictivo proceso de cambio. Esta constatación puede ser importante para conocer el Sitz im Lebem, el “desde dónde” se escribe, pero también para mostrar que desde países en permanente situación de crisis es posible vivir la espiritualidad.

Soy consciente del riesgo de simplificar la realidad latinoamericana, de magnificar una Iglesia local que tiene sus pecados y deformaciones, de caer en un fácil maniqueísmo entre Primer mundo y países del Sur. No quisiera generalizar algo que en el fondo ha sido minoritario y que también hoy sufre los remezones de las diversas crisis. Pero aun con estas limitaciones y salvedades, no puedo ocultar que estos países que sufrieron la opresión de dictaduras militares, que se vieron asfixiados por el pago de la deuda externa y por los duros ajustes estructurales comandados por el Fondo Monetario Internacional y que contemplaron impotentes el expolio de sus riquezas naturales por las empresas multinacionales, etc., experimentaron de cerca la presencia de Dios: “Dios pasó por América Latina”.

La Iglesia de América latina supo discernir en el clamor de los pobres un signo de los tiempos, una señal de la presencia del Espíritu, vio en los pobres (indígenas, obreros, mujeres, niños, ancianos abandonados, campesinos, afroamericanos, mineros, jóvenes sin futuro…) el rostro del Crucificado, optó por los pobres y por la defensa de la justicia con todas sus consecuencias. Surgieron las Comunidades eclesiales de base, pobres que aprendieron a leer leyendo el evangelio, hubo una generación de obispos verdaderos pastores de su pueblo y auténticos Santos Padres de la Iglesia de los pobres, laicos comprometidos en la lucha de su pueblo, la vida religiosa se insertó en medios populares y periféricos, etc. Y naturalmente hubo conflictos tanto eclesiales como civiles y numerosos mártires por la justicia: miles de “santos inocentes” del pueblo asesinados cruelmente, líderes, mujeres, campesinos, indígenas, religiosos y religiosas, sacerdotes, teólogos y obispos.

Se vivió la espiritualidad en plena crisis y surgieron propuestas humanizadoras para un nuevo modelo de sociedad más participativa, defensora de los pobres y de las culturas, respetuosa con la tierra –¡la madre tierra!– y en sus foros sociales proclamaron que “Otro mundo es posible”. Y todo ello en un ambiente a la vez de lucha por la vida –el llamado “conato agónico” (Pedro Trigo)– pero también con sentido de alegría y de fiesta: se casan y tienen hijos, no hay suicidios colectivos, compran pan pero también flores.

Esto indica que se puede vivir la espiritualidad y más concretamente la espiritualidad cristiana, en tiempos de crisis, en tiempos de pasión colectiva. Seguramente es más fácil vivir una auténtica espiritualidad cristiana en tiempos de crisis que en tiempo de apogeo económico y bienestar material.

Hasta aquí la digresión latinoamericana. Volvamos a Europa, a España…

OPCIONES DE CARA AL FUTURO

Si la espiritualidad cristiana es vivir según el Espíritu de Jesús de Nazaret, esta crisis, además de ser una llamada al realismo y a la conversión a los valores humanos y evangélicos, nos desafía a luchar por buscar alternativas al sistema neoliberal y a la idolatría del mercado. Hay que retomar los principios básicos de la antropología y sociología cristiana. Los bienes de la tierra tienen un destino universal y no pueden ser propiedad exclusiva de unos pocos mientras otros pasan hambre; hay que defender la vida humana en todos sus ámbitos, comenzando por lo mínimo que es la comida, la salud, la vivienda, la educación, el trabajo y una vida digna para todos; hay que respetar la tierra y los recursos naturales, defendiéndolos de una explotación mercantilista al servicio de unos pocos; es necesario promover la equidad de género, buscar alternativas económicas, establecer una política agrícola industrial y laboral justa, revalorizar la vocación política hoy desprestigiada y sospechosa de corrupción y de intereses partidistas; buscar un modelo de sociedad más austera donde los bienes civilizatorios alcancen a todos, comenzando por los más débiles y vulnerables, compartir generosamente con los necesitados, etc.

Todo esto, por estar conforme con el Espíritu de Jesús, genera una auténtica espiritualidad, pues el Reino de Dios que Jesús proclama comienza ya aquí y ahora en nuestra historia, aunque su plenitud última sea escatológica, al final de los tiempos y con la segunda venida del Señor.

El silencio de Dios que se vive en el mundo occidental europeo, esta asfixiante atmósfera de indiferencia religiosa y de agnosticismo, seguramente está ligada al tipo de estructura socio-económica neoliberal imperante. Pasar de largo junto al herido del camino nunca puede acercar a Dios y al revés, en el rostro humano, en su mirada angustiosa y suplicante (Emmanuel Lévinas), Dios nos sale al encuentro. Tampoco basta acudir a otras espiritualidades y a nebulosas esotéricas si no hay un cambio de actitud ante los bienes de la tierra y ante los seres humanos.

La crisis espiritual de Europa es crisis de humanidad. Tampoco la Iglesia realiza lo que se pide en la plegaria eucarística, ser un recinto de verdad y libertad, de paz y de justicia, donde todos puedan encontrar motivos para seguir esperando.

EL ESPÍRITU VIENE EN NUESTRA AYUDA

Todo esto puede parecer duro y puede sonar a ilusión juvenil o a un ascetismo voluntarista imposible de realizar. También al joven rico del evangelio le pareció dura la exigencia de Jesús de compartir sus bienes con los pobres y luego seguirle. Y se alejó triste.

No estamos solos en esta tarea de crítica profética, de resistencia y conversión, de lucha por otro modelo social y búsqueda de alternativas. En la medida en que buscamos el Reino de Dios y su justicia, el Espíritu del Señor nos acompaña y nos guía desde dentro, todo lo demás se nos dará por añadidura.

El Espíritu es el Espíritu creador que en medio del caos cósmico original hizo surgir la vida, el que ilumina culturas y religiones, guía a Israel, culmina su acción en el misterio de la encarnación de Jesús, sobre el cual descansó en el bautismo y se derramó sin medida. Es el Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos y el que después de la Pascua hizo nacer la Iglesia, como signo visible de su presencia en toda la humanidad y la historia. Y este Espíritu de Jesús que es luz, fuerza, vida y amor, es también fuente de alegría y gozo, pues humaniza y realiza el proyecto de Dios que es vida abundante y gozo pleno para todos y representa la garantía de poder vivir según el estilo de Jesús, es decir de forma plenamente humana.

Tal vez esta crisis nos ayudará a descubrir con mayor profundidad el sentido de la vida, y nos puede abrir al Espíritu del Señor. Puede ser una terapia de shock que nos despierte de nuestro letargo burgués. Quizás ahora podamos comenzar a ser cristianos de verdad, un cristianismo que vaya más allá de dogmas, ritos y normas. Como Saulo camino de Damasco, también nosotros hemos sido derribados de nuestro bienestar y de nuestra seguridad y podemos exclamar como él: ”Señor, ¿qué quieres que haga?”.

No tenemos respuestas ni recetas mágicas. El Espíritu del Señor nos irá guiando para que con otros muchos, entre todos, descubramos lo que hemos de hacer. El tiempo de crisis es tiempo de cambio, tiempo de búsqueda, pero sobre todo tiempo de esperanza. El Espíritu viene en nuestra ayuda, pues como repite el pueblo sencillo latinoamericano “Diosito nos acompaña siempre”. Al final del invierno comienzan ya a florecer los almendros…

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