jueves, marzo 28, 2024
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APROXIMACIONES A LA RELIGIÓN DESDE LA ANTROPOLOGÍA

Taller de Espiritualidad. I Asamblea de Redes Cristianas
– Autor: Ramón María Nogués –
 
Cualquier explicación de teoría o de teología acaba siendo una biografía. Soy biólogo y me dedico a genética humana. No soy neurólogo, pues trabajo en polimorfismos de sangre. Pero, siendo como soy religioso, en la universidad siempre he vivido en un ambiente bastante antirreligioso y aunque siempre muy bien aceptado, la controversia religiosa ha estado presente. Ante cualquier barbaridad, dicha por algún eclesiástico, siempre me preguntan: “Y tu jefe ¿qué dice?”. El jefe unas veces es el Papa, otras es el mismo Dios. Trabajo con la Fundación Vidal y Barraquer y el equipo es principalmente psicoanalista. Ahí también hemos tenido excelentes ocasiones para platicar sobre el tema. A partir de aquí, yo me he interesado por el “importante vuelco” que está dando lo religioso en la cultura. En Europa nuestro abordaje de lo religioso es tributario de la filosofía de la Ilustración. Entonces la filosofía en cierto sentido se cargó a los clérigos más que a la religión, pero, desde entonces, nuestro acercamiento a lo religioso sigue siendo tributario de Darwin, Marx, Nietzsche, etc. que fueron muy críticos en su momento. Actualmente la cultura y la ciencia actual están dando un tumbo a esa situación. ¿En qué consiste?

1. Ciencia y religión

En primer lugar, la ciencia actual está situando el estudio de lo religioso “en la mente humana”. Desde la neurobiología se está escrutando el funcionamiento del cerebro, lo que era imposible no hace más de 20 años. Hoy día se puede fotografiar el cerebro funcionando. Y este progreso de la neurociencia dará pronto paso a otra filosofía de la conciencia y de conducta, que ya se ha iniciado y para lo que debemos estar preparados. Porque seguir hablando desde la religión de alma y cuerpo al modo cartesiano puede que tenga los días contados.

Y en este sentido, es importante constatar que la orientación de un Zubiri, de Laín Entralgo o del mismo Ellacuría, ya iban por aquí, aunque, cuando ellos escribieron sobre este tema, la neurociencia estaba aún en pañales. La separación que se ha hecho entre lo espiritual y corporal ya no funciona. La experiencia humana implica al sujeto total, es una experiencia de totalidad.

La crítica que hizo la Ilustración de la religión la ha llevado a la irrelevancia. Freud la trató como “una fiebre”; Marx joven, como “el opio del pueblo” y Nietzsche, como una minusvalorización del coraje. En definitiva, la religión no servía para nada. Pero los científicos, y en esto los biólogos han tenido un papel importante (aunque la mayoría son ateos), han empezado a aplicar al hecho religioso un nuevo punto de vista basado en las teorías darwinianas. Y por este camino se está llegando a algo que sorprende: que la religión ha sido un factor positivo en la historia humana. De las tres o cuatro experiencias más importantes que ha hecho la humanidad en su historia, una de ellas es la religión. Científicamente no puede liquidarse este tema diciendo que la religión es un engaño y punto.

Dicen entonces mucho biólogos, que una experiencia que ha tenido tanto éxito en la historia humana es difícil que pueda calificarse de perjudicial. Porque, siguiendo la orientación darwiniana, de haber sido perniciosa para los humanos, la evolución natural la hubiera eliminado. ¿Por qué, pues, la evolución natural no ha eliminado a la religión? Y aquí aparece la paradoja de que sean los biólogos, la mayoría de ellos ateos, los que estén valorando ahora la religión. Ellos dicen, dejemos las ideologías de lado y “examinemos la religión como un hecho”, como hacemos con los otros hechos humanos. El que haya arte, por ejemplo, es una prueba de que en la mente humana hay algo que es la prueba que este fenómeno es interesante en la cultura humana. (Cuando en los restos paleontológicos se advierte la presencia del arte se tiene la impresión de que ahí ha habido humanidad). Pasa lo mismo con la ética: cuando hay responsabilidad sobre la marcha de la historia se piensa que hay humanos. Entonces, si la estética y la ética cuando existen son tan importantes definidoras del ser humano, por qué hemos de decir que la religión, cuando existe, es un engaño? Y, en consecuencia, los biólogos se han dedicado a estudiarla para ver de dónde sale eso de lo religioso.

La primera condición para que este estudio funcione es ésta: “vamos a dejar a Dios tranquilo”, la ciencia no habla de Dios ( por principio no le compete) sino de religión. Los especialistas de este tema son en su mayoría ateos. No así si son orientales, como es el caso de Ramachandran u otros que dejan el tema más abierto. Este autor es indio, profesor de neurología en la Universidad de San Diego de California. En uno de sus capítulos dedicado a la religión, hablando de la relación entre epilepsia y el lóbulo temporal, dice: “a las personas normales Dios sólo se digna concedernos vistazos ocasionales de una verdad más profunda. A mí puede ocurrirme cuando escucho una música especialmente conmovedora o cuando miro un satélite de Júpiter por un telescopio. Pero estos pacientes (los del lóbulo temporal que suelen ser gente muy religiosa) disfrutan del privilegio exclusivo de mirar directamente a los ojos de Dios cada vez que tienen un ataque.” Y entonces se pregunta, “¿quién puede decir si estas experiencias son genuinas o patológicas?” ¿ Que derecho tengo yo para decir que un señor que tiene una epilepsia del lóbulo temporal (y que me dice a mí: “lo veo claro, yo estoy con Dios”) es un enfermo?

Hay un catedrático de neurología en León (J. Álvarez) que dice que las epilepsias del lóbulo temporal no son patologías, sino “puntos de genio”. Y en estos puntos de genio están la mayoría de los místicos, los literatos, los grandes políticos, grandes pintores, etc. ¿Quién se atreve a decir que esto es patología? Parece un sector anormal. Pero se pregunta Álvarez: “¿debe el médico tratar de curar a este tipo de pacientes negándoles su derecho a visitar al Todopoderoso?” Y sigue, “los ataques y el estado de gracia suelen durar sólo unos segundos, son “repetidos estallidos eléctricos” en el interior del cerebro, pero ¿por qué han de ser falsos? (También, aquí en Madrid, F. Rubia tiene varios libros sobre el tema).

Muchos neurobiólogos están interesados en ver qué pasa en una persona cuando dice que es religiosa o que no lo es. La neurobiológica se basa en las pruebas de electrodos y poligrafías que se van aplicando al cerebro. Acaba de publicar, en este sentido, el Instituto de Estudios Tecnológicos en Massachussets un largo estudio sobre las pruebas hechas a monjes budistas. El libro, cuyo autor es Austin, sobre el funcionamiento cerebral en los monjes budistas, constata que, al hacer oración, las variables metabólicas de los monjes toman valores muy equilibrados, es decir, le baja el colesterol, la hipertensión, etc. Y concluye el estudio diciendo: las actividades conocidas como religiosas, bien realizadas, tienen consecuencias positivas para los que las practican.

A partir de aquí, es importante aceptar que unas cuántas “nociones que teníamos compactadas”, hoy las tenemos dispersas. Y estas son las siguientes: – Dios (misterio inefable, ajeno a nuestros análisis ); – la fe (como gracia no es observable, pero sí como actitud); actitud de entrega confiada; – las creencias (la mejor fe, como dice Corbí, no tiene creencias; para mi no es tan claro; necesitamos “relatos” de nuestras vivencias religiosas. Los grandes místicos (San Juan de la Cruz cuando llega a aquella definición de Dios como “nada, nada,”) llegan a hablar de Dios sin creencias; pero la mayoría de nosotros necesitamos relatos, y Jesús es un relato muy bueno de Dios. Molesta mucho a los guardianes de la teología oficial el libro de John Hick, La metáfora de Dios encarnado. Pero lo cierto es que de Dios sólo tenemos metáforas. Pretender que tenemos imágenes auténticas sería idolatría. Si alguien me dice “yo he visto a Dios”, yo le diría, “qué quiere que le diga, yo no me lo creo”. Porque ver, sólo vemos cosas del mundo. – Las religiones: son las estructuras que reúnen las grandes tradiciones religiosas en conjuntos coherentes. – Las espiritualidades: acaban de publicar un libro muy bonito sobre la espiritualidad del ateismo donde se deshace eso de que al ateo no le interesa la espiritualidad. No, no es cierto. Al ateo le siguen interesando los grandes maestros como Epicuro, Séneca, etc., que, sin ser religiosos, han sido grandes maestros de espiritualidad. Y hoy se reivindica la espiritualidad no religiosa. – Y las mismas iglesias que son también las dueñas de los grandes relatos. Empresas de lo religioso en el mejor sentido de la palabra.

Bien, todas estas realidades eran antes experimentadas conjuntamente y compactadas: quien creía en Dios, tenía fe y creencias, y una espiritualidad y una religión (“cuius regio huius religio” ) y, además, era de una iglesia. Hoy día tenemos representantes puros de cada una de estas cosas por separado. Tenemos gente que cree y no es religiosa, gente de mucha fe sin creencias, gente religiosa que no cree en nada. (Entre estos últimos están, creo yo, algunos ingenieros o gerentes religiosos; al menos esa es la impresión que tiene la gente cuando se pregunta: ¿creerán en algo? 2. Formas de conocimiento

Venimos de una “cultura fuertemente racionalista” como ha sido el cientismo europeo de finales de XIX y principios del XX. La ciencia ha tenido un éxito importantísimo y tiene una hija, la técnica, que ha robado el corazón de la gente. Por la vía de la técnica se ha idolatrado la ciencia y esto ha viciado la cultura actual.

Hoy día caemos en la cuenta de que privilegiar la razón por encima de todo lo demás es falso. Nuestro conocimiento no es solamente eso. Tenemos un cerebro que es para sobrevivir. Esta es la noción de los biólogos. Nuestro cerebro es raro precisamente porque crea cultura. Pero este cerebro no es exclusivamente raciocinador. En el 70 u 80 % de la actividad cerebral el raciocinio no tiene ninguna incidencia. Nuestro cerebro tiene unas estructuras arcaicas que hacen funcionar al organismo por otros niveles de funcionamiento encefálico sobre los que no tenemos ninguna conciencia y que son importantísimos. Son los “mecanismos automáticos”. La zona del hipotálamo, la hipófisis, corresponde a las programaciones más instintivas, fundamentales y poco “racionales”; son las responsables de las conductas básicas, es decir, la defensa del yo, la alimentación y digestión (del alimento y de la realidad), la sexualidad, la jerarquía (que es lo más animal que tenemos: en los animales esto funciona a la perfección), la territorialidad, etc… Y nosotros somos ejecutores de unos mecanismos que están ahí grabados. Estos programas se hacen sutilmente presentes en las cosas de mayor calado cultural.

Tenemos algunos ejemplos para constatar este dato: – La comida: todas las tradiciones religiosas, cuando se ponen serias, acaban comiendo. No hay acontecimiento humano que no acabe en comida. (Hasta las muertes antes se celebraban con grandes comidas. En Lleida, por ejemplo, de donde vienen mis ancestros, el día de difuntos se podía comer “pelo y pluma” (conejo y pollo), lo que era todo un lujo). – La sexualidad: cuando los místicos se ponen en temas de alta densidad, acuden al matrimonio espiritual. Y esto parece lógico. – La territorialidad y la jerarquía, aunque todo el mundo sabe que es la fraternidad lo más correcto, todo aquel que quiere ser importante acaba poniéndose un gorro y cogiendo un palo, que es lo mismo que hacen los obispos y los guardias municipales. Es un fenómeno universal. – El amor, el coraje, etc.: ¿hay alguien que se haya enamorado por razones? Le han casado por razones, eso sí. Aquello de patrimonio y matrimonio. Y la gente da la vida por la patria y la libertad. Por ejemplo, la nóbel de la Paz birmana: tiene un coraje de elefante ante el que tiemblan los militares birmanos. Y ¿hay aquí alguna razón? No, somos vividos por eso… Las grandes pasiones a todos nos arrastran.

Y luego está el razonamiento que es una especie de bordado que ponemos encima del mundo psíquico. Pero que no lo condiciona. Esto lo explicó muy bien Freud. El conocimiento se ha diversificado y a nadie se le ocurre decir hoy que conocer es razonar. Conocer es muchas cosas más: es razonar, es pensar con las tripas, es emocionarse, etc.

Y dentro de este nuevo panorama que viene de la neurología, mucha gente se pregunta: ¿Y si “lo religioso fuera una forma de conocer”? Pero de conocer ¿qué? Evidentemente, hay muchos caracteres exclusivos que nos definen como humanos, pero ninguno tan enigmático como la religión. Nuestra propensión a creer en Dios o en algo que traspase las meras apariencias, como ya constataba el viejo Milton en El paraíso perdido, es grande. Y fácilmente se llega a coincidir con Ramachandran que dice: “Es posible que todo ser inteligente y sensible, capaz de pensar en su propio futuro y afrontar su propia inmortalidad incurra, tarde o temprano, en estas inquietantes reflexiones: ¿tiene mi humilde vida algún significado real en el gran plano de las cosas? Si aquel espermatozoide de mi padre no hubiera fecundado aquel óvulo concreto aquella fatídica noche, ¿habría existido yo? Y si no ¿qué significado habría tenido el universo, no habría sido como decía Erwin Schrödinguer un partido jugado en un estadio vacío? Yo no quiero ser un partido jugado en un estadio vacío. Y si mi padre hubiera tosido en aquel momento y el óvulo hubiera sido fecundado por un espermatozoide distinto? Las paradojas nos atormentan. Por otra parte, nuestra vida parece importante; pero sabemos que en el plano cósmico de las cosas nuestra existencia no significa absolutamente nada. ¿Cómo encontrarle sentido a este problema?”

Algunos buscan este sentido en la religión, que es un modo de conocer. J.A. Marina en ¿Por qué soy cristiano? tiene unas páginas donde dice que el conocimiento reducido a razonamiento es un abuso cultural. Y distingue entre un “conocimiento crítico”, que nosotros hemos desarrollado mucho en nuestra cultura, que es la ciencia y que funciona de modo experimental y empírico. Y hay un “conocimiento de transfiguración”. Y sugiere Marina: “los humanos si no transfiguramos la realidad nos suicidamos”. Y los evolucionistas apuntan: en los 800 mil años que la especie humana pasó de ser orangután a humano ¿qué hacía? Algo tenía que pensar ya, ¿un 30% de lo que pensamos hoy? Pues, en estas circunstancias una excesiva “objetividad” podía resultar muy amenazadora. Porque vivir en medio de tal incomodidad, expuestos a ser cazados por otros animales, eso debía ser horrible… Pues bien, ¿y si, en esas circunstancias los salvó del suicidio la religión? Ahora entre los evolucionistas está de moda decir: “la especie humana se salvó por la religión y la estética”. Hoy día nos salva la seguridad social, el político que gana las elecciones, estamos muy protegidos, antes no. Marina habla entonces de conocimiento de transformación. Transfiguramos el mundo. Necesitamos hacerlo bello. Y esto nos viene de nuestra forma de conocer. Cuando el amante le dice a la amada “tienes dientes de perla y labios de coral”, ¿la transforma o no la transforma? Y lo hace porque tiene necesidad de transformarla. Porque la ama. El amor es una forma de conocer. A la persona que amo acabo conociéndola mejor y también la transfiguro. Pero la transfiguración tiene siempre una parte de mentira. Porque no es verdad que aquella a la que yo amo tenga los dientes de perla y los labios de coral. Sería una estupidez elogiar a una persona simplemente diciéndole lo que es. Se usa el lenguaje estético para transfigurarla. Y dice Marina: la estética, la religión y el amor son formas de conocer para transfigurar el mundo. Porque si no, lo encontrarías perfectamente soso.

Y todavía añade Marina, hay otra forma de conocer para transformar el mundo que es “la ética”. La ética no es saber cómo es el mundo, sino cómo tendría que ser. Y hay gente que cree que la ética no sirve para nada. Y cuando hablas de utopía te consideran tonto. Pero el conocimiento de transformación es imprescindible para progresar. La gente que apuesta por un mundo igualitario es ética. ¿Tiene conocimiento de transformación?

Nada de esto va contra la ciencia, aunque la sobrepasa. Digamos que estas formas de conocer no son buenas ni malas. Serán buenas si sirven para lo bueno y malas si sirven para lo contrario. Aquella poesía de Celaya que dice: “maldigo la poesía concebida como un lujo…”, no es nunca una maldición de la poesía, sino de la poesía mal hecha. Pasa igual con la política, con la economía, con la misma ciencia y con la misma religión. No son ni malas ni buenas, sino que dependen de quiénes las realizan.

Bueno, pues éste es el punto de vista que están manejando hoy en día los grandes neurólogos, por ejemplo un Ramachandran o un Damasio, el gran neurólogo portugués afincado en EE.UU. que estudió el caso de un ingeniero de caminos del 1850 que, preparando las cargas de dinamita para romper unas piedras, le saltó una esquirla que le llevó una parte del cerebro. Sobrevivió, a pesar de todo, pues las heridas del lóbulo frontal no suelen ser mortales, y siguió durante unos 20 años haciendo los cálculos matemáticos como antes. Pero su vida se convirtió en un desastre. Porque el lóbulo frontal derecho es donde cocemos el sentido común, las grandes decisiones de la vida diaria. Y él había perdido esta capacidad. El cráneo de ese ingeniero aún se conserva y Damasio y su señora, que también es neuróloga, han estudiado con computadoras exactamente el trozo de cerebro perdido y, desde hace años, han atendido a enfermos de esta parte del cerebro, unos 4 o 5 mil, que presentan todos los mismos síntomas: en sentido común no dan pie con bolo; no son capaces de tomar decisiones a su favor; han perdido la capacidad de decidir aquello que sería bueno para ellos. Y entonces dice Damasio: “el razonamiento, cuando no es asistido emocionalmente, no funciona”. O sea, la razón, sin asistencia emocional, no marcha, carece de sentimientos, de misericordia, que es lo mismo que pensar con las tripas (reacción uterina, en la teología judía). Damasio defiende que el conocimiento y el razonamiento necesitan asistencia pasional: “Una pasión sin razonamiento puede hacer mucho daño, pero un razonamiento sin apasionamiento puede hacer mucho más” (Damasio, en el libro Buscando a Espinosa). Esto es una alternativa al racionalismo puro. Y esto es importante porque, según Sto. Tomás, la religión es un “obsequium rationale”, un asentimiento (de asentir) racional, o sea, una mezcla de razones asentidas emocionalmente, una corazonada.

¿Será verdad la religión? Responden los científicos: “Eso se lo pregunta usted a Dios. No podemos saberlo”. Pero desde la Ilustración en que se consideraba la religión como una enfermedad hemos avanzado hasta la duda. Lo cual es importante para nuestra cultura europea porque la humanidad sigue siendo rabiosamente religiosa. Y se calcula que los europeos en el 2050 seremos solamente el 6% de la humanidad. Eso quiere decir que nuestras opiniones sobre la religión serán absolutamente irrelevantes. Los 1500 millones de indios que habrá en el 2050, profundamente religiosos, harán que el futuro siga siendo religioso. Las iglesias las pasarán canutas; las instituciones religiosas darán unos cambios impresionantes. Pero el futuro de la religión está asegurado.

Hoy se trabaja sobre la “neuroética” de la que hay estudios preciosos. Del mismo modo que Chonsky dice que tenemos una gramática literaria que forma parte del cerebro, Gazzaniga dice que hay una gramática moral que forma parte también del cerebro. Acabaremos siendo buenos, o al menos con conciencia de que tendríamos que ser buenos. Es algo que llevamos inscrito en nuestro mundo interior. Tampoco hay peligro de que se pierda la estética como lo prueban los grandes estudios en neuroestética. Zeki, que es un libanés en la universidad de Londres, tiene estudios importantes respondiendo a la pregunta de “por qué las cosas nos parecen bellas”. Nadie lo sabe, pero algo hay. Por ejemplo, el Partenón responde a las proporciones áureas. También responde a ellas el cuerpo humano en sus proporciones (cabeza, tronco, extremidades, etc.). Cuando uno tiene estas proporciones alteradas decimos “algo le pasa a éste” que no cumple las proporciones áureas. ¿Por qué esto es mejor así que de otro modo? Pues no sé. Este es el campo que estudia la neuroestética.

Ahora estamos llegando ya a la “neuroeconomía”. ¿Por qué la gente va a la bolsa y compra y vende cosas? Nadie lo sabe. Pero los motivos últimos son corazonadas. Y también se está escribiendo mucho sobre “neuroreligión”. Yo acabo de publicar un libro en catalán, cuyo título es, “Dioses, creencias y neuronas”. Algunos se preguntan si ser religioso depende de los genes. Y hay un genético, Hammer, que ha estudiado si hay genes que hacen que unos sean religiosos y otros no. Su libro The Gene of Lord (que no es el gen de Dios sino de la religiosidad) distingue entre personas que responden o no a las características de espiritualidad religiosa. Ha estudiado a grupos de familias a las que les ha peinado los cromosomas y ha encontrado un gen que, según él, está en relación con las orientaciones espirituales, un gen que está en relación con la “dopamina”, una hormona del cerebro que es responsable de muchos estados de bienestar, de confianza, etc. Y concluye, hay personas que, por esto, son más inclinadas a lo religioso que otras. No lo sabemos con certeza, pero es muy probable.

Digamos para ir acabando que la experiencia religiosa va a sufrir un cambio importante y hay que estar preparados para ello. Las instituciones religiosas están en crisis, entre otras cosas, porque quieren imponer una visión particular y autoritaria de la verdad, muchas veces en función de intereses poco claros. Y hoy día la verdad no es patrimonio de la autoridad, sino de los expertos. La teología la han de hacer los teólogos, los obispos no tienen porqué meterse en esto. Lo suyo es indicar cómo seguir a Jesús si lo saben, y que dejen a los teólogos que nos digan qué se puede saber de Jesús o cómo hay que traducir hoy su doctrina. Y la gente que practica la caridad que nos diga qué es conocer con las tripas y entregarse a los demás. Y eso es lo que las iglesias serán. Los grupos se reunirán por intereses escogiendo el mejor relato. ¿Cuál, el del Samaritano? Jesús es un hacedor de relatos interesantísimos. Sus relatos son promotores de la aventura humana. Es importante saber transmitir relatos movilizadores. Lo que Jesús nos relata es el modo de poder tener acceso a Dios: cuando nos des-centramos de nosotros mismos para acoger a los demás.

3. Diálogo

1ª Sobre la epilepsia

La epilepsia, vuelve a repetir Ramón, no es una primariamente una enfermedad, es un síntoma. Se produce cuando se sintonizan las cargas eléctricas en el cerebro. Las descargas van por zonas, pero, si se producen todas a la vez, tenemos el gran mal. Es la “epilepsia espectacular” con sacudidas, etc. Las hay que se llaman “focales”: no pasa nada especial, pero tienen momentos de ausencia, embobamiento. Es frecuente y no siempre la conoce el propio sujeto. Cuando estas epilepsias focales se dan en el lóbulo temporal es cuando aparece el interés religioso. Se sospecha que los antiguos tenían ataques de epilepsia. Puede ser que estuvieran teniendo una experiencia en la cumbre, que se sintieran arrebatados en unos momentos y luego todo pasaba. Muchos autores creen que Santa Teresa era epiléptica. ¿Por qué hay que considerar esto malo, si ella veía el cielo abierto? Y como consecuencia se convirtió en una activista del Evangelio, de la dignidad de la mujer. Dostoievski era ciertamente un epiléptico del lóbulo temporal. El mismo lo explica. También Van Gog, etc. Cuando uno lee la lista de epilépticos ilustres, se dice ¿quién fuera epiléptico del lóbulo temporal? Están todos los genios: San Pablo: tanto lo que cuenta sobre el camino de Damasco como esa enfermedad que él cita siempre, podría ser un tipo de epilepsia.

2ª Ética, estética y amor, ¿dónde está la diferencia entre cada uno de esos conceptos?

La ética y la estética están muy relacionadas en cuanto al modo de producirse el fenómeno, pero no en cuanto al objeto. La estética persigue la contemplación de la belleza, no así la ética. Los clásicos ya decían que el bien y la bondad eran lo mismo. Y lo bello también. Ya sabían que algo tenían en común. En la religión hay algo en común, pero también algo específico, que es la trascendencia. Decía Fromm: “todo ser humano profundo acaba siendo trascendente”. Es decir, se sale de él mismo para ir a lo otro. Esto es amor. Si en la otra parte de esa trascendencia está Dios, esto es religión, suponiendo que Dios exista. Pero si para el individuo no existe Dios, queda abierto al misterio. Porque la religión tiene como objeto Dios o el misterio. Y una apertura al misterio pude estar en el corazón de muchos agnosticismos de calidad. Ahora bien, todas las experiencias religiosas tiene exigencias éticas, y no tanto exigencias estéticas, porque a veces la pobreza no tiene buen aspecto. A este respecto, se cita lo que dicen que le pasaba a San Juan de Dios que vencía su resistencia al recoger a mendigos enfermos, estéticamente poco atractivos, con la idea de que los pobres, que olían mal, “eran Jesucristo”; pero se encontró en cierta ocasión con un pobre que andaba andrajoso y diciendo tales disparates que Juan de Dios pensó: pues éste no puede ser Jesucristo porque con estas blasfemias..; pero, al dejarlo en el hospital, se le apareció Jesús en la imagen del pobre. Lo religioso no coincidía ni con lo estético ni con un buen lenguaje teológico Todos estos conceptos están muy relacionados, pero lo religioso tiene su especificidad, que es Dios o el misterio, no la vida eterna.

3ª Espiritualidad y magia.

Lo mágico o utilitario es muy consolador, aunque sea ineficaz. Se me murió un hermano y yo le pedía a Dios que le curara. Momentos hay en que uno se deja llevar no precisamente por la magia, sino por las tripas. Una fe sin consuelos es demasiado dura. La fe es estar sólo ante Dios, es verdad, pero ¿hasta cuándo lo aguantaríamos? Recordemos aquel discípulo oriental tan espiritual él, tan religioso que se había desprendido de todo, hasta había llegado a arrancar, por desprendimiento, hasta la última flor que quedaba en su jardín… Y el maestro le dice, pero si la hechas de menos y eso te hiere, planta otra flor

4ª Le Hemos dado la razón a los críticos de la religión; hemos caído en la tentación de reducir la religión a la ética; esa presentación de Jesús que haces me conmueve.

Para ser religioso no es necesario ser buena persona, hasta puedes ser un desastre; también hay gente perfectamente ética sin ser religiosa. El mandato de Jesús de dar de comer a quien tiene hambre coincide con el gesto central de cualquier promoción humana. El Evangelio tiene un gran futuro religioso y social.

5ª Los astrofísicos

Entre los científicos, los biólogos son los más ateos, los físicos no tanto: los astros te dejan ya fuera de órbita. Es curioso, los papas suelen discutir con los físicos, no con los biólogos, ¿por qué? Porque está la sexualidad de por medio, y, en este asunto, la Iglesia tiene una neurología de manual.

6ª La institución…

Es imprescindible, pero cuál. Hoy está en crisis.

7ª La separación entre religión y cristianismo.

Primero, lo esencial. Bonhoeffer dice que la religión es un género literario. Lo que no es género literario es el gesto de darse a los demás. Pero si, además, te ayuda el género literario a entregarte a los demás, pues mejor. Si la Virgen del Prado ayuda, bien, si no te ayuda pues te vale igual la diosa Ceres. Un libro de Luneau, Jesús el hombre que evangelizó a Dios, edit. Sígueme, viene a decir que Jesús evangelizó la religión: las mesas de Jesús, el templo… ¿Qué significa Jesús, el hombre que evangelizó la religión y la espiritualidad? Miguel Bosé respondió a una pregunta muy directa: “yo soy cristiano del mismo modo que soy picassiano, cervantino, etc”. Y Tierno Galván no quiso quitar el crucifijo de su despacho porque “le caía bien”. Hay muchas formas de creer verdaderamente.

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