viernes, abril 19, 2024
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Domocracia, representación, participación

Éxodo 133
– Autor: Felipe Aguado Hernández –

La palabra democracia, tiene un campo semántico muy amplio y diverso. Por eso ha necesitado que se le pongan apellidos. Aquí vamos a hablar de algunos de ellos: democracia directa, democracia representativa y democracia participativa.

  1. Democracia directa. Es la primera forma histórica de la democracia. Se desarrolló en algunas ciudades de la Gracia Clásica. Se caracteriza porque el pueblo gobierna por sí mismo, sin intermediarios. Los ciudadanos se reúnen en asamblea para deliberar sobre las cuestiones importantes y tomar decisiones mediante votación mayoritaria. Éstas eran ejecutadas por los magistrados, con mandatos revocables de un año o dos.

En las formas modernas, las decisiones tienden a tomarse por consenso y no existen dirigentes permanentes. Todas las responsabilidades son temporales y rotatorias. La coordinación de asambleas no se hace por “representantes” de las mismas sino por “portavoces” que son también temporales y rotatorios. Así se hacía por ejemplo en la Asamblea Popular de Madrid (APM), donde convergían todas las asambleas del 15-M de los barrios y pueblos de la Comunidad de Madrid.

Desde la antigüedad han funcionado asambleas populares de gobierno en momentos puntuales de la historia y por cortos periodos de tiempo, como la revolución de T. Münzer y los campesinos alemanes en el S. XVI, los pequeños municipios de los primeros emigrantes en EE.UU, La Comuna de París de 1871, Los Soviets en los primeros meses de la Revolución Rusa de 1917, los Consejos Obreros tras la Primera Guerra Mundial en Alemania, Hungría o el Norte de Italia o algunas fases y zonas de la revolución en la Guerra Civil Española del 36-39.

Muchos movimientos sociales y políticos han reivindicado la democracia directa  como objetivo utopista para la estructuración de toda la sociedad y como forma propia de organización y funcionamiento de ellos mismos. Podemos recordar, entre otros, a los Socialistas Utópicos,  el Mayo del 68 en Francia y otras muchas partes del mundo, las asambleas de fábricas y barrios en la Transición española, y particularmente, por la cercanía temporal  y emocional, el 15M en España y otros muchos lugares.

La democracia directa ha sido criticada tanto en los propios modelos  utopistas de organización de la sociedad como en sus realizaciones históricas. La crítica más generalizada acusa a la democracia directa de forma inviable de organización de sociedades complejas y avanzadas como la nuestra: ¿Cómo se van a reunir en asambleas los millones de ciudadanos de una sociedad moderna? Por otra parte, se afirma que  el asamblearismo es ineficaz por los procedimientos tan lentos de toma de  decisiones

Sin embargo, dirían sus partidarios, han funcionado en democracia directa sociedades complejas como los Soviets o la Comuna, si bien por poco tiempo. Se trataría de crear formas apropiadas. Así mismo la supuesta lentitud de la adopción asamblearia de decisiones es, en cambio, garantía de participación inclusiva de todos los ciudadanos. Las nuevas tecnologías de la comunicación pueden facilitar y agilizar esos mecanismos.

2, Democracia representativa. La forma de democracia que se ha implantado en la mayoría de los países es la que llamamos democracia representativa, porque el denominador común a todas ellas es la mediación de “representantes” (diputados, concejales,…) entre el pueblo y el poder en sus diversas formas.

Conviene recordar que el origen de estas formas democráticas está en la democracia liberal, teorizada  y realizada a partir de los SS. XVII y XVIII en el Reino Unido, Estados Unidos y Francia. Tiene una gran conexión con el capitalismo económico, del que se la ha considerado su cara política. Recordemos la formulación que hace Locke, en el S.XVII, de los objetivos de la democracia liberal: La finalidad máxima y principal que buscan los hombres al reunirse en Estados o comunidades, sometiéndose a un gobierno, es la de salvaguadar sus bienes,… Siendo la salvaguarda de la propiedad la finalidad del gobierno, y siendo ese el móvil que llevó a los hombres a entrar en sociedad… La democracia liberal es, en su origen, una democracia de propietarios en un naciente capitalismo, que se concretó en la práctica con fórmulas censitarias por las que sólo tienen derecho a voto quiénes tienen un cierto nivel de renta.

A lo largo del S.XIX los movimientos obreros y populares plantearon, entre otros objetivos, el sufragio universal, en principio sólo masculino, aunque extendiéndose, ya en el siglo XX, a las mujeres. Este acceso al sufragio universal va acompañado de conquistas sociales como el contrato de trabajo, la regulación del horario laboral, el derecho a vacaciones pagadas, a la jubilación, a cobertura sanitaria, a la educación universal, a la prestación económica en caso de paro,… que terminan consolidándose, ya avanzado el S. XX, en lo que se ha denominado estado del bienestar, o desde un punto de vista más estrictamente político, estado liberal-democrático o estado social de derecho. Nosotros preferimos denominarlo estado liberal-socialista o liberal-marxista, porque en él confluyen, de un lado, las formas políticas del primer liberalismo con, por otro lado, los planteamientos de inclusión institucional de la igualdad social, preconizada por los diversos partidos y sindicatos “socialistas”, según las fórmulas políticas marxistas.

La forma política de la representación ha cosechado importantes “éxitos”. La superación de las formas políticas autocráticas y dictatoriales, sustituidas por estructuras democráticas que garantizan los derechos políticos fundamentales, aunque con limitaciones y desigualdades, es un gran avance hacia los objetivos de realización integral de las personas y las comunidades. Las democracias liberal-socialistas han permitido además avanzar en la igualdad social y en las garantías de los derechos político-sociales. En su conjunto estas democracias son, sin duda, uno de los grandes hitos en la historia de la humanidad.

Pero, a su vez, estas formas democráticas tienen unas notables deficiencias que es conveniente destacar. La forma ideal de ser ciudadano, y por tanto persona, será aquella que nos permita desarrollar todas nuestras potencialidades en libertad. El desarrollo integral de esa dimensión ciudadana implicará el participar de forma protagonista en la conformación de la sociedad, tanto en su dinámica económica, como en su gestión política. La pérdida de la autodeterminación como ciudadano es lo que podemos denominar “alienación política”. A veces esta alienación se muestra muy claramente: es el caso de los sistemas políticos dictatoriales. Pero existen otras formas políticas en las que no está tan clara como la liberal o la liberal-socialista. También en estas sociedades existe alienación política. Son, sin duda, preferibles a las de regímenes políticos dictatoriales, pero no son aún plenamente democráticas, sino sólo, al decir de Marx, «formalmente» democráticas. ¿En qué y cómo están alienados políticamente los ciudadanos en los regímenes burgueses liberales?  En tres dimensiones esenciales:

            * La «representación» como alienación. Tras depositar su voto, el ciudadano «delega» en los representantes elegidos toda la decisión política. El ciudadano «renuncia» a decidir permanentemente sobre las cuestiones que afectan a la colectividad; delega,  «aliena» su capacidad y derecho a decidir y gestionar lo colectivo en su «representante».

* La permanente inmadurez política de los ciudadanos. La democracia liberal intenta corregir la anterior deficiencia convocando periódicamente elecciones, que garantizarían que el ciudadano «controlara» a su representante, reeligiéndolo o no. Pero sigue pareciendo insuficiente este procedimiento porque nos infantiliza políticamente, forzándonos a ser «políticos» sólo unas horas esporádicamente en las votaciones. Por ello nunca «sabremos» de política. Siempre seremos principiantes en política. Porque no se «sabe» lo que no se practica cotidianamente y se incorpora habitualmente a las preocupaciones y actuaciones del día a día. Por otra parte, esa «ignorancia» de la política, se utiliza como argumento a favor de la necesidad de que profesionales «preparados» decidan y gestionen por la ciudadanía.

* La manipulación ideológica. La inmadurez política de los ciudadanos se ve reforzada con la manipulación mental-ideológica a que el sistema nos somete. El sistema infunde en los ciudadanos, en líneas generales, las ideas que le interesan para su mantenimiento. No pensamos según nuestros intereses reales sino que, a través de las instituciones socializadoras (enseñanza, familia, medios de comunicación, iglesias,…), se nos induce a pensar de acuerdo con los intereses del propio sistema y de sus clases dominantes. No sería lógico que el sistema, a través de sus propios mecanismos de transmisión ideológica, difundiera ideas y valores contrarios a sí mismo. El ciudadano está inerme ante ese poder ideológico y, por término medio, adopta ideas y valores coherentes con los intereses del sistema. Por ello aunque haya elecciones formalmente libres, nunca elegirá el pueblo mayoritariamente opciones contrarias al sistema. Sólo elegimos opciones dentro del sistema, variantes consentidas por él; nunca alternativas globalmente contrarias a él. Así por ejemplo, no hubo nunca gobierno socialista o socialdemócrata estable en Europa hasta que los correspondientes partidos mostraron claramente su acatamiento del sistema en la segunda mitad del S. XX. No obstante, algunas veces las circunstancias pueden hacer que el mecanismo no funcione del todo, entonces puede ganar las elecciones una opción política alternativa al sistema, como ocurrió en la II República española o en Chile con Allende. Pero, en los contados casos históricos en que eso ha sucedido, han funcionado los últimos mecanismos de defensa del sistema: levantamiento de las fuerzas armadas propias, cerco económico o invasión militar por las potencias capitalistas.

  1. Fórmulas de profundización y ampliación de la democracia representativa.

            El estado liberal-socialista ha evolucionado hacia lo que algunos politólogos han denominado, a partir de.R.J. Dahl, poliarquía (pluralidad de poderes).  La poliarquía es la forma que adopta el estado liberal-socialista cuando abre las decisiones políticas más allá de la estricta representación. Ésta  no queda derogada, antes bien, reforzada, por unos procesos en los que los poderes públicos, “consultan”, “negocian” y “consensuan” sus decisiones con fuerzas sociales y políticas tales como la oposición política, los sindicatos, las organizaciones empresariales, los grupos de interés, las iglesias, los movimientos sociales,… que las instituciones de representación aprobarían. Así, la fuente del poder no es única, la mediación representativa, sino poliárquica.

Un avance en el proceso de mejora de las democracias liberal-socialistas sería la fórmula de la democracia deliberativa (Habermas), que plantea la profundización de la representación mediante el debate profundo de los asuntos políticos, incorporando a él a los sectores sociales implicados, articulando formas institucionales para tal incorporación y deliberación. De esa forma se conjura el peligro de la “democracia de expertos”, que convierte la democracia en mera aprobación de sus propuestas tecnocráticas.

Un paso más en esta línea de profundización y mejora de la democracia es lo que  se viene llamando democracia participativa o fuerte, una de cuyas formulaciones iniciales la debemos a B. Barber. Frente a la “democracia débil” o puramente representativa, que hace a los ciudadanos pasivos, se plantean fórmulas de integración ciudadana activa en procedimientos políticos que les afectan. Son varios los modelos y propuestas de democracia participativa. Por una parte están aquellos que plantean incorporar al voto estricto más formas de participación ciudadana, por ejemplo, referendos, consultas,… Por otra parte están los que promueven la expansión de la democracia, haciendo partícipes a los ciudadanos, de forma institucional, de las decisiones que corresponden a los poderes representativos, por ejemplo, presupuestos participativos, consejos escolares, asambleas vecinales, instituciones políticas o sociales participadas,…

Estas últimas fórmulas se están desarrollando en diversos países y planos políticos y sociales. El más conocido y paradigmático es el caso de los presupuestos participativos de Porto Alegre (Brasil), en los que los vecinos decidían cómo distribuir los presupuestos municipales y cómo aplicarlos. Hay experiencias populares vecinales autogestionadas por toda Europa, algunas de las cuales las coordina el Foro Social Europeo desde 2002. En EEUU hay muchos ejemplos similares, algunos de notable repercusión como La Liga de las mujeres votantes, Demos o ACORN. También hay experiencias en distintas partes de Latinoamérica como los presupuestos participativos en varios municipios de Argentina, Perú, Venezuela o los comandos comunales en Chile. En España hay ya muchos ayuntamientos que practican los presupuestos participativos. Son muy interesantes las propuestas que están trabajando algunos de los ayuntamientos salidos de las elecciones municipales de mayo del 15. Por ejemplo, en Madrid, se han planteado los Foros de Participación Ciudadana que pretenden la incorporación permanente de los vecinos a las tareas municipales a través de asambleas de barrio y distrito, promoviendo debates sobre las necesidades de los ciudadanos y tomando decisiones al respecto que harían suyas los concejales respectivos. Todas estas formas de participación ciudadana pueden reforzarse y ampliarse instrumentando usos rigurosos, seguros y al alcance de todos, de los medios online.

  1. Conclusión. Todas estas son formas interesantes de ampliar y profundizar la democracia representativa, pero, a nuestro entender, no pueden hacernos olvidar que la democracia integral pasa por la deliberación y decisión en asambleas populares permanentes. Éstas tienen sus limitaciones, pero deben ser el horizonte político utópico a considerar y a ir realizando. Pero no podemos plantearnos la realización de la utopía plena aquí y ahora por razones obvias. No entendemos la utopía como un horizonte metahistórico al que aspiramos ilusoriamente, sino como un proyecto intrahistórico regulador de nuestras prácticas políticas cotidianas, como un proyecto vivido personalmente y en grupo proyectado prácticamente en el marco de las posibilidades pero con la impronta de lo ideal. Se trata de vivir la utopía no desarraigadamente, sino desplegándola en el aquí y ahora. Una forma de concretar esta dialéctica puede ser el incidir en el desarrollo de formas de participación ciudadana que, además de ir alcanzando objetivos concretos de profundización democrática, vayan educando políticamente a los ciudadanos en la democracia integral.

 

Referencias bibliográficas:

Autoría Colectiva (2014): Balance y Perspectivas del 15M., Blog: madrid.tomalosbarrios.net/documentación

BARBER, B. (2004): Democracia fuerte. Política participativa para una nueva época. Almuzara, Córdoba.

DAHL, R.A. (1997): La Poliarquía, Participación y oposición  Tecnos, Madrid.

HABERMAS, J. (1999); Tres modelos de democracia. Sobre el concepto de una política deliberativa. Paidós, Barcelona.

LOCKE, J. (1985): Ensayo sobre el Gobierno Civil. Segundo tratado, Orbis, Barcelona

K.MARX (1975): Crítica del Programa de Gotha.  Ayuso, Madrid.

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