jueves, marzo 28, 2024
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Algunas actuaciones pastorales que parecen transgresión de la ley

Escrito por

Éxodo 125
– Autor: Jesús Copa Mota –

Desde la Parroquia Santa María la Antigua, en Madrid, a petición de la revista ÉXODO, quiero relatar algunas experiencias de actuaciones pastorales, anómalas, comparadas con las que habitualmente se nos presenta en las parroquias.

Ya desde mis primeros años de trabajo pastoral en las parroquias, donde ha transcurrido mi vida sacerdotal —cualquier otra actividad que haya ejercido en la Iglesia ha sido siempre compartiendo tiempos y posibilidades con mi estancia en una parroquia—, comprendí que no tenía que ser más exigente con demandas parroquiales extralegales que con las que estaban en total normalidad legal, porque, si lo importante es la respuesta al que demanda, no encontraba diferencias sustanciales. Como decía, desde mi inicio pretendí en las demandas parroquiales que los acercamientos fueran en sinceridad mutua y hacer un diálogo sin prejuicios legales. Traté siempre bien fueran las que fueran sus situaciones; eso sí, exigiendo una definición interior de su fe. Por ejemplo, cuando vienen pidiendo casarse en la Iglesia les hago dos preguntas previas. Primera, que se quieren sin dudarlo. Y segunda, que si piden casarse por y en la Iglesia aceptan a Dios y las exigencias que tiene el matrimonio para los cristianos. A los que solicitan bautismo para su hij@, que se comprometen a educarlo en la fe en Dios y que con el bautismo lo incorporan a la Iglesia de Cristo.

También desde el inicio tenía bien comprobado que tanto los casados legalmente como los que no lo estaban tenían generalmente unas respuestas y una vida semejantes. A veces, ni unos ni otros acudían a la parroquia ni eran asiduos a la práctica dominical. Por eso no encontraba motivos para ser duro con nadie, aunque a todos les recomendaba hacer las cosas con coherencia y compromiso.

Más tarde se me han presentado casos un tanto más especiales, como matrimonios homosexuales o de lesbianas que solicitaban el bautismo para sus hij@s, o bien adoptados o hij@s de una de las mujeres de la pareja. En muchos casos con una expresión más explícita y comprometida en la educación de sus hij@s. Así que no encontré motivos para negarles el bautismo y registrarles como hijos de esas parejas del mismo sexo.

Se me han presentado casos de bendición de matrimonios que, por su situación legal, no tenían acceso al matrimonio canónico. Hablo de sacerdotes secularizados sin haber recibido la exención de su celibato por parte de la Iglesia, o de parejas divorciadas, a las que iniciar su nulidad de matrimonio conllevaba un tiempo y sobre todo un coste económico imposible para ellos. No les he negado la bendición de sus matrimonios. Mi razonamiento era el siguiente: si hay bendición para el agua, para un edificio, para un coche, para un bar, para un animal de trabajo o de compañía, ¿qué impide hacer un rito de bendición para estos matrimonios entre creyentes y dejar un mensaje cristiano en su vida de pareja?

He incorporado a la pastoral parroquial a sacerdotes secularizados o exreligiosas, no podía desperdiciar su voluntariado, su formación, su compromiso generoso, activo y creyente.

No he negado ninguna responsabilidad en el gobierno de la parroquia a personas que se ofrecieran, fuera cual fuera su estado legal según el Derecho Canónico. Tampoco he negado la comunión de la Eucaristía a ningún divorciad@, si las personas consideraban que te­nían las condiciones interiores para hacerlo. Ahora me alegro de haber procedido así, porque en la Exhortación Pastoral del Papa Francisco dice que la comunión no es un privilegio, ni un premio para “los buenos” sino pan para alimentar nuestra debilidad. Cuando alguna mujer me ha pedido confesión y entre sus vergüenzas y pesos estaba el de haber abortado, no la he mandado a penitenciarios de pecados reservados; hemos reflexionado juntos en la misericordia de Dios, que no es ruin ni vengativo como para castigarla ni para condenarla a no tener más hijos si la pareja deseaba tenerlos.

Resumiendo, no quiero caer en la tentación de creerme que todo lo he hecho bien. La duda y la debilidad son mis compañeras de fatigas, y si esto lo leyeran todas las gentes a las que he atendido, dirían que soy mentiroso, porque a ella o a él no les traté tan cordialmente, ni los acogí de la forma como solo Dios Padre es capaz de hacerlo. No he negado nunca a nadie ningún sacramento. Pero a veces, por mi manera de ser y por las condiciones del día a día que las parroquias tenemos y mantenemos, ha supuesto que algunas personas salieran rebotadas, sintiéndose mal acogidas. Tampoco han entendido, a veces, algunas normas elementales de funcionamiento pastoral como: no hacemos bodas los domingos o festivos, o no bautizamos individualmente, o los sábados no bautizamos porque son los días reservados para bodas, o su hijo ya no es un bebé, tiene que esperar a que comience la catequesis a los 7 años y en el proceso de la catequesis se bautiza, etc.

Por cierto que a la hora de concluir me viene a la mente una lectura libre de la actuación de Jesús de Nazaret frente al fariseísmo y sus preceptos. De todos es bien conocida la actitud de Jesús ante el sábado y otros mandatos rituales y cómo siempre deja meridianamente claro que el ser humano es más importante que todos esos preceptos. Así que, si a veces hacemos reflexiones descalificantes a propósito de los 613 preceptos que todo judío para ser perfecto tenía que cumplir, ¿nos hemos dado cuenta de que pasan de mil los preceptos que tenemos que cumplir para estar a bien con la legalidad de la Iglesia Institución? Me llama poderosamente la atención de que en algunas iglesias locales, diocesanas o parroquiales, se exige a los padrinos el estar confirmados… ¿y a los padres? 

 

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