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EL DIOS DE JESÚS: BUENA NOTICIA PARA TODOS

Exodo 105 (sept.-Oct. 20101)
– Autor: José Antonio Pagola –
 
Marcos resume el mensaje y la actuación de Jesús en estos términos: Jesús “proclamaba la Buena Noticia de Dios” (Marcos 1, 14). Cuando el evangelista hace esta afirmación, está recogiendo sin duda una experiencia real que las gentes de Galilea vivieron de alguna manera junto a Jesús. Nosotros que vivimos en una sociedad atravesada por un laicismo radical donde crece el agnosticismo, la increencia y diversas formas de ateísmo, no podemos evitar preguntarnos: ¿Cómo pudo Jesús experimentar y comunicar a Dios como Buena Noticia? ¿Cómo pudieron aquellas gentes percibir en su mensaje y su actuación a Dios como algo nuevo y bueno?

EL PROYECTO HUMANIZADOR DE DIOS

El centro de la experiencia mística de Jesús no lo ocupa propiamente Dios sino “el reino de Dios”, pues nunca separa a Dios de su proyecto de transformar el mundo. No lo contempla encerrado en su misterio insondable, olvidado del sufrimiento humano, sordo a los clamores de los pobres. Lo experimenta comprometido en hacer un mundo más humano. Lo vive como la Presencia buena de un Padre que busca abrirse camino entre sus hijos e hijas para humanizar juntos la vida.

El primer evangelio recoge así el anuncio de Jesús: “El tiempo se ha cumplido y el reino de Dios está cerca. Cambiad y creed en esta Buena Noticia” (Marcos 1, 15). Jesús no enseña propiamente una doctrina religiosa para que sus discípulos la aprendan y difundan correctamente. Anuncia un acontecimiento que pide ser acogido pues lo puede transformar todo: Dios se está introduciendo en la historia para humanizar la vida. Es lo mejor que nos podía suceder.

Sin temor a equivocarnos podemos decir que el “reino de Dios” constituye el núcleo central de su predicación, su convicción más profunda, la pasión que anima toda su existencia, el motivo por el que va a ser ejecutado. Esto que Jesús llama «reino de Dios» no es simplemente una religión. Es mucho más. Va más allá de las creencias, preceptos y ritos de una religión. Es una experiencia nueva de Dios que invita a resituarlo todo de manera diferente. Para decirlo de manera sencilla, el “reino de Dios” es la vida tal como la quiere construir Dios: una vida más digna, justa y fraterna para todos, empezando por los últimos.

Esto es lo que diferencia a Jesús de los dirigentes religiosos del templo. Éstos asocian a Dios con su sistema religioso y no tanto con la vida y la felicidad de la gente; lo primero y más importante para ellos es dar gloria a Dios asegurando el culto del templo, la observancia de la ley y el cumplimiento del sábado. Jesús, por el contrario, asocia a Dios con la vida: lo primero y más importante para el Padre es la vida de las personas, no la religión; la curación de los enfermos, no el sábado; la compasión hacia los pobres, no los sacrificios. En la lógica del “reino de Dios”, la misma religión está subordinada a la vida: “Dios ha creado el sábado por amor al hombre, y no al hombre por amor al sábado” (Marcos 2, 27).

Este proyecto del reino de Dios es percibido como algo nuevo y bueno. Es bueno que Dios se introduzca en el mundo, pues no viene a defender sus intereses o imponer su dominio religioso. Lo que le preocupa es liberar a las gentes de cuanto deshumaniza sus vidas y les hace sufrir. Esto era lo que necesitaban oír: Dios se interesa realmente por su vida y no tanto por cuestiones “religiosas” que a ellos se les escapan.

DIOS AMIGO DE LA VIDA

Probablemente, las gentes de Galilea captaron muy pronto el contraste que había entre Juan el Bautista y Jesús. La misión del Bautista está pensada en función de la llegada de un Dios Juez. Esta es su máxima preocupación: denunciar los pecados del pueblo, llamar a la conversión y purificar con el bautismo a quienes acuden al Jordán. Así prepara el Bautista a Israel a encontrarse con su Dios. Las fuentes que poseemos de su actuación no registran “gestos de bondad”. El Bautista no cura enfermos, no limpia a leprosos, no libera a poseídos por espíritus malignos, no abraza a los niños, no alivia el sufrimiento.

Jesús, por el contrario, anuncia a un Dios Salvador y Amigo de la vida, realizando gestos de bondad: cura a los enfermos aliviando su sufrimiento y soledad; toca a los leprosos eliminando las barreras de su exclusión; abraza y bendice a los niños y niñas de la calle, poniéndolos en el centro de la atención de sus discípulos; libera a los poseídos por espíritus malignos… Él mismo interpreta su actuación curadora y liberadora como signo de la presencia del reino de Dios: “Si yo expulso los demonios con el dedo de Dios, entonces es que está llegando a vosotros el reino de Dios”. (Lucas 11, 20). Como dice J. Moltmann, Jesús “demuestra la cercanía del reino de Dios, no con amenazas y con ascética, sino con signos de gracia en personas fracasadas y con milagros de curación de la vida enferma”. Esto es lo nuevo. Jesús proclama a Dios curando. Anuncia y comunica su salvación definitiva sanando la vida actual.

Al hablar de la acción curadora de Jesús, no hemos de pensar sólo en sus curaciones de enfermos. Hemos de subrayar que toda su actuación está encaminada a hacer la vida más digna y saludable: su rebeldía ante comportamientos patológicos de raíz religiosa (legalismo, hipocresía, rigorismo, ritualismo vacío de amor…); su esfuerzo por suprimir barreras y crear una convivencia más justa y solidaria; su ofrecimiento del perdón gratuito de Dios a gentes hundidas en la culpabilidad; su acogida a los maltratados por la vida, la sociedad o la religión; su empeño por liberar a las personas del miedo para vivir de la confianza en un Dios amigo que sólo quiere nuestro bien.

Podemos decir que Jesús anuncia la Buena Noticia de Dios poniendo en marcha un proceso de sanación tanto individual como social. Por eso ha podido decir E. Schillebeeckx que Jesús “libera al hombre de una imagen oprimente de Dios”, pues “experimenta a Dios como una potencia que abre futuro, que es contraria al mal, que sólo quiere el bien, que se opone a todo lo que es malo y doloroso para el hombre… y, por tanto, quiere redimir la historia del dolor humano”.

DIOS DEFENSOR DE LOS ÚLTIMOS

Jesús le vive a Dios como compasión. En su misterio más insondable Dios es compasivo (rahum). La compasión es el modo de ser de Dios, su manera de reaccionar ante sus hijos e hijas, su forma de ver la vida y de mirar a las personas.

Esta experiencia hace de Jesús un “místico de ojos abiertos” (J. B. Metz). No puede comunicar su experiencia de Dios olvidando a los que sufren. Les hace sitio en su propia vida para que puedan creer que tienen un lugar privilegiado en el corazón de Dios. Los defiende como a nadie para que puedan experimentar a Dios como defensor de los últimos. Se abre de manera especial a ellos, pues a ellos se les cierran todas las puertas, incluso las del templo. Quiere ser signo claro de que Dios no abandona a los últimos. Desde su experiencia de Dios, lanza este grito profético a sus seguidores: “Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo” (Lucas 6, 36).

Identificado con los últimos, Jesús comienza a comunicar un mensaje nuevo y diferente de Dios, utilizando un lenguaje sorprendente y provocativo. El reino del Padre es para ellos antes que para nadie. Jesús se encuentra con familias que se van quedando sin tierras, forzadas por la acumulación de deudas, y les grita: “Dichosos los que no tenéis nada porque de vosotros es el reino de Dios”. Ve de cerca el hambre de aquellos niños desnutridos a los que tanto quiere, y les dice: “Dichosos los que ahora estáis pasando hambre porque Dios os quiere ver comiendo”. Ve llorar de rabia y de impotencia a los campesinos, cuando los recaudadores se llevan lo mejor de su cosecha, y les asegura: “Dichosos los que ahora lloráis porque Dios os quiere ver riendo”.

Las bienaventuranzas de Jesús encierran un mensaje que no puede faltar al comunicar la Buena Noticia de Dios. Su contenido viene a decir esto: “Los que no interesan a nadie, interesan a Dios; los que sobran en los imperios construidos por los hombres, tienen un lugar privilegiado en su corazón; los que no tienen a nadie que los defienda, tienen a Dios como Padre”.

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